J.
BOCHACA
publicado en 1978
Autor ya de
diversos libros. La primera parte de “LA HISTORIA DE LOS
VENCIDOS" apareció hace 2 años. Especializado en el tema de la
finanza,
ha publicado ya “LA FINANZA Y EL PODER” y “EL ENIGMA CAPITALISTA”.
Es
uno de los pocos
especialistas que aun quedan en los judíos, y ha publicado una
pequeña obra
titulada “EL MITO DEL JUDAISMO DE CRISTO" y numerosos artículos en
diversas publicaciones nacionales y extranjeras. Actualmente acaba de
terminar
una obra definitiva mostrando la falsedad de los pretendidos 6.000.000
de
judíos exterminados. Esta obra aparecerá en breve en nuestra misma
editorial.
Actualmente se halla trabajando en otra importante obra titulada “LOS
CRIMENES
DE LOS BUENOS”, donde se
ponen al descubierto todos los asesinatos y masacres cometidos por los
vencedores en la II Guerra Mundial. Dicha
obra, como
todas las del autor, rehúye el testimonio de fascistas o nazis y se
remite
siempre a declaraciones hechas por los propios vencedores. La
documentación
gráfica será abundante. Su labor en el campo de descubrir la auténtica
historia
de nuestro siglo le ha llevado a realizar diversas traducciones:
“POEMAS DE
FRESNES” de Robert Brasillach (del francés al español); “IMPERIUM”, de
Francis
Parker Yockcy (del inglés al español); “LAS MEMORIAS DE LINDBERGH, (del
inglés
al español); “LA RESISTENCIA PALESTINA”, (del francés al español);
‘WORLD
CONQUEROS”, de 1. Marchalsko (del inglés al francés); “MEDITACIONES
DF LAS
CUMBRES”, de Julius Evola (del Italiano al español); apasionado de su
labor,
antes de acabar una obra, tiene ya esbozido el plan de la siguiente,
sólo sus
ocupaciones profesionales le impiden dedicarse mas plenamente a su
trabajo.
Durante el pasado año de 1977 un Cursillo semanal de Formacion
ideologica en
Barcelona y algunas otras conferencias sobre sus temas preferidos:
EUROPA, LA
RAZA. LA CUESTION JUDIA, LA FINANZA, etc, le han restado todavía mas
tiempo a
su trabajo. Sin embargo su constante estudio le permite actualizar su
documentación y poder ofrecer obras actualizadas sobre ternas que
naciendo hace
muchos años, han cobrado su importancia en esta segunda mitad del siglo
XX.
Según
el
Honorable
Winston Churchill, la primera victima de la guerra es la verdad.
Difícil
resulta discutir la justeza de esta afirmación del viejo león
británico. A
partir de la guerra franco-prusiana de 1870, y en el curso de todos los
conflictos bélicos de nuestro siglo, la propaganda basada en
atrocidades,
reales o supuestas, del adversario, ha entrado a formar parte del
arsenal
ideológico, cada vez más indispensable para la obtención de la victoria
final.
En el curso de la Primera Guerra Mundial, los Aliados, que monopolizaban casi por entero las agencias de noticias en todo el mundo, acusaron a Alemania de las mayores barbaridades. La propaganda sobre las atrocidades se convirtió en manos de hombres inteligentes pero desprovistos de escrúpulos, en una ciencia exacta: increibles historias de la barbarie germánica en Francia y Bélgica crearon el fraude de una excepcional bestialidad de los alemanes; fraude que continúa coloreando la mente de muchas personas en la actualidad. Los ulanos —se informó gravemente al mundo— se divertían arrojando al aire a los bebés belgas y ensartándoles con sus bayonetas al caer; también cortaban las manos de las enfermeras de la Cruz Roja. La prensa y la radio anglosajonas anunciaron la crucifixión de prisioneros canadienses. Aunque tal vez, la “noticia” más repulsiva y ampliamente puesta en circulación se refería a una fábrica para el aprovechamiento de cadáveres, en la cual, los cuerpos de los soldados, tanto alemanes como aliados, muertos en combate, eran “fundidos” para aprovechar la grasa y otros productos útiles al esfuerzo de la guerra de los Imperios Centrales. El hecho de que Arthur Ponsonby, eminente historiador y político británico, demoliera la fábula, no impidió al Fiscal soviético en el Proceso de Nuremberg de acusar otra vez a Alemania de haber montado una fábrica de jabón hecho con grasa humana, en Danzig, en 1942.
Aún
cuando
numerosos
escritores de la escuela revisionista histórica, tanto en Francia como
sobre
todo en Estados Unidos, desmitificaron la imagen maniquea de vencedores
y
vencidos, los que se llevaron la palma del “fair play” fueron, dicho
sea en su
honor, los ingleses, y su Ministro de Asuntros Exteriores, ante la
Cámara de
los Comunes, presentó públicamente excusas por todos los ataques al
honor de
Alemania, reconociendo explícitamente que se trataba de propaganda de
guerra.
En realidad, esto era normal. En tiempo de guerra la necesidad determina la ley y preciso es reconocer que el coktail de sinceridad, nobleza y cinismo servido por el Secretario del Foreign Office resulta impar en la Historia. Ahora bien, una confesión de ese talento no se ha hecho tras la Segunda Guerra Mundial. Al contrario, en vez de difuminarse con el paso del tiempo, lá propaganda sobre las atrocidades alemanas y, de manera especial, la manera como fueron tratados los judíos europeos durante la ocupación de buena parte del Continente por las tropas de la Wehrmacht, ha ido en aumento. Hoy en día, en la Televisión australiana y en la noruega, en la soviética y en la norteamericana aparecen docenas de films sobre los campos de concentración. La literatura concentracionaria, a los treinta y tres años de finalizada la tragedia, continúa lanzando nuevas ediciones al mercado. Matilleando retinas y cerebros de las gentes, una cifra horrorosa: Seis millones de judíos asesinados por los alemanes. El mayor genocidio de la Historia, perpetrado con increíble brutalidad en la tierra que vió nacer a Kant y a Beethoven, a Goethe y a Schiller.
La misma magnitud de tan horrendo crimen colectivo ha movido a centenares de historiadores a ocuparse del tema. Desde las ediciones de lujo, encuadernadas en piel y gravemente recomendadas por los titulares de cátedras univesitarias, hasta las ediciones de bolsillo con cubiertas alucinantes han llegado a imponer como axiomática la tesis de que, efectivamente, seis millones de personas, sin otro motivo que su pertenencia a un grupo racial determinado, fueron exterminadas por diversos procedimientos, destacando entre ellos, los gaseamientos y las incineraciones, en vivo, en los hornos crematorios.
Pero
muchos otros
escritores e historiadores han puesto en duda, o han negado
resueltamente, la
realidad del holocausto. En las páginas que siguen creemos haber
demostrado, de
manera irrefutable, que éstos tienen razón y que el hecho de pretender
sostener, hoy en día (1978) , que entre 1939 y 1945 seis millones de
judíos
fueron
exterminados, a consecuencia de una política Oficial de las autoridades
alemanas es una acusación cuyo único fundamento son sus móviles
políticos.
El
Autor se da
perfecta cuenta de que, como toda afirmación que no sigue la corriente
de las
verdades oficiales, la conclusión establecida en el párrafo precedente
será mal
acogida por los más. No obstante es el resultado de una investigación
iniciada
sin ideas preconcebidas, varios años ha, y basada en la lectura de casi
tres
centenares de obras versando sobre este tema, así como más de un millar
de
artículos periodísticos. Es también resultado de innumerables
conversaciones
con supervivientes de la persecución nazi, todos ellos milagrosamente
salvos. Y
es, finalmente, consecuencia del sencillo manejo de la Aritmérica y del
sentido
común.
Tal
como el
lector
podrá comprobar por la lectura de las páginas que siguen y por la
bibliografía
de la presente obra, se excluyen deliberadamente los testimonios
exculpatorios
de los acusados o de personas que hubieran desempeñado un cargo público
en
Alemania o en Austria entre 1933 a 1945. Unicamente citanios, en apoyo
a
nuestra demostración, a testimonios de parte contraria, a enemigos de
Alemania
o del régimen nacionalsocialista y a diversos autores políticos judíos.
En las páginas que siguen
se revela, no solo la falsedad de la imputación de que seis millones de
judíos
fueron exterminados por los nazis, sino los motivos que hay para que
poderosas
Fuerzas Internacionales estén desesperadamente interesadas en la
persistencia
de ese fraude.
Por los motivos, razones, excusas o pretextos que fueran, la Alemania Nacionalsocialista, considerando a su comunidad judía como un elemento halógeno y hostil a la nación, tomó una serie de medidas administrativas y políticas, destinadas a limitar progresivamente, hasta llegar a la eliminación de su influencia social y política dentro de los límites territoriales del III Reich.
No
es propósito de esta obra elucidar el fundamento o la improcedencia de
los
reproches formulados por el gobierno alemán contra los judíos de
nacionalidad
alemana, No obstante, preciso es dar un salto atrás para examinar los
antecedentes históricos que determinaron la hostilidad del Pueblo
Alemán contra
su comunidad judía. Si la expresión “Pueblo Alemán” parece desenfocada
y excesiva
en este caso, puede sustituirse por “Movimiento Nazi”, pero no debe
olvidarse
que los nazis, llegados al poder a consecuencia de una victoria
electoral, no
disimularon nunca sus tendencias antijudías, perfectamente plasmadas en
su
programa, conocido desde 1923 y reiteradamente proclamado en múltiples
ocasiones, y que una mayoría de electores dieron su voto a este
programa.
A
mediados del Verano de 1916, el Gabinete de Guerra Británico, obligado
por las
circunstancias adversas, empezó a considerar seriamente la posibilidad
de
aceptar la oferta alemana de una paz negociada sobre la base de un
statu quo
ante. La situación era desesperada para Inglaterra. Las trópas alemanas
ocupaban gran parte Bélgica y Francia; Italia se tambaleaba ante los
rudos
golpes del Ejército Austro-Húngaro; el gigante ruso se desmoronaba. La
campaña
submarina alemana había logrado un efectivo bloqueo de Inglaterra,
cuyas
reservas de alimentos apenas alcanzaban para tres semanas; el Ejército
Francés
de amotinaba...
Desde
el principio de la guerra, la Gran Bretaña había prodigado sus
aperturas hacia
prominentes financieros norteamericanos, de origen judío—alemán con
objeto de
enrolar a los Estados Unidos al servicio del esfuerzo de guerra
británico. Esas
aperturas no se vieron en principio, coronadas por el éxito, debido
especialmente al hecho de figurar en el bando Aliado la Rusia Zarista,
cuya
actitud hacia los judíos fue, tradicionalmente hostil. Ello trajo como
consecuencia un fuerte sentimiento de hostilidad a Inglaterra por parte
de la
Finanza norteamericana. Además, Alemania estaba demostrando una dosis
de
consideración y benevolencia para con los judíos del Este de Europa,
particularmente en la ocupada Polonia, donde eran muy numerosos. La
diplomacia
inglesa fué incapaz de contrarestar, desde 1914 hasta 1916, los fuertes
Sentimientos pro—alemanes de los financieros norteamericanos.
Los sionistas se enteraron pronto de la oferta de paz hecha por Alemania a Inglaterra. También se enteraron de que el Gábinete de Guerra británico estaba considerado seriamente la posibilidad de aceptar la oferta germánica. Los sionistas, encabezados por Lord Rothschild y Lord Melchett, de Londres, propusieron un acuerdo entre el Gobierno Británico y la Organización Sionista Mundial, según la cual, a cambio del reconociminto de un Hogar Nacional Judío en Palestina, se comprometían a usar su influencia para conseguir la entrada de los Estados Unidos en la guerra, al lado de Inglaterra y sus Aliados.
Con
objeto de
lograr
mantener su liderazgo mundial, la Gran Bretaña optó por seguir
luchando, con
los Estados Unidos como Aliado, rechazando las ofertas alemanas. La
sagacidad
tradicional de los políticos ingleses falló en esta ocasión. Olvidaron
que los
que buscan protectores, sólo encuentran amos, y sólo vieron que con la
ayuda
norteamericana y el desangre de Francia podrían derrotar a Alemania e
impedir
la construcción de la vía férrea Berlín—Bagdad que, evidentemente,
ponía en
peligro la hegemonía mundial inglesa.
Los
hombres de
Westminster y del Foreign Office, aparentemente, sólo veían un aspecto
de la
situación. Creían que la aceptación de la oferta de paz alemana, una
paz—empate, dejaría al II Reich las manos libres para proceder a la
puesta
en
marcha del proyectado ferrocarril, que, en sólo ocho días permitiría
trasladar
un ejército desde Hamburgo, en el Mar del Norte, hasta Bassorah, en el
Golfo
Pérsico, por la concesión otorgada al Kaiser Guillermo II por su amigo
personal
y aliado, el Sultán del Imperio Otomano,
En el momento de estallar la I Guerra Mundial, el Imperio Otomano incluía los territorios conocidos desde las Conferencias de Paz de Versalles, en 1919, como Turquia, Líbano, Siria, Irak, Arabia Saudita, Yemen, Kuwait, Palestina y Jordania. Según la concesión otorgada por el Imperio Otomano al Reich Alemán, la vía férrea enlazaría, en territorio otomano, las ciudades de Constantinopla y Bassorah. Alemania tendría un rápido, eficaz y seguro acceso a los mercados y a los recursos naturales del Lejano Oriente, sin estar a la merced de la “Home Fleet”. Hasta entonces, el tráfico alemán sólo podía hacerse por vía maritima, a través del Mediterráneo, con la aún inexpugnable fortaleza de Gibraltar en un lado y en el Canal de Suez, controlado por Inglaterra, en el otro. Sólo quedaba la ruta del Cabo de Buena Esperanza, igualmente dominada por Inglaterra. La ruta más corta entre Hamburgo y Bombay requeria, entonces, cuatro semanas, que los ingleses podían convertir en seis o siete con sólo crear problemas burocráticos en Port—Said o en Suez, y la más larga de nueve o diez semanas. El mismo viaje requeriría de seis a ocho días, a un costo mucho más reducido, por la yia férrea Berlin—Baghdad.
Salta a
la vista que la realización de esa
Vía
férrea era un peligro
para la hegemonía militar y comercial, y, en definitiva, política, de
Inglaterra. El joven Imperio Alemán era, potencialmente, un
contrincante
peligroso. Además el Sultán del Imperio Otomano, tras ser derrotado por
la
Rusia Zarista poco después de la Guerra Franco—Prusiana de 1870,
concertó un
acuerdo con Guillermo II para la reorganización de su ejército por
instructores
militares alemanes. Una gran amistad personal surgió entre el Kaiser y
el
Sultán, lo que evidentemente facilitó la concesión de la Vía férrea
Berlin—Baghdad. La diplomacia británica apeló sin éxito a toda clase de
halagos
y presiones para que la concesión fuera cancelada, pero fracasó en sus
propósitos. En vista de ello, Inglaterra ofreció costear la
construcción de la
vía férrea, a cambio de la mitad de los derechos de la concesión. La
propuesta
inglesa se completaba con la oferta de dividir, prácticamente, el
mundo, en dos
esferas de influencia, esperando con ello monopolizar el comercio
mundial entre
la Gran Bretaña y el Reich, lo cual prometía inmensos beneficios
mutuos, aún
cuando Inglaterra seguiria siendo, en ese caso, el “primus inter
pares’,
políticamente hablado.
Alemania
era una
joven nación que aún no podia financiar, sóla, la realización de
aquella
inmensa obra, Pero la oferta inglesa fué rechazada. Alemania entonces,
podía
sólo financiar la construcción de tramos limitados, y aún ello con la
asistencia de los banqueros alemanes, muchos de ellos —y los más
prominentes—
de raza judía, y deseosos de prestar dinero a su gobierno.
Los
políticos
ingleses, cada vez más preocupados por el creciente pretigio del “Made
in
Germany” y por el inmenso aumento de poder militar, comercial y
político que
concedería a Alemania la construcción del ferrocarril Berlin—Baghdad,
decidieron que la única solución que les quedaba era aplastar a
Alemania en una
guerra que eliminara para siempre la amenaza de la tan temida vía
férrea.
Estaba claro que si el Reich era derrotado, en su caída arrastraría a
su aliado
otomano, cuyo territorio se convertiría en botín de guerra en la
posterior
conferencia de paz dictada por Londres, cortando así el paso terrestre
de
Alemania, Austrio-Hungría o Rusia hacia la India, la clave de bóveda de
todo el
Imperio Británico.
Con tal
propósito
Inglaterra premeditó, provocó y precipitó la I Guerra Mundial para
aplastar a
Alemania.
En
1904, la Gran
Bretaña hizo aperturas diplomáticas a Francia, en busca de una “alianza
defensiva conjunta” contra Alemania. Los franceses, humillados por el
recuerdo
de la severa derrota en 1870, aceptaron inmediatamente la propuesta. El
recuerdo da Sedán no fué el único motivo, ni siqúiera el principal. Más
importantes fueron el temor francés ante la fenomenal expansión militar
e
industrial de Alemania, y la dependencia política de Paris con respecto
a
Londres, después del bofetón dilpomático de Fashoda. Francia no estaba
en
posición de rehusar la oferta.
Inglaterra
propuso
luego a la Rusia Zarista una alianza similar, también “defensiva” y
también
contra Alemania. A cambio de la participación rusa en la Entente, Gran
Bretaña
se comprometía a hacer posible la realización del viejo sueño moscovita
del
control de los Dardanelos, como paso a los “puertos de aguas
calientes”. Rusia
seria recompensada con los despojos del Imperio Otomano, el aliado de
Alemania.
La
activa y
admirable
diplomacia inglesa logró enrolar aún nuevos miembros en la Entente,
como
Italia —apartandola de la alianza alemana— el Japón, Portugal, Serbia y
Montenegro. Habiendo completado el cerco estratégico de Alemania, los
diplomáticos británicos esparcidos por todo el mundo, hicieron cuanto
estuvo en
su mano para provocar a Alemania con objeto de que ésta cometiera un
“acto de
agresión” calificado. La oportunidad codiciada por Inglaterra se
produjo en
Julio de 1914, con motivo del asesinato del Principe heredero de la
Corona
Austríaca, Francisco Fernando. Ninguna persona en su sano juicio, puede
aceptar
que ese asesinato fué la “razón” o la “causa” de la I Guerra Mundial.
Ello fué
sólo la excusa para la puesta en marcha del plan británico para
aplastar a
Alemania. No importa establecer si fué Alemania, o si fué la Rusia
Zarista
quien movilizó primero a sus tropas, o si fué un ejército o el otro
quien
primero se internó, en unos centenares de metros, en territorio
enemigo. La
confusión, intencionadamente creada, por el retraso en las
comunicaciones, hizo
la guerra inevitable.
No
obstante, en
el
transcurso de los dos primeros años, la suerte de las armas fue
totalmente
adversa a Inglaterra y sus Aliados, Pero la entrada en guerra de los
Estados
Unidos como nuevo y decisivo aliado de Inglaterra transformó las
victorias
alemanas de 1914 hasta 1917 en la ignominiosa derrota de 1918. Es
innegable que
el Acuerdo de Londres, del que saldría la posterior Declaración Balfour
para la
creación de un Hogar Nacional Judío en Palestina fué el causante de la
entrada
de los Estados Unidos en la contienda y la posterior derrota de
Alemania.
Los
alemanes han
estado siempre convencidos de que si los sionistas no hubieran
propuesto los
Acuerdos de Londres al Gabinete de Guerra Británico, el Gobierno Inglés
hubiera
aceptado la propuesta alemana de paz y la guerra hubiera terminado en
1916 y no
en 1918.
Siempre existieron relaciones sumamente cordiales entre Alemania y la Organización Sionista Mundial, cuya sede central, hasta el año 1915, se hallaba en Berlín. Durante siglos Alemania había sido el refugio de los judíos procedentes de Rusia y Polonia, de donde huían por la frecuencia de los “pogroms” que allí sufrían. El Edicto de Emancipación, dictado en 1812, dió a los judíos la igualdad de los derechos civiles con los alemanes, en la mayor parte de los territorios de la actual Alemania. Ningún otro país, ni siquiera la Francia Republicana, había concedido aún la total igualdad a los judíos. El Edicto de Emancipación atrajo a los judíos a Alemania con preferencia a otros países..
El
Kaiser apeló en numerosas ocasiones,
entre
1895 y 1915, al Sultán, en
favor de los sionistas. Guillermo II deseaba que el Imperio Otomano
garantizara
una concesión territorial a los sionistas para la creación de un
“Estado Judío”
en Palestina; incluso se desplazó personalmente a visitar al Sultán con
este
propósito. Los esfuerzos del Kaiser en pro de la causa sionista
continuaron
hasta 1916, cuando se produjo el Acuerdo de Londres, calificado por un
judío
norteamericano, Benjamín Freedman, de “puñalada por la espalda” (1).
La mala
disposición del
Sultán hacia el proyecto, el hecho de que Alemania ofreciera a
Inglaterra una
“paz en tablas”, sin cambios territoriales y con retomo a las fronteras
de
1914;
la situación en que se encontraba Inglaterra, que la obligaría a
aceptar
cualquier condición a cambio de la ansiada participación norteamericana
en la
contienda, movieron a los prohombres del Sionismo a proponer su ayuda a
la Gran Bretaña.
Numerosos
escritores norteamericanos (2) han narrado detalladamente las medidas
tomadas
por el movimiento sionista para hacer entrar en la guerra a los Estados
Unidos.
Curioso es el cambio, que, en unos meses, se hace dar al Presidente
Woodrow
Wilson, un auténtico “détraqué” sujeto a deficiencias psico—sexuales.
Cuando,
al principio de 1916, el Sionismo todavía espera que el Kaiser obtendrá
para
los judíos el territorio de Palestina y Wilson hace tentativas para
obtener la
paz (una “pax germanica”) y Londres y Paris ni siquiera se dignan
responder a
sus propuestas, Wilson exclamará que “ingleses y franceses hacen gala
de una
exasperante mala fé” (3). Por otra parte, la Gran Prensa americana
cambió
bruscamente de orientación a partir del Acuerdo de Londres; la
propaganda
aliadófila alcanzó grados de delirante apología y las provocaciones
antialemanas se multiplicaron al mismo tiempo que se organizaba la
masiva ayuda
norteamericana a Inglaterra. Finalmente, en Abril de 1917, y tomando
como
pretexto el hundimiento del transatlántico “Lusitania”, que iba armado
y cargado
de municiones con destino a Inglaterra, el Gobierno de los Estados
Unidos
declaró la guerra a Alemania. En realidad, no era más que un burdo
pretexto
pues, al fin y al cabo, el Lusitania fué hundido en febrero de 1915 y
los
Estados Unidos declararon la guerra en Abril de 1917, veintiseis meses
más
tarde (4).
El
pueblo alemán no tuvo conocimiento de esa traición de quien se suponía
un viejo
y fiel aliado hasta el año 1919, en plena Conferencia de Paz de
Versalles —el
tratado que los alemanes de todos los matices políticos calificaron
“Diktat”—
cuando 117 dirigentes sionistas, casi todos ellos nacidos en Alemania u
oriundos de la misma, le reclamaron a Inglaterra el pago de su “libra
de
carne”, es decir, la entrega de Palestina.
Hemos
considerado
necesario extendernos tal vez
excesivamente en los antecedentes históricos que marcan la ruptura de
la vieja
alianza, al menos en
términos de Política entre Alemania y el
Movimiento Sionista, y transforman la amistad tradicional en profunda
aversión.
Dicha aversión iría en aumento a medida que se hacían patentes las
duras
cláusulas de paz impuestas a Alemania: pérdida de todas sus colonias;
incautación de su Marina; amputaciones territoriales en la metrópoli y
una
tremenda contribución de guerra.
Es
evidente que
no se
podía hacer cargar a los judíos alemanes con las culpas del Movimiento
Sionista, a pesar de la representatividad que éste quisiera irrogarse.
Pero
también es evidente y comprensible que, en la post—guerra, y en la
crisis que
siguió, se desarrollara en Alemania una corriente anti—judía. Los
pueblos se
mueven por sentimientos, por corrientes de simpatías y antipatías, y no
por
silogismos más o menos bien construidos.
Además,
ciertos
prohombres sionistas, en vez de guardar prudente silencio consideraron
necesario
estallar una absurda arrogancia. Así, por ejemplo, cuando Lord Melchett
(a)
Alfred Mond (a) Moritz, judío oriundo de Alemania y presidente del
trust
“Imperial Chemical Industries” declaró ante el Congreso Sionista,
reunido en
New York:
“Si yo
ós hubiese
dicho en 1913 que discutieramos sobre la reconstrucción de un Hogar
Nacional
Judío en Palestina, me hubieseis tomado por un ocioso soñador; si os
hubiese
asegurado entonces que el archiduque austríaco seria asesinado y que,
de todo
lo que se derivaría de tal crimen surgiría la posibilidad, la
oportunidad y la
ocasión de crear un Hogar Nacional Judío en Palestina me hubierais
tomado por
loco. ¿Se os ha ocurrido alguna vez pensar cuán extraordinario es que
de toda
aquella confusión y de toda aquella sangre haya nacido nuestra
oportunidad?
¿Creéis de veras que sólo es una casualidad todo esto que nos ha
llevado otra
vez a Israel?” (5).
O la
frase
lapidaria
del israelí francés, oriundo de Alemania, Simon Klotz, cuando se
discutía la
cuantía de la contribución de guerra a imponer a Alemania: “Le boche
payera
tout” (El alemán lo pagará todo).
Otra
causa que
contribuyó poderosamente a deteriorar las relaciones entre alemanes y
judíos
fué la desproporcionadamente elevada cantidad de hebreos que tomaron
parte en
las llamadas “revoluciones sociales” que estallaron en Alemania en
1918;
revueltas comunistas que minaron la moral del pueblo en momentos
críticos de la
contienda y contribuyeron a la derrota del país. Judío era el comisario
del
pueblo Hugo Haase líder de los “socialistas independientes”, así como
el
abogado Karl Liebknecht y la escritora Rosa Luxemburg, jefes de la
“Liga
Espartaquista”. Esta liga anunció, el 14 de Diciembre de 1918, que su
finalidad
era implantación del Comunismo en Alemania.
El
Dr. Oskar Khon, Subsecretario de Justicia, recibía dinero del agente
soviético
Joffe, para la financiación de la revuelta comunista del 9 de Noviembre
de
1918. Cuando Joffe, el Embajador soviético, debió abandonar Alemania al
haberse
descubierto sus actividades, fué substituido por otro correlegionario
suyo,
Karl Radek (a) Sobelssohn, a cuyo cargo se encomendó la dirección de la
propaganda comunista en Alemania. El punto culminante de la acción
bolchevique
se alcanzó en Munich. El agitador principal en la capital bávara era
otro
judio, Kurt Eisner quien, en el verano y el otoño de 1918, cuando el
combate en
el frente estaba en todo su apogeo, excitó a la huelga de los obreros
de las
fábricas de armas de Munich y quien organizó la revolución, instaurando
en
Baviera un “Tribunal Revolucionario”; Eisner se proclamó Presidente del
Consejo
de Baviera y en calidad de tal dirigió un llamamiento a todas las
regiones de
la Confederación Germánica, el 10 de Noviembre de 1918 que, en los
Códigos
Civiles y militares de cualquier pueblo seria considerado como alta
traición.
Secundaban a Eisner, compartiendo con él las tareas de gobierno una
serie de
literatos judios, tales como Kurt Muhsam, Levine -Nissen, Levien,
Gustav
Landauer y Ernst Toller. Otro judio, Karl Kaustky, Subsecretario del
Ministerio
de Asuntos Exteriores del Reich, dió la máxima publicidad a todos los
documentos que pasaban por sus manos y podian presentar matices más
ensombrecedores, debilitando así la posición de Alemania en las
negociaciones
de paz. Le secundó en ese trabajo el influyente redactor jefe de la
“Vossische
Zeitung”, su correlegionario Georg Bernhard quien abogó con todas sus
fuerzas
por la firma del Tratado de Versalles que, desde el punto de vista
alemán,
representaba un verdadero atropello.
Aún
después de
firmado el tratado de paz, parece persistir una cierta fraternidad
entre
derrotismo, comunismo y judaísmo, o, al menos, determinados judíos. El
“deus ex
machina” de la propaganda comunista en Alemania era el israelí
Willy
Muenzenberg, millonario propietario de periodicos de gran circulación,
como
“Illustrierte Arbeiter Zeitung”, “Die Welt am Abend” y “Magazin fur
Alle”. El
“Socorro Rojo”, otro instrumento comunista bajo capa de beneficiencia
social,
contaba entre sus fundadores con los judios Arthur Holitscher, Alfons
Goldchsmitd, Paul Ostreich, Einstein, Max Harden, Leonhardt Frank y el
profesor
Elzbacher.
Los
comandos de
acción —los asesinos— que actuaban por cuenta del Partido Comunista
Alemán
habían sido fundados y organizados por otro judío, Hans Kippenberger,
verdadero
causante moral del asesinato de Horst Wessel, considerado por los
nacionalsocialistas como su héroe nacional, en cuyo asesinato desempeñó
además
un importante papel la judía Else Cohn, organizadora del atentado.
