Estadista, militar y hacendado.
Nació en Buenos Aires, el 30 de marzo de 1793, en la vieja casona
de la calle Santa Lucía –antiguo Cuyo y actual Sarmiento-, hijo de
León Ortiz de Rosas y de doña Agustina Teresa López de
Osornio. Fue educado en un hogar porteño de clase alta, desde pequeño
estuvo acostumbrado a vivir alternativamente en el campo y la ciudad. A los
ocho años concurrió a la escuela primaria que dirigía
Francisco Javier de Argerich, y este maestro solía decirle que no debía
hacerse mala sangre por cosas de libros, pues su vida iba a pasar en una
estancia. Siendo un adolescente de 13 años, se halló en la
primera Invasión Inglesa, el 12 de agosto de 1806, entre “los voluntarios
que formaron el ejército que reconquistó Buenos Aires”. Con
otros jóvenes se presentó al general Liniers. Al día
siguiente, después de la rendición, este jefe lo felicitó
por su conducta, y le dio una honrosa carta para su madre en la que refiriéndose
a él, le decía que se había portado con “una bravura
digna de la causa que defendía”. Cuando se anunció la segunda
invasión, tomó plaza de soldado en el 4º escuadrón
de Caballería de Migueletes, mandado por Alejo Castex. Desde enero
de 1807, se había incorporado a ese cuerpo. En las listas de pago
de junio figuró enfermo en su casa, y al mes siguiente desapareció
su nombre. Sin embargo, concurrió a la Defensa de la ciudad, el 5
y 6 de julio, que finalizó con la capitulación de Whitelocke.
Al volver a su hogar, sus padres recibieron sendas cartas de felicitaciones
del alacalde de primer voto don Martín de Alzaga y de Juan Miguens.
En 1810, no sólo no actuó en contra del movimiento rioplatense
separatista de España, sino que también lo apoyó sinceramente.
Desde joven se disciplinó en las tareas de campo, comenzándolas
en 1811, como administrador de “El Rincón de López”, estancia
paterna ubicada sobre la costa del Salado. En sus viajes a Buenos Aires conoció
a Encarnación de Escurra y Arguibel, mujer de los mismos gustos e
idéntica ubicación social. Juan Manuel venció los obstáculos
para casarse el 16 de marzo de 1813. Los nuevos cónyuges vivieron
un tiempo en la estancia paterna, pero al sentir la joven Encarnación
cierta molestia por parte de su suegra, los llevó a separarse de ellos.
Rosas trabajó por su cuenta sin admitir el capital que le ofreció
su padre. Trabajó como tropero y acopiador de frutos, se asoció
luego a su íntimo amigo Juan Nepomuceno Terrero, y más tarde,
administró los extensos campos de sus primos, los Anchorena. No encontró
dificultad para hallar socios capitalistas, y el 25 de noviembre de 1815,
formó una sociedad con Terrero y Luis Dorrego, destinada a explotar
un saladero de carnes y pescado situado en “Las Higueritas”, cerca de Quilmes.
Las grandes ganancias del establecimiento fueron atribuibles en buena parte
a la eficaz labor del socio Dorrego, hermano del coronel. El establecimiento
pronto manejó el comercio de exportación de carnes, tenía
puertos y barcos propios. El 1º de agosto de 1817 la sociedad se amplió,
previa la compra, el 29 de julio de la estancia de don Julián del
Molino Torres, en la Guerdia de San Miguel del Monte, adquiriéndose,
más de 25 leguas que progresaron rápidamente, convertidas en
un emporio ganadero y agrícola con 60 arados trabajando simultáneamente.
La sociedad fundó allí “Los Cerrillos”, estancia que se dilatará
más allá del Salado, y donde Rosas habría de adquirir
buena parte de su fama y fortuna. La clausura de los saladeros ordenada por
Pueyrredón dio motivo a que Dorrego se alejara de la sociedad. En todas
estas actividades se destacó Rosas por su destreza como jinete, su
honestidad, energía y habilidad para manejar peones e indios. Organizó
la explotación rural con método y minuciosidad e impuso una
dura disciplina al personal. Extendió sus propiedades hasta la línea
de frontera conquistando pacíficamente territorios en poder del indígena.
Uno de sus móviles iniciales fueron la de proporcionar trabajo a los
peones que recibía generosamente en sus estancias: el excelente resultado
obtenido lo indujo a continuar esa práctica. En 1818, recibió
la primera comisión oficial del Director Pueyrredón; se trataba
de arbitrar los medios para evacuar la población de Buenos Aires ante
el temor de la invasión de una poderosa expedición española.
La Junta de la que Rosas formaba parte opinó en enero de ese año,
que no podía llevarse a cabo el plan del Director. En febrero de 1819,
presentó al gobierno un proyecto de organización de una “Sociedad
de labradores y hacendados” y una Memoria en la que se proponía defender
la zona comprendida entre la línea exterior del Salado, frente al fortín
de Lobos y la Sierra, ocupando campo vacío entre la línea de
las estancias y las tolderías. Para ayudar a la “Causa de la libertad
de América” y a los ejércitos de la Patria, donó en
su condición de hacendado, en octubre de dicho año, el sostenimiento
de dos gendarmes destinados a custodiar esta frontera. En 1820, el Cabildo
designó a Rosas, alcalde de Hermandad del partido de San Vicente,
cargo que no aceptó. Le correspondió una actuación muy
destacada en los acontecimientos dramáticos de ese año.
Después de la derrota sufrida por Buenos Aires en Cepeda, y de la
firma del Tratado de Pilar, el 23 de febrero, sobrevino la anarquía.
Cuando se produjo la rebelión del coronel Pagola el 1º de julio,
desconociendo la autoridad del Cabildo y de Balcarce, Rosas concurrió
a defender el orden al frente de sus 400 Colorados del Monte. Redujo a Pagola
y estableció el imperio de la autoridad legal. La Junta Electoral designó
gobernador a Dorrego. Rosas que servía en clase de capitán
desde 1817, obtuvo el 8 de junio de 1820, los despachos de comandante del
5º Regimiento de Campaña. Dorrego, nombró a Martín
Rodríguez, jefe de las milicias del sur. Rosas formó parte
del ejército mandado por Rodríguez, y tomó parte en
la campaña que Dorrego llevó a cabo contra Carrera, batiéndolo
en San Nicolás, el 2 de agosto. Los famosos Dragones de López
fueron derrotados cerca del arroyo Pavón, el 12 de agosto. Con sus
Colorados concurrió el 5 de octubre en defensa del gobernador Rodríguez
para desalojar de la ciudad a los revoltosos que encabezaba el coronel Pagola,
y por su brillante actuación fue ascendido a coronel de caballería,
comandante del Regimiento No 5 de Milicias de Campaña. El 24 de noviembre
de 1820, se firmaba la paz con Santa Fe, por la que tanto había bregado
Rosas. Por este Tratado de Benegas, Rosas se comprometió personalmente
para asegurarla a entregar a Santa Fe 25.000 cabezas de ganado, a fin de “que
mediante su gobierno, se distribuya a los vecinos que sufrieron quebrantos”.
Al cabo de dos años logró superar la suma estipulada, y entregó
más de 30.000 cabezas. Estas remesas continuas iniciaron una amistad
definitiva con el federal López. El 10 de febrero de 1821, el coronel
Rosas, obtuvo su baja y absoluta separación del servicio militar, pues
consideró que era insostenible su posición de colaborar con
el gobernador Rodríguez, por el modo inconveniente de encarar la lucha
contra el indio. Esta actitud provocaron la crítica de quienes habían
aplaudido su intervención anterior, y Rosas se creyó obligado
a explicarlas en otro manifiesto publicado el 14 de febrero de es año,
y a cuyo término decía: “A nadie pertenezco sino a la causa
pública, mi persona de nadie ha sido sino de la Provincia”. Renunció
a la banca legislativa proclamada en las elecciones de 1821 y 1822, y también
a su grado en la comandancia del 5º Regimiento. Cuando el gobierno santafecino
–dice Alen Lascano- le otorgó distinciones y premios en mérito
a su mediación, declaró su dependencia de la autoridad bonaerense
y pidió autorización para aceptarlas, como buen ciudadano respetuoso
del orden.
Rosas regresó a trabajar a “Los Cerrillos”. No obstante ello, el
coronel Rosas prestó señalados servicios en su campaña
contra los salvajes al frente del Regimiento de Blandengues. Concurrió
a esa lucha con los peones de sus estancias combatiéndolos el 1º
de noviembre de 1823, cerca de Dolores. El coronel Domingo Soriano de Arévalos
se encargó de informar al gobierno de su empeñosa actuación.