Estos comandos
llevaron a cabo una labor tan eficaz, que los nacionalsocialistas
acusaron al
Presidente de la Policía de Berlin, Grzesinski, hijo de judío y polaca,
de
propiciar solapadamente sus actividades. Por otra parte, cuando los
miembros de
los comandos caían en manos de la Justicia, eran defendidos con notorio
éxito
por el abogado judio Litten que, convicto de haber tratado de influir
en los
testigos de sus procesos, fué expulsado del Colegio de Abogados.
Los
comunistas orientaron sus
principales
esfuerzos a la infiltración en
las escuelas y universidades. La “Karl Marx—Schule” (Escuela Carlos
Marx)
estaba dirigida por el judío Doctor Fritz Karsen (a) Krakauer, y había
sido fundada por otro judío, el Profesor Lowenstein.
También
les fué reprochado a los
judíos que un
miembro de su comunidad Magnus Hirschfeld, fuese patrocinador de la
legalización de la Sodomía y su correlegionaria, la Doctora
Kienle—Jacubowitz,
del Aborto. Pero donde más se destacaron los judíos fue en la
literatura
bélica- y post—bélica: Siegfred Jacobssohn, Kurt Tucholsky, Peter
Panter, Ignaz
Wrobel, Bernhard Citron, Theobald Tiger, Kaspar Hauser, Alfred Polgar,
Fritz
Sternberg, Rudolf Leonhardt, Hans Siemsen, Emil Luwdig, Thomas y Ludwig
Mann,
Remarque, Arnoid Zweig y muchos más, todos ellos lanzaron acerbas
críticas,
durante y después de la guerra, contra todo lo alemán, y en especial
contra el
Ejército. Tucholsky llegó a escribir: “Los militares son
asesinos” ... ”Los
voluntarios de 1914 murieron por una porqueria”...”El himno nacional es
un mal verso,
de poesía charlatana”. (6)
Otro motivo de
crítica de muchos alemanes hacia su comunidad judía lo constiuía el
predominio
exagerado de ésta en determinados sectores primordiales de la vida de
la
nación. Así, por ejemplo, una comunidad que, como la Judía,
representaba,
numéricamente, entre el 0,5 y el 0,7 % (según las épocas) del total de
la
población, daba un porcentaje de 7,4 % entre los magistrados de todo el
país,
de ellos doce presidentes de Audiencias Territoriales y de Senados, 109
Magistrados de Tribunales Supremos y altos funcionarios de Audiencias
Territoriales. En Berlin, en 1925, los médicos judíos totalizaban el
47,9 %;
los abogados el 50,2 %; los farmacéuticos, el 32,2 %; los actores y
directores
de escena, el 13,5 %; los dentistas, el 37,5 %, los redactores de
periódicos el
8,5 %. Los alemanes alegaban que esa preponderancia se había conseguido
por
medios desleales; los judíos, naturalmente, lo negaban. La misma
discrepancia
de puntos de vista se observaba con respecto a la
En
los gobiernos regionales la aportación judía era aún más
desproporcionada con
relación a su importancia numérica. En el prusiano, ocupaban carteras
ministeriales los israelíesHirsch, Rosenfeid, Futran (un ruso con
ciudadania
alemana recientemente estrenada), Arndt, Simon, Wurm, Stadthagen y
Cohen, este
último Presidente del Consejo de Obreros y Soldados. El judio Ernst era
Jefe de
la Policía de Berlin, mientras el mismo cargo en Frankfurt y en Essen
lo
detentaban sus correlegionarios Sinzheimer y Lewy. En el Estado de
Baviera, el
omnipotente Eisner, que se autonombró; residente del Estado. puso a
otro judío,
Bretano, al frente de los Ministerios de Comercio. Industria y Tráfico.
En Hesse,
la máxima figura politica era el hebreo Fulda, mientras en Wurtemberg
ocupaban
relevantes cargos Haiman y Taiheimer.
Dos plenipotenciarios alemanes en las Conferencias de la Paz eran judíos; los principales consejeros también lo eran, empezando por Rathenau y continuando con el banquero Max Warburg, el Doctor von Strauss, Merton, Oscar Oppenheimer, Struck, Brentano, Mendelssohn — Bartholdy y Wassermann.
Según la
opinión de los
nacionalistas alemanes, los judíos nunca hubieran alcanzado tal
posición sin la
Revolución Marxista que se hizo estallar en el país en el momento
critico de la I Guerra Mundial, y la Revolución, en cambio, no hubiese
estallado son
que
ellos mismos la hubiesen preparado o própiciado. Según los portavoces
de
Judaísmo, tal acusación carecía de fundamento. Pero Mr. George
Pitter-Wilson,
corresponsal del periódico londinense “The Globe” escribió que “... el
bolchevismo significa la expropiación de todas las naciones cristianas,
de
manera que ningún capital permanecerá en manos cristianas y que los
judíos en
conjunto ejercerán el dominio del mundo a su antojo” (7)
Por desgracia para la comunidad judia alemana, el que sería apodado “Judas del pueblo alemán” resultó ser un hebreo, Maximilian Harden que con su publicación “Die Zukunft” hizo, durante veinte años, política en gran escala. Ningún otro político ha dado pruebas de mayor versatilidad de principios. Actuando, primero, como censor moralista del Imperio, dió, con sus escritos escandalosos, el golpe de gracia a la monarquía de los Hohenzollern. Durante la guerra mundial, y hasta el giro copernicano dado por el Congreso Mundial Judío a su orientación política en 1917, fué el único verdadero anexionista de Alemania, que exigía como premio a la victoria nada menos que toda Bélgicá, la costa francesa del Canal de la Mancha y el Congo Belga (8). Luego al cambiar la política sionista, este “ultra” del anexionismo prusiano, se opuso a los nacionalistas alemanes que querian continuar la lucha y se convirtió en admirador declarado del Presidente Wilson. Una vez firmado el Armisticio de Compiégne atacó inesperadamente la resistencia nacional contra las onerosas condiciones de paz denominándolas “furia simulada y miserable harto de embustes” (9).
Una
parte
numéricamente importante del pueblo alemán hizo, al menos, parcialmente
responsable a los judíos, o a una parte notable y representativa de la
comunidad judía, alemana y extranjera, no tanto de la derrota de 1918
como de
las inusitadamente duras condiciones de paz. Esto quedaría confirmado
con una
inaudita declaración del Ex—Primer Ministro Britanico, Lloyd—George,
que
manifestaría, años más tarde, ante una sorprendida Cámara de los
Comunes: “En
1917, el Ejército Francés se amotinaba, Italia está derrotada, Rusia
muere por
la Revolución y América aún no está luchando a nuestro lado..
.Repentinamente
nos llega la información de que es de una importancia vital para los
Aliados
conseguir el apoyo de la comunidad mundial judía...” (10). Es preciso
hacer
constar que Lloy—Goerge no era, ciertamente un antisemita que buscara
desprestigiar a los judíos o crearles dificultades; es más, durante
varios años
fué abogado del Movimiento Sionista de Inglaterra.
Para
agravar aún
más
el deterioro de las relaciones entre alemanes y judíos, en los procesos
que se
incoaron entre 1919 y 1930 contra acaparadores “millonarios de guerra”
y, en
general, toda clase de delitos de estafa, diversos miembros de la
comunidad israelí aparecieron con monótona regularidad en los
lugares de honor (sic.).
Así, hombres como Sklarz, Barmat, Kasmarek, Parvus—Helphand, Kutisker,
emigrantes recien llegados de los ghettos del Este de Europa. Jaques
Meyer,
dirigente de la Central de Compras Alemana en Holanda, que se
enriqueció a
costa de sus conciudadanos, Luwdig Katznellenbogen, director del mayor
de los
consorcios cerveceros de Alemania, condenado a prisión por malversación
de
fondos; los hermanos Fritz y Alfred Rotter, propietarios de un inmenso
trus
teatral, que huyeron a Francia antes de ser procesados. Todo esto puede
ser
calificado de “anecdótico”, e incluso de “poco representativo”. Pero lo
que,
según muchos alemanes —no necesariamente nazis— era verdaderamente
representativo es que jamás, en ningún caso. ningún judío prominente,
de algún
peso específico dentro de la comunidad, alzó su voz para condenar a sus
correlegionarios. Esto fué interpretado como una aprobación tácita de
su
conducta. Esa condena hubiera sido muy útil, aún cuando sólo hubiera
servido
para contrarestar las campañas anti—alemanas que otros judíos,
particularmente
desde Francia y los Estados Unidos, desencadenaron entonces, con
notoria falta
de oportunidad, varios años antes de la llegada de Hitler al poder.
Incluso en
la propia Alemania, el judío Weiszman Secretario de Estado de Prusia,
intervino
a favor del convicto estafador Sklarz, destituyendo al fiscal.
La
desproporcionada
participación de la comunidad judía en la delincuencia alemana fué
atestiguada
por el escritor hebreo Ruppin quien, a base del manejo de las
estadísticas
llega a un resultado mucho mayor de criminalidad judía para delitos
comerciales
a los que puedan corresponderle en relación a la participación hebrea
en el
comercio. Según ese autor, los judíos eran trece veces más numerosos
que los no
judíos, atendiendo a las respectivas cifras de población, en los
delitos de
especulación ilícita y usura; nueve veces más én los de quiebra
fraudulenta y
cinco veces más en los de encubrimiento y complicidad. (11).
Comprobaciones
similares hace el israelí Wassermann, en las que demuestra que la
criminalidad de los judíos en el año 1900, y en lo que se refiere a la
quiebra
simple fué diecisiete veces mayor para las quiebras fraudulentas. Tales
cifras
las obtuvo tomando expresamente en consideración la participación
porcentual en
las profesiones comerciales. (12). No debe omitirse la participación
judaica en
determinados delitos especialmente vituperables, como el contrabando de
drogas
y la pornografía. El organismo oficial “Central para la lucha contra el
uso de
estupefacientes” comprobó que en el año 1921, de los 232 traficantes
internacionales de estupefacientes, 69, es decir, el 26 por ciento,
eran
judíos. Teniendo en cuenta que la comunidad judía representaba
aproximadamente
el 0,7 por ciento de la población total de Alemania en aquella época,
resulta
que su participación en tal tipo de delitos era treinta y siete veces
mayor de
lo normal. En 1933, la participación israelí aumentó hasta un 30
por ciento.
El ya citado Ruppin confiesa: “El hecho de que los israelíes habiten
generalmente las ciudades tiene como consecuencia el que se les coja
sobre todo
en los delitos afectos a las grandes urbes, como alcahuetería y
complicidad en
la prostitución. (13).
Desde el Edicto de Emancipación, en 1812, hasta 1933, en que el pueblo alemán, democraticamente, manda al Nacional Socialismo al poder, se ha ido produciendo un cambio total. El matrimonio judeo-germánico se ha roto.
EL PROGRAMA
RACIAL
NACIONAL SOCIALISTA
El 30
de Enero de
1933, el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, encabezado por
Adolf
Hitler, subía al poder, merced a una victória en las urnas.
Aparte de los otros puntos programáticos del N.S.D.A.P., liberación de las cadenas de Versalles, reforma financiera, reforma agraria, superación de la lucha de clases y creación de una colectividad nacional, igualdad de derechos para Alemania, lucha contra la delincuencia y el parasitismo y promoción de las ciencias y las artes, había uno, concreto que atrajo especialmente la atención: el que se refería a la eliminación de los judíos de la dirección política del país.
El
denominado
antisemitismo no es. como algunos han pretendido hacer creer post
mortem, una
invención de Hitler. Ese es un problema tan añejo como la propia
historia del
pueblo judío, a lo largo de todo su deambular por el mundo. La Iglesia
Católica
—veintinueve de cuyos Papas dictaron cincuenta y siete bulas, edictos y
decretos antijudíos (14) - participó tanto en la persecución (versión
judía) o
en la defensa (versión cristiana) contra los israelíes como Martin
Lutero que
escribió el folleto titulado “De los Judíos y sus Mentiras”. Todos los
pueblos,
en uno u otro momento de su historia, tomaron amparándose en diversos
motivos,
razones o pretextos- medidas contra las comunidades judías que,
habiendo
inmigrado en el país, se manten ian voluntariamente segregados y
participaban
de los ideales e inquietudes de los autóctonos. En numerosas ocasiones
incluso,
la chusma se había desmandado, dando lugar a horrorosas e inexcusables
matanzas. Esta clase de abusos eran especialmente frecuentes en el Este
Europeo,
en Polonia y Rusia, hasta en punto de que la palabra “Pogrom”, que en
ruso
significa “devastación” o, “tumulto” llegó a ser intencionalmente
asimilada a
“matanzas de judíos”. Precisamente a causa de estos “pogroms”, que
entre 1881 y
1917 alcanzaron una virulencia inusitada, los hebreos rusos y polacos
emigraron
en gran número a Alemania.
Ya
hemos tratado,
en
el epígrafe precedente, de la progresiva degradación de las relaciones
entre la
población autóctona y la comunidad judía en Alemania. Este éxodo masivo
contribuirá en gran manera a empeorar aún más la situación. Cuando los
Nacionalsocialistas llegan al poder, en el Parlamento se sientan ya
seis diputados
antisemitas no
nazis. Estos, por su parte, pronto evidencian que se hallan dispuestos
a poner
en práctica, integramente. los veinticinco puntos de su programa hechos
públicos trece años atrás, cocretamente el 25 de Febrero de 1920, en
una
asamblea en el Hofbrauhaus, en Munich.
El
punto 4º
especificaba. bien claramente: “Sólo puede ser ciudadano el que sea
miembro del
pueblo. Miembro del pueblo sólo puede serlo el que tenga sangre
alemana,
independientemente de su confesión religiosa. Ningún judío puede, por
consiguiente, ser miembro del pueblo”.
El
punto 5º
aseveraba: “El que
no es ciudadano,
sólo puede vivir como huésped en Alemania y debe estar sometido a la
legislación de extranjeros”, mientras el 6º deducía: “El derecho a
determinar
la conducción y las leyes del Estado ha de ser privativo del ciudadano.
Por eso
exigimos que todo cargo publico.. sólo pueda ser desempeñado por
ciudadanos”.
El punto 7º, continuando por el mismo sendero, afirmaba: “Exigimos que
el
Estado se comprometa a asegurar en primer término, la subsistencia y el
poder
adquisitivo de los ciudadanos. Si no es posible alimentar la población
total del
Estado, entonces los miembros de naciones extranjeras —no ciudadanos—
deberán
abandonar el Reich”. El punto 8º recomendaba que los no—arios que
inmigraron a
Alemania después del 2 de Agosto de 1914 fueran obligados a abandonar
inmediatamente el Reich. En el punto 23º se prohibía a los
no—ciudadanos (a los
judíos, en la práctica) ser editores o colaboradores en periódicos
publicados
en idioma aleman. También se prohibía a los no—ciudadanos toda
participación
financiera en periódicos alemanes. Finalmente, en el punto 24º, tras
afirmar
que “el partido defiende el punto de vista de un Cristianismo positivo,
sin
atarse confesionalmente a una doctrina determinada”, se remacha:
“Combatimos el
espíritu judeo—materialista dentro y fuera de nosotros...” Como se ve,
el
programa nazi, sin eufemismos de ninguna clase, y con una claridad que
algunos
juzgaron impolítica, propugnaba, prácticamente la exlusión de los
judíos en
la vida política y administrativa del país. La procedencia o
imporcedencia de
los puntos programáticos antijudíos del NSDAP, democráticamente llevado
al
poder por la mayoría —guste o no— del Pueblo Alemán, podrán ser
discutidas,
pero lo que no podrá afirmarse es que constituyan una novedad en la
Historia.
En todas las épocas, y en la actualidad, numerosos paises discriminan
en la
teoria y en la práctica, contra determinados sectores de su población
en razón
de su pertenencia a ciertos grupos raciales, políticos o religiosos. En
1933,
cuando el programa Nacionalsocialista empezó a ser puesto en práctica
en los
Estados Unidos deAmérica, donde los judíos gozaban de la plenitud de
los
derechos civiles, los negros —cuyo porcentaje con respecto a la
población total
quintuplicaba el de los judíos de Alemania— carecían de ellos, mientras
los
indios americanos, supervivientes del mayor genocidio organizado que
registra
la Historia, estaban aparcados en reservas para satisfacción de la
curiosidad
turística. En Inglaterra, Madre de las Democracias, un divorciado veía
como una
parte de sus derechos eran limitados, hasta el extremo de que Eduardo
VIII
debia abdicar de la Corona de Inglaterra por haberse casado con Mrs.
Simpson,
una divorciada. En el Dominio de la Unión Sudafricana se discriminaba
contra
los negros y en el de la Unión India existía una complicada
organización de
castas que equiparaba casi, a las bestias, a treinta millones de
parias.
Finalmente, un católico no podía, constitucionalmente, ser Rey ni
Primer
Ministro de tan admirada democracia como la británica.
Hoy
en día podríamos
citar casos de discriminación, de hecho o de derecho, contra sectores
de
población numéricamente mucha más importantes que la comunidad judía en
Alemania. El más aleccionador de todos nos parece el caso del Estado de
Israel
que engloba casi tres cuartos de millón de árabes en Cisjordania y en
la zona
de Gaza; esos árabes no son inmigrados recientes, como la mayor parte
de los
judíos alemanes en 1933, sino que llevan varias generaciones viviendo
en
Palestina, pero carecen de los más elementales
Las muy criticadas “Rassenschutz Gesetz” (Leyes Raciales de Nuremberg) no fueron tan drásticas como las actuales leyes raciales imperantes en el Estado de Israel. Por ejemplo, en Alemania, el individuo que tuviéra tres abuelos arios sólo podía contraer matrimonio con persona aria, y el que tuviera tres abuelos judios, o no arios, sólo podía casarse con no arios. Las personas con sólo dos abuelos arios podían casarse con individuos de diferente grupo si obtenían la consiguiente autorización del Estado. No vamos a emitir un juicio de valor sobre tales medidas; nos limitaremos a hacer constar que en la actualidad, en el Estado de Israel, sólo se consideran ciudadanos judios los hijos de madre judía; los matrimonios con no judios estan prohibidos tanto por la ley civil como por la religiosa. Y los no judios no estan autorizados a residir permanentemente en el país. Como se verá, en el aspecto racial, la politica del Estado de Israel, es una reedición, corregida y aumentada. aunque en sentido contrario, de la del III Reich (16).
Una
parte del Judaismo
Aleman publicó un manifiesto en favor del régimen nacionalsocialista,
en el
cual se decia: “Nosotros, miembros de la Asociacion de Judios
Nacionales
Alemanes, fundada, en el año 1921, hemos colocado siempre, en la guerra
y en la
paz, el bienestar del pueblo alemán, nuestra patria. con lo cual nos
sentimos
entrañablemente unidos, por encima de nuestros intereses personales.
Por
este
motivo hemos saludado el alzamiento nacional de Enero de 1933, a pesar
de
habernos ocasionado ciertos perjuicios, porque hemos visto en el el
unico medio
para eliminar los daños causados durante catorce años por elementos
antialemanes”.
Pero
en su discurso del 1 de
Abril de 1933. Goebbels repuso que hubiera sido mucho más util y
creible que
tal declaracion de simpatia al Nazismo, o, simplemente, de adhesión a
Alemania,
la hubiera hecho, dicha Asociación de Judíos Nacionales Alemanes, antes
de las
elecciones del 30 de Enero, en el curso de los catorce años en que los
aludidos
“elementos antialemanes”, cuyo núcleo lo constituian precisamente los
judíos,
tantos daños causaron al pais. Anunció Goebbels la puesta en marcha de.
las
medidas tendentes a eliminar la "desmesurada influencia judía” en los
asuntos
alemanes e incitó a sus compatriotas a que boicotearan los comercios
judíos y
“compraran aleman”. (17)
El
bando judio devolvio el
golpe. Las grandes agencias de noticias internacionales. en las que la
influencia de judíos, sionistas o no, era muy grande, por no decir
determinante, desplegaron una campaña contra Alemania, parangonabie a
la que
las mismas agencias desencadenaron desde 1917, a partir del Acuerdo de
Londres,
hasta la conclusión del Tratado de Versalles. Empezáron a aparecer, con
toda
seriedad, espeluznantes relatos de amputación de miembros a judíos, de
violaciones de muchachas judias, y de ojos arrancados de sus órbitas.
Naturalmente, tales relatos sólo aparecían en determinado tipo de
publicaciones, pero no por ello dejaban de surtir su efecto en amplios
sectores
de la llamada opinión pública. Pero en publicaciones con reputación de
objetivas aparecieron criticas más razonables pero no por ello menos
adversas a
Alemania y su régimen. Otra vez escritores hebreos estuvieron en
vanguardia de
la campaña periodística: Bertholdt Brecht, Remarque, Heinrich y Thomas
Mann,
Franz Werfel, Ernst Lissauer, Arnoid Zweig son las autoridades que se
citan en
Francia como demostracion del aserto de que el pueblo alemán no es más
que un
hato de fanaticos sedientos de venganza y animados de los más bajos
instintos.
La
situación se irá agravando a medida que las medidas antijudias nazis se
iran
poniendo en práctica. No óbstante. conviene tener muy en cuenta que la
campaña
exterior de los judíos contra Alemania empezó ya antes de la subida de
Hitler al
poder. No se puede soslayar el hecho de que el Judaismo —o si se
prefiere, el
movimiento político internacional, que se suele llamar Sionismo, y que
se
irroga la representación de los judios, con abstracción de sus patrias
de
nacimiento-- habia declarado la guerra politico - económica a Alemania
con
anterioridad a la victoria electoral hitieriana. Ya en 1932 el diario
“New York
Times”, propiedad de judíos y editado por judíos, publicaba anuncios a
toda
página: "BOICOTEEMOS A LA ALEMANIA ANTISEMITA!”.
El bien
conocido sionista Samuel Fried escribió, también en 1932: “La gente no
debe
temer la restauración del poderío militar alemán. Nosotros, judios,
aplastaremos todo intento que se haga en este sentido y, si persiste el
peligro, destruiremos esa odiada nación y la desmembraremos”.
El
12 de Febrero de 1933, otro israelí , Henry Morgenthau, Secretario del
Tesoro
de los Estados Unidos, declaró que “América acaba de entrar en la
primera fase
de la Segunda Guerra Mundial” (18). Observemos que sólo habían
transcurrido
doce dias desde la victoria electoral de los nazis y que aún no se
habian
tomado medidas contra los judíos alemanes. Observemos, también, que
Morgenthau
involucra a “América” por algo que va a sucederles a correligionarios
suyos, de
nacionalidad alemana. Cinco días después, el Rabino Stephen Wise,
miembro
prominente del “Brains Trust", camarilla de consejeros del Presidente
Roosevelt
anunció, por la radio la “guerra judía contra Alemania” (19). Por su
parte, el
editor del “New Morning Freiheit”, un periódico comunista escrito en
yiddisch,
dirigió un llamamiento a los judíos del mundo entero para unirles en la
lucha
contra el Nazismo. Estas manifestaciones causaron en Alemania un efecto
que es
de suponer, especialmente la alusión de Morgenthau a una “Segunda
Guerra
Mundial”, en 1933 (20).
Mientras
tanto, en Alemania se
empiezan a aplicar medidas
discriminatorias contra los judíos. En realidad, esas medidas sólo
pueden ser
calificadas de discriminatorias si se considera a los judíos alemanes
como
ciudadanos del Reich; no pueden, aún, ser calificadas como tales si se
les
considera como extranjeros. En ningún país del mundo pueden los
extranjeros
ocupar cargos públicos; determinadas profesiones les están vetadas y
otras
limitadas por un “numerus clausus”. Según la Gran Prensa norteamericana
la
limitación de los derechos civiles a los judíos alemanes era un
atentado contra
los derechos humanos; esa misma Prensa no demostraba igual sensibilidad
con
respecto a la limitación de los derechos civiles de los negros en los
EE.UU, ni
a la de los autóctonos
irlandeses... en Irlanda, impuesta por los ingleses. Y tengamos en
cuenta que la
población de orígen irlandés es, numéricamente, muy superior a la de
orígen
judío, en los Estados Unidos.
Los
judíos eran expulsados de la
vida política y administrativa del
Reich. También les era vetada toda actividad relacionada con la prensa.
Se
estableció un “numerus clausus” que regulaba la participacion judia en
la
abogacia. jueces, abogados o médicos judios que fueron combatientes en
1914-18
quedaban, de momento, excluidos de estas medidas. En 1935, dos años
después de
su aplicación, la participación de los judíos en la profesión de
abogado bajo,
en Alemania, de un 29’7 por ciento a un 20’6 por ciento, aunque en la
capi tal,
Berlin, el porcentaje de judíos ejerciendo la profesión de abogado
llegaba a un
39 por ciento, cuando sólo un 1 por ciento de berlineses eran judíos.
Los
judíos fueron expulsados del
Ejército. Los militares de origen israelí que hubieran
participado en la Primera Guerra Mundial se retiraban
con una pensión equivalente a su paga integra. Los mismos derechos les
eran
reconocidos a sus hijos. Los militares o funcionarios públicos que no
hubieran
tomado parte en la guerra, sirviendo en el Ejército Alemán, eran
retirados de
sus cargos, cobrando la indemnización que reglamentariamente les
córrespondiera.
Algunos judíos —no la mayoría— interpretaron estas primeras medidas disriminatorias contra los judeo-alemanes como una verdadera exterminación. En Austria se publicó un libro de propaganda anti-alemana (21), escrito por Leon Feuchtwanger, el autor del famoso libro “El judío Suss", en el qué lás medidas administrativas internas del Reich contra su población de origen israelí eran descritas como “exterminación de la judería alemana”. El hecho de que en Dachau, uno de los primeros campos de concentración instalados en el Reich hubieran, en 1936, cien internados judíos pertenecientes al Partido Comunista, fué descrito por Feuchtwanger como una tentativa de las autoridades alemanas de dejar morir a aquellos detenidos, a causa de malos tratos y subalimentación. En realidad, sesenta de esos cien internados ya habían ingresado en el campo de Dachau en 1933. Todos ellos, en calidad de comunistas, y no de judíos; junto a estos convivian los marxistas racialmente arios. También habia judíos comunistas en Sachsenhausen, y esto desde mediados de 1933, pero no representaban ni la décima parte del total de los detenidos. Otro libro escrito poco después de la llegada de los nazis al poder por el comunista, de raza judia, Hans Beimler, que posteriormente mandaria una brigada internacional en la Guerra Civil Española, aseguraba que el campo de Dachau era un campo de exterminación; tal pretensión era incluso sostenida por el propio titulo del libro (22). No obstante, el propio Beimier admite en su libro que él fué detenido por pertenecer al Partido Comunista (23) y que fué liberado, y posteriormente expulsado de Alemania, al cabo de sólo un mes de permanecer en Dachau. Incluso la Acusacion Publica en el proceso de Nuremberg afirmó que Dachau se convirtió en un campo de exterminio sólo a partir de 1942.
Los campos de
concentración en la Pre Guerra
servían para el internamiento de boicoteadores y agitadores politicos
de extrema
izquierda
—especialmente socialistas y comunistas de todas las tendencias— siendo
la
proporción de judíos muy exagerada con relación a su porcentaje en la
población
total del país, pero normal si se tiene en cuenta el gran número de
judíos que
pululaban en las organizaciones ultra-izquierdistas. y muy
especialmente en el
Partido Comunista. Mientras, por citar un ejemplo que nos parece
revelador, en
los campos de concentración sovieticos de Siberia y del Circulo Polar
Artico
habia, según los cálculos más prudentes, de seis a ocho millones de
internados,
el escritor e historiador hebreo antinazi Reitlinger sostiene que,
entre 1934 y
1938, el número de detenidos en campos de concentración raramente pasó
de
20.000 en toda Alemania, de los cuales el numero de judíos nunca
sobrepasó los
3.000 (24).
La filosofía de las medidas antijudias de Hitler se basaba, en definitiva en la constatación de que la comunidad hebrea constituía un cuerpo halógeno, desinteresado de los avatares de la nación, cuando no hostil a los mismos; un estado dentro del estado, es decir, politicamente hablando, un parásito. En realidad, antes de Hitler habían sido ya muchísimos los que habían sustentado ideas antijudias, y justamente en las generaciones inmediatamente anteriores, desde Wagner (que escribió un libro antijudio titulado “El Judaismo en la Música”) hasta Liszt, pasando por Bismarck, Fichte, Griliparzer, Hebbel, Hegel, Kant, Schoppenhauer, Mommsen, Nietzsche, Schiller, Spengler, Luddendorff, la aversión a la influencia judía es indiscutible.
Tal aversión no es específicamente alemana ni
se
circunscribe
a los siglos XIX y XX. Al doble juego judío, consistente en recabar
todos los
derechos de los ciudadanos de un país sin participar en las
obligaciones de los
mismos, se han opuesto, con frases contundentes, que no dejan el menor
resquicio a la duda, grandes hombres de todas las épocas y de todas las
naciones: Jorge Washington, Benjamín Franklin, Mahoma, Voltaire, Lope
de Vega,
Victor Hugo. Gracián, Napoleón, Ortega y Gasset, Cicerón, Pascal,
Papini,.Beethoven, Giordano Bruno, Shakespeare, Cervantes, Quevedo,
Lutero...
(25). Incluso en el Evangelio de San Juan se cita (8, 31.47) una
diatriba de
Jesucristo contra los fariseos (los sionistas de la época) de una
violencia que
no superó jamás ni siquiera el Doctor Goebbels.
Pero es que, además, esa filosofía según la cual los judíos no eran alemanes no era exclusivamente sustentada por los nazis, sino que de la misma participaban los propios judíos, tanto de Alemania como de cualquier otro país. Los judios siempre han reclamado los derechos de ciudadanía para conseguir todo lo que de ello se deriva, para disfrutar de la proteccion de las instituciones públicas con objeto de extraer del pueblo que les ha dado hospitalidad todo el provecho material y moral que pueda resultar de sus actividades. Pero al mismo tiempo han reservado su lealtad a otra nacion, a otra bandera, a otra organización, a otros líderes internacionales, al Sionismo, formando un estado dentro del estado.
Ejemplos:
- El
Doctor Chaim Weizzmann, un marxista nacido en Rusia, que llegaría a ser
el
primer Presidente del Estado de Israel, escribió: “Somos judíos y nada
más. Una
nación dentro de otra nación” (26).
- El
escritor judeoalemán Ludwig Lewisohn, por su parte, aseguraba: “Un
judío es
siempre un judío. La asimilación es imposible, porque nosotros no
podemos
cambiar nuestro carácter nacional” (27).
- El
rabino Stephen Wise, figura prominente del Judaísmo y uno de los
hombres que
más trabajó para que estallara la guerra de 1939, como más adelante
veremos,
declaró en una ocasión: “El judio miente cuando jura obediencia a otra
fé, y se
convierte en un peligro para el mundo” (28).
- Leo
N. Levy, presidente electo de la prominente sociedad judeo-americána
“Bnai
Brith, manifestó: “No es verdad que los judíos sean sólo judíos por su
religión. Un esquimal, un indio americano, podrían conscientemente
adoptar cada
dogma de la religión judía, pero nadie que reflexionara por un momento
les
clasificaria como judios. ¿Quién puede decir que los judíos sólo son
una
religión?. Los judíos son una raza. Un creyente de la fe judía no se
convierte
en judio por este hecho. En cambio, un judio de nacimiento sigue siendo
judío
aunque haya abandonado su religión” (29).
- Louis
Brandeis. que
llegó a Presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos definió
el hecho
de la nacionalidad judía en los siguientes terminos:
“Reconozcamos
que nosotros
los judíos somos una nación distinta en la cual cada judío es un
miembro a
parte, cualquiera que sea su país de origen” (30).
Podriamos
extendernos
citando a centenares de judíos empeñados en darle anticipadamente — y
también a
posteriori— razón a Hitler. Nos limitaremos, como colofón, a citar al
judeo-húngaro Max Nordau, quien, sin ambages, proclamaba:
“No
somos alemanes,
ni ingleses ni franceses. Somos judíos. Vuestra mentalidad cristiana no
es la
nuestra” (31).
ORGANIZACION DEL BOICOT CONTRA ALEMANIA
En
el verano de 1933,
se reunió en Holanda una “Conferencia Judía Internacional del Boicot
contra
Alemania”, presidida por el famoso sionista Samuel Untermeyer, que
también
ostentaba el cargo de la presidencia de la “Federación Mundial
Económica Judía”
y era miembro del “Brains Trust” de Roosevelt (32), y acordó el boicot
contra
Alemania y contra las empresas de otros paises que comerciaran con
Alemania. A
su regreso a los Estados Unidos, Untermeyer declaró, en nombre de los
organismos
que representaba, la “guerra santa” a Alemania (33). Unos meses
después, el
mismo Untermeyer fundó otra entidad, la “Non Sectarian Boycott League
of
America”, cuya misión era vigilar a los americanos que comerciaban con
Alemania.
En
Enero de 1934,
Jabotinsky, el fundador del titulado “Sionismo Revisionista”, escribió
en la
revista “Nacha Recht”: "La lucha contra Alemania ha sido llevada a cabo
desde
hace varios meses por cada comunidad, conferencia y organización
comercial
judía en todo el mundo. Vamos a desencadenar una guerra espiritual y
material
en todo el mundo contra Alemania”.
A
principios de 1934 se fundó
en Inglaterra el
titulado “Consejo
Representativo Judío para el boicot de los bienes y servicios
alemanes”,
entidad cuyo objeto consistía en hacer el vacio comercial a las firmas
británicas que trabajaran con Alemania. Con
la misma finalidad,
extendida a todo el
Imperio Británico, los judíos ingleses Lord Melchett y Lord Nathan,
crearon la
“Joint Council of Trades and Industries”, que fué eficacisima en la
lucha
económica contra el Reich. También se fundaron una “Women’s Shoppers
League”,
que boicoteaba especialmente los productos agrícolas alemanes y una
“British
Boycott Organization”, dirigida por el hebreo capitán Webber, que
organizaba la
guerra económica en paises en que predominaba la influencia politica
inglesa.
En Francia, las campañas periodísticas desatadas por numerosos y prominentes judíos contra Alemania superaron en acritud las de otros paises, pero en cambio no hubo un boicot sistemático contra el comercio con Alemania. No obstante, el 3 de Abril de 1933, el “Comité Francés del Congreso Mundial Judío”, la L.I.C.A. (Liga Internacional contra el Antisemitismo), la “Asociación de Antiguos Combatientes Voluntarios Judíos” y el “Comité de Defensa de los Judíos Perseguidos en Alemania”, mandaron u telegrama a Hitler anunciando el boicot de los productos alemanes en Francia y en el Imperio colonial francés. El Gobierno francés, en el que predominaba la influencia de los israelíes Leon Blum y Georges Mandel (a) Rotschild, no tomó ninguna medida contra esos judíos a pesar de que, al atacar a una potencia extranjera con la que Francia mantenía relaciones diplomáticas normales, se situaban al margen de la ley.
La reacción que provocaron estas campañas fué muy fuerte. El gobierno del Reich empezó, en 1934, a tomar medidas que favorecieran la emigración de judíos a otros paises. En esa época el gobierno compraba negocios de los judíos que voluntariamente preferían emigrar. Una cantidad de judíos difícil de evaluar correctamente emigró a otros paises. Se empezó a pensar en la isla de Madagascar, entonces colonia francesa, como futuro hogar de los judíos; se especuló con la idea de que allí se concentrarian no sólo los judíos procedentes de Alemania sino también los israelíes ortódoxos procedentes de otros paises.
La
idea no era nueva. El
padre del moderno Sionismo político, Theodorl Herzl, ya formuló, a
finales del
siglo XIX, la posibilidad de un Hogar Nacional Judío en Madagascar, o
en
Uganda. Para Herzi el lugar ideal era Palestina, pero comprendía, y en
eso
coincidía con los políticos del III Reich, que ello originaría
interminables
conflictos con la población árabe autóctona (34). Para los jerarcas
nazis parecía
más sencillo obtener la aquiescencia francesa a un núcleo judío en
Madagascar
que el proyecto palestino; no en vano había numerosos políticos judíos
influyentes en la III República.
Pero, oficialmente, Alemania no presentó el “Plan Madagascar” hasta 1938, formulado, en sus trazos generales, por el Ministro de Finanzas, Hjalmar Schacht. Aconsejado favorablemente por Góring, Hitler envió a Schacht a Londres para que discutiera la propuesta con representantes sionistas. El sionismo, pese a la Declaración Balfour, no habia logrado la implantación de un verdadero Hogar Nacional para los judios en Palestina, debido a la logica resistencia de los arabes autoctonos, y determinados lideres sionistas no veian con disgusto la puesta en práctica del ‘Plan Madagascar". Schacht se entrevistó con dos representantes del Sionismo, Lord Bearsted, por la Juderia Inglesa, y Mr. Rublee, de Nueva York.
La propuesta alemana era que los capitales judios en Alemania fueran congelados como garantia de un préstamo internacional para costear la emigracion judia a Madagascar. Mr Rublee y Lord Bearsted desecharon Madagascar. y aceptaron el resto de la propuesta. Sugerian, como emplazamiento del Hogar Nacional Judio, Palestina (35). Schacht informó a Hitler sobre las negociaciones, en Berchtesgaden, el 2 de Enero de 1939; pero el plan fracasó debido a la negativa inglesa a aceptar Palestina como sede de los judios, en una escala superior a la prevista por la Declaracion Balfour, que Inglaterra incumplio clamorosamente, engañando simultaneamente a arabes y judios (36)
Es
preciso hacer constar, empero, que Alemania no fue la primera en
presentar un “Plan
Madagascar” para
los judios. Fue el gobierno polaco quien tuvo, oficialmente, la
iniciativa de
proponer a la antigua Isla de los Piratas como hogar de los judios
oriundos de
Polonia. y en 1937 envio a la Mision Michael Lepecki, acompañada de
representantes judios, para que estudiara el problema sobre el terreno
(37).
En
vista de que Madagascar
no era, finalmente, aceptado por los circulos dirigentes del Sionismo,
e
Inglaterra ponia mil trabas a la solucion palestina, se hicieron otras
tentativas para promocionar la emigración de los judios a otros paises
europeos. A tal efecto se reunieron en Envian, en 1938, representantes
alemanes
y sionistas. Aquéllos insistieron en el “Plan Madagascar”, pero los
sionistas
lo rechazaron resueltamente. A principios de 1939, un alto funcionario
del
Ministerio de Asuntos Exteriores dcl Reich, Helmuth Wohltat, se
trasladó a
Londres para proponer a sus colegas del “Foreign Office” una emigracion
limitada de los judíos que aun quedaban en Alemania a la Guayana
Británica del
Sur, pero el gobierno británico rechazó de plano la propuesta.
Finalmente,
unos meses antes de la guerra mundial, el Mariscal Hermann Góring,
especialmente
comisionado por Hitler, escribió al Ministro del Interior Frick,
ordenándole la
creación de una “Oficina Central de Emigración para los judios”,
mientras por
otra parte ordenaba al Jefe de los Servicios de Seguridad del Reich,
Reinhardt
Heydrich que solucionara el problema judío por los medios de “la
evacuación y
la emigración”. El “Plan Madagascar” continuaba siendo patrocinado por
el
gobierno alemán, pues se esperaba llegar a convencer al Presidente
francés,
Daladier, para que diera su anuencia.
ESTALLA
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
El 2
de Enero de 1938, el “Sunday Chronicle” de Londres publicaba un
artículo
titulado:. “JUDEA DECLARA LA GUERRA A ALEMANIA”, en el que, entre otras
cosas,
se decía:
“El
judío se encuentra ante una de las crisis más graves de su historia. En
Polonia, Rumania, Austria, Alemania, se halla de espaldas a la pared.
Pero ya
se prepara a devolver golpe por golpe. Esta semana, los líderes del
judaísmo
internacional se reunen en un pueblecito cerca de Ginebra para preparar
una
contraofensiva. Un frente unido, compuesto de todas las secciones de
los
partidos judíos se ha formado, para demostrar a los pueblos antisemitas
de
Europa que el judío insiste en conservar sus derechos.
“Los grandes financieros internacionales judíos han contribuído con una cantidad que se aproxima a los quinientos millones de libras esterlinas. Esa suma fabulosa será utilizada en la lucha contra los estados persecutores. Un boicot contra la exportación europea causará ciertamente el colapso de esos estados antisemitas”.
Precisemos
que el “Sunday Chronicle” no era, precisamente, un periódico antijudío.
Y
hagamos notar que, a consecuencia del boicot exterior, el gobierno de
Octavian
Goga, debía dimitir y dar paso a otro más tolerante con su importante
minoría israelí . También en Polonia se producían notables cambios
gubernamentales
substituyendose a los ministros más partidarios de un entendimiento con
Alemania por otros que se negaban a cualquier clase de negociación que
modificara el statu quo en Danzig.
El 3
de Junio de 1938, el muy influyente “The American Hebrew”, portavoz del
judaísmo norteamericano escribía, en un editorial que causó sensación y
fué
reproducido en el mundo entero:
“Las fuerzas de la reacción
contra Hitler estan
siendo movilizadas. Una alianza entre Inglaterra, Francia y Rusia
derrotará,
más pronto o más tarde, a Hitler. Ya sea por accidente, ya por designio
(38),
un judío ha llegado a la posición de la máxima influencia en cada uno
de esos
países... Leon Blum es un prominente judío con el que hay que contar.
El puede
ser el Moisés que conduzca a nuestro lado a la nación francesa. ¿Y
Litvinoff?. El gran judío que se sienta al lado de Stalin, inteligente,
culto,
capaz, promotór del pacto francoruso, gran amigo del Presidente
Roosevelt; él
(Litvinoff) ha logrado lo que parecía increíble en los anales de la
diplomacia:
mantener a la Inglaterra conservadora en los términos más amigables con
los
rojos de Rusia. ¿Y Hora Belisha?. Suave, listo, inteligente, ambicioso
y
competente... su estrella sube sin cesar,..
“Esos
tres grandes
hijos de Israel anudarán la alianza que, pronto, enviará al frenético
dictador,
el más grande enemigo de los judíos en los tiempos modernos, al
infierno al que
él quiere enviar a los nuestros.
“Es
cierto que esas
tres naciones, relacionadas por numerosos acuerdos y en un estado de
alianza
virtual aunque no declarada, se opondrán a la proyectada marcha
hitieriana
hacia el Este y le destruiran (a Hitler).
“Y
cuando el humo de
la batalla se disipe, podrá contemplarse una curiosa escena,
representando al
hombre que quiso imitar a Dios, el Cristo de la Swastika, sepultado en
un
agujero, mientras un trío de no-arios entona un extraño requiem que
recuerda, a
la vez, a “La Marsellesa”, al “Dios Salve al Rey” y a la
“Internacional”,
terminando con un agresivo ¡Elí, EIi EIi !”.
Las
presiones del muy
influyente “lobby” israelí consiguieron que el gobierno
norteamericano
aumentara. las tarifas aduaneras contra las mercancías alemanas, en
señal de
represalia por el trato dado por el gobierno alemán a los judíos
alemanes. Por
otra parte, el “Congreso Judeo-Americano” votó, por unanimidad, el
boicot
comercial contra Alemania e Italia (a pesar de que ésta última no había
tomado
medidas especiales contra los judíos).
Ya
desde principios de
1938 había arreciado la campaña antialemána en Francia. El hebreo Louis
Louis-Dreyfus, el “rey del trigo”, financiaba con generosidad los
periódicos
belicistas franceses. Incluso varias publicaciones partidarias de un
entendimiento con Alemania cambiaron súbitamente de parecer, al sufrir
las
presiones a que puede someterse a una prensa que se supone “libre”. El
semanario “Le Porc Epic” acusaba, por su parte, a la entidad “Union et
Sauvegarde Israélite”, a nombre de la cual se reunían sumas importantes
que
luego se destinaban a “acondicionar” debidamente a la prensa,
haciendole
adoptar una línea no ya tan sólo anti-alemana, sino belicista (39).
Un
periodista judío,
Emmanuel Berl, publicaba una revista, “Pavés de Paris”, en la cual
denunciaba
la existencia de un “Sindicato de la Guerra”.
Citaba
nombres y cifras. Decía sin rodeos que el israelí Robert Bollack,
director de
la Agencia Económica y Financiera y de la Agencia de noticias Fournier,
había
recibido varios millones de dólares, enviados por prominentes
correligionarios
suyos desde América, para “regar” a la prensa francesa, en el sentido
de crear
el clima necesario para una ruptura de hostilidades con Alemania. Y
afirmaba:
“La acción de la Alta Finanza en el empeoramiento de las relaciones
diplomáticas
es demasiado evidente para que pueda ser disimulada” (40).
El propio Charles Maurras, que si no amaba ciertamente a los judíos, era un empedernido germanofóbo, precisaba que los fondos de Nueva York para el “Sindicato .de la Guerra” en Francia los había traido el financiero Pierre David Weill, de la Banca Lazard. Precisaba que tales fondos eran distribuidos por Raymond Phiippe, antiguo director de la mencionada banca y por Robert Bollack. Maurras hablaba de tres millones de dólares y acusaba formalmente a las diversas ramas de la familia Rothschild de participar en el movimiento (41).
La
prensa francesa no era sólo “regada” con dinero procedente de la
Judería
Americana. Está demostrado que también desde Praga afluían fondos para
ella con
objeto de “animarla” en su actitud anti-alemana. Checoeslovaquia,
artificial
Estado inventado en Versalles, contenía en su seno una importante
comunidad judía; su importancia no radicaba sólo en su número sino,
especialmete, en su preponderancia en los puestos clave de la Finanza
y la
Administración de aquel país. El ambajador checo en París, Doctor
Osuky,
entregaba personalmente fondos a los siete principales diarios de París
y a dos
de provincias. El gobierno checo incluso financió directamente, y de
forma
total, desde su creación, al periódico “Le Monde Salve”, que dirigía el
judío
Louis Eisenmann y costaba 150.000 francos anuales (42).
Es innegable, y ha sido admitido por numerosos autores y políticos judíos, que el Judaísmo Internacional, o, como mínimo, la totalidad de entidades judías diseminadas por todo el mundo, hicieron cuanto estuvo en su mano para provocar una guerra mundial contra Alemania. El “Congreso Mundial Judío” que se adhirió al boycot económico antialemán en Marzo de 1937, decían representar, juntos, a siete millones de israelíes esparcidos en treinta y tres países. Sólo mencionamos a estas dos entidades como más representativas, aún cuando existieran docenas de otras asociaciones judías que organizaron boicots contra Alemania o participaron en los mismos.
Los
judíos más eminentes y representativos afirmaron a posteriori, y en
plena
guerra, que ellos la habían declarado antes que nadie. Así, por
ejemplo, Chaim
Weizzmann, conocidisimo sionista que seria luego el primer Presidente
del
Estado de Israel, declaró la guerra a Alemania en nombre del Pueblo
Judío. En
efecto, dos días después de la declaración de guerra, hecha por
Inglaterra y
Francia al Reich, Mr. Weizmann, hablando en nombre del Congreso Mundial
Judió y
del Movimientó Sionista manifestó que “..los judíos estan al lado de la
Gran
Bretaña y lucharán al lado de las democracias..,. La Agencia judía está
preparada para hacer inmediatamente cuanto sea necesario para utilizar
a la
población judía, a su habilidad técnica y a sus recursos de todo orden
en la
lucha contra Alemania..” (43).
Más tarde, en plena guerra, prominentes judíos hablarían de ésta auténtica “Declaración de guerra”: Nada menos que Moshe Shertok, que en 1948 sería jefe del gobierno del Estado de Israel manifestó en Enero de 1943, ante la Conferencia Sionista Británica que “...el Sionismo declaró la guerra a Hitler mucho antes de que lo hicieran Inglaterra, Francia y América, porque ésta guerra es nuestra guerra” (44).
El
órgano de la comunidad judía de Holanda escribió, diez días después de
la
declaración de guerra anglo-francesa a Alemania: “Los millones de
judíos que
viven en América, Inglaterra y Francia, Africa del Norte y del Sur, sin
olvidar, a los que ya viven en Palestina, están dispuestos a llevar
hasta el
fin la guerra de aniquilamiento contra Alemania” (45).
El Rabino Moses Perzlweig, dirigente de la Sección Británica del Congreso Mundial Judío, declaró en Toronto, Canadá: “El Congreso Mundial Judío está en guerra con Alemania, a todos los efectos prácticos, desde hace, por lo menos, siete años” (46).
El
órgano oficial de la Judería de la segunda ciudad norteamericana, el
“Chicago
Jewish Sentinel” manifestó, en su sección “Sermón de la Semana”:
Por su parte, el oficioso “Jewish Chronicle”, de Londres, portavoz de la comunidad judía londinense, escribió en un editorial que “hemos estado en guerra con él (Hitler), desde el primer día que subió al poder” (48).
El hombre que declaró la guerra a Alemania, Sir Neville Chamberlain, Primer Ministro del Gobierno Británico, el hombre que firmó la ruptura de hostilidades, confesó al Secretario de Estado de los Estados Unidos para la Marina, James. V. Forrestal, que fué el Judaísmo quien arrastró a Inglaterra a la guerra mundial.
En efecto, Forrestal anotó en su diario, con fecha
27 de
Diciembre de1945 lo siguiente:
“Hoy he jugado al golf con
Joe Kennedy (49). Le
he preguntado sobre la conversación sostenida con Roosevelt y
Chamberlain en
1938. Me ha respondido que la posición de Chamberlain era entonces de
que
Inglaterra no tenía ningún motivo para luchar y que no debía
arriesgarse a
entrar en guerra con Hitler. Opinión de Kennedy: Hitler habría
combatido contra
la URSS sin ningún conflicto posterior con Inglaterra, de no haber
mediado la
instigación Bullit (50) sobre Roosevelt, en el verano de 1939, para que
hiciese
frente a los alemanes en Polonia, pues ni los franceses ni los ingleses
hubiesen considerado a Polonia como causa suficiente de una guerra de
no haber
sido por la constante y fortísima presión de Washington en ese
sentido.
Bullit
dijo que debía informar a Roosevelt de que los alemanes no lucharían.
Kennedy
replicó que lo harían y que invadirían Europa. CHAMBERLAIN DECLARO QUE
AMERICA
Y EL MUNDO JUDIO HABIAN FORZADO A INGLATERRA A
ENTRAR EN LA GUERRA” (51).
Forrestal
se refería
a “América y el mundo judío”. Preguntamos: ¿que América?. En una
encuesta
realizada por el Instituto Gallup en 1940, el 83’5 por ciento de
ciudadanos
americanos se mostraban contrariados a la idea de ver a su país
mezclado en una
nueva guerra mundial. Al lado de un 12’5 por ciento de respuestas
vagas,
sólo un
4 por ciento de consultados se mostraron partidarios de la entrada en
la
guerra. Luego cuando Chamberlain decía “América” se refería sin duda
razonable
posible al gobierno americano de Roosevelt y a su “Brains Trust”, dos
terceras
partes del cual se componían de judíos.
Cuando
Chamberlain
acusaba al “mundo judío” de haber forzado a Inglaterra a declarar la
guerra a
Alemania no se refería solamente a la talmúdica administración
rooseveltiana,
sino que aludía igualmente al clan belicista de Londres, cuya cabeza
visible y
líder indiscutido era Winston Churchill.
Hasta
1937, Churchill
fué un ferviente admirador de Hitler, según se desprende
inequívocamente de la
lectura de su obra “Great Contemporaries”, así como de “Step by Step”,
en que
hace verderos panegíricos del Führer. Fué entonces cuando, en trance de
ser
declarado en bancarrota por la pésima administración de su patrimonio
familiar,
un financiero judío, Sir. Henry Strakosck, le regaló la, entonces,
fabulosa
suma de 18.000 libras esterlinas, que permitieron al versátil político
conservar su “status” en la sociedad Londinense. A partir de aquél
momento la
orientación de Churchill en política exterior da un giro copernicano y
se hace
el campeón del clan belicista y anti-alemán en el Partido Conservador
(52).
Por otra parte, entre los miembros del Gobierno británico que prácticamente arrastraron al dubitativo Chamberlain a la declaración de guerra, figuraban cuatro judíos: Hore Belisha, Ministro de la Guerra; Sir Adair Hore, Secretario de Pensiones Sociales; Lord Hankey, Ministro sin Cartera, y Lord Stanhope, Primer Lord del Almirantazgo. Pero, además, Lord Halifax, Ministro de Asuntos Exteriores, estaba casado con una nieta de los Rothschild, y con esa opulenta familia estaba igualmente emparentado por vía de matrimonio el Ministro de Comercio Oswald Stanley; Sir John Simon, Canciller del “Exchequer”, es decir Ministro de Hacienda, era intimo amigo y protegido de Sir Phiippe Sassoon, uno de los prohombres del Sionismo británico, y estaba casado con una judía. También estaban casados con hebreas Lord Maugham, Presidente de la Cámara de los Lores, H. H. Rambotham, Ministro de Obras Públicas y Sir J. Reith, Ministro de Información, de los restantes ministros; Sir Malcolm Mc Donald, el Secretario de Colonias, estaba asociado en asuntos de finanzas, con el conocido multimillonario y sionista Israel Moses Sieff. El Duque de Devonshire, Subsecretario de los Dominios, tenía como asociado, en el consejo de administración de la “Allied Asurance Co.” a los judíos Rothschild, Bearsted y Rosebery. El Ministro de Transportes, E. L. Burgin, era el director de una empresa de abogados que defendía los intereses de la poderosa banca judía “Lazard Bros”. Sir Kingsley Wood, Ministro del Aire y el Conde De la Warr, Ministro de Educación, eran asociados del P. P. P. (Political and Economical Planing), del hebreo Sieff, entidad definida por el propio Churchill como un “vivero de marxistas”. Solamente Lord Woolton, el Ministro de Abastecimientos, no tenía ningún lazo familiar o comercial con judíos, aún cuando anteriormente hubiera sido miembro del Consejo de Administración de la firma judía “Lewi’s Ltd.’
No
debemos olvidar a dos figuras
de máximo
relieve en el clan belicista inglés, aun cuando en el momento de la
declaración
de guerra no formaran parte del gobierno oficial del país: Duff Cooper
y
Anthony Eden. Sir Duff Cooper, ex-Primer Lord del Almirantazgo, era
junto a
Churchill, Halifax y Eden, y más aún que el propio Presidente
Chamberlain, uno
de los hombres de más influencia en el Partido Conservador.
Curiosamente según
las leyes de Nuremberg no hubiera sido considerado judío, por serlo su
madre,
Agnes Stein, de una familia de banqueros de la City. En cambio, según
la
Halacha (la ley judía) es judío por haberlo sido su madre...
En
cuanto a Anthony Eden, que
había sido
Ministro de Asuntos Exteriores y volvería a serlo, llegando incluso a
Primer
Ministro, fué toda su vida un amigo y protegido del multimillonario
judío y
sionista Sir Phillip Sassoon (que, por cierto, en el momento de la
declaración
de guerra al III Reich formaba parte del Gobierno como Secretario de
Obras
Públicas). Eden incluso celebraba sus reuniones políticas en el
despacho de
Sassoon en la Cámara de los Comunes (53). El abuelo materno de Eden era
un
hebreo polaco apellidado Schaffalitsky.
En el momento de estallar la guerra, 181 de los 415 diputados de la Cámara de los Comunes eran directores, accionistas notorios o administradores de sociedades comerciales o financieras. Estos 181 padres de la Patria ocupaban en total 775 lugares de los miembros de los consejos de administración y de dirección en los 700 bancos, grandes empresas industriales, navieras, compañías de seguros y empresas exportadoras más importantes del imperio británico. Al menos las tres cuartas partes de tales empresas eran judías.
El
predominio de los judíos o de
políticos
relacionados con el Judaísmo era, en Francia, tanto o más notorio que
en
Inglaterra. El cabeza de fila del poderoso clan belicista francés era
Georges
Mandel, cuyo verdadero nombre era Jeroboam Rothschild.
La Gran Prensa Mundial, influenciada, cuando no abyectamente dependiente dé fuerzas políticas infeudadas al Judaísmo, que denigraba sistemáticamente a Alemania, guardó distraído silencio cuando, el 4 de Febrero de 1936, Wilhelm Gustloff, jefe del grupo nacionalsocialista de alemanes residentes en Suiza fué asesinado por el hebreo Frankfurter. Sólo dos de los dieciseis diarios parisinos dieron la noticia, y aún omitiendo mencionar la extracción racial del autor del asesinato (54). El 7 de Noviembre de 1938, un incidente inesperado y banal —según la prensa francesa—, o una auténtica provocación —según la prensa alemana—, motivó (o sirvió de pretexto a una violenta reacción alemana. El agregado consular alemán en París, Von Rath, fué asesinado por un joven hebreo, emigrado de Alemania, llamado Herschel Grynzspan. Algunos de los líderes más exaltados de las unidades de combate del Partido Nacionalsocialista organizaron, la noche del 8 al 9 de noviembre, una verdadera orgia de antisemitismo, que sería conocida con el nombre de “Kristallnacht” (la noche de cristal): escaparates de tiendas judías apedreados, quema de numerosas sinagogas e innumerables casos de malos tratos de palabra y obra. Afortunadamente no se registraron decesos.
Inmediatamente
se
organizaron manifestaciones antialemanas en las democracias
occidentales y en
la URSS. No obstante, no era la primera vez en la Historia que el
asesinato de
altos funcionarios a manos de un extranjero provocaba enérgicas
represalias
contra los compatriotas del asesino. Podemos mencionar como ejemplo,
los
abusos cometidos contra los italianos de Lyon y Marsella, después de
que un
italiano, Casserio, asesinara al Presidente Carnot en 1905. En Lyon y
Marsella
hubo muertos; no los hubo en la “Kristallnacht”, pero la reacción
internacional
contra Alemania fue de una inusitada violencia y el Presidente
Roosevelt, que
retiró a su embajador en Berlin declaró que “apenas podía creer que
tales cosas
sucedieran en pleno siglo XX”.
La
Segunda Guerra
Mundial estalló por la concatenación de una serie de factores, siendo
el factor
judío, o más exactamente, el Judaismo, y en especial su rama Sionista,
uno de
los principales. También se ha dicho por numerosos autores, y
personalmente
creemos haberlo demostrado (55), que la Alta Finanza Internacional fue
factor
principalísimo y ciertamente determinante de la llamada “Gran Cruzada
de las
Democracias”. Pues bien: para nadie que se halle siquiera medianamente
informado constituye un secreto que los individuos y entidades
componentes de esa
Alta Finanza son, en apabullante proporción, judíos.