Aquella sociedad progresó en sus negocios, y pronto se enriqueció
con el establecimiento rural “San Martín”, mientras Rosas se había
asociado también con sus primos Juan José y Nicolás Anchorena
desde 1821. El gobernador Rodríguez intentó de nuevo atraer
a su lado al coronel Rosas, nombrándolo inspector de la campaña,
pero aquél no aceptó el cargo. Atento a las novedades políticas
se opuso a la reforma eclesiástica propiciada por Rivadavia, como ministro
de gobierno, en 1823. En el siguiente gobierno del general Las Heras, se
le encomendó tratar con los indígenas y demarcar la línea
fronteriza, junto al general Lavalle y al ingeniero Felipe Senillosa. El 10
de abril de 1826, comunicaba al gobierno los resultados obtenidos señalando
la naturaleza desconfiada del indio, siendo necesario para afianzar la seguridad
de la campaña el nombramiento de un comisionado permanente con recursos
suficientes a fin de cumplir con lo ofrecido a los caciques y completar la
obra de pacificación iniciada. Rosas tuvo una primera exteriorización
opositora, por la inercia demostraba por Rivadavia que mandó al fracaso
sus gestiones de paz y arreglos fronterizos. Esa actitud la reiteró
el 1º de noviembre en plena presidencia de Rivadavia, cuando tres de
sus estancias fueron completamente saqueadas por los salvajes, lo que lo llevó
al colmo de indignación al no aceptar formar parte de una Junta de
Hacendados. El 13 de diciembre, elevó su protesta contra la política
unitaria al suscribir un petitorio adverso al proyecto de dividir en dos
la provincia de Buenos Aires, y convertir el territorio capitalino en sede
presidencial. El proceso opositor de Rosas a Rivadavia se basaba en causas
de orden económicas y sociales; pues Rosas, alejado hasta entonces
de la política, representaba los intereses de la inmensidad de la
campaña y de la unidad de ésta con la ciudad. Eso no le impidió
contribuir a la cruzada de los Treinta y Tres Orientales y la guerra contra
el Brasil, aunque viese la posición obstinada de Rivadavia, y en pie
de guerra con las provincias. Aceptada su renuncia presidencial, Vicente
López fue encargado provisoriamente para dirigir el gobierno. El 14
de julio de 1827, lo designó comandante general de las milicias existentes
en la campaña de la provincia de Buenos Aires. Dorrego confirmó
a Rosas, en la comandancia general gustosamente aceptada.
Desde allí comenzó su obra civilizadora y defensiva. Celebró
la paz con los indios, y por decreto del 20 de agosto de ese año, preparó
lo necesario para la extensión de las fronteras del sur y fomento
del puerto de Bahía Blanca.
Su plan era el de una colonización bajo la protección militar,
de las guardias, ubicando estratégicamente los fuertes defensivos de
la frontera.
Así se fundaron los de Federación, 25 de Mayo, Laguna Blanca
y Bahía Blanca. Rosas comenzó a vincularse epistolarmente con
los caudillos federales más importantes del país. Envió
un emisario a Santiago del Estero, y el gobernador Ibarra agradeció
el gesto mediante carta del 15 de diciembre de 1827, iniciadora de una larga
amistad. También se dirigió al general Facundo Quiroga, cuya
victoria en Valladares había destruido la organización unitaria
tucumana, presentándole sus saludos. En esta primera carta fechada
el 28 de enero de 1828, Rosas le pedía el perdón para que Lamadrid
fuese autorizado a regresar y reunirse con los suyos en Buenos Aires. La revolución
del 1º de diciembre del general Lavalle que derrocó al gobernador
Dorrego puso en movimiento a Rosas contra el nuevo gobierno surgido a raíz
de ese acontecimiento. Se hallaba reunido con su gente en Lobos y Navarro,
cuando llegó su compadre Lamadrid, ahora emisario de Lavalle con un
pliego cerrado para exhortarle que evitase todo derramamiento de sangre.
Rosas propuso nombrar 5 diputados por cada parte para discutir y resolver
lo que más convenía, pero lo dijo sin convicción, y
con poca fe en la sinceridad de los amotinados. Rosas por otra parte deseaba
sostener la autoridad legal. Ambos lograron agrupar dos mil hombres sin mayor
orden ni disciplina. Rosas aconsejó a Dorrego que se retirase al norte
de la provincia, mientras él se dirigía al sur para organizar
las fuerzas, rehuyendo así toda batalla con las tropas regulares, pero
el primero persistió en enfrentar al enemigo que ya venía en
su persecución. El 9 de diciembre de Lavalle, que había dejado
al almirante Brown como gobernador delegado, llegó a Navarro con 500
veteranos de caballería. Al amago de una carga de ésta, las
tropas de Dorrego se dispersaron. Rosas dispuso a los suyos que se retiraran
al sur del Salado, y aguardaran allí sus órdenes, en tanto que
él por la pampa abierta se dirigía a Santa Fe. En una carta
enviada por Rosas a Estanislao López, al darle cuenta de los sucesos,
hacía las siguientes consideraciones que demuestran su perspicacia
política y exacta visión del momento: “En esta vez -decía-
se ha uniformado el sistema federal a mi ver de un modo sólido absolutamente.
Todas las clases pobres de la ciudad y la campaña están en contra
de los sublevados. Sólo creo que están con ellos los quebrados
y agiotistas que forman esta aristocracia mercantil...Repito que todas las
clases pobres de la ciudad y campaña están contra los sublevados
y dispuestos con entusiasmo a castigar el atentado y sostener las leyes”.
A pesar de la derrota, Dorrego no quiso salir de la provincia, y decidido
a proseguir la lucha, fue al encuentro de un regimiento de Húsares
que se hallaba en Areco, a quien había ordenado incorporársele.
Cuando llegó fue apresado por el comandante Escribano y el mayor Acha
que le entregaron a Lavalle. Luego sucedió el drama de Navarro, el
13 de diciembre donde se lo fusiló a instancias de la Logia en cuyo
nombre Salvador M del Carril le aconsejaba: “ Una revolución es un
juego de azar en el que se gana la vida de los vencidos”. Rosas se unió
con López para realizar la campaña que abrió contra Lavalle,
y con sus fuerzas contribuyó poderosamente a la victoria del Puente
de Márquez, el 26 de abril de 1829. Las fuerzas de Rosas lograron
arrastrar toda la caballada de reserva del ejército unitario.
Lavalle vencido, se retiró hasta los Tapiales de Altoaguirre –cerca
de donde es hoy Ramos Mejía-. López, alarmado por los triunfos
de Paz en Córdoba, regresó a Santa Fe, dejando el ejército
a cargo de Rosas acampado en el río Las Conchas. A partir de entonces,
estas fuerzas engrosaron considerablemente, quedando Rosas dueño de
toda campaña de la provincia con sus inmensos recursos, y Lavalle reducido
a la ciudad y sus inmediaciones. Buenos Aires vivía en el desorden
e imperaba en ella el terror. Se descubrían conspiraciones, la autoridad
era impotente para reprimir los abusos, y los unitarios, desmoralizados comenzaron
a emigrar.
Ante tal situación, Lavalle vio la imposibilidad de vencer a Rosas,
que apoyado por casi toda la opinión, contaba con fuerzas muy superiores
a las suyas, y a fin de devolver el orden y la tranquilidad a la provincia,
resolvió el 23 de junio por la noche dirigirse solo al campamento enemigo
en Cañuelas para conferenciar con Rosas y tratar la paz. El caudillo
estaba en campaña y Lavalle lo esperó confiadamente, tomó
unos mates y se acostó a descansar en la propia cama de Rosas. De
aquel encuentro surgió la Convención de Cañuelas, el
24 de junio, por el que cesaban las hostilidades, acordaban una lista conjunta
de candidatos legislativos, y hasta la próxima elección, Rosas
gobernaría la campaña, Lavalle la ciudad. La provincia reconocía
las obligaciones contraídas por el caudillo y los grados, jefes y
oficiales de su ejército. Los unitarios no se resignaron a una segunda
derrota electoral; quisieron ganar las elecciones conviniéndose secretamente
en formar una lista única en la que figurarían con igual número
ambas partes. Nuevos tumultos bélicos intranquilizaban la ciudad.
Lavalle y Rosas convinieron un nuevo arreglo en Barracas, el 24 de agosto,
por el cual se resolvía nombrar gobernador provisorio de la provincia
al general Viamonte. Tras su interinato la influencia de Rosas en el gobierno
era irresistible. El comandante general de campaña ejercía por
delegación toda la función del gobierno fuera del perímetro
de la ciudad, y aun en ésta sus partidarios y amigos gravitaban en
los menores detalles de la administración. Lavalle era acusado por
los unitarios, que le enrostraban, según ellos, la entrega de la Capital
a los enemigos, y por los federales, que comenzaban a esgrimir como arma política
el martirio de Dorrego.
Continuamente violentado, pidió sus pasaportes expatriándose
a la Banda Oriental. El 16 de octubre Viamonte consultó a Rosas la
forma de preparar el camino para el restablecimiento de las instituciones.
Una parte de la opinión quería que se efectuaran elecciones
para integrarla; participaban de ella el mismo gobernador y los llamados federales
de categoría, pero los más estaban por que se procediese al
restablecimiento de la Legislatura federal que funcionaba antes de ser derrocado
Dorrego. Las exigencias de la masa federal alentados por Rosas prevalecieron;
éste mismo peticionó en ese sentido en nombre de toda la campaña;
Viamonte se vio obligado a ceder ante la imposición general. Así,
la Legislatura disuelta por la revolución unitaria volvió a
instalarse, y el 1º de diciembre de 1829, reiniciaba sus sesiones en
una ceremonia emotiva saludada por el doctor Felipe Arana, presidente del
cuerpo. Ante todo se sancionaron las honras fúnebres de Dorrego, y
el día 6 se aprobaron las facultades extraordinarias que tendría
el nuevo mandatario hasta la constitución de la próxima Legislatura.