Con
el fin de dar una
idea de cuán cínicamente piensan algunos judíos sobre el valor y la
significación de la guerra, citamos algunas palabras del discurso
pronunciado
por el periodista judeo-americano Isaac Marcusson con motivo de un
banquete
celebrado en el “American Luncheon Club”:
“La guerra es una colosal empresa comercial. En cuanto a las mercaderias que se negocian, éstas no son máquinas de afeitar, ni jabones y pantalones, sino sangre y vidas. El mundo ha sido inundado con relatos sobre heroísmo en la guerra, pero el heroísmo era en la lucha mundial una de las cosas más vulgares del mundo. Lo más bonito de esta guerra (se refiere a la I Guerra Mundial. N.del Autor) era más bien la organización comercial” (56).
La
frase es perfectamente
aplicable a la II
Guerra Mundial, y a todas las guerras que se han sucedido desde que
estalló la
“paz”. Por ejemplo, en Francia, el judío Citroen fabricaba para el
ejército
autos, tanques, proyectiles y torpedos. El judío Leon Levy, de la casa
Comentry, suministraba cañones. Las máscaras antigases las fabricaban
la
“Societé d’Etudes et de Construction du Matériel de Protection”, bajo
la
dirección de los judíos Frank y Bráun. Los gases asfixiantes los
suministraban
los judíos Klotz, Mannheimer, Weill y Berr. Otros proveedores de
material de
guerra eran los judíos Aron, Cahen, Eiffel, Goudchaux, Lazard, Lehmann
y Stern.
La fábrica de automóviles Latil, que luego fabricaría carros blindados,
la
dirigían los israelíes Blum (el socialista multimillonario), Georges y
Lazare
Latil, Jean-Paul Lévy, Fribourg, Fortoul, Korn y Weill. El Ministerio
del Aire
nombró dos todopoderosos “consejeros” para la gran fábrica de
aeroplanos que se
montó en 1937 en Nantes. Estos dos consejeros eran extranjeros. Uno de
ellos M.
E. Hijmans, procedía de Holanda, y el otro, H. E. Oppenheimer, de
Alemania.
Ambos eran judíos. El “rey” de la aviación de guerra de Francia era el
judío
Marcel Bloch, que años más tarde cambiaría su nombre por el de Marcel
Dassault.
Los técnico franceses de esta gran factoría han llegado a producir el
avión
“Mirage” (57).
En Inglaterra y los Estados Unidos, y en ambos casos por intermedio de la Alta Banca, la industria de guerra de hallaba — y sigue hallandose— bajo el casi absoluto control de judíos que, en muchos casos son sionistas. Concretamente, en los Estados Unidos, el hombre que en las dos últimas guerras mundiales ha centralizado en sus manos el más omninodo poder sobre las industrias bélicas fué el llamado “Procónsul de Judá en América”, Bernard Mannes Baruch, según se reconoció, incluso, en una histórica sesión ante el Senado norteamericano.
Un
tercer factor fué el comunismo, y concretamente su encarnación fáctica,
es
decir, la Unión Soviética quien resultaría, a la postre, el verdadero
vencedor
político de la contienda. Y no se puede discutir seriamente que, si en
la
gestación de la URSS intervinieron mayoritariamente los hebreos de los
ghettos
rusos y polacos, en 1939 elementos judíos copaban en una proporción no
inferior
a las dos terceras partes el “apparat” gubernativo de la URSS. Mucho se
ha
hablado, a ese respecto, del Pacto Ribbentrop-Molotoff, en vísperas del
desencadenamiento de las hostilidades, en 1939. En cambio, se ha
soslayado en
lo posible el mencionar que quien propuso el Pacto fué Stalín,
rechazando el
que le proponían los anglo-franceses; al Zar Rojo no le interesaba
“sacarles
las castañas del fuego a los reaccionarios occidentales”, segun
manifestó con
impar franqueza. Pero una vez Alemania comprometida en una guerra con
Occcidente, Molotoff (58), que había
sustituido muy oportunamente a
Litvinoff, el
polifacético hebreo, se presentó en Berlín con una serie de
reivindicaciones
territoriales que fueron rechazadas, pero que Inglaterra y los Estados
Unidos
concederían graciosamente después que
el
Judaísmo, de manera directa a
través de su rama Sionista, e indirectamente por las Actividades de la
Alta
Finanza y del Comunismo en cínica y, para los no informados;
sorprendente
alianza, fué no un factor, sino EL FACTOR determinante del
desencadenamiento de
la guerra, está fuera de toda duda razonable. Corroboran esta
afirmación los
testimonios precitados, todos ellos de parte contraria, y ya se sabe
que a
confesión de parte exclusión de prueba.
Y
que Alemania era consciente de quién era su verdadero enemigo lo
demuestran
numerosas declaraciones públicas de sus principales líderes políticos,
de las
que vamos a citar, como más representativa, una frase del discurso de
Hitler
del 19 de Septiembre de 1939:
“En numerosas ocasiones, he ofrecido la amistad del pueblo alemán a Inglaterra y al pueblo inglés. Toda mi política se ha basado en la idea de esa mutua amistad. Siempre he sido rechazado... Nosotros sabemos que el pueblo inglés, en su conjunto, no puede ser hecho responsable. Quien en realidad odia a nuestro Reich es la clase dirigente y plutocrática de la Judería”.
Que
no se trataba de fantasías de Hitler lo atestiguan dos testigos de
impar
calidad. Nada menos que los embajadores polacos en París y Washington
en el
momento de estallar la guerra. Lukasiewicz, embajador en París,
escribió a su
Gobierno, el 7 de Febrero de 1939, que el Embajador norteamericano en
Paris, el
medio judío William C. Bullit, le había dicho textualmente que “los
Estados
Unidos disponen de medios de presión formidables contra Inglaterra. La
simple
amenaza de su empleo debiera bastar para impedir que el Gobierno
Británico
prosiguiera su política de conciliación hacia Alemania” (59). Por su
parte, el
Conde Jerzy Potocki, embajador polaco en Washington, escribió, el 12
de Enero
de 1939, al Jefe del Gobierno, Coronel Beck:
“Aquí se ha desatado una campaña antialemana de una rara violencia. Participan en la misma diversos intelectuales y banqueros judíos: Bernard Baruch, el Juez del Tribunal Supremo, Frankfurter, el Secretario del Tesoro, Morgenthau, y muchos otros relacionados con Roosevelt con lazos de amistad personal. Este grupo de personalidades que ocupan los cargos de mayor responsabilidad en el gobierno norteamericano está unido por lazos indisolubles con la causa sionista"
BARUCH,
MORGENTHAU et ALIA
En
la gran democracia americana suele verse, junto a los presidentes
elegidos por
sufragio universal, a una serie de personajes, que parecen surgir por
generación espontánea, ejerciendo el cargo de “consejeros especiales”.
Tales
consejeros nunca han sido elegidos por el pueblo “soberano”, sino que
han sido
promocionados digitalmente. Desde los tiempos de Roosevelt reciben el
nombre de
“Brains Trust”, o Trust de los Cerebros, y a su frente aparece una
especie de
“Gran Visir”, cuyo poder es —o lo parece— superior al del propio
presidente.
Ahí tenemos el caso de Kissinger, junto a Nixon. Y a su antecesor
Sydney
Weinberg, de la firma bancaria Goldmann, Sachs & Co, junto a
Jhonson. Y a
Bernard Mannes Baruch, llamado “el proconsul de Judá en América”,
siempre junto
a Roosevelt, Truman, Eisenhower y Kennedy.
Pues bien, Bernard Baruch admitió ante un Comité Investigador del Senado de los Estados Unidos que, en plena guerra, redactó un plan de 14 puntos para “estrangular” a Alemania una vez victoriosamente terminada la guerra y que, a consecuencia de ese plan, los ciudadanos alemanes “padecerían hambre y miseria” (61). El Plan Baruch, concebido cuando todavía no se hablaba de cámaras de gas, fué debidamente estructurado por un correligionado suyo, Henry Morgenthau, Jr., Secretario del Tesoro de los Estados Unidos.
En
el Plan Morgenthau se programa fríamente, la destrucción física de
sesenta y
cinco millones de alemanes, una vez obtenida la victoria militar de los
Aliados.
Se prevé la destrucción de todas las fábricas, la incautación de todas
las
patentes de invención y la reducción de las mujeres alemanas al
estatuto de
concubinas; los hombres seran esterilizados y la etnia germánica
desaparecerá
en unos años. En el lugar ocupado anteriormente por Alemania quedarán
unos
quince millones de personas, procedentes de otras naciones, que vivirán
en un
estado puramente agrícola y pastoril.
Los
detalles del Plan Morgenthau, que debiera, en realidad, haberse llamado
Plan
Baruch-Morgenthau, eran conocidos en Alemania. Si tras la victoria de
los
Aliados, el Plan no llegó a aplicarse más que en sus puntos iniciales,
ello se
debió tanto al inmediato desencadenamiento de la “Guerra Fría” entre
occidentales y soviéticos como a la resuelta oposición de los altos
mandos
militares americanos y británicos (62).
La
contribución de los judíos, tanto individualmente corno, sobre todo,
integrados
en sus entidades específicamente sionistas, en la lucha contra
Alemania, antes
y durante la guerra, fué masiva. Y judíos fueron quienes mas
contribuyeron a
que la lucha sobrepasara el límite de los combatientes para incluir
entre sus
rigores a la población civil.
Así,
fué un judío, Lord Cherwell, (a) Lindemann, por cierto nacido en
Alemania, y
naturalizado británico, quien inspiró a Churchill la por él mismo
calificada de 'splendid decission', de bombardear objetivos alemanes no
militares. El
llamado
“area bombing” tenía como único objetivo bombardear las viviendas de
las clases
trabajadoras alemanas.. Este objetivo, destinado a crear el terror y a
forzar a
la población civil alemana a que exigiera la rendición a su gobierno
fracasó
totalmente. Pero millones de europeos, alemanes y no alemanes —pues el
area
bombing se practicó asi mismo en Italia, Bélgica y Francia— pagaron con
sus
vidas el loco y mesiánico sueño de venganza de Lindemann.
Samuel
Fried, el bien conocido sionista y pacifista, escribió cuando la patria
de su
pasaporte, los Estados Unidos, era aún neutral, lo siguiente:
“Hemos
de destruir esa nación odiada (Alemania), tanto desmembrándola como
repartiéndola entre sus vecinos, así como mediante despiadados
asesinatos
masivos” (63).
Theodore
Nathan Kauffman escribió (64) cuando “su” patria, los Estados Unidos,
aún era
neutral, lo siguiente:
“Cuando
esta guerra acabe, Alemania será desmembrada. La población alemana que
sobreviva a los bombardeos aéreos, tanto hombres como mujeres, será
esterilizada con objeto de asegurar la total extinción de la raza
alemana”.
El mismo odio destilan los libros de los conocidos escritores hebreos Maurice Leon Dodd (65), Charles G. Haertmann (66), Einzig Pelil (67), Ivor Du ncan (68), y Douglas Miller (69), en todos los cuales se aboga por la exterminación física de millones de alemanes cuando la guerra concluya. Todos estos libros fueron escritos cuando los Estados Unidos aún eran, al menos teóricamente, neutrales. Cabe mencionar la excepción de Einzig Palil, que escribió su nada humanitario mamotreto en Londres, en 1942, cuando la patria de su pasaporte, el Canadá, ya estaba oficialmente en guerra con Alemania.
En
el bando soviético, la declaración más inaudita fué hecha por su
Ministro de
Propaganda, Ilya Ehrenburg, quien, al acercarse las tropas bolcheviques
a
Alemania lanzó, por radio, la siguiente proclama:
“Asesinad,
valientes soldados del Ejercito Rojo. En Alemania, nadie es inocente.
Ni los
vivos ni los aún por nacer... Aplastad para siempre en sus madrigeras a
las
bestias fascistas. Destrozad violentamente el orgullo racial de las
mujeres
alemanas. Tomadlas como botín. Asesinar, bravos soldados rojos! “.
Si
los judíos,
independientemente de su nacionalidad de pasaporte, tomaron parte
activa en el
desencadenamiento de la guerra contra Alemania y en el endurecimiento
de la
misma, como apóstoles de las matanzas injustificadas de civiles y de la
sistemática violación de las leyes de la guerra en el tratamiento dado
a los
soldados alemanes (70), también fueron los instigadores de los procesos
de
desnazificación, cuya culminación la constituyó el Proceso de
Nuremberg. A
partir de la Conferencia de Placentia Bay, en que se habló por primera
vez de
los procesos contra los “criminales de guerra” alemanes, el Congreso
Mundial
Judío, ya en 1942, es decir, un año antes de que empezaran, según los
acusadores del bando Aliado, las ejecuciones masivas de judíos en los
campos de
concentración alemanes, empezó a redactar las listas de tales
“criminales”.
LOS
CAMPOS DE
CONCENTRACION
Los
llamados modernos medios de Información que, en honor a la Verdad,
debieran ser
apodados de “Desinformación”, han presentado una imagen convencional
del
problema. El contencioso germano-judío ha sido fallado por la Historia
Oficial
de la post-guerra de manera totalmente maniquea. Los nazis y, por
extensión,
los alemanes todos, eran unos brutos salvajes que encerraban a los
judíos de
Alemania y de los países que lograron ocupar militarmente en unos
campos de
concentración, con la finalidad de exterminarlos en crematorios y en
cámaras de
gas. Los judíos eran unas inocentes criaturas, que se dejaban llevar
mansamente
al matadero, entonando a coro el Cantar de los Cantares. Esa imagen ha
sido
reiterada, ad nauseam, en revistas y periódicos, por la radio y la
televisión
de todos los paises, beligerantes o no en la pasada guerra... Docenas,
centenares de peliculas han aparecido y aparecen aún, pasados treinta
años del
final de la contienda, repitiendo obsesivamente el mismo leit motiv:
alemanes
estúpidos, nazis asesinos, judíos inocentes y holocausto infernal de
seis
millones de personas, perpetrado con refinamientos de crueldad
inconcebibles en
seres que se suponen civilizados.
Antes de entrar decididamente en lo que constituye el tema central de la presente obra, esto es, la demostración de que no existió un plan oficial aleman para la exterminación masiva de los judíos por el hecho de serlo y que, en cualquier caso, la cifra de bajas judías, por todos los conceptos, de resultas de la conflagración mundial, no pudo sobrepasar el 10 por ciento de la cifra oficial, hemos querido situar el problema en sus justos y exactos términos. Tal vez nos hayamos extendido excesivamente en los precedentes epígrafes, pero ello nos ha parecido impréscindible para una nueva evaluación precisa del problema.
Bien
intencionados de la escuela revisionista se han sumergido de lleno en
el tema,
olvidándose de los antecedentes del mismo, y limitándose a señalar la
imposibilidad material de la cifra de seis millones de exterminados. Un
tal
planteamiento, excluyendo las circunstancias que enmarcan el caso,
parece dar
por sentado que es lógico el internamiento de varios millones de
civiles en
campos de concentración.
Si
se omite el mencionar lo que, basandonos en testimonios de parte
contraria a
los nazis o, simplemente, a los alemanes en general, hemos reseñado en
los
epígrafes anteriores, cualquier lector medianamente advertido notará
una laguna
que por fuera hay que colmar. A nuestro juicio, el planteamiento
correcto del
problema de lo que no dudamos en calificar como “el mayor fraude
histórico de
todos los tiempos” es el siguiente:
a)
La tradicional amistad entre el
Sionismo y el Pan-Germanismo quedo rota cuando, a mediados de 1917,
aquél
traicionó una alianza fáctica y propició la entrada de los Estados
Unidos en la
guerra, al lado de los Aliados, lo que originó la derrota de Alemania y
el
infausto Tratado de Versalles, en cuya redacción participaron numerosos
e
influyentes judíos, en muchos casos nacidos en Alemania.
b)
La masiva participación de los judíos
en las revueltas comunistas ocurridas en Alemania entre 1917 y 1925,
así como su
papel de líderes de los movimientos disolventes y antinacionales,
culminando
todo ello en una posición de preponderancia política y económica
contribuyó
poderosamente al triunfo electoral del Nacionalsocialismo, cuyo
programa
preveía la asimilación de los judíos alemanes al estatuto de
extranjería.
c) Tal
como hemos visto en precedentes
epígrafes, los judíos del mundo entero, incluyendo los nativos de
Alemania y
Austria, declararon, de hecho y oficialmente, la guerra a Alemania.
d) En
el transcurso de la guerra, diversos
judíos con pasaporte norteamericano, inglés, francés o apátridas
(ex-alemanes)
coadyuvaron al endurecimiento de la guerra contra Alemania y a la
entrada de
los Estados Unidos en la contienda.
e) Las
actividades de los judíos en los
diversos movimientos de resistencia, es decir, de francotiradores que
combatían
sin uniforme, han sido tan voceadas por los propios hagiógrafos de los
judíos
que huelga extenderse sobre ello. En dichos movimientos —de lucha
ilegal según
las Convenciones de Ginebra y La Haya, no se olvide— los judíos eran
legión
(71).
f) En tales circunstancias, y atendidos los citados precedentes, los civiles judíos constituían, tanto en Alemania como en los territorios que sucesivamente fue ocupando el Ejército Alemán en el curso de la guerra, un peligro potencial. Por consiguiente, se hizo necesario, en determinados casos, su internamiento.
g) Ese internamiento hubo de realizarse en campos de concentración, que hubo que improvisar en plena guerra, pues los construidos en preguerra para alberge de marxistas y elementos asociales no bastaban. Con la masiva llegada de prisioneros, especialmente procedentes del frente del Este, la situación en los campos de concentración empeoró, aumentando la tasa de mortalidad, ya normalmente elevada en los campos de prisioneros.
h) La tesis oficial pretende que, mediante gaseamientos, crematorios, fusilamientos en masa y sevicias de todo género, no menos de seis millones de judíos fueron deliberadamente ejecutados por los nazis, siguiendo un plan oficial del Gobierno Alemán.
i) Como vamos a demostrar seguidamente, no existió ningun programa oficial de exterminación de los judíos, no existieron cámaras de gas y los crematorios tenían como finalidad la incineración de los cadáveres. Finalmente la cifra de seis millones de judíos muertos (72) representa de quince a veinte veces la realidad.
j) El “mito de los seis millones” es artificiosamente mantenido en vida por el interés mancomunado y convergente del Sionismo Internacional y de la Unión Soviética. Para ésta, la creencia en tal entelequia mantiene en pié un muro de horror entre Alemania Occidental (73) y los demás paises de la Europa residual aún no sometidos al Comunismo. Si seis millones de judíos fueron exterminados, muchísimos alemanes debieron saberlo; si lo sabían y lo toleraban Alemania era —y debe continuar siendolo— un país de salvajes, indigno de la convivencia internacional. Así se mantiene una resquebrajadura permanente en el ya de por sí poco sólido edificio de la Alianza Atlántica. Para aquél, —para el Sionismo—, la pervivencia del mito representa la seguridad de poder continuar contando con la República Federal Alemana como enjuagador de los permanentes déficits del Estado de Israel.
Los campos de concentración para judíos y (no-judíos) estaban ubicados en las siguientes ciudades: Katzweiler, Dachau, Flossenburg, Buchenwald, Bergen-Belsen, Neuengamme, Ravensbruck, Sachsenhausen, Gross-Rosen, Theresienstadt, Mauthausen, Stutthoff, Chelmno, Treblinka, Sobiror, Maidanek, Belzec, Auschwitz-Birkenau, Vught, Dora, Beuchow, Drancy, Ellrich, Elsing, Gandersheim, Gurs, Herzogenbusch, Kistarcsa, Lublin y Wolzec.
Para empezar, he aquí una fantástica coincidencia. Según la literatura concentracionaria, aún cuando los malos tratos ejercidos con lunático sadismo se dieron en todos los campos citados, sólo fueron “campos de exterminación” propiamente dichos los de Auschwitz-Birkenau, Stutthof, Chehnno, Belzec, Treblinka, Maidanek y Sobiror, es decir, todos los situados en territorio actualmente controlado por los comunistas, rusos o polacos. Se ha podido probar que ni Dachau, ni Buchenwald ni Bergen-Belsen, todos ellos en territorio Alemán, fueron “campos de exterminación”; cuando se ha pretendido continuar las investigaciones en los siete campos restantes, actualmente en territorio controlado por los comunistas, éstos han declarado, bajo “palabra de honor” que la versión que los presenta como campos de exterminio es correcta, y el asunto se ha dado por zanjado. Así pues, la cuestión de los campos de exterminio se inicia, ya, con una coincidencia matemáticamente super-mprobable. Pero de ello ya hablaremos más adelante, al estudiar el caso campo por campo.
Ahora
creemos interesante hacer un inciso sobre la necesidad del
internamiento de
grandes masas civiles de halógenos potencialmente hostiles, llevada a
cabo por
paises en estado de guerra.
Pero he
aquí que según datos
proporcionados por el mismo Congreso Mundial Judío, habían, en 1957:
-
Judíos en la Unión
Soviética.......................................................... 2
millones.
-
Judíos en los Estados
Unidos....................................................... 5,2
millones.
-
Judíos en otros
países..................................................................4,6
millones.
-
Lo que totabiliza: 11,8 millones.
Once millones ochocientos mil judíos. Es decir, 0,8 millones MÁS de los que debieran haber de acuerdo con el primer cálculo. Por consiguiente, un testimonio de tan excepcional calidad como el propio Congreso Mundial Judío admite, tácitamente, que el número de “victimas” no puede ser siquiera de 5,7 millones, debiendo rebajarse a 5,7 - 0,8: 4,9 millones.
Pero, según informa el
demógrafo
norteamericano
Roland L. Morgan, en el censo de la población soviético de 1957, el
número de
judíos residentes en la URSS era ligeramente superior a los tres
millones y no
los DOS MILLONES mencionados por el Congreso Mundial Judío (111). Si
substraemos ese millón “perdido” y ahora “hallado” en Rusia, de la
cifra del
párrafo anterior deberemos deducir precisamente “ese” millón: 4,9
millones - 1
millón: 3,9 millones.
Ahora bien, si el Congreso
Mundial Judío pudo
“arreglar” la población judeo—soviética en un tercio, ¿podemos admitir
como
aceptable la sospechosamente baja cifra de sólo 5,2 millones de judíos
en los
Estados Unidos...?
Roland L. Morgan lo niega
resueltamente,
razonándolo de la siguiente manera: “Según cifras oficiales del Comité
Judeo—
Americano la población judía de los Estados Unidos era, en 1917, el
3,27 % del
total; en 1927, el 3,58 % y en 1937 el 3,69 %. Todos sabemos que,
además del
aumento natural normal se produjo, en las décadas de los años 40 y 50
un
tremendo influjo de inmigrantes judíos — tanto ilegal como ilegalmente—
a las
hospitalarias tierras americanas. Pero, sorprendentemente, si hemos de
creer
las cifras del Congreso Mundial Judío, en 1957 el porcentaje había
descendido
hasta un 2,88 % del total (5,2 millones sobre 180 millones). Esto es
imposible.
No se puede admitir” (112).
En efecto: ¿cómo pudo ocurrir
ese “milagro”?.
No sería más lógico suponer que, según el demógrafo norteamericano
Wilmot
Robertson (113), a mediados de la decada de los cincuenta debieron
haber en los
Estados Unidos entre ocho y nueve millones de judíos, lo que llevaría
su
porcentaje con respecto al total de la población a un 4,5 %?. Porque,
en todo
caso el asumir que el porcentaje descendió por debajo del nivel de 1937
es
sencillamente absurdo.
Examinemos esta cuestión
desde
otro punto de vista. La revista “Time”
(114); citando el Anuario de las Iglesias Americanas informa de que
hay, en los
Estados Unidos, 5,5 millones de judíos “practicantes de la religión
mosaica”. En
otras palabras, si el número total de judíos oficialmente admitidos en
el pais
es de 5,2 millones, resulta que más del cien por cien de los judíos
—apróximadamente el 106 por ciento— están inscritos en sus comunidades
religiosas. ¿Otró milagro?... Que no todos los judíos residentes en los
Estados
Unidos son practicantes de su religión está corroborado por un artículo
aparecido
en el mismo semanario “Time” (115) en el que se afirma que sólo el 10,6
% de la
población neoyorquina profesa la religión mosaica, a pesar de que el
porcentaje
total de los judíos en esa ciudad es del 28%, aún cuando creemos,
avalados por
las obras de Robertson, entre otros, que esa cifra es inferior a la
realidad,
que más bien debe acercarse al 35%. En todo caso, una cosa es evidente:
más de
la mitad de los judíos neoyorquinos son religiosamente indiferentes y
no se
hallan registrados en las sinagogas. Según las estadísticas (116), el
38% de
los americanos son ateos o agnósticos, y el 62% pertenece a una u otra
de las
diversas religiones. Dando por sentado —tratando, como siempre hacemos,
de
ponernos en la postura más favorable a la tesis oficial de los seis
millones—
que los judíos norteamericanos son más religiosos
que sus compatriotas neoyorquinos, les aplicaremos, a todos ellos, el
porcentaje general del 62%. De manera que si hay 5,5 millones de judíos
“practicantes” (62%), deben haber, aproximadamente otros 3,3 millones
de “no
practicantes” (38 %). Sumando ambas cifras tendremos un total de 8,8
millones
de judíos en los Estados Unidos, lo que cuadra con las cifras de
Robertson.
Además, esta cifra, que es el 4,9% de la población americana, coincide
con
nuestro anterior cálculo y es, indudablemente, mucho más plausible que
la
ridículamente baja cifra de 5,2 millones que, con fines evidentemente
políticos
facilitó el Congreso Mundial Judío.
Este
exceso en la
población judía de los Estados Unidos, es decir, 8,8 miIlones - 5,2
millones:
3,6 millones nos da derecho a acortar, por tercera y úl tima vez el
número de
victimas, pues resulta obvio a la luz de los precedentes cálculos que
el número
de los judíos americanos ha sido, igual que el de los rusos, “ajustado”
en más
de un tercio. Y resulta evidente que si no se hubieran producido tales
“ajustes” hubiera sido imposible mantener tanto tiempo el mito de los
SEIS
MILLONES (ahora, ya 5,7 millones) de víctimas judías.
De modo
que,
finalmente, resulta: 3,9 millones - 3,6 millones “descubiertos” en los
Estados
Unidos: 0,3 millones.
Y esta
cifra, 300.000
judíos, es el número aproximado de muertos que tuvo esa comunidad a
consecuencia de la II Guerra Mundial. Es posible incluso que la cifra
haya sido
algo más baja, o algo más alta, pudiéndose concluir que el número total
de
bajas judías debió escilar entre las 250.000 y las 400.000.
Creemos que las cifras y razonamientos presentados más arriba debieran ser mas que suficientes para demostrar que las reticencias y cautelas de la Encyclopædia con respecto al número de victimas judías estaban más que justificadas, pues la más bombástica y desvergonzada campaña propagandistica que han visto los siglos multiplicó, de quince a veinte veces, el numero real de bajas judías en la contienda mundial.
Aldo
Dami, autor que
dista mucho de ser un “pro-nazi”, con
sangre judía en sus venas y casado con una judía, ha escrito un
documentadisimo
libro (117) en el que demuestra que el total posible de victimas judías
en la
guerra fué de seiscientas mil, aunque afortunadamente, dicho total
posible no
se alcanzó, pues hubo muchos individuos dados inicialmente por
desaparecidos en
las cámaras de gas y crematorios, que aparecieron, años después, en el
nuevo
Estado de Israel. Para Dami perecieron, como máximo, medio millón de
judios,
incluyendo los que murieron en la sublevación armada del ghetto de
Varsovia y
las victimas del terrorismo de los movimientos de “resistencia”, del
consiguiente “contraterrorismo” y de los bombardeos aéreos.
Otro
judío, el
demógrafo Allen Lesser confesó que “el número de judíos fallecidos en
la pasada
contienda ha sido profusamente exagerado”, y también que, “según se
divulgó
durante los años de guerra, por parte de las agencias de prensa
judaicas, el
número de judíos muertos en toda Europa, asciende a varios millones más
de los
que los mismos nazis supieran jamás que hubiesen existido” (118).
De las
cifras
facilitadas por el escritor judío Jacob Letchinsky se deduce,
igualmente, que,
como máximo, de trescientos cincuenta a cuatrocientos mil israelíes
perecieron
en la contienda, por todos los conceptos, y aproximadamente, los dos
tercios de
esa cifra en los campos de concentración (119).
La
cifra de
trescientos mil judíos muertos ha sido sostenida por el periódico suizo
“Die
Tat”, de Zurich (120) que tras un documentado estudio, basado en
fuentes
neutrales y judías, concluye que “el total de victimas judías en los
campos de
concentración alemanes durante la guerra es, de aproximadamente, unas
300.000”.
Esa cifra incluye los fallecimientos a causa de todos los factores,
epidemias,
muertes naturales, inanición e, incluso, bombardeos de la Aviación
Aliada.
La
propia Cruz Roja
Internacional, en documentado estudio aparecido en el periódico suizo
Bassler
Nachrichten, y cuya reproducción adjuntamos (en la edición en papel del
libro), afirmó oficialmente que el
número
de muertos en los campos de concentración fué de 395.000.
Esta
cifra, emanada de
la Cruz Roja, no ha sido, evidentemente, reproducida millones de veces
por los
periódicos y los locutores de radio y televisión del mundo entero. Al
contrario, un espeso muro de silencio ha mantenido a la incómoda cifra
en el
más discreto de los anonimatos. La Verdad no siempre es cómoda,
especialmente
cuando contradice los dogmas oficiales. Pero... ¿no parece más digno de
fé el
testimonio de la Cruz Roja Internacional, al fin y al cabo entidad
filantrópica
y neutral, que las acusaciones del Congreso Mundial Judío y demás
organismos
paralelos, que son entidades políticas y no ciertamente neutrales en el
caso
que nos ocupa?.
Es
importante
mencionar que el “Guinness Bock of World Records”, publicación
estadística que
goza de buen renombre en el mundo de habla anglosajona, publicó que...
“a pesar
de haberse repetido frecuentemente que las victimas judías en la última
guerra
fueron seis millones de personas, de nuestros estudios resulta que el
máximo
de victimas que hubo fué de 1.200.000, de los cuales 900.000 en el
campo
de concentración de Auschwitz”.
El Guinness Book simplemente manejó las cifras oficiales que le fueron facilitadas, y a través de las contradicciones de las mismas llegó a la antedicha cifra. Pero es preciso tener en cuenta que tales cifras oficiales estan muy sujetas a caución, especialmente las referentes a Auschwitz, emanadas, como se sabe, de las autoridades polacas.
UNA OBJECION CLASICA
Antes de seguir
adelante creemos que debemos atenernos ante la objeción que se
presenta, siempre,
a los que se niegan a reverenciar al ídolo; a los que se niegan a
admitir el
fraude de esa cifra absurda de seis millones de exterminados.
La
objeción se
formula, invariablemente, después de un sencillo manejo de cifras o la
exposición de un razonamiento que prueba la falsedad de la tesis
oficial.
Entonces, se replica que nadie habría osado inventar un cuento tan
extraordinario como el de los seis millones; que nadie podría poseer
una
imagínación tan delirante y, en el improbable supuesto de que la
poseyera, el
evidente riesgo en que incurriría al pergeñar tan gigantescas mentiras
acabaría
por disuadirle de su empeño. Este argumento implica que la mera
existencia de
la leyenda presupone la realidad de sus partes esenciales, aún cuando
aquí y
allá pudieran detectarse exageraciones e incluso invenciones. Este
argumento
parece, superficialmente, muy lógico. Se basa, sobre todo, en la
aceptación
general de la leyenda; la gente está convencida de que nadie seria tan
osado,
ni tan cínico, como para inventar una mentira tan colosal.
No
obstante, el razonamiento es falso, pues la Historia —y, sobre tódo, la
Historia del Pueblo Judio, contada por los mismos judíos— nos
proporciona
numerosos ejemplos de aceptación popular de mentiras gigantescas, como
el éxito
trompetero de Josué ante las murallas de Jericó o la histérica caza de
brujas
en la Alta Edad Media. La aceptación general de una idea no es,
precisamente,
una credencial de infabiidad. La Tierra era tan redonda en siglo IV
como al
atardecer del 12 de octubre de 1492, y se movía en el instante en que
contra
Galileo se fulminaba una condena papal. Que la tesis oficial de los
seis
millones tenga que ser auténtica porque ha sido aceptada por el
consenso
general no significa necesariamente que sea cierta. El argumento puede,
muy
facilmente, volverse del revés con sólo recordar que también en
Alemania, en la
época hitieriana, existia un consenso general anti—judio, como existía
en todo
el mundo cristiano en la Edad Media y principios de la Edad Moderna. El
argumento
de la aceptación general de una determinada tesis no vale, pues, nada
en
absoluto. La Verdad, con aceptación general o sin ella, siempre será la
Verdad.
Pretender que el consenso popular es válido cuando se trata de avalar
la tesis
de los seis millones y es falso cuando se manifiesta en unas votaciones
democráticas aplastantemente favorables a Hitler, es una siniestra
idiotez que
no resiste un examen serio.
Es
sumamente irónico que
Hitler, en el Capitulo X de “Mein Kampf” anticipara la técnica de la
“Gran Mentira”
cuando, al descubrir el modus operandi de los agitadores judíos en
Alemania,
afirmaba que, cuando mayor era una mentira, más probabilidades tenía de
ser
creída, porque precisamente el hombre medio reacciona afirmando que
una
enormidad tan grande no ha podido inventarla nadie.
Más
irónico es todavía que
los más absurdos relatos de exterminios masivos aparezcan en la
literatura
talmúdica judía y en el Antiguo Testamento. He aquí algunos ejemplos de
ello:
Adriano, cónsul romano en Egipto en el año 200, exterminó a la
población judía
de Alejandría, según el Talmud, o le causó importantes bajas según
modernos
historiadores (121). Ahora bien: el Talmud afirma que el número de
judíos
exterminados en Alejandría fué de 1.200.000, cuando según cualquier
historiador
solvente (122) la población de aquella ciudad en tal época no pasaba de
los
500.000, y en ella los judíos sólo eran una relativamente importante
minoría.
Digna
de mención es,
también, la revuelta de Bar-Kochba, un judío que se declaró Mesías en
el siglo
II de la Era Cristiana, y se sublevó contra los romanos. Aún cuando la
población judía de Palestina era, en aquél entonces, de unos 500.000
habitantes, el Talmud asegura que el ejército de Bar—Kochba se componía
de
200.000 soldados. Esto es sencillamente imposible; pero sigamos.
Bar—Kochba
abandonó Jerusalén y se hizo fuerte en la ciudad amurallada de Bethar,
pero la
ciudad fué tomada por los romanos tras un asedio tremendo y toda la
población
de Bethar asesinada. Esta es al menos la versión oficial judía (123).
En todas
las historias de Roma que hemos podido consultar, desde la de Gibbon
hasta la
de Mommsen, el episodio de la toma de Bethar se le da una importancia
minima ,
y tengamos en cuenta que en la batalla de Cannas hubo unos setenta mil
muertos
y en la cuenta de Zama —tal vez la victoria más importante de Roma en
su lucha
con Cartago— setenta mil. Rarisimo, pues, que historiadores de la talla
de los
citados omitan mencionar la toma de Bethar como una gran victoria..,
pues gran
victoria debía ser capturar una plaza defendida por 200.000 guerreros a
los que
hubo que exterminar en su totalidad. Esto parece casi milagroso que
haya sido
unánimemente omitido por la totalidad de los historiadores. Mas
milagroso aún
parece que en la pequeña plaza fuerte de Bethar pudieran cobijarse nada
menos
que 200.000 guerreros, si tenemos en cuenta que las dimensiones eran de
600
metros de profundidad por doscientos de anchura, según fuentes judaicas
de
indiscutible calidad (124). Si la arimética, no miente, para albergar a
200.000
guerreros. con sus lanzas y corazas, y suponemos que sus escuadrones de
caballeria, en un rectángulo de 120.000 metros cuadrados, seria preciso
distribuirlos de manera que tocaran a ... 0, 6 metros cuadrados por
guerrero.
Estamos por creer que la guarnición de Bethar no murió a causa del
ardor bélico
de los romanos sino de claustrofobia y asfixia. Y, no obstante, las
citadas
fuentes judías, insisten en que la lucha fué épica y la resistencia
heroica. El
mismo Bar—Kochba, era tan fuerte y tan ágil que cogía al vuelo las
piedras
arrojadas por las catapultas romanas y las devolvía de un sólo
movimiento al
campo de origen (125). Debieron transcurrir dieciocho siglos para que
una tal
proeza fuera repetida por Popeye tras ingurgitar apresuradamente una
ración de
espinacas.
Para terminar con el
abracadabrante episodio de la toma de Bethar, muy seriamente relatado,
con
pelos y señales, por el Talmud, mencionaremos que el número de judíos
exterminados por los romanos, queremos suponer que ya no en Bethar,
sino en el
resto de Palestina, fue de ... ¡40 millones! Repetimos: Cuarenta
millones. Y
para ilustrarnos sobre la verosimilitud de la cifra, se asegura que la
sangre
de los judíos exterminados llegaba hasta los belfos de los caballos
romanos y
se perdia, como un río, en el mar, cuyas aguas teñía en una extensión
de seis
kilómetros. Los romanos fueron tan eficientes como los alemanes: la
sangre de
los judíos fué utilizada como fertilizante de las viñas, y sus huesos
para
hacer ambuletos.
La literatura talmúdica no
estaba destinada al consumo de millones de lectores, y así sus autores
tuvieron
una mayor libertad de acción que los inventores del mito de los seis
millones,
que debieron tener en cuenta el posible escepticismo de masas
importantes de
“gentiles”. Y, como señala muy bien A. R. Butz, autor norteamericano
que no es
precisamente un nazi (126), puede ser significativo que dos rabinos,
Weissmandel y Wise, jugaran un papel tan importante —tal como luego
veremos— en
el nacimiento del mito, y especialmente en la leyenda del campo de
Auschwitz.
La
Biblia y, concretamente, el
Antiguo Testamento, está llena de relatos
muy seriamente creidos por grandes masas de cristianos y suponemos que
por la
mayoria de judíos: los tratos y pactos particulares de Jehová con “su”
pueblo
—Pueblo Elegido—, regalándole la Tierra de Canáan y prometiéndole que
las
naciones y reinos que no se sometan a Israel perecerán... “Y tú,
lsrael,
chuparás la leche de los Gentiles y los pechos de los Reyes...” (127);
el
episodio del cruce del Mar Rojo, con sus aguas que se separan para que
pasen
los israelítas y se vuelvan a unir para sepultar al ejército del Faraón
persecutor; o el de las murallas de Jericó derrumbándose ante el
estruendo de
las trompetas judías, o el sol que se para (¡?) al escuchar Jehová la
petición
que le hace Josué para que este pueda degollar a sus vencidos
adversarios antes
de que llegue la noche... (¡Admirable!); .para no hablar del “maná” en
el
desierto, de la inaudita pelea entre David y Goliat (probablemente un
ingenuo
atleta que se presentó al combate y fué sorprendido por una pedrada
del
mequetrefe David); o del “ángel exterminador” mandado por Jehová
atendiendo la
demanda de Moisés, para que ejecutara con su espada, con predemitación
y
alevosía y nocturnidad, a los primogénitos de cada una de las familias
egipcias; curioso ángel éste, que descubría a los primogénitos sin
ayuda, pero
en cambio necesitaba que los judíos le indicaran previamente las casas
en que
vivían egipcios, mediante una seftal, trazada con sangre de cordero en
la
puerta de las mismas (128).
Esta
estupenda colección de
incongruencias la han creído —y muchos, aún
la creen— docenas de millones de personas de todas las épocas. La
doctrina de
consenso general, empero, no le ha proporcionado ni un átomo de verdad.
El
último reducto de la
objección consiste en lo que podríamos llamar
“formulación humanitaria”. Tras un sin fin de argumentos y de cifras,
el bien
pensante, que se aferra al mito de los seis millones como un náufrago a
un
salvavidas, exclama: “Bien. Tal vez no fueron seis millones, pero sólo
con que
hubiera sido uno, ello constituiría un crimen horrendo”. Estamos
completamente
de acuerdo en que todo homicidio injustificado es un horrendo crimen,
pero aún
vamos más allá: creemos que todos los homicidios injustificados —tanto
si se
trata de judíos como si se trata de “gentiles”— lo son igualmente. Y,
aparte de
que si “sólo fué uno”, ya va siendo hora de que se diga, queremos
insistir en
que el objetivo de la presente obra es demostrar que el mito de los
seis
millones es completamente falso y que, en todo caso, los que murieron
no fué a
causa de unas medidas derivadas de una política oficial del III Reich,
sino que
los avatares de la guerra y de las condiciones generales de vida en los
campos
de concentración, tema del que vamos a ocuparnos a continuación.
En un principio, la
propaganda de los vencedores pretendió que, todos o casi todos, los
campos de
concentración en territorio controlado por los alemanes habían sido
campos de
exterminio de judíos y de otros grupos raciales halógenos, como los
gitanos. El
“Congreso Mundial judío”, que admitió en 1948, que tuvo el monopolio de
la
preparación de las “pruebas” de las atrocidades nazis exhibidas en el
Proceso
de Nuremberg presentó —tanto en el aludido Proceso como en casi todas
las salas
cinematográficas del mundo— docenas de películas en las que se mostraba
el
estado de los campos a la llegada de los libertadores Aliados. Tal vez
el film
más conocido de los muchos exhibidos fue el que presentaba atroces
escenas en
el campo de Buchenwald. Durante cuatro años este film fué pasado en los
cinematógrafos de los cinco continentes, como preludio de interminables
colectas destinadas a aliviar la suerte de los pobres supervivientes y
de los
parientes de los muertos. Hasta que un buen día se demostró que tal
film había
sido tomado por orden de las autoridades alemanas, pero no en
Buchenwald, sino
en Dresde. Se trataba, en realidad... de atrocidades Aliadas; de las
víctimas
del ataque aéreo llevado a cabo por a RAF contra la ciudad hospital de
Dresde,
repleta de refugiados del Este. La película fué discretamente retirada
de
circulación, pero otras siguieron —y siguen— martirizando retinas y
cerebros de
las masas, especialmente las europeas y sobre todo las alemanas, cuyo
complejo
de culpabilidad con relación al Sionismo debe ser cuidadosamente
entretenido.
El Autor recuerda haber
asistido, en el Consulado Británico de Madrid, a la proyección de un
film
“documental” sobre el campo de Bergen—Belsen. En el mismo aparecían
numerosas
vistas de la famosa cámara de gas, donde murieron según unas fuentes
unos
100.000 judíos y según otras, más de
400.000. Pero luego, el Premio Nóbel británico, Sir Bertrand Russell,
al que ni
remotamente podría tildarse de germanófilo, y aún menos de nazi,
reconoció
(129) que en el campo de Belsen no hubo, contra lo que pretendió la
propaganda
de los vencedores, ninguna cámara de gas. Hubo, simplemente, una cámara
de
duchas, que fué filmada y presentada como una “cámara de gas”.
El edificio de mentiras fué
derrumbándose poco a poco, piedra por piedra; Hasta que el “Institut
für
ZeitGeschichte” (Instituto de Historia Contemporánea), de Munich,
siempre en
vanguardia del llamado “resistencialismo” alemán (antinazi), y plagado
de
hebreos en sus cargos de dirección, se vió obligado a comunicar a la
prensa
que:
“Las cámaras de gas de
Dachau y de Belsen no fueron nunca terminadas ni puestas en acción. Las
exterminaciones masivas de judíos empezaron en 1941-1942, en algunos
lugares de
Polonia, pero, en ningún caso, en territorio aleman”.
“En
ningún caso en territorio alemán”, dice el Instituto de
Historia Contemporánea. Pero como es un hecho que, hoy en día, existen
instalaciones bautizadas como “camaras de gas” en los antiguos campos
convertidos en museos para la edificación de las masas, cuyo complejo
de
culpabilidad y amor por lo morboso debe ser continuamente atizado, el
Instituto
de Munich debiera, en realidad, decir: “Las cámaras de gas no fueron
puestas
en funcionamiento durante la guerra, pero fueron construidas por los
Aliados,
después de la guerra, a efectos probatorios”.
El instituto de Munich sabe hacer bien las cosas. Excepto para Juan Pueblo, que engullirá ingenuamente cualquier cosa que le repita suficientemente la Radio, la Prensa o la Television al servicio de las Fuerzas Politicas establecidas, resulta evidente que la historia de las camaras de gas es insostenible. En cuanto a los crematorios, todos los testimonios de primera mano han coincidido en afirmar que se utilizaban para incinerar los cadáveres de los fallecidos a causa de las epidemias como el tifus, la inanición y los bombardeos (130). Entonces, los resistencialistas de Munich sitúan las “cámaras de gas” en Auschwitz, en la actual Polonia bolchevizada (recuerde el lector que este texto se escribio en 1978), donde las autoridades comunistas locales no permiten la realización de ninguna encuesta historica seria, y el historiador se ve obligado a creer en el testimonio de Las honorables autoridades comunistas bajo palabra de honor.
En el epigrafe “Organización
del Boicot contra Alemania” hemos visto que la politica oficial del III
Reich
favorecía el llamado “Plan Madagascar”, el cual, por razones técnicas
y, sobre
todo, por el desarrollo de los acontecimientos bélicos, no pudo
llevarse a
cabo. En tales circunstancias, la primera providencia que se tomó fué
internar
gran parte de los judíos en campos de concentracion, razonándose tal
medida en
el hecho de que siendo los judíos un enemigo interno que, además,
integraba los
núcleos de mando de los llamados “movimientos de resistencia”, no
podía
dejárseles sueltos entre la poblacion civil por razones elementales de
seguridad. Como ya hemos visto, los Aliados, americanos y rusos, por no
mencionar a los ingleses (131), procedieron de igual —o peor (!)—
manera con sus ciudadanos
halógenos o simplemente sospechosos de deslealtad. Por otra parte,
ello es
perfectamente comprensible, dado que en las guerras modernas, agónicas
y
existenciales, los pueblos se juegan su propia vida como tales, y en
esas
circunstancias es excesivamente candoroso creer que, en plena guerra,
se va a
proceder a estudiar caso por caso, con todos los formalismos legales,
para
decidir, ségún derecho, a qué enemigo potencial hay que internarlo en
un campo
de concentración, y a cual se le puede dejar transitoriamente libre,
otorgándole el beneficio de la duda, que siempre juega a favor del
acusado
(132).
Conviene precisar, además, que no todos los judíos que se encontraban dentro del ámbito político—militar alemán fueron internados en campos de concentración. Cuando los alemanes ocuparon Polonia, en el Otoño de 1939, confinaron a los judíos polacos en ghettos, por razones de seguridad militar. La administración interna de esos ghettos estaba en manos de Consejos Judíos, elegidos por los propios judíos, controlados, a su vez, por una fuerza de policía judía. Para prevenir la especulación, las autoridades alemanas obligaron a los judíos de los ghettos a utilizar unos vales especiales, que hacían el papel de moneda, y sólo tenían curso en el interior de dichos ghettos. Que el confinamiento forzoso en un ghetto no es precisamente un placer para los internados es innegable, pero de ahí a describir los ghettos como “centros de exterminación”, o de “muerte lenta”, como afirman los autores judíos Kogon y Uris, media un abismo. En el ghetto de Varsovia se hallaban concentrados unos 400.000 judíos, mientras otros 500.000 estaban en otros ghettos y algo más de 200.000 en la zona denominada “Gobierno General de Polonia”. En julio de 1942, Himmler ordenó que todos los judíos polacos fueran concentrados en campos de detención en donde se aprovecharían como mano de obra. No debemos olvidar que los campos de concentración —con la única excepción de los llamados “campos de tránsito”— estaban ubicados junto a zonas fabriles. En ellos no se encontraban tan sólo judios —tal como parece dar la impresión la impresionante literatura concentracionaria— sino que sobre todo prisioneros de guerra y elementos asociales. Entre Julio y octubre de 1942, casi las tres cuartas partes de la población del ghetto de Varsovia fueron evacuadas y transportadas a campos de detención y trabajo, habiéndose efectuado el transporte bajo la supervisión de la Policía Judía. Esto, al menos, era la versión oficial o, en todo caso, lo que creía la Administración Penitenciaria Nazi, porque en una visita sorpresa llevada a cabo por Himmler a Varsovia en Enero de 1943 se descubrió que en el ghetto habían muchísimos más judíos —que se suponía se hallaban en campos de concentración— de los que teóricamente debía haber, y que 24.000 judíos registrados como trabajadores en las fábricas de armamento trabajaban, de hecho, ilegalmente, ‘como sastres y peleteros (133).
Cuando
se produjo la
sublevación armada del ghetto de Varsovia, los judíos, que “habían
practicado
masivamente el contrabando de armas, dispararon contra destacamentos de
las SS
y unidades de la Wehrmacht que custodiaban a columnas de prisioneros,
matando a
muchos “ (134). Los sublevados del ghetto de Varsovia contaron con el
apoyo de
guerrilleros polacos y del ‘Polska Partía Robotnicza”, o Partido
Comunista
Polaco, en el que los judíos abundaban. En tales circunstancias los
ocupantes,
atacados por un movimiento de guerrilleros sin uniformar, se
comportaron como
lo haría -y como siempre lo ha hecho- cualquier ejército, en cualquier
época,
es decir, se presentaron en el lugar del alzamiento armado y, al
negarse a
rendirse los sublevados, dispararon contra ellos y los redujeron
militarmente,
hasta que capitularon. Debe tenerse en cuenta que el proceso de la
evacuación
del ghetto hubiera continuado pacíficamente de no haber planeado los
extremistas judíos la sublevación. Cuando el Teniente General de las
SS, Stroop
penetró en el ghetto fué atacado con ametralladoras y perdió doce
hombres. Los
alemanes y polacos que luchaban a su lado perdieron más de cien hombres
y más
de trescientos resultaron heridos. Los alemanes, entonces, se retiraron
al
exterior del ghetto y abrieron fuego de artillería , causando a los
sublevados
alrededor de unos doce mil muertos. Tras capitular, unos 56.000 judíos
que
habían, en mayor o menor grado, tomado parte en el alzamiento armado,
fueron
internados en campos de concentración.
En
Eslovaquia, los
judíos permanecieron , en su mayoria, libres, por lo menos hasta 1943,
y muchos
de ellos lograron, a través de Rumania y Bulgaria, llegar a territorio
turco,
huyendo de la tutela nazi.
Algo
parecido ocurrió
en Grecia, mientras en Serbia y Croacia numerosísimos judíos formaban
parte de
las bandas de “partisanos” de Tito.
En la Francia de Vichy, entre 150.000 y 200000 judíos permanecieron sin ser, apenas, molestados, durante toda la guerra. En la Zona Ocupada, numerosos judíos fueron deportados a Alemania y confinados en campos de cóncentración. La acuciante necesidad de mano de obra impulsaba a los alemanes, cuando el Servicio Voluntario de Trabajo no daba para más, a utilizar prisioneros de guerra, presos políticos y elementos halógenos o social o políticamente peligrosos, como judíos, gitanos, o miembros de sectas juzgadas anti-nacionales, como los Testigos de Jehová.
La política judía del
III Reich fué definida, según parece, de forma oficial, en la
Conferencia de
Gross Wannsee, en las cercanías de Berlín, el 20 de Enero de 1942.
Según Léon
Poliakov (135) dicha Conferencia estuvo presidida por Reinhardt
Heydrich, pero
se hallaban presentes representantes de todos los Ministerios del
Reich,
incluyendo a Eichmann, que representaba a la Gestapo. Poliakov afirma
que en
Gross Wannsee se decidió el exterminio de todos los judíos bajo control
de
Alemania, pero no se molesta en aportar pruebas de tal afirmación. Tres
autores
judíos, muy a menudo citados en subsiguientes procesos por “crímenes
contra la
Humanidad” —eufemismo que designa el supuesto asesinato de judíos por
los nazis
— Reitlinger, Manveil y Frankl aseguran qúe las minutas de la
Conferencia de
Gross Wansee están redactadas en un lenguaje impreciso, para camuflar
que se
trataba de eliminar físicamente a los judíos, (136). Por ejemplo,
cuando
Heydrich, según los memorandums, afirmaba que había sido comisionado
por
Goering para encontrar una solución al problema judío, ello
significaba que
Goering le había dado instrucciones para que procediera a asesinarlos
en masa.
Según las minutas, Heydrich dijo: “El desarrollo de la guerra ha hecho
imposible la puesta en marcha del Plan Madagascar... El programa de
emigración
ha sido, ahora, reemplazado por la evacuación de los judíos tan hacia
el Este
como sea posible, y todo esto con la previa autorización del Fuhrer.”
(137).
Allí —en el Este— continuaba Heydrich, su trabajo debía ser utilizado.
Con tal
motivo se había convocado en Gross Wannsee a altos funcionarios del
Ministerio
de Trabajo.
También
según las minutas de la Conferencia citada, los judíos en el inmenso
ghetto de
Europa Oriental —en el Gobierno General de Polonia— a que llegara el
final de
la guerra, “momento en que se llevarían a cabo conversaciones a nivel
internacional que decidirían su futuro”. Manveil y Frankl,
impertérritos, no se
dejaron influenciar por el texto de las minutas, en las que no hay
ninguna
referencia a genocidio de los judíos europeos. Según ellos “en la
Conferencia
de Wannsee se evitaron las referencias directas al exterminio de los
judíos,
pués Heydrich prefería utilizar el término “ Arbeitseinsatz im Osten”
(asignación de trabajo en el Este). Lo que no explican Frankl y Manveil
es
porqué debemos traducir “ asignación de trabajo en el Este” por
“exterminio”,
rechazando a priori, porque si, que “asignación de trabajo en el Este”
signifique simplemente “asignación de trabajo en el Este” y nada más.
La
falta absoluta de pruebas
documentales que
den consistencia a la teoría de que hubo un plan oficial de exterminio
de los
judíos ha hecho que se adoptara el hábito de reinterpretar los
documentos
almanes que se conserven. Así, por ejemplo, cuando un documento alemán
habla de
“deportación”, ’inmediatamente se indica que ello significa”
exterminación”.
Los
exégetas, naturalmente,
omiten precisar en
qué se basan para tales interpretaciones. Manveil y Frank afirman que”
se
utilizaron diversas expresiones para camuflar la expresión “genocidio”.
Por
ejemplo la palabra “Ausrottung”. que puede traducirse por “desenraizar”
y
también por “deportar”, significaba, cuando la empleaban Heydrich,
Muller,
Himmler, Goering et alia “asesinar”. También significaban “asesinar”
“aussiedlung”,
que en alemán corriente pudiera traducirse por “expulsar” y
“Abberfórderung”,
que significaba, “transportar”. (138)
Todo
es, pues,
simple. Cuando un texto no incrimina a un acusado, se afirma que este
se
expresa en una especia de lenguaje cifrado. La clave de tal lenguaje
esotérico
ha sido hallada por la Acusación, que no se digna descifrarlo a los
simples
mortales, los cuales deben creer al Fiscal, —que es, al mismo tiempo,
Juez y
Verdugo— cual si éste pontificara ex cátedra. Así, naturalmente, puede
llegar a
demostrarse lo que se desee. Así, por ejemplo, cuando Reitlinger afirma
que
cuando Himmler dió la bien conocida orden de mandar a todos los
deportados
judíos hacia el Este (se refería a los judíos polacos), lo que Himmler
quería
decir a sus subordinados era “matarlos”. (139)
Y, no
obstante, bueno
será tener presente que los alemanes, tanto antes, como durante y
después de
Hitler, han tenido siempre una acentuada propensión a la burocracia; a
guardarlo todo por escrito, y de manera bien precisa. Esto es como un
rasgo
nacional alemán, y cualquiera que haya tratado con alemanes en un plano
profesional podrá atestiguarlo. No obstante, entre las docenas de miles
de
documentos de la S.D, la Gestapo, la Abwerhr, la Wehrmarcht, la SS, la
SA, los
famosos y prolijos archivos de Himmler y las propias órdenes directas
del
Führer en el transcurso de la Guerra no se encuentra ni una sóla orden
de
exterminio de grupos raciales, ya se trate de judíos, de gitanos, o de
quien
quiere. Esto ha sido admitido por el Centro Mundial de Documentación
Judía
Contemporánea de Tel-Aviv, el cual se ve reducido a afirmar, sin
pruebas, y
haciendo un verdadero “proceso de intenciones” a los jerarcas nazis,
que éstos
empleaban una especie de lenguaje cifrado.
Ahora
bien, Ese
lenguaje cifrado ¿para qué?, nos preguntamos. ¿Para guardar el secreto
del
genocidio? ¿Es que puede, seriamente, creerse que si se emplea un
lenguaje en
clave en las altas esferas del Gobierno, con objeto de matener el
secreto, se
va. en cambio. a permitir que se conozca en los escalones inferiores
del
mando?... ¿O es que en tales escalones también se usaba un lenguaje
cifrado?
¿Cuando Hitler ordenaba a Himmler que matara a varios millones de
judíos
utilizaba circunlocuciones y metáforas para disimular, Dios sabe ante
quién,
mientras que el Sargento SS Schmidt le ordenaba crudamente al abo SS
Müller que
preparara las parrillas de Auschwitz para asar a unos cuantos miles de
judíos?
¿No es absurdo suponer que las precauciones llevadas a extremos
sibariticos se
observaran solo en las altas esferas del mando mientras en los
escalones mas
bajos. es decir, los mas vulnerables y, logicamente de menor confianza,
no se
observaran?. Y, si se observaban, ¿no nos hallamos ante el caso, único
en la
historia, de un ‘lenguaje cifrado”, utilizado por cientos de miles de
guardianes, carceleros y funcionarios, lenguaje cuyo código fueron
incapaces de
descifrar los servicios secretos de tres docenas de paises
contendientes? Oscar
Wilde ha dicho que un secreto entre dos es un secreto a voces y un
secreto
entre tres un anuncio en una gaceta. Sabido es que el pueblo alemán
tiene fama
de discreto, pero una tal discreción en ese asunto del “lenguaje
cifrado” parece, en verdad, un suceso mágico; casi tan mágico como el
de las
trompetas
de Jericó o el Maná en el Desierto.