A las 19, fue elegido Juan Manuel de Rosas, gobernador de la provincia. Treinta
y tres diputados le votaron, mientras su socio Terrero, moralmente inhibido
de apoyarlo votó por Viamonte. Ascendió al poder en medio del
entusiasmo frenético de las multitudes y con el beneplácito
de todas las clases sociales, que veían en él una garantía
de orden y seguridad por su gran ascendiente sobre la campaña y su
popularidad indiscutible entre la gente de la ciudad. La Legislatura le confirió
el grado de Brigadier y el título de “Restaurador de las Leyes”, condecorándolo
con una medalla con la efigie de Cincinato donde se leía esta inscripción:
“Cultivó su campo y defendió la Patria”. Rosas declinó
tales homenajes al responder disconforme el 28 de diciembre, por ser un paso
peligroso a la libertad del pueblo. Donó sus sueldos “en beneficio
de obras pías y objetos de beneficencia pública”, como antes
había donado también los de comandante militar. Al hacerse
cargo del gobierno el 8 de diciembre, expidió al pueblo de la Capital
una proclama promisoria en su fondo político.
El Restaurador expresó públicamente su sentido de la justicia,
jerárquica y legalista, al presidir los solemnes funerales de Dorrego.
Estos honores significaban la condenación definitiva al ostracismo
de los autores de la revolución del 1º de diciembre. Con el mismo
espíritu recibió en marzo siguiente a Facundo Quiroga, en otro
impresionante desagravio popular al vencido de Oncativo. La gestión
administrativa de Rosas se desarrolló normalmente, confirmó
al gabinete de Lavalle y Viamonte, a excepción del coronel Escalada,
reemplazado por el general Juan Ramón Balcarce, en la cartera de guerra
y marina. Estos secretarios no eran del agrado de Rosas, pero le convenían
para asegurarse el apoyo del comercio y de los hacendados. Hombre práctico,
denotaba, una sensibilidad social; aunque conoc{ia y respetaba los talentos
de Rivadavia; Agüero y otros de su tiempo, "pero a mi parecer -dice-
todos cometían un gran error; se conducían muy bien con la clase
ilustrada, pero despreciaban a los hombres de las clases bajas, los de la
campaña que son la gente de acción. Yo noté esto desde
el principio...Me pareció pues, muy importante consegfuir una influencia
grande sobre esta gente para contenerla o dirigirla, y me propuse adquirir
esa influencia a toda costa...y hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos,
y hacer cuanto ellos hacían, protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar
sus intereses, en fin, no ahorrar trabajo ni medios para adquirir más
su concepto". Los unitarios pretendieron que el país se adpatara a
sus ideas, Rosas, en cambio, a la inversa, partió de la realidad sin
ser federal principista u ortodoxo, pero finalmente terminó en el
federalismo pragmático, al comprenderlo querido y necesario al país".
(Alen Lascano). Con anterioridad se habían unificado todas las provincias
argentinas a excepción de las litorales bajo la égida del Supremo
Poder Militar, el 31 de agosto de 1830, formando la "Liga del Interior" encargada
al general Paz. Esta situación política obligó al gobernador
Rosas a tomar medidas para conjurar la crisis que se anunciaba. Estaba empeñado
en estas gestiones cuando los representantes de Corrientes y Santa Fe, generales
Ferré y López recibieron una invitación del general
Paz, para celebrar una entrevista en el lugar que ellos designasen. Rosas
se opuso a este paso, como se desprende de las Memorias del general Ferré,
cortando la posiblidad de una paz justa a las conveniencias de todos los
partidos políticos. El resultado fue que las provincias litorales,
celebraron el llamado Tratado del Cuadrilátero, del 4 de enero de
1831, por el cual se acordó constituir un ejército que tomó
el nombre de Confederado, para llevar la guerra al general Paz en la provincia
de Córdoba. La lucha entre las dos ligas provinciales: la del litoral
federal y la del interior unitaria no se hizo esperar. La captura de Paz,
sobrevenida el 10 de marzo, decidió completamente la faz de la guerra
empeñada. El triunfo de la causa federal fue completo y Rosas quedó
como jefe preponderante del partido. Así fue impuesta la divisa punzó
por decreto del 3 de febrero de 1832, del mismo modo que "los colores nacionales",
como signo de "paz y unión bajo el sistema federal". Expirado el término
legal, la Junta de Representantes reeligió a Rosas para el cargo de
gobernador y capitán general, pero no acordándole facultades
extraordinarias. Rosas no aceptó; como aquella insistiera por dos
veces y el mandatario se mantuviera en su actitud, se resolvió finalmente,
aceptarle su dimisión, y el 12 de diciembre de 1832 era nombrado el
general Balcarce, antiguo Dorreguista cuya primera promesa a las provincias
fue asegurar que los principios consagradpos por Rosas formaran parte inalterablemente
la política del actual gobierno de Buenos Aires. El tiempo se encargaría
de esterilizar estos propósitos, pues una vez en el poder, quiso emanciparse
de la influencia omnímoda que continuaban ejerciendo sus partidarios.
Para realizar semejante plan, rodeóse de adictos, sobresaliendo Enrique
Martínez, nacido en el Uruguay. Este se esforzó en neutralizar
el ascendiente que conservaba Rosas y no vaciló, para lograrlo, en
intentar la formación de un partido ministerial que respondiera a
tales miras, y en eludir todo apoyo a la expediación al Desierto que
realizaba aquél. En las elecciones de diputados para renovar la Legislatura
el 28 de abril de 1833, aparecieron dos listas: la ministerial, apodada de
los "lomos negros", nombre que se extendió en lo sucesivo a todos
los partidarios de Balcarce, y la de los "federales netos", o sea, los amigos
de Rosas. Estos últimos denunciaron fraude y coacción en el
acto electoral. Como renunciaran algunos de los electos, se repitió
el mismo, el 16 de junio, siendo tales los tumultos y peleas sangrientas
en el comicio que el gobierno hubo de suspenderlo. Desde ese momento la lucha
entre las dos facciones se manifestaron abiertamente. Los ministros sindicados
de rosistas, Maza y García Zúñiga, se retiraron, y el
jefe de policía que obedecía a la misma tendencia fue destituido.
Entre tanto la prensa utilizada por los dos bandos en una serie de periódicos
y hojas volantes de pésimo gusto, eran tribuna de maledicencia, de
agravios y calumnias. A la confusión y excitación reinantes
se apoyaba el malestar general causado por la sequía de los años
que provocó la escasez de carnes, siendo menester importarla de la
Banda Oriental a precio exhorbitante. En tal situación se votó
una ley restableciendo plenamente la libertad de imprenta.
A partir de entonces, los lomos negros plantearon ante los rosistas o “apostólicos”,
como también los denominaban, el revisionismo de la política
federal y la crítica del gobierno pasado, concluyendo por condenar
las facultades extraordinarias y el uso obligatorio de la divisa punzó
en nombre de la libertad y dignidad ciudadana. Al llegar al mes de octubre
la excitación de los partidos era tan intensa que todo presagiaba un
estallido social.
Rosas seguía en el campamento del Colorado empeñado en su
Expedición al Desierto, y dejaba maniobrar a sus partidarios. En la
ciudad su principal agente político era su propia esposa, doña
Encarnación Escurra, a quien ya se la proclamaba “Heroína de
la Confederación”. Manejaba todos los resortes políticos con
rara capacidad y tesón infatigable, estaba en contacto con los jefes
y se entendía con el populacho para informarle después minuciosamente,
y suplir su ausencia obedeciendo a sus inspiraciones. En octubre de 1833,
la agitación popular y la campaña de la prensa opositora anunciaba
el próximo estallido revolucionario contra el gobierno de Balcarce.
Una circunstancia inmotivada precipitó los hechos.
Ante la procacidad del lenguaje usado por los diarios, el gobierno ordenó
al fiscal de Estado que les acusara por abuso de la libertad de imprenta.
Entre los que fueron objeto de proceso se encontraba uno de los órganos
de la oposición rosista que más se singularizaba por sus ataques,
denominado precisamente “El Restaurador de la Leyes”. El título del
diario proporcionó a la oposición la oportunidad, mediante un
equívoco de confundir a la opinión. El 11 de octubre aparecieron
en la ciudad grandes carteles en los que se decía que a las diez de
la mañana del mismo día sería enjuiciado “El Restaurador
de las Leyes”. El público creyó que se trataba de Rosas, y a
la hora fijada para la reunión del jury frente a la Casa de Justicia
se hallaban reunidas dos mil personas que respondían con vivas a R
osas, y mueras al gobierno. El jury no pudo sesionar, y la multitud gritando
y vociferando, abrióse paso entre las tropas que intentaba disolverla,
se dirigió a Barracas, donde se procedió a organizarla para
la lucha. El día 12 las fuerzas del gobierno trabaron combate con los
revolucionarios allí acampados, viéndose obligados a retirarse
a la ciudad.
El 13 llegaron a Barracas numerosos grupos de ciudadanos con armas y fue
proclamado jefe de la revolución el general Agustín Pinedo.
Las exigencias de éste era de que Balcarce cesara en el mando, lo que
hizo fracasar todo arreglo pacífico. El 1 de noviembre los revolucionarios
avanzaron sobre la ciudad ocupándola en su mayor parte. El día
3 Balcarce enviaba un mensaje a la Legislatura, donde declaraba que se sometía
de antemano a lo que ésta resolviera “sobre el cese de su destino”.