Por mucho que quieran
torturarse los textos, subvirtiendo el significado de las palabras. la
politica
oficial del III Reich en relacion con los judios fué de
“desenraizarlos”
(Ausrottung) de Europa, favoreciendo su emigracion a Magadascar. Cuando
el
desarrollo de la guerra hizo practicamente imposible esa solucion, se
adopto,
transitoriamente, la de deportarlos al Este de Europa, a Polonia y a
Rusia
Blanca. Esa era la “Endloesung”, la famosa “Solución Final”.
Naturalmente. “Endloesung”
se ha traducido por “matanza colectiva”, siguiendo en la linea del
lenguaje
cifrado, tan cara a los cultivadores de la exotica planta del fraude
concentracionario.
Naturalmente, se arguirá
que, además del lenguaje cifrado utilizado por los jerarcas nazis
cuando se
referian al presente tema, existe la evidencia legal proporcionada por
numerosos testimonios alemanes.
Ahora bien: examinemos
objetivamente tal “evidencia legal”. Un escritor de tan elevada
categoría
—entre los mantenedores del fraude — como León Poliakov se ve forzado
a
admitir: “Las tres o cuatro personas relacionadas con el esquema
general del
plan para la exterminacion total de los judíos han muerto, y
no queda ningun documento” (140). No
obstante, los muchísimos documentos que de hecho quedan, no hablan
para nada
de los planes de exterminacion. Entonces. Poliakov, Manvell, Frankl,
Reitlinger,
Kogon y un largo etcetera de autores judios - por cierto rarisimo que
todos
sean judíos - aluden al ya mencionado lenguaje cifrado y, cuando
conviene, a las
órdenes verbales. Fantastico, también, eso de las “órdenes verbales”,
no ya en
un estado disciplinado y superorganizado. sino en cualquier estado
moderno. Un
buen dia, el Führer, en un acceso de colera, llama a Goering y le dice
que diga
a Heydrich, que éste diga a su inmediato inferior que, en cascada, se
vaya
diciendo a las personas a quien pudiera interesar, que monten unas
parrillas en
Auschwitz, y unas cámaras de gas en Polonia —precisamente, en Polonia—
con
objeto de que el cabo Muller (de las SS), proceda a exterminar, con su
pelotón
de soldados, a determinado número de judíos.
Manveil
y Frank! son, en este asunto, sencillamente deliciosos. Afirman que “la
política de genocidio parece haberse decidido después de unas reuniones
secretas entre Hitler y Himmler.” (141). Willian Shirer, un autor judio
que
escribio el conocidísimo libro “Ascenso y Caída del III Reich” guarda,
también,
sorprendentemente mutismo en relación con las pruebas documentales de
la
supuesta política genocida nazi. Es con todo suficientemente franco
para
admitir que la orden de Hitler de que se aniquilara a los judíos nunca
fué
escrita en un papel. Y asegura que “probablemente fué dada, en forma
verbal, a
Goering, Himmler y Heydrich, que la transmitieron ... “(142).
Manvell
y Frankl decididamente imbatibles, nos suministran una “prueba’. ¡Al
fin una
prueba!. Hela aquí: “El 31 de Julio de 1941 Goering envió un memorandum
a
Heydrich, redactado en los siguientes términos:
“Como
suplemento a la tarea que le fué asignada a Usted el 24 de Enero de
1939, de
resolver el problema judío mediante la evacuación y la emigración, de
la mejor
manera posible y en concordancia con las presentes condiciones ...
deberá Usted
encargarse de encontrar una solución total (Gesamtlósung ) de la
cuestión judía
dentro del area de influencia alemana en Europa.” (143). En dicho
memorandum
Goering habla de los medios materales, organizativos y financieros
requeridos
para llevar a cabo esa tarea. Finalmente se refiere a “la deseada
solución
final” ( Endloesung), refiriendose de forma taxativa al esquema ideal
de la
emigración y evacuación de los judíos, expresamente
mencionado al principio del memorandum.
No
se menciona para nada la intención o la necesidad de asesinar a nadie,
pero
Manveil y Frankl, historiadores increíbles —pero aparentemente muy
creídos por
los tribunales desnazificadores — afirman que eso es, realmente, lo que
el
memorandum significaba, porque, tras enviarle el memorandum en
cuestión,
Goering cogió el teléfono y le dijo a Heydrich lo que significaba, en
realidad,
la “Solución Final”: significaba asesinato colectivo de los judíos.
Evidentemente,
con tales recursos dialécticos nos vemos capacitado para demostrár el
“yo no
existo” y la cuadratura del círculo.
Cuando, más adelante, nos ocupemos específicamente del tema de las cámaras de gas y de los hornos crematorios, volveremos a hacer hincapié en ese impar argumento del lenguaje cifrado, en el que los alemanes, según sus “jueces “, resultaron ser geniales maestros.
Hemos
dicho que el Fraude de los
Seis Millones,
gestado por el “Congreso Mundial Judío”, nació en el Tribunal Militar
Internacional de Nuremberg. Y así la acusación constituida a la vez en
juez y
parte, dió rango oficial a la absurda cifra.
Desde
un principio, los Procesos de Nuremberg,
que duraron desde 1945 hasta finales de 1949,
se apoyaron, tomando como axiomas, en hechos que precisamentre se
trataba de
demostrar. Se basaron, así mismo, en un legislación “ex post facto” -
retroactiva,
según la
cual podían ser condenadas personas por la comisión de hechos que,
cuando
fueron —o se supone que fueron— cometidos no constituían delito.
Cualquiera
que estuviera
dispuesto a creer que
el genocidio de los judios europeos quedó demostrado en los juicios de
Nuremberg, debiera tener en consideración la naturaleza de dichos
juicios, en
los que se olvidaron todas las normas legales en vigencia en los países
civilizados. Se llegó a la enormidad de decretar que “el Tribunal no
admitiría
limitaciones técnicas en la presentación de pruebas”. En la práctica
esto significó
la admision, como pruebas, de testimonios de tercera y cuarta mano; de
declaraciones ante el Tribunal empezando por la frase: “me han dicho
que...” y,
sobre todo, de “affidavits”, o declaraciones juradas por escrito. El
Tribunal
admitió más de 300.000 de esos “affidavits”. Los abogados defensores
(144) no
podian obligar a los autores de los “affidavits” a que se presentaran
ante el
Tribunal para interrogarles. Más aún, ninguno de los testigos que se
presentaron —de grado o por fuerza— a declarar citados por la
Acusación, podía
ser interrogado por los defensores, ni siquiera por los acusados.
Cualquiera
abogado defensor podia ser descalificado en el acto “si a consecuencia
de sus
preguntas al testigo se producía una situación intolerable”. No
cfreemos sea
incurrir en pecado de juicio temerario si suponemos que tal “situación
intolerable” se producía cuando el defensor hacía incurrir al testigó
en
contradicciones y empezaba así, a demostrar la inocencia de su
defendido.
Para
patentizar aún más, si
cabe, que los
procesos de Nuremberg fueron un auténtico linchamiento enmascarado con
formulismos legaIes, se llegó a enormidad jurídica de los miembros de
ciertas
organizaciones nazis, como las SS o las SA, eran considerados culpables
en
principio, debiendo demostrar su inociencia ante el Tribunal. En todos
los
cuerpos legales del mundo, cuando se juzga a un hombre, se parte del
supuesto
de su inocencia, y, en virtud del principio “in dubio pro reo”, todos
los casos
o situaciones que presentan el menor resquicio a la duda razonable se
interpretan a favor del acusado. La acusación es quien debe demostrar
que el
acusado es culpable, y no éste que es inocente. Esto es de una lógica
elemental: la prueba negativa, la demostración de que uno no ha hecho
algo es,
muchas veces, imposible.
El
Juez Wennerturm, a quien ya hemos aludido, y que presidió uno de los
tribunales
afirmó que, a parte de que la Acusación presentó pruebas notoriamente
falseadas
e hizo lo posible para que no se exhibieran documentos oficiales
alemanes capturados
por los Aliados cuando tales documentos podian servir de descargo a los
acusados, el noventa por ciento de los miembros del Tribunal, asi como
sus
auxiliares “entre bastidores” eran personas que, por motivos raciales,
odiaban
a los alemanes, y más concretamente a los nazis, y deseaban vengarse.
Un alemán
no nazi, Mark Lautern, escribe (145): “La mayor parte de los testigos
de la
Acusación son judios, y también lo son los miembros de la oficina del
Fiscal,
empezando por Robert Kempner y su “segundo” Morris Amchan... Ya van
llegado
todos: los Salomons, los Schlossbergers y los Rabinovichs, miembros del
personal de la Acusación Pública”. Lo único que preocupaba a los
autores de
aquél linchamiento legal era conseguir guardar un minimo de
apariencias, para
no escandalizar demasiado a los periodistas, especialmente a los de
países
neutrales. (146).
Aparte
de los 300.000 “affidavits” y de los 240 testigos, de los que casi las
tres
cuartas partes eran judíos, el Tribunal de Nuremberg exhibió, también,
triunfalmente,
el testimonio de varios alemanes, nazis en su mayor parte, que habian
confesado
su participación, o la de sus superiores jerárquicos, en actos de
genocidio
contra la comunidad judía europea. Personalmente, somos muy escépticos
sobre la
validez de las “confesiones espontáneas”, presentadas por la Acusación
en
procesos criminales. Lógicamente, más debemos serlo en los procesos
políticos,
y si cabe, más aún en los político-militares. Se ha dicho que la
Justicia
militar es a la Justicia, lo que la Música militar es a la música. Por
si
alguien albergaba dudas a tal respecto, le basta examinar, con espiritu
crítico
e imparcial, los entresijos de Nuremberg.
El
General de las SS, Oswald Pohl, Administrador General de los Campos de
Concentración, y Jefe del Departamento de Economía y Administración de
las SS,
fué apaleado durante meses. Su cabeza introducida en cubos llenos de
excrementos y sometido a un régimen carcelero de aislamiento total,
recibiendo
una alimentación reducida a lo indispensable para mantenerle vivo.
Finalmente,
cuando se presentó ante el Tribunal, Pohl admitio haber firmado un
documento en
el que se afirmaba haber visto personalmente una cámara de gas en
Auschwitz.
Pohl relató los abusos y malos tratos de que había sido objeto, y
afirmo que nunca hubo
cámaras de gas en Auschwitz ni en ninguna parte; Pohl fué condenado a
muerte,
sin más pruebas que una declaración jurada por escrito, arrancada bajo
la
tortura (147). El caso de Pohl es todavia más escandaloso si se toma en
consideración que fué el mismo quien ordenó el procesamiento del Jefe
del Campo
de Buchenwald, Karl Koch, por dirigir una banda de carceleros que
practicaban
la corrupción y colaboraban con ciertos presos en el robo de paquetes
de
víveres de la Cruz Roja, que luego eran vendidos en el mercado negro.
Pohl
respaldó en todo momento al Juez del Servicio Jurídico de las SS Konrad
Morgen,
que condenó a muerte a Koch. (148).
Otro
General de las
SS. Erich von dem Bach-Zelewski firmó también una declaración jurada en
la que
acusaba a Himmler de haber presidido y contemplado personalmente el
asesinato,
por fusilamiento, de cien mil judíos polacos y rusos blancos, en Minsk.
En la
declaración jurada de Von dem Bach-Zelewski incluso se afirmaba que
mientras
Himmler permanecía impasible observando la macabra escena,
Bach-Zelewski casi
se desmayó (149). Examinemos muy seriamente esa declaración. Supongamos
que
esos fusilamientos se llevaban a cabo por tandas de cincuenta personas.
Nos
parece que esa cifra es incluso excesiva, pues al fin y al cabo,
cincuenta
personas alineadas para ser fusiladas ocupan —teniendo en cuenta sus
dimensiones y la separación entre cuerpo y cuerpo— unos cincuenta
metros, lo
que parece más respetable para un campo de tiro. Pero en fin, aceptemos
los
cincuenta fusilados por tanda. Maravillémonos, de paso, de la borreguil
resignación de los destinados a ser fusilados, que ven como sus
compañeros van
siendo ejecutados, impertérritos se presentan en el matadero. Pero
sigamos.
Para cargar el fusil, apuntar, disparar, acercarse a los ejecutados,
darles el
golpe de gracia, retirarlos y traer otros cincuenta presos, poniéndolos
en
formación para continuar el macabro juego hacen falta, por mecanizados
y
eficientes que sean los ejecutores alemanes, no menos de cinco
minutos, pero vamos
a dejarlo en tres minutos, para lo cual hace falta una rapidez de
película de Charlot en la época del
cine mudo.
Pues bien, si Himmler contempló impasiblemente la ejecución de los cien
mil judios
rusos y polacos, necesitó desperdiciar cien horas de su tiempo, que nos
atrevemos a suponer no podía malgastar, en época de guerra, por sádico
y
demente que se le quiera suponer. El ser humano capaz de permanecer
cuatro días
seguidos —aunque le traigan la comida sobre el terreno— sin dormir y
escuchando
el estruendo de cincuenta disparos cada minuto y medio (conviene no
olvidar los
tiros de gracia) sencillamente, no se ha inventado todavía.
En 1959 Bach-Zelewski repudió
sus acusaciones
ante un Tribunal de Alemania Occidental, manifestando que le fueron
arrancadas
por la fuerza: había sido suspendido con correas que amarraban sus
muñecas y
apaleado con bastones; había recibido innumerables puntapiés en los
testículos,
se le había amenazado con entregar a su familia a los rusos y creía —no
podía
afirmarlo— haber sido drogado.
En capitán Dieter Wislicey
cayó
en manos de los
comunistas checos y fué “interrogado hábilmente” en la cárcel comunista
de
Bratislava. Al cabo de un año de “interrogatorios” Wisliceny —que había
sido
adjunto de Eichmánn— se convirtió en una verdadera piltrafa humana.
Firmó
entonces un “affidavit” en el que se acusaba de genocidio a multitud de
jerarcas nazis. Que el documento le fué dictado a Wisliceny está
demostrado por
el hecho de que, a pesar de conocer muy poco de lengua inglesa, el
redactado
era impecable. En todo caso, Wisliceny intentó retractarse
posteriomente, pero
el Tribunal le cortó la palabra.
También se arrancaron
confesiones de genocidio
contra los judíos a personalidades como el General de las SS Sepp
Dietrich y al
Coronel Joachim Peiper (150). Aunque luego se retractaron, los
tribunales de
Nuremberg se negaron a registrar tales retractaciones (151).
El Juez Norteamericano Edward
L.
Van Roden, que
intervino en el proceso a los guardianes del Campo de Dachau, declaró
que las
sentencias se dictaron basándose en testimonios falsos. Investigó
también las
actividades de la Oficina del Fiscal en aquél proceso, describiendo sí
los
métodos por ellos empleados: “... introdujeron cerillas bajo las uñas
de los
presos y les prendieron fuego; les arrancaron los dientes; les
rompieron las
mandíbulas; los aislaron en confinamientos solitarios y les dieron una
alimentación pobrísima; de los 139 casos que investigué, 137
guardianes
alemanes sufrieron puntapiés en los téstículos. Estos eran los medios
habituales para obtener confesiones, empleados por la Oficina del
Fiscal. Al
menos el 90 % de tales “investigadores” procedían de Alemania y habían
obtenido
la nacionalidad americana muy recientemente” (152).
He
aquí los nombres de esos “investigadores americanos”:
Teniente Coronel Burton F. Ellis, Presidente del Comité de Crímenes de Guerra, y sus ayudantes: Raphael Shumacker, Morris Ellowitz, William R. Perl, Harry Thon, John Kirchbaum y Robert E. Byme. Sólo este ultimo era americano de nacimiento. Todos los demás, judíos europeos, incluyendo al Consejero legal del Tribunal, el Coronel A.H. Rosenfeld.
Otra
persona que declaró, bajo torturas, que había ordenado la ejecución por
fusilamiento de 90.000 judíos en Rusia y Ucrania fué el General de las
SS Otto
Ohlendorff, comandante de la unidad “Einsatzgruppe D”, especializada en
la
lucha contra los guerrilleros. Ohlendorff servía bajo las órdenes
directas del
Mariscal de Campo Manstein, del Undécimo Ejército. Ohlendorff no
compareció
ante el Tribunal hasta 1948, es decir, bastante tiempo después de la
celebración de los principales procesos de Nuremberg, cuando su
declaración
jurada, firmada bajo tortura, había servido para condenar a numerosos
soldados
y funcionarios alemanes. Ante el Juez, Ohlendorff denunció los malos
tratos de
que había sido objeto y retiró, por consiguiente, su declaracion. El
Tribunal no admitió su retractación y fué condenado a muerte. En
realidad, lo
curioso, e históricamente admitido hoy día, es que las tropas alemanas,
en
Ucrania y los Países Bálticos, debieron intervenir numerosas veces para
evitar
“pogroms”. Otras veces no lo consiguieron, pues lo que acontecía en
casi todas
las ciudades conquistadas por la Wehrmacht era que los escasos judíos
que
no habían
logrado huir a tiempo, acompañando al Ejército Rojo en su retirada,
eran
asesinados por la población civil que, por el sólo hecho de abundar
tanto los
judíos en la G.P.U. y en el aparato estatal comunista, asimilaban
judaísmo y
comunismo.
La
acción de los “Einsatzgruppen” afectados al Ejército de Von Manstein ha
sido
profusamente exagerada. El FiscaI General Soviético en Nuremberg
Rudenko,
afirmó que ésa unidad antiguerrillera había dado muerte a un millón de
judíos.
Pero el historiador británico Robert T. Paget (153) como el judío
William
Shirer (154) demolen ese mito. El número total de baja causadas por los
“Einsatzgruppen” a los guerrilleros comunistas fué de unas noventa mil
de los
que sólo una parte —segun Paget el 10 % y según Shirer el 15 %— eran
judios.
En
cuanto a la cifra de los Seis Millones, desmentida por la Aritmética,
no reposa
más que en un vago testimanio de un tal Doctor Wilhelm Hoettl que
declaró, en
el Proceso de Nuremberg, haber oido a Eichmann (?) evaluar el número de
judios
asesinados en los campos de concentración en unos cuatro millones, más
otros
dos millones por “otros procedimientos”. Observemos el carácter
indirecto de
ese testimonio... cuyo único apoyo es, sólo, la palabra de honor del
tal
Hoettl. Pero, ¿Quién era Hoettl? Se sabe que durante la guerra fué
miembro de
las SS... y también un agente de los servicios secretos británicos. El
periódico londinense “Week End” (155) inició, el 25 de Enero de 1941,
una serie
de revelaciones sensacionales bajo el titulo: “Our Man in the SS”.
(Nuestro
hombre en las SS). Ese hombre era Hoettl (156).
Es
altamente importante tener en cuenta que el testimonio de Hoettl. Una
persona
que trabajó sucesivamente para dos servicios de espionaje, el inglés y
el ruso,
y fué condenado por los alemanes, bajándosele varios peldaños en el
escalafón
de las SS por actividades comerciales deshonestas— sea el único que
atestigua
en favor de la tesis de los Seis Millones. Este Hoettl, que tras
trabajar para
ingleses y rusos, trabajó también para el Contraespionaje Americano,
escribió
libros semipornográficos con el pseudónimo de Walter Hagen. En su
affidavit del
26 de Noviembre de 1945 afirmó, no que él supiera, sino que “Eichmann
le dijo
una vez en Budapest en 1944, que un total de seis millones de judíos
habian
sido exterminados”.
Es
rarísimo, es más que sospechoso, que, siendo un agente inglés o tal vez, ya, un agente doble
anglo-ruso durante la guerra, Hoettl no pusiera en conocimiento de
rusos e
ingleses tan espeluznante cifra, que tan útil hubiera sido a los
Aliados, cuyos
servicios de propaganda presentaban a los alemanes, lógicamente, como
“los
malos”.
Así, pues, casi treinta años después de Nuremberg, el único testimonio en favor de la cifra oficial de los seis millones de judíos exterminados por los nazis resulta ser una persona a la que ningún tribunal del mundo otorgaría el menor crédito (157).
Al analizar el Fraude de los
Seis Millones, dos consideraciones se presentan de inmediato, a la
mente de
cualquier observador imparcial.
a) ¿Para
qué matarlos?
b) ¿Para qué matarlos de esa manera, precisamente?.
En
efecto, ¿para qué matarlos?
El problema del III Reich era, al
enfrentar-se a fuerzas muy superiores en número, el de la mano de obra;
el
“manpower” como lo llaman los modernos tecnócratas. Parece, pues, muy
raro que,
disponiendo de tantos judíos —seis millones más los supervivientes,
según la
tesis oficial los alemanes los mataran, en vez de utilizarlos,
precisamente,
como mano de obra. Las técnicas alemanas de aprovechamiento de trabajo
de
producción en cadena permitian, además, sacar partido de cualquier
obrero,
débil o robusto, hombre o mujer, en mayor o menor grado, claro está.
Entonces,
repetimos nuestra
pregunta: ¿Para que matarlos? Dejando aparte
los llamados “campos de tránsito” de prisioneros, en los demas campos
de
concentración se habian instalado factorias. En Auschwitz, por ejemplo,
se
fabricaba, entre otros materiales, caucho sintético. El profesor
norteamericano
Arthur Butz, que no es ciertamente un nazi, escribe a este respecto:
“Siendo
lo que eran las
condiciones económicas, el Gobierno Alemán hizo
todo lo que estuvo en su mano para utilizar a los internados en los
campos de
concentración como mano de obra. Los prisioneros de guerra eran
utilizados de
acuerdo con las Convenciones de Ginebra y La Haya, que el Gobierno
Aleman
siguió escrupulosamente, según admitieron luego sus propios
adversarios. Así,
por ejemplo, los prisioneros de guerra occidentales, ingleses y
franceses sobre
todo, eran empleados sólo cuando ciertas transformaciones legalistas a
trabajadores civiles podían llevarse a cabo. En cuanto a los
prisioneros de
guerra rusos, eran utilizados indiscriminadamente como mano de obra, ya
que al
no observar la Unión Soviética las reglas de las Convenciones de La
Haya y
Ginebra, Alemania se desligó, en reciprocidad, de tal trato con
respecto a los
prisioneros rusos (158).
El
número de personas
registradas en el sistema concentracionario
alemán, hasta 1943 era de 224.000, y un año más tarde —1944— 524.000.
Esas
cifras se refieren sólamente a campos denominados por los propios
alemanes
“campos de concentración”, y no incluyen los llamados “campos de
tránsito”, el
ghetto de Theresienstadt, el del “Gobierno Central” de Polonia, u otro
cualquier tipo de establecimiento cuya finalidad fuera aislar a
determinados
grupos étnicos (159).
Sumando, pues, las 524.000
personas internadas en 1944, a los demás internados en lugares no
específicamente llamados campos de concentración, todo ello
representaba una
importante mano de obra, aún cuando los alemanes continuaran
deficitarios en
ese aspecto.
Aquí, un inciso nos parece
imprescindible: No hubo “campos de concentación” exclusivamente para
judíos,
pero esta observación debe aclararse, pues habían tres clases de judíos
desde
el punto de vista oficial alemán.
1—Los
judíos internados por razones punitivas o de seguridad.
2—Los
judíos no sospechosos específicamente, utilizados como mano de
obra—igual que
los del grupo anterior— en general, mejor tratados.
3—Las
familias judías (mujeres, ancianos no útiles para el trabajo), que
estaban internados
en los llamados “Durchgangslager”, o campos de tránsito.
Pues bien: si, como dicen
los mantenedores del Fraude, hubo, como mínimo, seis millones de judíos
—los
supuestamente gaseados y cremados— más los supervivientes, pongamos, en
total,
siete millones ¿por qué privarse de tan numerosa, y barata, mano de
obra?
¿Cómo no se dieron cuenta,
los nazis, del potencial humano que desperdiciaban, al ejecutarlos
masivamente?. ¿Tan estúpidos eran?. ¿Y si eran; efectivamente, tan
estúpidos,
cómo fué posible que fuera necesaria una coalición cuasi—mundial,
durante seis
años, sólo para someter a un pueblo gobernado por estúpidos?
¿No constituye, la anterior
pregunta, un trememdo insulto a los pueblos de los países Aliados y sus
respectivos gobiernos, por haber necesitado de seis largos años,
luchando al
final en una proporción de veinte contra uno, y todo ello para someter
a un
hato de fanáticos y sangrientos borregos, que arrojaban piedas contras
su
propio tejado al privarse de seis millones de obreros que trabajaban
gratuitamente?
Hitler,
se ha dicho, odiaba
a los judíos, y quiso exterminarlos. Bien. Admitido. Hitler no llevaba
a los
judíos en el corazón, y nunca hizo de ello un misterio. No obstante,
otra
pregunta, sencilla pregunta, se nos ocurre:
Si
Hitler quiso exterminar a
los judíos, a todos los judíos, ¿Por qué no lo hizo? Tiempo para
hacerlo lo
tuvo de sobras. ¿Porqué, pues, no mando matarlos?
En
el periódico
norteamericano “International Tribune” (160), reproducido por otros
dos
periódicos americanos —ambos dirigidos por judíos— el “New York Times”
y el
“Washington Post”, apareción un artículo en el que se mencionaba que
“unos
500.000 judíos residentes en Israel han estado en campos de
concentración
alemanes”. Es más, el Autor conoce personalmente a judíos que no viven
en
Israel, sino en España, en Marruecos, en Australia, en Nueva Zelanda,
en el
Canadá, en los Estados Unidos, en Italia, en Holanda, en Suiza, en el
Líbano,
etc... y que también sobrevivieron a los campos de contentración nazis.
Pues
bien: aún dando por cierta la cifra de medio millón de supervivientes
en Israel
—que son muchos más— entonces resulta evidente que Hitler no dio orden
alguna
de exterminarlos. Es obvio que Hitler y su régimen no tenían ningún
plan ni
ningún deseo específico de matar a los judíos, pues les sobró tiempo
para
hacerlo, y no lo hicieron. Puestos a matar a seis millones, ¿por qué
detenerse
precisamente en esa cifra y no acabar, de una vez, el trabajo
eliminando al
medio millón sobrante?
Decididamente aquellos nazis debían ser muy estúpidos.
Pero
esa estúpidez no se limitaba a destruir deliberadamente un enorme
potencial
humano en mano de obra, dejando sobrevivir — ¿para qué?— a más de medio
millón.
La estupidez nazi parece haber alcanzado niveles patológicos. Por
ejemplo:
Según
los famosos “affidavits” triunfalmente exhibidos por la Acusación de
Nuremberg,
y aceptados por el Tribunal era corriente que los supervivientes del
“Holocausto”hubo estado en tres, cuatro o más campos de
concentración. De
manera que la técnica del exterminio perpetrado por los nazis
consistía,
pongamos por caso, en capturar a un judío en Burdeos, llevarle a
Alemania, y,
desde alli vía Bergen—Belsen, Dachau y Mathausen, transportarle a
Auschwitz,
precisamente a Auschwitz, donde era —suponemos que según el estado de
ánimo del
comandante del campo— ya gaseado, ya introducido en un horno
crematorio. ¿Por
qué tantas complicaciones? ¿Por qué utilizar trenes, emplear
guardianes,
servicios burocráticos y de intendencia, haciendo pasear por media
Europa a
aquellos futuros cadáveres?
¿No
hubiera sido infinitamente más sencillo obligar al judío de Burdeos a
que
cavara su propia fosa, pegándole un tiro sobre el terreno, y haciéndole
luego
enterrar por la siguiente víctima? Este sencillo sistema, fué puesto,
en
práctica, en España, durante la pasada guerra civil; concretamente en
Paracuellos del Jarama (Madrid) por los comunistas. ¿No parece raro que
no se les
ocurriera una
solución tan sencilla y barata a los nazis?.
Al
fin y al cabo, de ese modo, con un simple gasto de seis millones de
cartuchos,
se hubiera evitado la construcción de los crematorios. Sabemos que
incinerar un
hombre cuesta dos mil pesetas, y un fusil ametrallador, cuatro mil —sin
contar
el costo de la construcción de los crematorios— los alemanes podían
dotar de un
fusil ametrallador a tres millones de soldados, es
decir, a casi todos los hombres del Arma de Infantería que
luchaban en Rusia.
Por
otra parte, llevar “de paseo” a esa inmensa masa de siete millones de
hombres,
mujeres y niños —seis y medio, o siéte, con los supervivientes del
“hobocauto”—
y asignándoles aunque sólo fueran dos soldados para vigilar y custoriar
a cien
presos, representaba de 130.000 a 140.000 hombres, más otros 15.000,
como
mínimo, en servicios auxiliares, burocráticos y de Intendencia. En
total,
pues, de doce a trece divisiones que se podrían haber manda
Aqui,
creemos que se impone
otra pregunta: ¿No parece imposible que siete millones de paseantes los
muertos
más los supervivientes no fueran vistos por la población civil de media
Europa?
Y si fueron vistos ¿Cómo no se enteraron los famosos servicios secretos
Aliados?
No puede calcularse el carbon y la electricidad despilfarrados en el paseo de siete millones de judios a traves de Europa. Pero solo suponiendo que desde el lugar de origen hasta el de destino fueran en viaje directo sin transbordos, lo que parece imposible pero vamos a aceptarlo como hipótesis más favorable al punto de vista oficial, fueron necesarios no menos de 2.300 trenes de veinte vagones cada uno, suponiendo que en cada vagón de mercancías se inquivieran 150 judios... lo que ya es aprovechar bien el espacio (!). Ademas, debian instalarse, a lo largo del itinerario, cantinas provistas de alimentos y agua. con personal para atenderlas. ¡Cuantas complicaciones y cuánto gasto. en plena guerra, y todo para que el judio de Burdeos fuera a morir a Auschwitz!
¡Auschwitz!
Justamente,
Auschwitz está muy cerca de Katyn, en cuyos bosques los hombres de la
N.K.V.D.
dieron muerte. por el acreditado sistema comunista del tiro en la nuca,
a
quince mil oficiales y suboficiales del Ejercito Polaco. Previamente
les habian
hecho cavar sus propias fosas a las futuras victimas. Los nazis, que
ya no nos
cabe la menor duda debieron de ser unos tontos de solemnidad, se
habian
olvidado de Paracuellos del Jarama; al fin y al cabo habian ya
transcurrido
casi seis años y alli “sólo” mataron a nueve mil personas. Pero lo de
Katyn era
reciente, para ellos, y habian restos de quince mil, cada una con el
tradicional tiro en la nuca. ¿Como no cayeron los nazis, con una
sencilla
asociación mental de ideas, en el tiempo, el dinero, los hombres
-guardianes,
carceleros, funcionarios- los trenes, los materiales de construcción
para cárceles,
barracones, crematorios y cámaras de gas, que habrían ahorrado con la
simple
adopción del sistema Katyn?
Más sencillo todavía. El sistema Katyn -como el sistema Paracuellos fue llevado a la práctica en condiciones de extrema urgencia. Las tropas alemanas se aproximaban y los quince mil oficiales polacos eran un lastre para los soviéticos. En tales circunstancias, fue preciso que los muchachos de la N.K.V.D. gastaran quince mil cartuchos alojados en otras tantas nucas polacas. Ahora bien: los alemanes tuvieron tiempo de sobra para ejecutar a sus judios, de haberlo querido hacer: tuvieron seis años, si contamos a partir del comienzo de las hostilidades, y doce, si contamos desde el momento en que subieron al poder en Alemania. De manera que pudieron haber llevado a cabo la “Operación Israel” sin gasto alguno. No hubo sido precisos ni siquiera seis millones de cartuchos —munición cuantitativamente importante y que les hubiera ido muy bien a los sitiados de Stalingrado, por ejemplo— sino que les hubiera bastado con seis millones de martillazos en el occipucio.
Tal
vez las anteriores consideraciones pudieran parecer frívolas a un
observador
causal, pero de lo que no puede haber duda es de que son lógicas dentro
del
planteamiento oficial del problema de los Seis Millones. Es decir que
si los
nazis ejecutaron a seis millones de judíos mediante procedimientos tan
rebuscados y barrocos como caros e ineficaces - pues todavía
permitieron
que se
les escaparan con vida de medio millón a un millón, según fuentes
judías -
tenian, forzosamente, que ser unos redomados cretinos. Y si tal eran
¿qué
calificativo aplicar a sus vencedores, que les superaban en número y en
materias primas, en una proporción no inferior al veinte por uno, y que
para
vencerles necesitaron seis largos años de guerra sin cuartel y
estuvieron ellos
mismos al borde de la derrota?
Más
arriba
mencionamos que el precio de costo de una incineración se halla sobre
las 2.000 pesetas (en 1978). Hemos obtenido este dato del propio
cementerio de la Almudena
de Madrid.
Si convertimos esta cantidad en gasolina, tendremos que cada cuerpo
precisa por
lo menos de cincuenta litros de combustible. Esta cantidad no resulta
rara si
tenemos en cuenta el combustible que fue necesario para quemar el
cuerpo de
Hitler. Ciertamente, a un gobierno en guerra el precio de cada
incineración le
resultará más bajo, pero igualmente le resultaría más bajo el precio
del
combustible —a pesar de obtenerlo, Alemania, mediante la destilación
del
carbón—, asi, pues, la cantidad de litros parece lógica. En total, para
incinerar a seis millones de judíos se necesitarían trescientos
millones de
litros. Trescientas mil toneladas. La producción completa teórica de
combustible sintético obtenido por Alemania, a plena producción,
durante dos
meses. Bastante más si se tienen én
cuenta los efectos de los bombardeos Aliados contra los centros de
producción
de combustible sintético alemán y de los pozos petrolíferos de Ploesti,
en
Rumania. Según Albert Speer (161), Ministro de Armamentos del Reich, la
falta
de combustible, de energía, fue causa decisiva de la derrota militar
alemana,
hasta el punto de que en Diciembre de 1944 —justamente cuando, según la
tesis
oficial del “Holocausto”, se hallaba én pleno apogeo el exterminio de
los
judíos— para disponer del combustible necesario para la ofensiva de las
Ardenas
se tuvo que ahorrar durante meses y aún se contaba con que las fuerzas
alemanas
se aprovisionarían del combustible capturado al enemigo.
Si
tenemos en cuenta
que un carro de combate consume aproximadamente diez litros por
kilómetro,
podremos calcular que la energía consumida para quemar a los judíos
hubiese
bastado para hacer marchar durante siete mil quinientos kilómetros a
las veinte
divisiones blindadas de la Wehrmacht que empezaron la ofensiva en
Rusia. En
efecto, veinte divisiones blindadas totalizan cuatro mil carros de
combate. A
diez litros por kilómetro, representan 40.000 litros. Y avanzando sobre
7.500
kilómetros, nos da la cifra apabullante de los 300.000.000 de litros
que se
utilizaron, según la tesis oficial, en quemar a los judíos.
Moraleja:
la batalla
de las Ardenas no terminó reexpidiendo a ingleses y americanos a la
Rubia
Albión porque el combustible que necesitaban angustiosamente los
tanques
alemanes se estaba empleando en Auschwitz para quemar a unos individuos
que
hubieran podido ser eliminados sin el menor gasto de energía, aparte de
la
energía necesaria para asestar los ya aludidos martillazos en el cráneo.
Pero
ya que estamos
metidos en cálculos, tomemos el problema desde otro ángulo. Aceptemos,
a
efectos puramente polémicos, que los nazis asesinaron a seis millones
de
judíos, y añadamosles los quinientos mil supervivientes, según fuentes
igualmente judías. Esto da un total de seis millones y medio de
personas, de
las que no creemos constituya una exageración suponer que un quince
por ciento
podían ser utilizadas en las minas de carbón o en la destilación del
mismo para
obtener carburante sintético. Esto nos da, aproximadamente, un millón
de
trabajadores. En las diversas fases de la producción de .carburante
sintético
—desde la extracción del carbón en las minas hasta la destilación del
mismo en
las plantas industriales— los alemanes empleaban, en 1943, una mano de
obra
evaluada en dos millones de personas (162).
Apelamos
al sentido
común del lector: Si desde Winston Churchill, en sus “Memorias”, hasta
Eisenhower en su “Cruzada en Europa”, pasando por el ya aludido
Ministro alemán
de Armamentos, Albert Speer, existe unanimidad total en que el punto
más débil
de Alemania era la escasez de combustible, ¿Puede concebirse que no
sólo
despilfarraran los nazis nada menos que trescientos millones de litros,
sino
que precisamente materializaran tal despilfarro en la incineración de
una
potencial mano de obra que iba a permitirles incrementar su producción
de
combustible en un cincuenta por ciento?
Con
un cincuenta por
ciento de combustible los tanques de Rommel no se hubieran detenido,
con sus
motores vacíos, ante un enemigo a la desbandada, a la vista del Canal
de Suez; con un cincuenta por ciento más de combustible la “Operación
ciudadela”, al
Nordeste de Moscú, hubiera sido una batalla de destrucción y no una
operación de desgaste saldada con una retirada; con un cincuenta por
ciento más
de combustible los tanques alemanes, en vez de permanecer parados en la
nieve,
hubieran penetrado por el frente, hecho trizas a los aliados en las
Ardenas y vuelto
a
ocupar Paris que ya americanos y gaullistas abandonaban
precipitadamente; con
un cincuenta por ciento más de combustible, en fin —y sin olvidarnos
del estupidamente
despilfarrado en los crematorios— los científicos alemanes hubieran
llegado
antes a la producción de la bomba atómica. Bien sabido es que en la
carrera
hacia esa —entonces— arma absoluta, los alemanes llevaban ventaja. Los
anuncios
de Goebbels sobre las “armas secretas” que pondrían fin a la guerra no
eran,
contra lo que afirmaban los Aliados, fanfarronadas propagandísticas. Si
los
Aliados tardan unas cuantas semanas más en materializar su victoria,
puede
asegurarse que el resultado de la contienda hubiera sido diametralmente
diferente. Esto lo han admitido personalidades tan dispares y de tanto
renombre como Churchill y Einstein. Venciendo en cualquiera de las tres
batallas
que no
pudieron coronarse con un espectacular triunfo por falta de
combustible, los
alemanes hubieran ganado no unas semanas, sino varios meses. El signo
de
la
guerra hubiera cambiado. Para su desgracia y, al mismo tiempo, para
bendición
del Estado de Israel, el principal beneficiario del Mito de los Seis
Millones,
los nazis no se dieron cuenta del combustible que despilfarraban y de
la mano
de obra gratuita de que se privaban.
No
cabe duda. ¡Los nazis eran unos estúpidos!
¡Si
llegan a ser listos!
TRAGEDIA
Y COMEDIA
En
toda gran tragedia aparece, siempre, un elemento cómico, a veces
grotesco.
Junto a la angustia de Hamlet, las payasadas de Rosenkrantz y
Guildenstern; el
célebre monólogo hamietiano mientras acaricia la calavera de Yorick,
otro
payaso; las metafísicas elucubraciones del Caballero de la Triste
Figura y las
agarbanzadas cuitas de su fiel Sancho.
La
tragedia, del Mito de los Seis Millones —tragedia para Alemania,
incluso para
los alemanes aún por nacer; tragedia para Europa y para todo el
Occidente;
tragedia, como más adelante demostraremos, para el pueblo palestino— no
podía
ser una excepción. Al estudiar el Mito nos hemos encontrádo con
situaciones
verdaderamente grotescas, pues el histrionismo de los mantenedores del
fuego
sagrado les ha jugado una mala pasada. Hemos encontrado auténticos
“gags”,
verdaderos chistes dignos de una antología del humor negro. Antes de
pasar a un
análisis de los esencial que sobre los principales campos de
concentración se
ha dicho, un pequeño intermedio humorístico nos ha parecido refrescante.
El fiscal Joseph Kirschbaum, judío nacido en Alemania y naturalizado americano, convocó ante el Tribunal que juzgaba a los acusados de crímenes contra la Humanidad en el campo de Dachau, a un tal Jacob Einstein, con objeto de que testificara de que el acusado Menzel, guardián del campo, había dado muerte a su hermano, Simon Einstein. Cuando Menzel respondió que el tal hermano se hallaba en buena salud y, de hecho, sentado a unos tres metros de distancia del propio Kinschbaum, éste arrojó un legajo de papeles a la cabeza del pobre Jacob Einstein y le dijo: “¿Cómo diablos quieres que lleve a ese cerdo a la horca si tú eres lo bastante estúpido para traer a tu hermano a esta sala?” (163).
Este
no fue un caso aislado. Cuando el Coronel A. H. Rosenfeid, Juez
Principal de
los acusados del campo de concentración de Dachau abandonó su puesto en
1948
para trasladarse a los Estados Unidos, los periodistas le preguntaron
si se
habian ejercido “presiones físicas y morales” contra los acusados para
que
declararan de acuerdo con los deseos de la acusacion. su respuesta fue:
¡Claro
que si! De otro modo, hubiera sido imposible hacer cantar a esos
pájaros”.
(164)
Un
testigo de la Acusación, sin duda un humorista, cuyo nombre era Krath y
su
origen étnico judío, declaró ante el Tribunal de Frankfurt que juzgaba
los crímenes
del campo de Auschwitz que él había trabajado en el laboratorio dental
del
campo y había visto al personal alemán arrancando los dientes de oro de
miles
de judíos recién asesinados, y antes de ser llevados a los crematorios.
Añadió
que “... casi cada día los asesinos de las SS se llevaban un camión
lleno de
dientes”.
Bien.
Ya tenemos algo que llevarnos a la boca, si se nos excusa la expresión.
“Casi
cada día los asesinos de las SS se llevaban un camión lleno de
dientes”. Esta
declaración nos permitirá manejar algunas cifras que demostrarán la
alta
calidad y la integridad moral de ese testigo.
Con
objeto de ponernos, como siempre del lado más favorable a la
interpretación de
la tesis oficial judia, y para que el numero de gaseados destinados a
ser cremados
sea más bien subestimado que exagerado, partiremos de los siguientes
supuestos:
1)
Cada judío pensionista de Auschwitz poseia el juego completo de dientes
con que
le dotó Jehová, es decir, 32. Eso, al principio.
2)
Porque, luego, cada judío los había perdido todos, sustituyéndolos
—todos, los
32- por otros tantos dientes de oro.
3)
Los asesinos de las SS. en vez de usar un camión, usaban una camioneta
estilo
jeep.
4)
“Casi cada día” vamos a considerarlo como “un día sí y otro no”.
Creemos,
modestia aparte, hacer gala de un espíritu deportivo que merecería los
plácemes
del más exigente gentleman británico.
Supongamos
que el jeep llevaba una plataforma de trasporte de 160 por 250 por 60
centimetros. Esto da una capacidad de 2'4 metros cúbicos. Suponiendo
que cada
diente judío tuviera dos centimetros de largo por 6 milímetros de ancho
y otros
tantos de grueso, obtenemos una capacidad total, por cada boca de 32
dientes
igual a 23 centímetros cúbicos. De manera que cada jeep llevaba un
1.382.400
dientes pertenecientes a 43.200 gaseados destinados a ser incinerados.
Es
decir, que cada día se gaseaban —como preludio a su incineración--
21.600
judios. Lo que daba, sólo en un año, la cifra de 7.884.000 gaseados.
Para ser
luego incinerados. Y sólo en Auschwitz. Y eso incluye a los judíos con
dentaduras completas de oro.
El
inefable testigo, señor Krath, no fue arrestado en el acto por el Juez,
por
desacato al Tribunal. Porque desacato y ultraje es suponer que el
Tribunal
pueda tener tan descomunales tragaderas. El Juez, tampoco ordenó que el
testigo
fuera internado en un manicomio. Simplemente ordeno que se tomara
nota de su declaracion jurada, que fue incorporada al dossier (165).
Otro
testigo. Aaron Sommerfeldt hizo ante el Tribunal de Düsseldorf. que se
ocupaba
de los crimenes del campo de Belsen. esta original declaración:
“Los
SS mataban durante toda la semana, pero nunca en domingo”.
Evidentemente, esta
declaracion persigue un doble objetivo: por una parte ironiza sobre la
festividad cristiana del domingo; por otra reactiva la vieja mentira
del
anticristianismo nazi, al “descansar”. jocosamente los SS. los
domingos, en que
no mataban a judios. Sommerfeldt identificó a un acusado, antiguo
guardian del
campo de Belsen, diciendo que le había visto “apuñalar y luego ahorcar”
a un
judio el 18 de Octubre de 1942.
Ese “juicio” se celebró en Dusseldorff el 13 de Enero de 1965 .Admiremonos del “golpe de vista” del buen Aaron que reconoció veintitres años despues, con ropajes civiles, a un hombre que, cuando supuestamente le vio cometer ese crimen, llevaba traje militar, y en unas circunstancias en que el testigo decia estar bajo intensa presion psiquica, y tambien temeroso de que le sucediera a el lo mismo. Fantastica. su memoria. Fantastico también que recordaba la hora, y la fecha exacta el 18 de Octubre de 1942. Admirable memoria. Con una sorprendente laguna, no obstante: que según el abogado defensor, el 18 de Octubre de 1942 era, precisamente domingo (166)
El
celo de algunos propagandistas judios para explotar el tema de los
exterminios
en Auschwitz no sólo ha devaluado la supuesta capacidad judía para la
Aritmetica sino que tambien ha servido para mostrar en cuán poco
estiman ellos
la inteligencia de sus lectores.
Ejemplo
de tales propagandistas es Olga Lengyel. que, en su libro, “Cinco
Chimeneas”
(167) evita comprobar los más minimos detalles sobre las supuestas
cámaras de gas y los
crematorios. Y afirma: “Desde 1941, hubo en servicio cuatro hornos
crematorios.
y el rendimiento de esta inmensa planta de exterminación aumento
extraordinariamente”.
“Trescientos
sesenta cadáveres cada media hora, que era el tiempo que se precisaba
para
reducir la carne humana en cenizas, totalizaba 720 cadáveres por hora,
osea
17.280 al dia. Y los hornos, con asesina eficiencia funcionaban dia y
noche.
Ademas, debemos tener igualmente presentes los “pozos de la muerte”,
inmensas
piras que podían incinerar otros ocho mil cadáveres al día. En números
redondos,
los nazis quemaban unos veinticinco mil cadáveres diaríos (168).
Bien.
A efectos puramente polémicos, vamos a tomar como ciertas, como
lógicas, las
palabras de la Señora Lengyel, aún cuando más adelante demostraremos la
inexistencia de esos “hornos gigantes”. Ciñamonos, exclusivamente a la
declaración de ese testigo, que compareció citados por la acusación en
varios procesos
antinazis y su testimonio fué, muy seriamente, aceptado por los
respeptivos
Tribunales.
Según
la Señora Lengyel,
hubo 25.000 cadáveres diarios. Eso totaliza, al año, 9.125.000
Olvidándonos del
período transcurrido entre 1940, cuando empieza a funcionar el campo de
Auschwitz, hasta las supuestas instalaciones de los “cuatro nuevos
hornos
gigantes”, tendremos que la cifra de seis millones de judíos
exterminados por
los nazis es falsa. Ya no se trata de seis millones, sino de ¡TREINTA Y
SEIS
MILLONES Y MEDIO!... sólo en Auschwitz. Una cifra que es superior al
doble de
la totalidad de la población judía en el mundo, en 1939, según füentes
judías.
Insistimos en que el anterior cálculo sólo lo hemos hecho para demostrar una vez más, la ligereza con que se citaban cifras ante los Tribunales y el desparpajo cón que éstos las aceptaban. Un testigo que, bajo juramento, hubiera hecho tal declaración ante cualqúier Tribunal del Mundo, exceptuando Nuremberg, hubiera sido arrestado, en la sala, por orden del Juez, por manifiesto perjurio.
Otto Hoppe, un guardián del carttpo de Dachau, estuvo en la cárcel, desde 1949, en que fué condenado a cadena perpetua por “crímenes contra la Humanidad”, hasta 1965. Sus “crímenes contra la humanidad” consistían en haber dado muerte —según el testimonio de varios judíos— a un tal H.S. De Griessen y a un antiguo miembro del Reichstag llamado Asch. Huelga precisar que, según la la Acusación, De Giessen y Asch eran judíos. Pero a mediados de 1965 se descubrió que De Giessen estaba vivo y gozaba de excelente salud, y que el diputado Asch nunca existió. (169).
Tal
vez fué en el proceso de
Frankfurt, incoado contra los guardianes del Campo de Auschwitz, donde
se
batieron todos los records de maligna estupidez. El abogado defensór
fué amenazado
por el Juez con ser llevado ante un Tribunal de “desnazificación” por
osar
poner en duda la veracidad de las declaraciones de un testigo
presentado por la
Acusación; dos testigos de la Defensa, Geog Engeishail y Jacob Fries,
tras declarar en favor de los acusados, fueron detenidos en plena
Audiencia.
Finalmente, a los acusados no se les permitía hablar; sólo podían
hacerlo
cuando les interrogaba el Juez o la Acusación, y no se les permitían
más
respuesta que “sí” o “no”.
Fué, precisamente el Proceso de Frankfurt contra los guardianes del campo de Auschwitz el que superó todas las cotas de parcialidad por parte del Tribunal. Como ya se había demostrado, por organismo de indudable “cachet” democrático, que en toda Alemania no existieron, jamás, cámaras de gas, los mantenedores del Fraude de los Seis Millones se aferraron desesperadamente a la tesis de que tales cámaras existieron y funcionaron sólo en siete campos, ubicados en Polonia, el principal de los cuales era, con mucho Auschwitz.
Se había logrado demostrar
que en los veintitrés principales
campos
de concentración alemanes no hubo tales cámaras de gas, a pesar de
haberlas
“filmado” numerosas películas propagandísticas angloamericanas. Pero al
llegar
a Ausçhwitz... “con la Iglesia comunista hemos topado”. Allí se
acababan las
actividades de los comités de investigación, que tropezaban con la
“palabra de
honor” de las autoridades comunistas polacas, atestiguando que allí
hubo
cámaras de gas, dándose el asunto por terminado.
Pues
bien, para demostrar que en Auschwitz tampoco exitieron las llamadas
“cámaras
de sas” quiso trasladarse a Frankfurt, Paul Rassinier, ex-alcalde de
Belfort,
miembro del Partido Socialista S.F.I.O. (Sección Francesa de la
Internacional
Obrera), miembro del “maquis” que luchó contra los alemanes, inválido
de guerra
al 90 por ciento e internado en diversos campos de concentración
alemanes. Los
abogados defensores de.los guardianes acusados solicitaron su presencia
como
testigo de descargo. ¡Pero las autoridades Oeste-Alemanas le denegaron
el visado
de entrada! Huelga decir que dicho visado no se negó a numerosos
“supervivientes” que, procedentes de Israel, los Estados Unidos y el
Este de
Europa, se presentaron en Frankfurt para declarar como testigos de
cargo.
Tiempo habrá de ocuparse con el necesario detenimiento de la general
actitud
oficial del Gobierno y de los funcionarios de la liamada República
Federal
Alemana.
EL
CAMPO DE DACHAU
Cuando las tropas aliadas occidentales penetraron en Alemania, la campaña propagandística desatada por las grandes agencias internacionales de noticias acerca de las atrocidades alemanas y, concretamente, de los campos de “exterminio”, se hallaba en todo su apogeo. Es un hecho que cuandó los americanos ocuparon el campo de Dachau, inmediatamente fotografiaron “cámaras de gas”, “crematorios” y montones de cadáveres. Es evidente que un montón de cadáveres es lo que más se parece a otro montón de cadáveres. Perogrullada. Es cierto. Pero también es cierto que lo que caracteriza a esta época nuestra de intoxicación mental y de lavado de cerebro colectivo es, precisamente, el olvido de Perogrullo. Pues tales montones de cadávéres que aparecían monótonamente en la prensa, tanto podían ser de Dachau como de cualquier otro lugar. Y así, por ejemplo, luego resultó que uno de aquellos macabros montones, que se decían haber sido fotografiados en Dachau, por los fotógrafos de las libres democracias, habían sido fotografiados en Dresde, por los fotógrafos de la “Gross Deutchsland" tras el bombardeo inglés de aquella ciudad-hospital.
Es
un hecho también, que nunca hubo “cámaras de gas” para exterminar en
toda Alemania.
En
realidad, no las hubo en ningún lugar de Europa, pero, hasta ahora,
sólo se ha
admitido oficialmente su inexistencia en Alemania. Basta con recordar
la
conocida declaración del Instituto de Historia Contemporanea de Munich
(en el
que trabajan numerosos judíos) que, textualmente, afirmaba: “Nunca hubo
cámaras de gas en ningún campo de concentracion situado en el
territorio del
antiguo Reich”. (170). No obstante, los americanos afirmaron que tales
“camaras
de gas” existian. Luego, súbitamente, se hizo el silencio, al
comprobarse que
las pretendidas ‘camaras de gas” no eran más que unos “baños ducha”
para
despiojar (lamentamos la palabra, pero no hay otra, y además, es la
traducción
literal del alemán y del inglés) a los internados, especialmente a los
prisioneros procedentes del Este.
Pero si se dejó de hablar de "cámaras de gas” en Dachau, sí que se organizó un clamoreo inmenso a proposito del crematorio gigante instalado en aquel campo. Durante mucho tiempo, todo el mundo estuvo convencido de que en tal horno se incineraban los cadáveres de los gaseados judios, aunque luego, al demostrarse la inexistencia de las “camaras de gas”, se aseguró que las victimas eran directamente incineradas, es decir, quemadas en vivo. Aparte de que no debe ser tarea fácil colocar a unos individuos en unos hornos, recomendandoles que se estén quietos mientras se ponen en marcha las parrillas que deberán reexpedirlos “ad patres” convenientemente tranformados en cenizas, el procedimiento de ejecucion sigue pareciéndonos barroco, costoso en tiempo y en energia y rebuscado. Nos recuerda demasiado aquellas películas americanas de la serie Fantomas en que el bueno y la chica, atados de pies y manos ante los malos, armados hasta los dientes, eran encerrados en una cámara hermetica. Al cabo de unos angustiosos instantes. empezaba a manar el ugua de un grifo colocarlo en el techo; primer plano del bueno, sosteniendo a la desmayada chica con sus manos. por encima de su cabeza, mientras el liquido elemento llega, inexorablemente, a su barbilla. Entonces, la Policia logra abrir las compuertas, salvando la vida de los protagonistas, los cuales todavía lleqan a tiempo de capturar a Fantomas en el momento en que va a poner pie en la frontera mejicana con el maletín conteniendo el millón de dólares. El lavado de cerebro colectivo, llevado a cabo por la ‘mass media”, ha logrado que la infantil y fantomática historia del crematorio de Dachau sea aceptada por ignaras masas de crédulos lectores, auditores y televidentes, los cuales no parecen haberse interrogado sobre el por qué del “modus operandi”, tan inutilmente complicado de los verdugos nazis.
Teniendo en sus manos
a una
inerme masa de prisioneros, a los que se asegura que deseaban
exterminar ¿Porqué no hacerlo a garrotazos, o, máxime, a tiros, en unos
dias, en vez
de
complicarse la existencia con crematorios, por no hablar de las super
fantomaticas ‘cámaras de gas”?
Se
argüirá que esta pregunta no constituye, ni directa ni indirectamente,
una
prueba; que no pasa de ser un indicio. Que los nazis podían estar
poseídos de
locura diabolica, como Fantomas. Pues bien:
“El
arquitecto Karl Johann Fischer, de Munich internado por los
americanos,
despues del final de la guerra, en Dachau, se presento voluntario para
proceder a la limpieza del crematorio, del que se contaban horrores. Lo
que
pude ver y constatar sobrepasó mis previsiones. Aquellos hornos,
recientemente
construidos, no estaban, siquiera, secos; la albañileria todavía no
había
cuajado del todo. Ademas, todas las partes metálicas estaban nuevas y
no habían
conocido jamás el contacto con el fuego. Allí no se hubiera podido asar
un hot-dog,
ni siquiera un volátil, pues aquellos cuatro hornos no reunían las
condiciones
necesarias para ello. Aquellas construcciones de diletantes, que
querían hacer
pasar como hornos creamtorios, no poseían ni siquiera una
chimenea...”(171).
Del
anterior
testimonio se deduce que los “libertadores” americanos, no sólo
mantuvieron en
funcionamiento el campo de Dachau, limitándose a la substitución de los
anteriores internados por militares y civiles alemanes, sino que además
se
apresuraron a construir unos ridículos hornos crematorios atribuyendo
su
construcción y su uso a los nazis.
Según
el testigo
Gerhardt Rossberger, antinazi, y responsable alemán del campo de
Dachau, desde
Mayo hasta Septiembre de 1945, es decir, durante los cinco primeros
meses de la
post-guerra “en el campo de concentración de Dachau habia, antes de
1945, un
pequeño crematorio, destinado a la incineración de las personas que
morían
victimas del tifus, pero nunca hubo ninguna cámara de gas. Los agentes
americanos Howard y Strauss intentaron transformar el vestíbulo del
crematorio
en una “cámara de gas”, pero cuando el mayor Duncan, americano y
comandante del
campo, se enteró del proyecto, rehusó su autorización” (172).
El
detalle de la
chímenea olvidada, según el mencionado testimonio del arquitecto
Fischer, quiso
ser corregido más tarde, a principios de la década de los cincuenta, en
que los
americanos construyeron dicha chimenea, según otro testigo, alemán pero
antinazi, Horst Kreuz, de Munich. No obstante, tampoco esta vez se
hicieron las
cosas bien, pues los constructores se olvidaron de ensuciar hornos y
chimeneas
con hollín, detalle que fué corregido mas tarde (173).
Stephen
F. Pinter,
abogado del Departamento de la Guerra de los Estados Unidos, que sirvió
en
Alemania. con las fuerzas de ocupación, por un periodo de seis años,
manifestó,
en el semanario católico “Our Sunday Visitor”, lo siguiente:
“Estuve en Dachau diecisiete meses, después de la guerra, como Fiscal del Departamento de Guerra, y puedo atestiguar que en Dachau no hubo ni cámaras de Gas ni crematorios. Lo que se mostraba al publico como cámaras de gas no era mas que un minusculo crematorio para incinerar a personas que morían de enfermedades infecciosas, y precisamente para evitar la propagacion de infecciones, muy especialmente el tifus. Se nos dijo que había una cámara de Gas en Auschwitz. pero como estaba en la Zona de Ocupación Rusa no pudimos comprobarlo por no habérnoslo permitido las autoridades rusas. Por lo que pude investigar, en mi calidad de Fiscal del Ejército de los Estados Unidos, durante mis seis años de postguerra en Alemania y Austria, hubo un elevado número de judíos que murieron, pero la cifra de un millón, ciertamente, no se alcanzó. Yo interrogué personalmente a miles de judíos, ex—internados en campos de concentración alemanes y me considero tan bien informado como el que más en este sujeto”(174).