La Legislatura determinó que Balcarce cesara en el mando y nombró
en su lugar a Viamonte. Nuevamente elegido como gobernante de transición,
debió hacer frente a momentos difíciles. Llamó a su ministerio
al general Guido y al Dr. García que procuraron seguir en el gobierno
la política que les dictaba sus antecedentes liberales. Los rosistas
habían recuperado sus bancadas en la Legislatura y lograron que se
declarase beneméritos a los revolucionarios de octubre. Por esa época
llegó de regreso a Buenos Aires, Rivadavia, y a poco de desembarcado,
el gobierno dispuso que se reembarcara, debido a la presión de los
rosistas que, prevenidos por las denuncias de Manuel Moreno, a la sazón
embajador en Londres, desconfiaban de quien creían inspirador de un
nuevo proyecto para establecer una monarquía en el Río de la
Plata. El 5 de junio de 1834, Viamonte impotente para contener la confusión
y el desorden, y sin fuerzas con que imponerse a los Restauradores, presentó
su dimisión. La Legislatura nombró a Rosas, el 30 de junio,
sin acordarle especialmente las facultades extraordinarias, pero renunció.
La Legislatura insistió tres veces agotando todos los recursos para
que aceptase el cargo. Rosas reiteró otras tantas veces su renuncia.
Entonces se procedió a elegir entre sus parientes y amigos de plena
confianza: Tomás y Nicolás Anchorena; Terrero y el general Pacheco,
quienes fueron sucesivamente designados, aunque todos rehusan. Finalmente,
ante la acefalía del Poder Ejecutivo ocupó interinamente el
cargo de presidente del cuerpo legislativo el Dr. Manuel Vicente Maza, el
1º de octubre. Por insinuación de Rosas que ejercía gran
influencia sobre el gobernador, éste envió a Quiroga al Norte
con el fin de evitar la guerra entre el gobernador de Salta, Pablo Latorre,
y el de Tucumán, Alejandro Heredia que se hallaban enfrentados. Antes
de su partida Quiroga tuvo una extensa conversación con Rosas, que
lo acompañó hasta la hacienda de Figueroa, en las proximidades
de San Antonio de Areco. Una vez que aquél partió, a su pedido,
Rosas le envió desde ese lugar una carta, fechada el 20 de diciembre
de 1834, en la que le expresó largamente sus ideas con respecto a la
organización institucional del país. Producido el asesinato
de Quiroga, en Buenos Aires, el partido rosista lo esgrimió como arma
política para achacarlo a intrigas y maquinaciones de los unitarios.
Se había eliminado el principal sostén de la causa federal en
el interior. En semejante ambiente de zozobra, el Dr. Maza se dirigió
a la Legislatura presentando la renuncia del mando.
Aceptada, se declaró en sesión permanente, y el 7 de marzo
de 1835, nombró a Rosas gobernador de la provincia por un período
de cinco años, con facultades extraordinarias y la Suma del Poder Público
por todo el tiempo que a su juicio fuere necesario sin más limitaciones
que conservar y defender la Religión Católica y sostener la
Causa Nacional de la Federación. El electo exigió que se realizase
un plebiscito para ratificar esta designación, lo que se verificó
durante los días 26 a 28 de marzo, arrojando un resultado casi unánime
a favor del Restaurador. De 9320 ciudadanos solo 8 votaron en contra, siendo
que no hay noticia de ninguno que se hubiera abstenido de concurrir al acto.
Era la consagración popular más completa. Creyóse innecesario
consultar a la opinión de la campaña, pues se descontaba que
ella era en su totalidad favorable a Rosas. De inmediato, la Legislatura
reprodujo su decisión anterior por una mayoría abrumadora.
El 13 de abril, Rosas asumió el gobierno, y lanzaba una proclama en
que se decía puesto por la Divina Providencia con un poder sin límites,
para sacar a la Patria del abismo en que se hallaba sumergida. La asunción
del mando por Rosas fue celebrada en Buenos Aires con manifestaciones de
entusiasmo y adhesión sin precedentes. Formó su ministerio
nombrando al Dr. Felipe Arana para el departamento de Gobierno y Relaciones
Exteriores; a José M. Roxas y Patrón para el de Hacienda, y
al general Pinedo en el de Guerra y Marina. Una de sus primeras medidas de
gobierno fue iniciar la causa por asesinato de Quiroga. A tal efecto, designó
a Maza para presidir el tribunal. De resultas del juicio fueron condenados
a muerte el ejecutor material del crimen Santos Pérez y los instigadores
directos, los hermanos José Vicente y Guillermo Reinafé. Rosas
“sentaba las normas de un derecho federal en base a los atributos judiciales
y nacionales delegados por las provincias, ejercido al dirigir las relaciones
exteriores, la economía y el ejército nacional. Asimismo dio
al federalismo un sentido social nacionalizador capaz de ser asimilado por
todos sus caudillos uniformemente”, tratando de hacerle entender esas ideas
a hombres como Ibarra, López y Heredia, como consta en sendas cartas
dirigidas a ellos. Igual penetración acusó el capítulo
económico del segundo gobierno, iniciado luego de promulgarse la famosa
Ley de Aduana, el 18 de noviembre de 1835, que entraría en vigencia
al año siguiente. Rosas viró en redondo en sus concepciones
económicas, y acicateado por las críticas y reclamaciones formuladas
por Pedro Ferré, la dictó en uso de sus facultades extraordinarias.
Impuso un sistema proteccionista que hizo prevalecer las conveniencias nacionales
sobre los intereses locales porteños, y rodeó a Rosas de prestigio
verdaderamente nacional. Todas las provincias vieron entonces reactivadas
las artesanías y el tráfico mercantil.
Por primera vez se habla en documentos de gobierno de las atenciones que
requiere una “clase media” apta para atender las necesidades de la industria;
se arbitran medios para la formación de “artesanos hábiles”,
para la creación de una marina de cabotaje, para la formación
de prácticos en plantíos y demás faenas del campo, etc.
Además de las aduanas fueron creados y aumentados otros arbitrios,
principalmente, y en grado elevado el impuesto al capital llamado Contribución
territorial, medida a la que no fue ajena la sublevación de algunos
estancieros del sud que si por alguna de Aduana de 1835, en uso de su facultad
legislativa, también dictó la ley de supresión del Banco
Nacional de 1836, con fundamentos claros al señalar que la moneda corriente
está exclusivamente garantizada por el gobierno, quien es el deudor
de ella al público, y más adelante agrega que el gobierno es
accionista del establecimiento por casi tres quintas partes de su capital.
En su reemplazo fundó el Banco de la Provincia de Buenos Aires, el
30 de marzo de 1836, con la colaboración de su Ministro de Hacienda,
Roxas y Patrón. En 1833 se constituyó en Buenos Aires la Sociedad
Popular Restauradora, con el objeto de apoyar la acción política
de Rosas, presidida por Julián González Salomón. Sobre
la denominación oficial de Restauradora primó el nombre de Mazorca,
que le fue dado por el marlo colocado encima de los carteles, donde se leían
poesías encomiásticas dirigidas a Rosas, en las festividades
públicas realizadas en su honor. En un principio formaron parte de
la misma las personas más distinguidas de la sociedad porteña,
pero al llegar los años críticos de la intervención extranjera
y de la conspiración interna, cayó en manos de elementos populares
que le imprimieron el carácter de órgano de represión
de los adversarios políticos. Rosas debió hacer frente al conflicto
con Bolivia.
Desde que el gobierno de ese país no se avino a tratar los problemas
de límites y la cuestión de la provincia de Tarija, cuya soberanía
reclamaba Rosas, las relaciones entre ambos gobiernos eran tirantes. Posteriormente,
el presidente de Bolivia, general Santa Cruz, se inmiscuyó en las luchas
políticas del Norte argentino protegiendo uno de los bandos y fomentando
la preparación de expediciones armadas en el territorio de su jurisdicción.
Santa Cruz ejercía de un modo absoluto el poder en su patria e intervenía
en las discordias internas del Perú y tenía veleidades imperialistas
de extender su predominio a las repúblicas vecinas del Ecuador, Chile
y Argentina. El Pacto de Tacna constituyó la Confederación Perú-Boliviana.
Rosas declaró la guerra a Santa Cruz, el 19 de mayo de 1837. El gobernador
de Tucumán, general Heredia, fue nombrado jefe del ejército
de operaciones. Las fuerzas argentinas constituidas principalmente por milicias
de las provincias del Norte, se situaron en la frontera. Allí sostuvieron
algunos combates parciales con las enemigas, quienes se limitaron a la defensiva
esquivando toda acción decisiva. La preocupación de ambos gobiernos,
absorbida por peligros más graves, fue causa de que se abonaran las
hostilidades. Heredia no entendió mayormente al ejército, requerido
por sus intereses políticos en Tucumán, delegó en jefes
subalternos el desarrollo de operaciones. El 20 de 1839, las fuerzas de Santa
Cruz eran derrotadas por el ejército chileno, al que se había
unido otro peruano, en la batalla de Yungay. El Protector fue depuesto y
el Perú restableció su gobierno propio. En seguida se dio término
al conflicto y se reanudaron las relaciones diplomáticas argentino-bolivianas.
Mientras tanto Rosas también debió ocuparse del conflicto con
Francia. La primera intervención de este país en el Río
de la Plata fue promovida por el vice-cónsul Mr. Aimé Roger.
El 30 de noviembre de 1837, presentó una nota en la que reclamaba
por la detención de varios súbditos franceses y por otros incorporados
al ejército. Insistió entonces en que se acordara a todos los
de su nación el mismo privilegio otorgado por un tratado a los británicos.
La actitud de Mr. Roger estaba influenciada por los agentes franceses en
Montevideo, cuyas connivencias con Rivera y los emigrados de Buenos Aires
opositores a Rosas eran notorias. Como el ministro argentino contestara que
se procedería a estudiar los antecedentes de los casos enunciados
en la nota referida, al agente francés expresó que no admitiría
la prórroga de la discusión si antes el gobierno de Buenos
Aires no ordenaba la libertad de sus connacionales, y como no se accediera
a estas pretensiones, pidió inmediatamente su pasaporte, marchándose
a Montevideo. El 24 de marzo de 1838, el contralmirante Luis Leblanc al frente
de las fuerzas navales francesas estacionadas en el Río de la Plata,
dirigió a Rosas una nota en que ampliaba las exigencias de sus compatriotas
pidiendo que se suspendiera, con respecto a los súbditos de esa nacionalidad,
la aplicación de las leyes para con los extranjeros, comprometiéndose
a tratar sus personas y propiedades, según los principios de la nación
más favorecida hasta que se formulara un tratado, y que se les reconociera
el derecho a reclamar las indemnizaciones correspondientes por los perjuicios
sufridos por los actos del gobierno argentino. Rosas desconoció las
exigencias de dicho jefe militar para tratar tales asuntos, y Leblanc declaró
en estado de riguroso bloqueo por las fuerzas navales francesas el puerto
de Buenos Aires y todo el Litoral. La actitud de Rosas se ajustaba a las prácticas
del Derecho de Gentes y resguardaba la dignidad nacional. Leblanc no tenía
personería para tratar este asunto, y el gobierno argentino no podía
reconocer a los franceses por la imposición de la fuerza, situaciones
jurídicas iguales a la que disfrutaban los británicos, cuando
éstos las habían obtenido mediante la celebración de
un tratado que asignaba ventajas recíprocas. El bloqueo colocó
al gobierno de Rosas en una situación económica angustiosa.
Como dice José María Rosa, el bloqueo es un acto de beligerancia
que tiende a debilitar una situación política, provocando un
fuerte malestar económico, y eso era justamente lo que se buscaba.
Produjo grandes males en la hacienda pública. El gobierno se vio obligado
a revocar la aplicación de los impuestos elevados sancionados por
la Ley de Aduana. Siendo la renta aduanera el principal apoyo del gobierno
y cesando prácticamente el comercio exterior, se vio privado de recursos,
debiendo recurrir a empréstitos y contribuciones que proporcionaron
comerciantes y hombres acaudalados para evitar la bancarrota general. Fue
interrumpida solamente la rutina comercial, pero el comercio no llegó
a cerrar sus puertas ni hubo quiebras. La escasez del trigo y harina trajo
inconvenientes. Rosas prohibió la exportación de estos artículos.
Después se redujeron en una tercera parte los derechos a todas las
importaciones, que al igual que el anterior, estuvo en vigor durante el bloqueo.
También suspendió la vigencia de la ley del 4 de marzo de 1836,
o sea, la aplicación del 25% de más que se cobraban a los efectos
de ultramar llevados a Montevideo. La moneda se desvalorizó, siendo
otro de los inconvenientes, pero el comerciante pudo contrarrestarla con
el aumento que hizo al precio de sus mercaderías de reserva y la escasez
de las mismas en la plaza. También se tomaron medidas de carácter
político contra los unitarios como fueron los embargos que se practicaron
sobre sus bienes muebles y semovientes “derechos y acciones de cualquier
clase que fueren, para compensar los quebrantos causados en la fortuna de
los fieles federales, en las erogaciones extraordinarias del Tesoro público
y a los premios que el gobierno acordó a favor del ejército
de línea, milicias y otros”. Estos bienes fueron administrados por
una Caja de Secuestros, y su producido se empleaba en el abastecimiento del
ejército, bajo la vigilancia directa de Rosas. Se efectuó la
represión de los agiotistas y especuladores, en su mayoría
unitarios o clasificados en ese momento como tales. Para completar el cuadro
de medidas drásticas, se suprimieron todos los gastos que no fueran
indispensables para la vida del Estado, acudiéndose las partidas de
gastos y sueldos e los hospitales públicos, la Casa de Expósitos,
la Universidad, a las escuelas del estado y Administración de Vacuna.
Mientras se habían producido todos los inconvenientes económicos
apuntados, el 23 de septiembre de 1838, Mr. Roger, desde Montevideo dirigió
a Rosas un ultimátum. Fue en tal circunstancia que intervino como
mediador el ministro británico acreditado en Buenos Aires, Mr. Mandeville.
Cuando todo hacía esperar que Rosas viniera a Buenos Aires para dar
término al conflicto como lo prometiera el representante inglés,
una conferencia con Rivera lo hizo desistir del viaje y cambiar de actitud.
Al mismo tiempo las fuerzas de la escuadra francesa, después de un
rudo combate se apoderaron de la isla Martín García, a quienes
opuso una heroica resistencia su comandante, el coronel Jerónimo Costa.
El sitio duró cerca de tres años, pero en verdad no fue totalmente
efectivo, aunque como lo hemos señalado infligió graves daños
a la economía provincial. Las fuerzas bloqueadoras efectuaron expediciones
punitivas enviando barcos de guerra que atacaron y destruyeron las instalaciones
portuarias, pero fueron repelidos. El contrabando también se generalizó
tolerado por los gobiernos de Buenos Aires y Montevideo, y estuvo dirigido
por individuos influyentes de la política. Durante el año 1839
–dice Burgin- cuando la flota francesa se mostró particularmente activa,
muy pocos negocios se hicieron, y después de terminado el bloqueo,
la recuperación fue lenta y difícil, impedida en no poca medida
por la expedición de Lavalle, y la Revolución de los Hacendados
del sur de la provincia de Buenos Aires que fue vencida y severamente reprimida.
Simultáneamente con los éxitos militares logrados por Rosas,
había conseguido liquidar el conflicto con Francia, dando así
término al bloqueo, privando a sus enemigos de los auxilios y recursos
que aquéllos les proporcionaban. Por mediación del ministro
inglés en Buenos Aires, desde principios de 1840, se habían
iniciado negociaciones con el gobierno francés. El 29 de octubre de
ese mismo año, el representante argentino Dr. Felipe Arana y el barón
de Mackau, plenipotenciario del rey de Francia, firmaron una convención
que restablecía la paz entre ambos gobiernos. Por las cláusulas
del tratado los franceses levantaron el bloqueo y devolvieron la isla Martín
García; la Confederación Argentina debió eximir del servicio
en las milicias a los ciudadanos franceses residentes, e indemnizar a aquellos
que hubieran sufrido algún daño a causa del conflicto. Los
emigrados argentinos y opositores que combatían a Rosas podrían
volver libremente a su país. Ratificada la Convención, Rosas
envió al general Mansilla acompañado de Lavalle para invitarlo,
en vista de los términos de aquélla a que depusiera las armas
si se acogía a lo estipulado. Lavalle rechazó la amnistía
propuesta. Levantado el bloqueo y obtenida la paz con Francia, el 29 de octubre
de 1840, se restableció rápidamente el intercambio con los mercados
extranjeros, pero era imposible volver a la política económica
anterior. Sintióse la necesidad de modificar la tarifa proteccionista
de 1835, por razones de carácter económico y fiscal. El bloqueo
había probado que el país se encontraba capacitado para hacerse
autónomo y la escasez de artículos manufacturados aceleró
el proceso. Afianzado el poder de Rosas en el interior, quedaba a sus enemigos
la resistencia en el Litoral donde continuaban la guerra el gobernador Ferré,
de Corrientes, y el presidente del Estado Oriental; Rivera. Por incapacidad
de Ferré y del gobernador de Santa Fe, Juan Pablo López, resultaba
ser el jefe de la guerra en el Litoral. Oribe, consecuentemente reforzado
por Rosas, cruzó el Paraná para enfrentar a Rivera, quien de
inmediato pasó todas sus fuerzas del lado del Uruguay, y ambos se encontraron
en Arroyo Grande, el 6 de diciembre de 1842. Derrotado Rivera marchó
Oribe a Montevideo, donde la mayor parte de los defensores de la ciudad eran
extranjeros, hallándose entre ellos, José Garibaldi, con su
Legión Italiana. En marzo comenzaron los combates entres las fuerzas
sitiadoras y las de la plaza, pero como ésta se surtiera de víveres
por agua, Rosas declaró bloqueado el puerto de Montevideo, ordenando
efectuarlo al almirante Brown, jefe de la escuadra argentina. El comodoro
Purvis, jefe de la flota inglesa, en vista de las circunstancias que planteaba
el bloqueo se trasladó de Río de Janeiro al Río de la
Plata, y notificó a Brown que no toleraría ningún acto
de hostilidad contra la ciudad de Montevideo. La actitud asumida por el jefe
inglés violaba los deberes de la neutralidad y desconocía los
derechos de beligerancia, por lo cual, el gobierno reclamó de ella
al representante diplomático de Gran Bretaña en Buenos Aires,
pero éste alegó que desconocía las instrucciones recibidas
por el comodoro Purvis del gobierno de Londres para proceder en tal sentido.
Purvis persistió en su actitud y evitó la rendición
de Montevideo secuestrando la escuadra mandada por Brown. Posteriormente,
el comodoro inglés fue relevado y los barcos devueltos, más
continuó ejerciendo la presión de las escuadras extranjera
a favor de los sitiados.
Como la situación en Montevideo era difícil, el gobierno de
la Defensa por sugestión de Purvis envió a Londres al doctor
Florencio Varela, con el objeto de promover la intervención armada
de Inglaterra, a la que se le ofreció la libertad de comercio y navegación
de los ríos. Varela se entrevistó con lord Aberdeen, pero éste
rechazó tal proposición. En 1844 se celebraron conversaciones
entre Inglaterra, Francia y Brasil, negándose la primera a tratar con
la última, lo relativo a un protectorado e la República Oriental,
porque había resuelto tomar parte en la contienda juntamente con Francia,
sin intervención de aquéllos. Mientras tanto en Buenos Aires
en enero de 1845, el comercio seguía sufriendo el bloqueo y las operaciones
que se hacían eran forzadas. En mayo de ese año, Oribe –firme
aliado de Rosas- se propuso tomar la plaza de Montevideo por asalto, pero
los almirantes al frente de los barcos ingleses y franceses, respectivamente,
suministraron a ésta gran cantidad de víveres y armamentos,
y notificaron a Oribe que no permitirían la operación militar.
Para apoyar sus pretensiones los franceses e ingleses contaban con 20 barcos
armados, mas de 400 cañones y 3500 hombres. Por entonces llegaron
al Plata el barón Deffaudis, enviado de Francia y Mr. Gore Ouseley
por parte de Inglaterra, acreditados como ministros plenipotenciarios ante
el gobierno argentino para procurar el arreglo de la cuestión oriental.
Por las instrucciones recibidas del gobierno inglés, Ouseley debía
exigir de Rosas que levantara el bloqueo de Montevideo y retirara sus fuerzas
de la Banda Oriental; las que traía Deffaudis eran análogas.
El Ministro de Relaciones Exteriores Dr. Arana, a su vez, les declaró
no admitiría ninguna mediación sin que previamente se reconociese
el bloqueo argentino de los puertos de Montevideo y Maldonado, por las fuerzas
navales de Francia e Inglaterra. Deffaudis y Ouseley insistieron en julio
de 1845, señalando que las crueldades de la guerra en la Banda Oriental
habían conmovido a todo el mundo civilizado, y que esa misma guerra,
al obstruir la navegación en el Río de la Plata, afectaba el
comercio inglés y francés. El gobierno argentino se mantuvo
en la negativa, y aquellos pidieron sus pasaportes. El 2 de agosto la escuadrilla
argentina era apresada frente a Montevideo, y repartida junto con su armamento
entre las escuadras francesas e inglesas, quienes inmediatamente establecieron
el bloqueo de los puertos argentinos. Los agresores se apoderaron de Colonia,
y el 5 de septiembre, Garibaldi tomó la isla Martín García,
y con sus barcos asoló el Litoral argentino. El 18 de septiembre de
1845 se declaró el bloqueo anglo-francés a los puertos argentinos,
que causó estragos en el comercio porteño. Con el fin de realizar
el intercambio comercial con Corrientes y el Paraguay, los aliados se propusieron
forzar el paso del Paraná y conseguir el dominio del gran río.
Rosas para obstruir el estrecho paso de la escuadra enemiga había
mandado emplazar baterías en las costas del río a la altura
de San Pedro, donde éste forma un recodo cuya extremidad saliente es
conocida como la Vuelta de Obligado. AL remontar el Paraná la escuadra
enemiga encontró en ese lugar el 20 de diciembre de 1845, que se había
emplazado cuatro baterías que disparaban desde la costa, y entre ambos
márgenes se colocaron sobre barcos desmantelados gruesas cadenas de
orilla a orilla para impedir el paso de las naves. El fuego que se sostuvo
fue incesante durante siete horas consecutivas, y la poderosa escuadra al
pasar quedó completamente diezmada. Consiguieron forzar el paso con
varios barcos maltrechos y sufriendo muchas bajas, pero con ello no obtuvieron
el dominio fluvial, pues los grandes convoyes de barcos mercantes que escoltaban
aguas arriba y de vuelta con mercaderías, eran continuamente hostigados
y cañoneados desde varios puertos de la costa, llegando a destino con
pérdidas cuantiosas. A pesar del bloqueo no existía declaración
formal de guerra entre el gobierno argentino y los de Inglaterra y Francia.
EL comercio inglés con esta situación caótica decreció
visiblemente, y ambas potencias presionadas por la opinión pública,
se vieron obligadas a intentar negociaciones con Rosas para solucionar el
conflicto definitivamente. Al efecto designaron a Mr. Tomás Hood, quien
en carácter de agente confidencial llegó a Buenos Aires el
13 de julio de 1846. Las proposiciones del enviado fueron: suspensión
de las hostilidades en Montevideo y desarme de las legiones extranjeras en
dicha plaza; retiro de las fuerzas auxiliares argentinas; devolución
de la isla Martín García y de los barcos apresados. Aceptadas
por Rosas y Oribe, ellas encontraron inconvenientes insalvables en el gobierno
de la Defensa de Montevideo y la misión fracasó.
Sin embargo, a raíz de ese revés político, la situación
del comercio mejoró transitoriamente. En 1847, se reanudaron las negociaciones
por el conde Walewski, en representación de Francia y lord Howden por
Inglaterra, sobre la base de las propuestas formuladas por Hood. Se repitió
el mismo fracaso, pero igual Howden decidió levantar el bloqueo por
parte de Inglaterra. Francia quedaba sola en el conflicto. Al levantarse el
bloqueo en 1848, la actividad económica continuó siendo escasa
en Buenos Aires. La firme actitud de Rosas ante la intervención extranjera
le valió el recnonocimiento del general San Martín, que desde
Europa seguía atentamente los acontecimientos del Río de la
Plata. En una carta fechada en noviembre de ese año, le decía
a Rosas que había tenido “una verdadera satisfacción al saber
el levantamiento del injusto bloqueo con que nos hostilizaban las dos primeras
naciones de Europa”. Y le agregaba que esa satisfacción era tanto más
completa cuanto el honor del país no había tenido nada que
sufrir, y por el contrario presentaba a todos los nuevos Estados americanos
un modelo que seguir. Para esa época, San Martín ya había
redactado su testamento, en cuya cláusula tercera dispuso que el sable
que le había acompañado en toda la guerra de la independencia
de América del Sur, le fuera entregado al general Rosas como una prueba
de la satisfacción que le había causado el ver la firmeza con
que había sostenido el honor del país frente a las injustas
pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarlo. Este legado se
hizo efectivo a la muerte del general San Martín. Por último,
la convención Southern-Arana liquidó definitivamente la cuestión
con Inglaterra, y el 31 de agosto de 1850, se concluyó una similar
con el contralmirante Le Predour, enviado de Francia. Ambas casi reproducían
las cláusulas aceptadas por Mr. Hood. El bloqueo fue levantado y evacuada
la isla Martín García. Este éxito le valió a
Rosas la consolidación ante las potencias mundiales como un tenaz
defensor del principio de autodeterminación de los pueblos ante la
intervención extranjera. En cuanto a su política económica,
Adolfo Saldías en su Historia de la Confederación Argentina,
no solo la reconoció sino que alabó el sistema financiero que
impuso. No creemos que Rosas no haya concebido un plan económico porque
estaba absorbido por las luchas políticas. Ni tampoco que no contara
con la colaboración valiosa de su ministro de Hacienda Roxas y Patrón,
sobre todo recordando que éste fue el autor del “Plan General de Hacienda”
preparado en 1827, cuando acompañó en esa misma cartera al coronel
Dorrego. Roxas y Patrón fue un hombre de sorprendente actividad de
criterio amplio y recto, dotado de grandes conocimientos. Restableció
el crédito perdido y encauzó la hacienda pública por
una senda de solidez duradera. En su primer gobierno, Rosas afrotó
las dificultades con habilidad y valor –reconoce Miron Burgin-, y si bien
no lanzó un amplio programa de mejoramiento económico y social
se justifica quizá por la razón de que el país acababa
de salir de un período de intranquilidad y guerras civiles. Por eso
pudo con la conciencia tranquila reclamar dos años más tarde
un mandato absoluto. Su poder se hace entonces personal y vitalicio. Hay incluso
banderas, aduanas, y monedas diferentes, pero el poder militar de Rosas garantiza
la estabilidad del conjunto y constituye una cierta garantía contra
los excesos. Así lo reconocía el pueblo todo cuando asumió
los poderes extraordinarios en 1835. Nadie dudaba sobre la necesidad de implantar
una dictadura para unificar el país –acota Sampay-, y para construir,
conforme al programa de la Revolución de Mayo un edificio bien calculado
y sólido para l a burguesía progresista. Esa fue la idea que
sustentaron los jóvenes de la Asociación de Mayo, entre ellos,
Marcos Sastre y Alberdi, quienes propugnaron una dictadura revolucionaria.
Rosas, al enlazar sus ideas con el orden antiguo, rompió con la Revolución
de Moreno, Castelli, el Triunvirato, Rivadavia, Monteagudo, Alvear, etc.,
pues está en la línea de Saavedra, del deán Funes, la
Junta Conservadora, el Cabildo, etc. Planteó un criterio económico
y social realista, al aceptar la influencia de factores viejos y nuevos relevantes
para la creación de un orden: Rosas buscaba sentar las bases de la
Argentina como Nación. Resulta pueril aplicar el término “feudal”
a la economía de Rosas –como lo hacen los liberales unitarios-, porque
fue la antítesis misma del feudalismo al adjudicar el suelo en plena
propiedad “ a los hijos de la Provincia y a los avecindados en ella naturales
de la República”, y de preferencia “ a los de familia humilde” suertes
de estancias formadas de las tierras del Estado sin más condición
que la afincarse en ellas, poblarlas y trabajarlas. En cambio, Rivadavia
con su idea genial de hipotecar la tierra pública llegó al
régimen de inmovilizarla, con la necesaria consecuencia de la implantación
de la “enfiteusis”, sistema al que correctamente corresponde –ahora sí-
el calificativo de “feudal”,.como bien dice Oliver. Juan B. Justo, partidario
del materialismo histórico, en La Teoría Científica
de la Historia, escribió sentenciosamente que “Rosas fue el único
que repartió realmente la tierra entre los pobladores de la campaña”.
Después de asumido su segundo gobierno –continúa Burgin- la
provincia gozó de una estabilidad no perturbada por desórdenes
internos ni siquiera exteriores. La recuperación económica
acompañó la estabilidad política, y el gobierno hizo
todo lo que estaba a su mano para contribuir a la progresiva expansión
de la economía provincial. La incorporación de los territorios
conquistados en su campaña al Desierto, le permitió estimular
el desarrollo de la agricultura y la ganadería. En la lucha contra
el indio, Rosas fue el fundador, organizador y administrador de las poblaciones
de Bahía Blanca, Junín, 25 de Mayo, y de otros pueblos hasta
donde llevó la línea de frontera. Las emisiones hechas en virtud
de la ley de 1846, a consecuencia del bloqueo anglo-francés tenían
una perfecta justificación financiera, desde que había que
acudir a las necesidades de un presupuesto de más de 60 millones anuales,
y la acción del enemigo hubo cortado la corriente casi única
de la renta pública”. En lo referente a la organización administrativa
que mucho tiene que hacer con lo económico, Rosas echó las bases
del Ministerio de Hacienda de la provincia separando la Dirección de
Rentas de la Contaduría, y a la Tesorería la erigió en
Departamento. En materia de contabilidad publicó diariamente en “La
Gaceta Mercantil”, el diario oficial, el estado de la Tesorería, y
mensualmente las informaciones de la Oficina de Estadística. Por otra
parte, fue un mandatario prolijo al dar cuenta anualmente de su labor a través
de los Mensajes legislativos. Mariano Fragueiro también ponderó
la obra económica de Rosas. Tras el balance efectuado solo resta mostrar
la conformación y estructuración de una verdadera cultura nacional
en la época rosista. Las letras y en particular sus expresiones de
poesía popular alcanzaron altura como producto de la contienda ideológica
y política de federales y unitarios. La música y el teatro
no sufrieron limitaciones, sino todo lo contrario, hubo intensa actividad.
Desfilando sin pausa aparte de los conjuntos líricos y concertistas,
los mejores artistas dramáticos del período 1830-52. La pintura
y el grabado se destacó por su riqueza y calidad, a través
de la actuación de unos 60 pintores y grabadores entre argentinos
y extranjeros. La litografía tuvo su importancia por la actuación
de Bacle, Ibarra, Morel y Pellegrini. Las prensas publicaron numerosos libros
didácticos para la Universidad, las escuelas públicas y privadas.
La difusión de la imprenta durante este período y el establecimiento
de importantes talleres gráficos permitió la producción
de una valiosa y vasta bibliografía.
La Imprenta del Estado administrada por Pedro de Angelis y sus publicaciones
famosas; la Imprenta de “La Gaceta Mercantil” que incorporó la primera
máquina impresora movida a vapor que llegó a Sud América,
editó el principal periódico durante muchos años; “The
British Packet”, diario escrito en inglés favorable a Rosas; el “Archivo
Americano” que comenzó a publicarse el 12 de junio de 1843 y se extinguió
el 24 de diciembre de 1851. Fue publicación oficial de la Confederación
Argentina redactado por de Angelis y supervisado directamente por Rosas, en
la que se daban a conocer artículos y documentos oficiales en inglés,
francés y castellano, destinados a contrarrestar en el exterior la
propaganda europea y brasileña contra el gobierno de don Juan Manuel,
especialmente la campaña de la “Revista de Dos Mundos”. El promedio
general para un período de 24 años (de1829 a 1852) arroja 50
publicaciones anuales, cifra verdaderamente significativa. La instrucción
primaria y la secundaria se vio nutrida con importantes colegios como el Republicano
Federal y el Colegio Argentino de San Martín, lo mismo que la dispensada
por algunas órdenes religiosas como la Compañía de Jesús,
restablecida por Rosas en 1836. En la Universidad, el Departamento de Jurisprudencia
funcionó con dos profesores Rafael Casagemas y José León
Banegas, que puede decirse, consiguieron orientar a numerosas generaciones
que veían en lel Derecho “el motor y nervio más importante
de la sociedad, el más necesario y el que debía conservarse
a pesar de las perturbaciones políticas”. Esas mentalidades quedaron
impregnadas de “un culto por la personalidad humana, del cual deriva naturalmente
el reconocimiento de sus derechos y libertades” (Zoraquín Becú).
La Universidad continuó sobrellevando su propia existencia, y su acción
marchó parejamente conformada con la manera de sentir, pensar y obrar
de la sociedad que gobernaba Rosas. Los estudios no se paralizaron y el número
de graduados se mantuvo en forma estable. Los guarismos así nos lo
revelan, en 1831, se graduaron 11; al año siguiente 12; en 1834, 11
y en 1837, 18; luego decayó el número a partir de 1838, pero
volvió a elevarse, alcanzando a 16 en 1850, y 15 en 1852. Estos graduados
brillaron después en el gobierno, la política y el foro. Las
generaciones que pasaron por la Universidad se nutrieron fundamentalmente
en tendencias que contaron con un mayor tradicionalismo, entendiendo por
ello, el respeto a la religión y a todos los valores sociales existentes.
Con respecto a los médicos y catedráticos que emigraron durante
la época de Rosas, su número fue muy reducido. En cambio, todo
lo contrario sucedió en cuanto al número de graduados, ya fuesen
médicos cirujanos, tocólogos y farmacéuticos. De 1830
a 1852 se graduaron 223 profesionales, mientras que en los 22 años
siguientes, entre 1853 y 1873, los graduados de Medicina alcanzaron a 140,
incluyéndose en ambos períodos a los extranjeros que revalidaron
sus títulos. Entre las causas de la caída de Rosas figuran el
pronunciamiento de Urquiza en contra de él realizado el 1º de
mayo de 1851. El Dictador elevaba todos los años a la Legislatura bonaerense
la renuncia del cargo que investía, y a las distintas provincias la
de las facultades para dirigir las relaciones exteriores y las cuestiones
de paz y guerra. Invariablemente, aquella y los gobiernos de provincia la
rechazaban reiterándole su adhesión. Pero en esta oportunidad,
el gobierno de Entre Ríos declaró que en vista de la situación
física en que se hallaba Rosas, no le permitía por más
tiempo continuar al frente de los negocios públicos, dirigiendo las
relaciones exteriores y los asuntos generales de paz y guerra de la Confederación
Argentina. Agregaba que reiterar al general Rosas las anteriores insinuaciones
para que permaneciese en el lugar que ocupaba era faltar a la consideración
debida a su salud, y cooperar a la ruina total de los intereses nacionales
que él mismo confesaba no poder atender con la actividad que ellos
demandaban.
En vista de otras no menos graves consideraciones, era voluntad del pueblo
entrerriano reasumir el ejercicio de las facultades inherentes a su territorial
soberanía delegados en el gobernador para el cultivo de las relaciones
exteriores y dirección de los negocios de paz y guerra de la Confederación
Argentina, en virtud del Tratado de Cuadrilátero. El 25 de mayo, Urquiza
lanzaba una proclama a los pueblos de la República, invitándolos
a la campaña que iba a emprender contra Rosas y a favor de la organización
del país. En ella adelantaba tras otras consideraciones que Corrientes
había respondido a la resolución tomada por Entre Ríos.
Esta proclama o halló eco en las restantes provincias, las que permanecieron
adictas al régimen imperante en Buenos Aires. En este proceso sobre
la caída de Rosas también coadyuvó la política
brasileña en el Río de la Plata, Urquiza buscó su apoyo
y del gobierno uruguayo contrario a Oribe. Rosas declaró la guerra
al Brasil, y de acuerdo a lo estipulado, la coalición se volvió
contra él. El 21 de noviembre de 1851, se celebró una nueva
reunión en Montevideo con representantes de Brasil, Entre Ríos
y la Banda Oriental ajustándose la convención respectiva. Urquiza
se comprometía a pasar el Paraná, cuanto antes, con el ejército
argentino al que se sumaban algunos contingentes de brasileños y uruguayos;
la escuadra brasileña iba a cooperar en las operaciones. Para sufragar
los gastos de la expedición al Brasil adelantaría, en calidad
de préstamo, la cantidad de 100.000 pesos mensuales mientras durase
la guerra, con el cargo de ser reembolsados a su terminación con un
interés del 6%. En noviembre de 1851, el general Pacheco, comandante
en jefe de las fuerzas del norte y centro de la provincia de Buenos Aires,
dispuso la organización de las milicias. Urquiza reunió las
suyas en Gualeguaychú, y la escuadra brasileña, dueña
de los ríos, transportaba las tropas de los aliados sin encontrar mayor
obstáculo. Urquiza marchó hacia Paraná para pasar de
allí a Santa Fe. El gobernador Echagüe pidió inútilmente
refuerzos a Rosas para oponerse a su avance, pero se retiró con sus
fuerzas a Buenos Aires dejando al enemigo dueño de la provincia.
La inercia de Rosas no tiene explicación, pues contaba con fuerzas
suficientes para defender la barrera natural que ofrecía el río
Paraná y no lo hizo; prefirió concentrar todas sus fuerzas en
Santos Lugares, cerca de la Capital. Urquiza avanzó con el Ejército
Grande hasta legua y media del campamento de Rosas a fines de enero de 1852.
En tales circunstancias, el general Pacheco, jefe del ejército rosista,
renunció al mando, viéndose obligado el mismo dictador a dirigir
las operaciones. El ejército aliado estaba compuesto por 20.000 argentinos,
4.000 brasileños y casi 2.000 orientales. La batalla se libró
en Monte Caseros, el 3 de febrero, siendo totalmente derrotado y dispersadas
sus fuerzas. Rosas con su asistente Lorenzo López se dirigió
a la Capital, y después de descansar en el Hueco de los Sauces redactó
su renuncia a la Legislatura, disculpándose por la derrota sufrida.
Se refugió entonces en la Legación inglesa de la calle Santa
Rosa 186, hoy Bolívar entre México y Venezuela, y a pesar de
no encontrar al encargado de negocios Mr. Roberto Gore descansó en
su aposento por encontrarse herido en una mano. Muchos contemporáneos
estuvieron convencidos de que el hecho de haberse dirigido a la casa del ministro
inglés, no fue producto de una resolución improvisada, sino
que obedecía a un plan convenido entre ambos, para el supuesto caso
de sobrevenir una contingencia adversa en el desarrollo de los acontecimientos
políticos y militares. Muchos antecedentes existían en su largo
gobierno para mostrar las óptimas relaciones mantenidas con los ingleses.
Lo cierto es que cuando Mr. Gore se hizo presente en su casa a la tarde le
pidió asilo hasta embarcarse, la reunión de su familia, y el
cuidado de su picazo pampa “Victoria”. Anoticiada Manuelita –desde la noche
anterior pernoctaba en su casa de la calle San Francisco a la espera de los
acontecimientos- de que su padre se hallaba herido en una mano, alas 8 de
la noche salió de su casa para reunirse con él y curarlo, lo
que así hizo. Se convino que a las 24, acompañados por Gore
se embarcarían en el buque “Locust” de donde pasaron el día
4 al “Centaur”. Allí permaneció con su familia hasta que transbordaron
el 10 de febrero al “Conflict” a cargo del comandante Jenner.
Mientras tanto la ciudad de Buenos Aires vivía días de intranquilidad.
El pueblo no recibió su caída como una liberación –dice
Gras- sino la admitió resignado con evidente tristeza. Benito Hortelano
lo relata en forma harto objetiva comentando los saqueos cometidos por bandas
armadas. A la salida del país acompañaban a Rosas sus hijos
Manuelita, Juan Bautista y Manuel, su nuera Mercedes Fuentes Arguibel, su
nieto Juan Manuel, y dos sirvientes que lo atendían. También
se habían embarcado el general Pascal Echagüe, los coroneles Costa
y Febre, además de otros. El 11 de abril llegaron Cork, en Irlanda,
y cuatro días más tarde a Devonport, donde temporariamente y
por primera vez pisó suelo inglés, descendiendo el 23 en Plymouth,
en cuya ocasión fue saludado por la batería de Fuerte con una
salva de disparos. Como equipaje traía consigo una crecida cantidad
de cajones conteniendo la documentación de su archivo particular. El
Almirantazgo de acuerdo a su jerarquía dispuso que los gastos del pasaje
debían ser pagados por el Tesoro Público. En Buenos Aires,
Mr. Gore al margen de corresponder lealmente a la amistad que lo ligaba a
Rosas, protegiendo su fuga, debió sortear momentos difíciles
por la incomprensión e intolerancia que pesaba a su alrededor, a más
de un severo reproche que le dirigió Urquiza. Tras su arribo a Inglaterra,
su nombre resonó en la Cámara de los Lores en labios del conde
de Malmesbury con motivo de discutirse una interpelación del gobierno
motivado por los honores que le dispesaron al desembarcar las autoridades
de Plymouth. Alojados en una posada de esa ciudad Manuelita pudo manejarse
medianamente con su inglés, aprendido en Buenos Aires, mientras su
padre tiene la oportunidad de poner en práctica los rudimentos del
idioma que comenzara a estudiar en el largo viaje. Después de pasar
algunos días en esa localidad, los Rosas se instalaron en Southampton
donde comenzaron a organizar sus vidas. Las primeras cartas que escribió
como expatriado se encuentran datadas en Rockstone House, nombre del hotel
ubicado en la zona urbana que sirvióle de residencia en los primeros
tiempos. En tanto, el gobierno de la provincia de Buenos Aires confiscó
sus bienes, el 16 de febrero de 1852, y Urquiza la declaró nula el
7 de agosto. Un apoderado de Rosas, don Juan Nepomuceno Terrero vendió
entonces la estancia “San Martín” de Cañuelas en 100.000 pesos
que mandó a Rosas. El 23 de octubre de ese año, Manuelita y
Máximo Terrero se casaron en la iglesia católica del pueblo
y se instalaron en Hampstead, próximo a Londres. Su padre comenzó
a quejarse del supuesto abandono en que su hija lo había dejado. Durante
un tiempo se negó a recibir a su hijo político. “No sé
que le ha dado a Manuelita por irse a casar a los treinta años cuando
me había prometido no hacerlo”, se queja. Pero Manuelita no se olvida
del padre. Rosas, más o menos restauradas sus menguadas economías
con ayuda e amigos de Buenos Aires y de Urquiza quién lo favoreció
con 1.000 libras, adquirió Burguess Farm, una suerte de chacra situada
a tres millas del puerto. El autor de las Instrucciones para los Mayordomos
de Estancias, escrita en 1819 y retocada ligeramente en 1825, contaba con
elementos técnicos que aunque discutibles les fueron útiles.
Ensillado con el lomillo porteño que desde Buenos Aires le enviara
Eugenia Castro –su concubina desde la muerte de doña Encarnación-
Rosas siguió mostrando sus aficiones y virtudes de jinete. Allí
recibió constantes atenciones de la sociedad británica y la
visita de políticos eminentes, entre ellos, Lord Palmerston, con quien
se vinculó estrechamente al punto de designarlo en 1862 su albacea
testamentario.
En 1857, se lo enjuició en la Cámara de Diputados del Estado
de Buenos Aires, y por ley del 29 de julio se lo declaró reo de lesa
patria, siendo competencia de los tribunales ordinarios el conocimiento de
sus crímenes, y por el art. 3º se puso en vigencia el decreto
del 16 de febrero de 1852, autorizando al P. E para proceder a la venta de
sus bienes. Rosas presentó el texto de su Protesta. Así vivió
por espacio de un cuarto de siglo en medio de dificultades financieras, ocupado
en su chacra en el cultivo de la tierra.
Tenía dos peones y algunas veces hasta cuatro, a quines pagaba por
día. Mantuvo de manera efectiva a la excelente ama Mary Ann Mils. Desde
1853mantuvo una activa correspondencia con Pepita Gómez su autentica
y eficiente embajadora en Buenos Aires hasta el fallecimiento de la destinataria.
Se sabe que Rosas recibió suficiente ayuda hasta sus últimos
momentos, y que aunque pobre, nunca estuvo en la miseria . Su estado de salud
era pasable a pesar de sus años. En el mes de marzo de 1877 un enfriamiento
le produjo una neumonía diagnosticada como congestión pulmonar.
Un pequeña mejoría hizo creer a su hija que Rosas soportaría
el mal, pero la noche del 13 estaba moribundo, Manuelita se acercó
a su lecho y al besarle la mano la sintió fría. Le preguntó:
¿Cómo te va Tatita? ; Rosas contestó mirándola
con ternura: “no sé niña “ . Y dulcemente al recibir la última
caricia de su hija, los ojos azules del anciano empañáronse
con la sombra de la muerte. A las seis de la mañana falleció
en su granja Burges-Farm, el 14 de marzo de 1877, a los 84 años de
edad .
(Extraido de el site oficial del Instituto Juan Manuel de Rosas)