Recalquemos
que el señor Pinter ostentaba el cargo de Fiscal en el War Departament,
es
decir, en el Ministerio de la Guerra de los Estados Unidos. :
Dachau
era uno de los más
antiguos campos de concentración alemanes, y albergaba
mayoriatariamente a
presos políticos austríacos, presos comunes y, al final de la guerra,
también
soldados prisioneros, procedentes del frente del Este, en su mayoría.
Naturalmente, también habían presos judíos, no englobados en las
categorías que
acabamos de enumerar. Los presos eran utilizados como trabajadores en
fábricas
cercanas, aunque también se dedicaban al cultivo de una plantación de
hierbas
medicinales instalada junto al campo y a secar pantanos y zonas
cenagosas de
las cercanías.
El
avance de las tropas
rusas en el frente del Este forzó a las autoridades alemanas a evacuar
cada vez
más hacia el Oeste a su impresionante masa de prisioneros de guerra.,
Más del
ochenta por ciento de esa masa estaba compuesta de rusos. Los
bombardeos de la aviación
aijada habían conseguido crear en Alemania, sobre todo a partir de
mediados de
1944, una situación caótica. Como es lógico en una situación bélica, el
suministro de abastecimientos, así como de armas y municiones para los
soldados
que luchaban en el frente gozó de absoluta prioridad. Luego, venían,
por este
orden, los suministros de víveres a la población civil y a los presos,
militares y políticos. La guerra de bloqueo practicada por Inglaterra,
y
secundada desde su entrada en la guerra a finales de 1941 por los
Estados
Unidos, contribuyó notoriamente al fomento del hambre en Alemania,
sobre todo a partir del Otoño de 1944. Las’ consecuencias las pagaron,
como era de
esperar,
la población civil y, aún más que ésta, los internados en los campos de
concentración.
A
principios, de Marzo de
1945, Kaltenbrunner dió la orden de permitir la presencia en cada campo
de
concentración, de un delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja.
Estos
delegados tenían por misión supervisar la entrega de alimentos a los
presos.
Una parte de esos alimentos procedía de países neutrales.
El
29 de Abril, la mayor
parte de los guardianes y empleados administrativos alemanes a cuyo
cuidado
estaba encomendado el campo, se retiraron hacia el Este; en vista de la
inminente llegada de las tropas americanas. Sólo quedaron algunos
guardianes al
mando del teniente SS Wickert y el delegado de la Cruz Roja. Según los
escritores judios Franz Lenz y Nerin E. Gun, que se hallaban presentes
en
Dachau en el momento de la llegada de los americanos, lo primero que
éstos
hicieron fué ametrallar a los alemanes que iban a entregarles el campo.
Ni los
indefensos perros guardianes escaparon a esa suerte.
El
motivo de esos ametrallamientos fué, según afirman los citados autores
judíos
(175), la indignación provocada en el jefe del destacamento americano
por el
hallazgo de un tren de mercancias en el que se encontraron unos
quinientos
cadáveres. Se trataba, principalmente, de prisioneros de guerra rusos,
muchos
de ellos enfermos del tifus, que quedaron abandonados en una vía muerta
de la
estación de ferrocarril de Dachau, tras un bombardeo de la aviación
anglo—americana, unas semanas antes del abandono del campo por la mayor
parte
de los guardianes alemanes. Butz afirma (176) que la versión de Gun y
de Lenz
es falsa en lo que se refiere al ametrallamiento colectivo de los
guardianes;
en todo caso, el delegado de la Cruz Roja omitió mencionar el
“incidente” en su
informe.
Según afirma el ya citado
Fiscal norteamericano
Pinter (177), encontrar cadáveres en los trenes alemanes hacia finales
de la
guerra no era nada extraordinario, incluyendo los trenes ordinarios de
pasajeros. A finales de Enero de 1945 llegó a Berlin un tren con
ochocientos
refugiados civiles, todos ellos muertos de frío (178). El
indescriptible caos
creado por los bombardeos de los Aliados hacia que para un viaje de un
par de
horas se invirtieran, a veces, ocho días, sin alimentos y sin
calefacción. En
el caso de Dachau, a donde afluían, desde Enero de 1945, muchos
prisioneros de
guerra rusos, la situación era todavía más grave debido al aludido
bombardeo de
la población, que afectó necesariamente al servicio de suministros al
campo de concentración, a parte de que en el mismo, según Rassnier,
cayeron
también
numerosas bombas (179). En ese campo, según fuentes americanas, se
encontraron
a unos 35 ó 40 mil prisioneros de guerra soviéticos (180), casi todos
ellos en
avanzado estado de infección tífica, y muy desnutridos. Los baños-ducha
para
despiojar (las, en un principio llamadas “cámaras de gas”) eran
demasiado
reducidos; no daban abasto para la población del campo. En los cuatro
pri meros
meses de 1945 se produjeron quince mil muertes a causa del tifus 181).
En
1946, el Secretario de Estado del Gobierno “autónomo” de Baviera,
Philip Auerbach,
descubrió, en Dachau, una placa en la que podía leerse:
“Esta
zona se considerará, desde
hoy en adelante, como el altar del sacrificio de 238.000 judíos que
aquí fueron
asesinados en los hornos crematorios”.
Este
señor Auerbach, por cierto un judío, de profesión abogado, se
especializó en
demandas judiciales al titulado gobierno de Baviera para obtener sumas
inmensas
de dinero en concepto de “reparaciones” a los familiares de los judíos
gaseados
y cremados en Dachau. Hasta que un buen día se demostró que tales
“victimas”
—y, menos aún, sus “familiares”— no existieron nunca, y que todo no
pasaba de
ser una burda estafa. Y el señor Auerbach fue a la cárcel.
Hoy
en día, la placa de los “238.000” ha desaparecido, por ser la cifra
manifiestamente imposible y por no haberse podido aún llegar, en
Occidente, al
inconmensurable cinismo del Este donde se mantiene todavía el mito de
Auschwitz. La placa ha sido discretamente quitada. Porque tras
sucesivas
rebajas impuestas por la Aritmética, se ha llegado a la cifra máxima de
20.600
muertes, la mayoría causadas por el tifus y la desnutrición en los
últimos
meses de la guerra.
El
Cardenal Faulhaber, Arzobispo Católico de Munich, informó a los
americanos de
que, durante los bombardeos aéreos de la capital bávara en Septiembre
de 1944
perecieron treinta mil personas. El propio Arzobispo pidió a las
autoridades
alemanas que incineraran los cuerpos de las víctimas en el crematorio
de
Dachau. Desgraciadamente, ese plan no pudo llevarse a cabo. El
crematorio, que
sólo poseía un horno —que se utilizaba para incinerar a los internados
que
morían de muerte natural y especialmente de enfermades infecciosas— no
podía
hacerse cargo de aquéllos 30.000 cadaveres, según le informaron a Su
Eminencia
las autoridades del campo.
De
ello se deduce que todavía menos hubieran podido los nazis incinerar a
los
inicialmente pretendidos 238.000 judíos. Disponiendo —como se ha
demostrado—
de un crematorio con un sólo horno, el número máximo de judíos que
podían
crernar los nazis, diariamente, era de doce. O sea, 4.480 judíos al
año. Con lo
que, para cremar en Dachau a los supuestos 238.000 judíos, hubieran
sido
precisos setenta y dos años. Es decir, que las complicadas ejecuciones
debieran
haber continuado ininterrumpidamente hasta el año 2.013, suponiendo
que, como
se dice, empezaran en 1941. Además, y tomando como promedio 2,5 kgs. de
cenizas
por persona, hubieran debido aparecer nada menos que 595 toneladas de
cenizas.
Casi seiscientas toneladas de ceniza, que es una substancia ligera, de
mínima
densidad. Hubieran debido aparecer verdaderas montañas. ¿Dónde están?
¿Cómo no
se fotografiaron esas montañas de ceniza?
Ralph
W. Mclnnis, un jurista norteamericano que fue Jefe Administrativo para
la
División de Relaciones Culturales y Educación del Programa de
Desnazificación
de Alemania, dimitió de su cargo en señal de protesta por las
resoluciones del
Tribunal de Nurenberg, regresó a los Estados Unidos y escribió un libro
(182)
sobre los abusos de las tropas de Ocupación Aijadas en Alemania y sobre
los que
se atribuían a los nazis. Al hablar del campo de Dachau Mclnnis dice:
“Estando de permiso visité
el campo de Dachau... Al principio no vi ninguna razón para sospechar
una
burla, pero después de un examen mas detenido de este cepo para
turistas me vi
obligado a llegar a la conclusión de que yo y millones de otros
confiados
americanos habíamos sido victimas de noticias arregladas. En el
interior de la
cámara de gas (?) un curioso observador puede constatar que se halla
ante un
burdo fraude. De hecho, el engaño era demasiado perfectó, demasiado
limpio,
pues la cámara de los horrores estaba nueva y brillante, sin una
mancha,
rasguño, señal o deterioro que atestiguase que alguien había muerto
alli”.
Todavía tenían que pasar
años para que el Instituto de Historia Contemporánea de Munich afirmase
oficialmente que ni en Dachau ni en ningún otro lugar de Alemania o
Austria
habían habido cámaras de gas. Pero, no obstante, cuando el comunista
checo
Franz Blaha, judío, declaró ante el Tribunal de Nuremberg que “la
cámara de gas
de Dachau fue terminada en 1944 y el doctor Rascher me encargó que
vigilara las
primeras víctimas; había ocho o nueve personas, de las que tres
continuaban
vivas, y las demás tenían los ojos enrojecidos, etc. etc...” (183), el
Tribunal, que no se consideraba obligado por las reglas técnicas de la
administración de pruebas (articulo 19) no se las pidió y el hecho,
declarado
de notoriedad pública (articulo 21) fue considerado como demostrado.
A consecuencia del perjurio
del Doctor Biaha, muchos acusados alemanes fueron a la horca, pero a él
nadie
le pidió cuentas.
Entretanto, el museo de
horrores de Dachau continúa abierto al público. La placa de los 238.000
judíos
muertos ya no está. La “brausebad” o sala de baños es presentada como
lo que fue,
una sala despiojamiento y no una cámara de gas. Y los “238.000”
gaseados y
cremados se han transformado, de momento, pues la cuenta sigue bajando,
en
20.600 como máximo posible, por desnutrición y enfermedades
infecciosas. Esta
deflación hasta el 10 por ciento de la cifra original, continuará
bajando hasta
un ó un 6 por ciento, y un día será aplicada a la mítica cantidad de
los seis
millones.
BERGEN-BELSEN
La
causa principal de los decesos en Belsen fue una epidemia de tifus.
Todos los
comentaristas están de acuerdo en que el tifus era una amenaza
constante en
todos los campos de concentración alemanes, y que los portadores del
virus
eran, en la inmensa mayoría de los casos, los prisioneros de guerra
procedentes
del frente del Este. Por tal razón se desarrolló en toda Alemania un
estado de
auténtica histeria colectiva de miedo al tifus (184). Las autoridades
sanitarias alemanas debieron tomar medidas enérgicas para intentar
contrarrestar las epidemias. El tifus era esparcido por el piojo común
y,
logicamente, las contramedidas consistían en eliminar los piojos que
venían en
tren con los prisioneros rusos. De manera que toda la literatura
concentracionaria, real, semi-real, o inventada, independientemente del
campo
de que se tratara, coincide, al menos, en el procedimiento empleado por
los
guardianes de los campos de concentración alemanes a la llegada de un
convoy de
presos militares o internados políticos: desnudarse, cortarse el pelo,
ducharse
en los edificios apropiados —llamados “cámaras de gas” por los amateurs
del
lenguaje criptográfico— y vestirse con trajes nuevos, o los viejos tras
cuidadosa desinfección (185).
En
octubre de 1944 se produjo una avería en los baños-ducha de
Bergen-Belsen,
razón por la cual varios trenes de prisioneros de guerra soviéticos —en
su
mayoría turkestanos, kirghizes y siberianos— ingresaron su humano
cargamento
sin previo despiojamiento (186). Esto fue fatal para las condiciones
sanitarias
del campo.
Además,
a partir de noviembre de 1944 Belsen fue considerado un Krankenlarger,
es decir,
un campo para enfermos, de manera que, dentro de lo posible, todos los
enfermos
de los diversos campos de concentración eran enviados allí (187).
El escritor inglés, y
antinazi, Derrick Sington, cuenta (188) que las tropas inglesas que se
hicieron
cargo del campo de Belsen se vieron desbordadas por la situación y más
de la
cuarta parte de los internados que se hallaban enfermos a su llegada
perecieron
en menos de un mes.
El libro “The Golden
Horizon”, de Cyril Connolly (189) contiene un notable relato del bien
conocido
periodista y escritor inglés Alan Moorehead, acerca de lo que ocurrió
en Belsen
después del cese de hostilidades, en mayo de 1945.
“El campo de concentración
de Belsen es tristemente célebre a causa del hecho de que una epidemia
de tifus
se declaró allí en el curso de los últimos meses de la guerra, a
consecuencia
de la falta de avituallamiento debida a los bombardeos que habían
destruido las
vías de acceso y hasta las cañerías de agua potable. Esta epidemia
causó la
muerte de centenares de detenidos. Los ingleses llegaron cuando la
situación se
había vuelto francamente desastrosa, trajeron víveres, agua y
medicamentos,
hicieron quemar los cadáveres y las barracas infectadas y empezaron a
torturar
a los guardias del campo de concentración.
“Verdaderamente poseídos de
un entusiasmo digno de los Cruzados de la Democracia los nuevos
administradores
del campo —de nacionalidad británica— se embriagaron con los horrores
que
cometieron, sin experimentar asco alguno por ellos, y sin avergonzarse
de
exhibir a sus víctimas ensangrentadas a los periodistas que acudían en
masa a
Bergen-Belsen; hasta parecían estar orgullosos de su trabajo como si se
tratara
de una proeza deportiva.
“El campo estaba bajo el
mando de un joven médico inglés y de un capitán del cuerpo de
ingenieros militares, ese capitán parecía estar de excelente humor...
Cuando nos
acercamos a las celdas de los SS, el sargento inglés que les vigilaba
se puso a
vociferar como un loco. El capitán nos dijo sonriente: “Les hemos
interrogado esta
mañana temprano... Me temo que no esten muy presentables”. Hicieron
entrar a
los periodistas en las celdas que estaban abarrotadas de hombres
tendidos por
el suelo, manchados de sangre y quejándose.
“Un prisionero suplicó que
le mataran de una vez. El sargento inglés le dijo que lo harían
gustosamente
una vez hubiera firmado la declaración jurada que le habían presentado
varias
veces.
“Los testimonios que
sirvieron para ahorcar como criminal de guerra a Kramer, el comandante
del campo, se obtuvieron de esta guisa, afirma el nada sospechoso
Moorehead quien
testifica:
‘Puedo
afirmar que.
al menos en el campo de concentración de Bergen-Belsen los detenidos
no
sufrieron salvo, tal vez, casos aislados ningun mal trato de parte de
los alemanes. Los presos no fallecieron a causa de las torturas de sus
guardias,
sino a consecuencia de las epidemias y porque el avituallamiento estaba
completamente desorganizado en los ultimos meses de la guerra”.
Originariamente.
Beisen era un campo de la Wehrmacht para albergar prisioneros de guerra
heridos. A mediados de 1943, las SS se hicieron cargo del campo con el
propósito, entre otros, de convertirlo en una “base de transito”: un
campo de
concentración para criminales comunes, para presos procedentes del Este
y para
judios de origen holandés y sefardí (griegos, turcos y yugoeslavos).
Los que predominaban era los judíos holandeses, unos 5.000, muchos de
ellos
expertos
talladores de diamantes, que trabajaban para los alemanes. Esta era la
única
significación industrial de importancia en este campo.
En un
principio se
dijo que en Beisen había cámaras de gas, y, naturalmente, crematorios
instalados con el propósito de quemar a los judios. ya previamente
gaseados, ya
en vivo. Luego, oficialmente, se abandonó la tesis de las “cámaras de
gas” y en
cuanto al crematorio de dos hornos, se admitió igualmente que su uso
principal
era la incineración de cadáveres portadores de virus tificos.
Un
relato muy
objetivo de lo sucedido en Delsen nos lo da el libro del Doctor Russell
Barton,
del Cuerpo de Sanidad del Ejército Británico, que visitó varios campos
de
concentración alemanes al termino de la guerra, y estuvo un meses en
Belsen.
Según el doctor Bartón el brigadier Glyn Hughes, el oficial médico
británico
que tomó el mando del campo de Beisen en abril de 1945, “no creía que
se habían
producido atrocidades en el campo”. Había habido, eso si hasta finales
de
1944, “disciplina y trabajo duro”. Desde principios de 1945 hasta el
final de
las guerra las condiciones se deterioraron, debido especialmente al
caos creado
en toda Alemania por los reveses militares y, sobre todo. por los
efectos de
los bombardeos de terror de la aviación aliada. “Muchos internados en
Belsen
han escrito articulos en la prensa o hecho declaraciones en el sentido
de que
los alemanes les trataron con brutalidad, pero tales declaraciones
deben ser
interpretadas de acuerdo con las necesidades de la propaganda. segun el
aludido
Barton (190).
La
desnutrición de
los presos fue completamente inevitable, y solo se produjo en los
cuatro o
cinco últimos meses de la guerra. Dice Barton: “Hablando con los presos
llegué
a la conclusión de que las condiciones de vida en Belsen no fueron
malas hasta
finales de 1944. Los barracones estaban ubicados entre los pinos, y
cada uno de
ellos estaba provisto de lavabos, retretes, duchas y estufas” (191).
También se
explican las causas de la desnutrición en los últimos meses: “Cada vez
era más
difícil, en 1945, llegar hasta el campo de Belsen. Cualquier cosa que
se
desplazara en una autopista era bonbardeada. En tan caótica situación
mi
opinión personal es que los alemanes, dadas las circunstancias,
consiguieron
administrar Belsen con relativa eficiencia hasta los últimos días”.
Cuando
los ingleses
llegaron hubo violentas disputas entre los internados para obtener
buenos
lugares en las colas para la distribución del rancho. Las dispustas
fueron tan
violentas que los tanques ingleses debieron intervenir”. Más de un
millar de
internados perecieron a causa de la bondad de los soldados ingleses que
entregaron sus raciones de carne en lata y chocolatinas a los presos en
avanzado estado de desnutrición”.
El
número de muertos
atribuido a Belsen se cifró en un principio en unos 300.000, pero
pronto tan
absurda cifra fue abandonada para quedar fijada en 60.000, de los
cuales 50.000
eran judíos.
Hace
algún tiempo,
los líderes sionistas armaron un alboroto enorme en torno a los planes
francés
y alemán occidental de excavar las fosas que se encuentran junto al
campo de
Bergen-Belsen. El gobierno francés quiere enterrar en suelo francés los
restos
de cierto número de judíos de nacionalidad francesa, que se afirma
murieron en
dicho campo.
La
intensidad del
griterío proferido por los líderes sionistas para impedir la excavación
de las
fosas de Belsen puede parecer chocante al observador inexperto. Pero
una
investigación más seria nos lleva a concebir sospechas por lo que se
refiere a
los temores judíos en este asunto. Es harto conocido que los Aliados,
tras la
rendición de los guardianes alemanes de varios campos de concentración,
utilizaron esos campos para sus propias finalidades. Después de liberar
a los
judíos y a otros elementos internados en un campo, los Aliados los
llenaban con
soldados alemanes prisioneros de guerra, civiles afectos al Partido
Nacional-Socialista
y, en general, de toda clase de personas sospechosas de poco celo
democrático.
Muchas decenas de miles de alemanes perecieron en esos campos después
de la
guerra, hecho que, aún a pesar de haber sido practicamente silenciado
por la
Gran Prensa Mundial, ha podido emerger a la luz pública por su notoria
e
innegable evidencia.
Por
ejemplo, se ha
sabido que, a principios de 1969, los albañiles que trabajaban junto al
que fue
pequeño campo de concentración de Hechtsheim, cerca de Mainz,
desenterraron accidentalmente
una fosa común que contenía los cadáveres de cerca de mil soldados
alemanes,
vistiendo sus uniformes. Hallazgos similares han sido hechos en otros
campos.
Ya hemos visto como en Dachau, todo el contingente de guardianes SS fue
ejecutado a ráfagas de ametralladora tras haberse rendido a los
americanos. Sus
cuerpos fueron enterrados en una fosa común, que fue abierta hace unos
meses. (en 1978)
Todo
eso nos permite comprender porque los lideres sionistas se oponen tan
tenazmente a la reapertura de las tumbas de Belsen, que se supone
contienen los
cadáveres de 50.000 judíos muertos, si no en las ya oficialmente
inexistentes
“cámaras de gas”, si a causa de las torturas inflingidas por los nazis.
Hay,
sin lugar a dudas, decenas de miles de cadáveres enterrados en Belsen.
Pero ¿de
quién? Ciertamente de internados, judíos y no judios, pero también de
alemanes,
con el agravante de que estos murieron, no en tiempo de guerra —la cual
puede
explicar, sino justificar, muchas cosas— sino en tiempo de paz.
EL MITO DE ANA FRANK
Fue
precisamente en el campo
de concentración
de Bergen-Belsen donde, en marzo de 1945, se dice que murió la niña
judía Ana
Frank. El libro que cuenta los horrores de su historia
concentracionaria
apareció en 1952, con el título “Diario de Ana Frank”, convirtiéndose
inmediatamente en un “best-seller”. Desde entonces se han hecho, sólo
en lengua
inglesa, cuarenta y dos ediciones y una película en Hollywood. El padre
de la
niña, Otto Frank, en royaltyes sólo, por la venta del libro, ha hecho
una fortuna.
También ha ingresado mucho dinero por los derechos sobre la película y
las
versiones teatrales que se han hecho en numerosos idiomas. Esta fortuna
la ha
amasado, no lo olvidemos, gracias a la venta de un libro que cuenta la
historia
de la —se asegura— tragedia real de su hija. Según afirma,
atinadamente, el
escritor inglés Harwood (192), “...apelando directamente a la emoción
del
público, el libro y el film han influenciado literalmente a millones de
personas, ciertamente a muchas más que cualquier otra historia de esa
clase.
Y, no obstante, sólo siete años después de su publicación inicial, la
Corte
Suprema del Estado de Nueva York estableció que el libro era un fraude”.
La
verdad sobre el Diario de Ana Frank fue revelada, en primer lugar, por
el periódico
sueco “Fria Ord”, en 1959, en una serie de artículos diarios aparecidos
en
marzo. En abril de aquel mismo año, la revista americana “Economic
Council
Letter” (193) resumió los artículos de su colega sueco, con la
siguiente
gacetilla:
“La
Historia nos proporciona muchos ejemplos de mitos que tienen una vida
más rica
y más larga que la verdad, y que, sin duda, pueden llegar a ser más
efectivos
que la verdad.
“El
Mundo Occidental, durante varios años, ha podido enterarse de las
vicisitudes
de una niña judía, a través de lo que se ha afirmado que fue su diario
personal, personalmente escrito por ella Pero ahora, una decisión de la
Corte
Suprema del Estado de Nueva York nos informa de que el escritor
judeo-americano, Meyer Levin, ha recibido, o deberá recibir, por orden
del
juez, la suma de 50.000 dólares que deberá pagarle el padre de Ana
Frank, en
concepto de honorarios por el trabajo de Levin en el libro titulado
precisamente El Diario de Ana Frank”.
Una
triste historia, en verdad. Un señor se hace millonario gracias a una
lacrimógena historia, que dice haber escrito su hija, muerta. Luego
para pagar
al autentico autor de la historia tiene que ser llevado a los
tribunales. Y,
por favor, que no se diga que todo esto es una maquinación antisemita.
Si el demandado,
y condenado a pagar, Otto Frank, era judío, también lo eran el
demandante, el
autor Meyer Levm, así como el Juez, Samuel L. Coleman. (194).
Naturalmente, que el Diario de Ana Frank es una farsa, destinada a formar parte del arsenal ideológico de los mantenedores del mito, lo saben muchas personas —aparte, claro es, de los beneficiarios del Gran Fraude de los Seis Millones— pero la gran masa del público lo ignora. Y no obstante, como fraude, es de los más burdos que se han llegado a concebir y su éxito hace dudar muy seriamente por lo menos dudar de la capacidad mental del hombre disuelto en la masa. Veamos. El Diario de Ana Frank se ha vendido al publico como si fueran las auténticas memorias de una niña judía de Amsterdam, que, a la edad- de doce años, escribía sus vivencias en unos cuadernos, mientras ella y cuatro familiares judíos se escondían en una buhardilla durante la ocupación alemana. Eventualmente fueron detenidos y mandados a Bergen-Belsen, donde se dice que la niña murió, probablemente del tifus. El “se dice” se basa en el testimonio de su padre Otto Frank, el cual, al salir del campo de goncentración al final de la guerra, regresó a su casa de Amsterdam y, casualmente, encontró el diario de su hija, escondido en una cavidad entre la viga y el techo. ¡También es casualidad ir a encontrar el diario en sitio semejante, caramba! ... ¿Qué debía. estar buscando el viejo Otto Frank, entre la viga y el techo’. ¿Qué raras cabriolas debió hacer Ana Frank para encaramarse por la pared y esconder su obra literaria en sitio semejante? ¿Qué providencial coincidencia fué necesaria para que mientras la joven literata se entregaba a sus ejercicios de alpinismo interior, los otros cuatro ocupantes de la habitación, incluyendo su padre, miraran a otro lugar?... Y en cuanto a la obra en si, ¿puede, realmente, creerse que una niña de doce años escribirá, en la segundo página de su Diario, un ensayo filosófico sobre lo que va a escribir tal diario, y en la tercera página una historia de la familia Frank, antepasados incluidos? ¿Es lógico que una niña de doce años, que vive confinada en una buhardilla esté al corriente de las medidas antijudías de los nazis, incluyendo fechas y nombres propios? ¿No es descorazonador pensar que millones de personas han podido creer en la autenticidad de este “Diario”? ¿No es increíble que por el mero hecho de haber osado poner en duda la autenticidad del Diario, el Profesor Stielau, de Hamburgo, fuera expulsado de su cátedra, en 1957?
Hemos dicho que el Diario de
Ana Frank era, no sólo un fraude, que eso está establecido por
sentencia de
juez, —y de juez judío, además— sino que era un fraude burdo. Paul
Rassinier,
ex—miembro de la Resistencia Francesa, miembro de la Sección Francesa
de la
Internacional Obrera, deportado por los alemanes, pensionado en media
docena de
campos de cóncentración e inválido de guerra al 90% afirma (195) que
las
ediciones francesa, alemana e inglesa del Diario difieren
fundamentalmente, y
que la escritura que dice ser la de Ana Frank, fotocopiada, en el libro
“Spur
emes Kindes” del alemán Ernst Schnabel. difiere totalmente de la
escritura de
Ana Frank en el manuscrito original, escritura que, por cierto, se
parece
muchísimo a la de su buen padre, Otto Frank. Pero
no acaba aquí todo, y nuestra duda se convierte en decepción cuando
descubrimos, como lo ha hecho el historiador británico David Irving
tras su
investigación (31), que en el "Diario" de Anne Frank había tinta de
bolígrafo. Así lo determinaron unos expertos que acudieron expresamente
a
Suiza para comprobar el manuscrito original en posesión de Otto Frank.
Según
estos, parte de los diarios habían sido escritos con bolígrafo --
inventado en
1949 y cuya aparición en el mercado data como temprano de 1951 -- algo
imposible al haber fallecido Anne Frank de tifus (32) en 1945.
El caso de Ana Frank es el
más espectacular, pero es un caso aislado. Por ejemplo, cuando, en
1954, se
discutía sobre la necesidad de rearmar a Alemania Occidental, a lo que
se
oponía el entonces Primer Ministro Francés, el sefardita Pierre Méndes
France,
aparecieron, con notoria oportunidad, las “memorias” del niño
Rubinowich, otro
adolescente judío muy dotado para la literatura lacrimógena. Estas
“memorias”
aparecieron, por cierto, en un cubo de basura (sic). Inmediatamente la
Gran
Prensa, armó un alboroto de mil diablos, recordando que los alemanes
eran unos
desalmados y la cuestión del rearme se aplazó. Simultáneamente el
Shylock israelí exigía otra libra de carne a Alemania para
alimentar a su colonia de
Palestina.
Más importante que el caso
mencionado fué el de Emmanuel Ringelblum, versión oriental de Ana
Frank;
claro
que en masculino y de más edad. El tal Ringelblum escribió “Notes from
the
Warsaw Ghetto: the journal of Emmanuel Ringelblum” (Notas del Ghetto de
Varsovia: el Diario de Emmanuel Ringelblum). Ringelblum, según él mismo
afirma,
había sido un líder en la campaña de sabotaje contra los alemanes en
Polonia,
asi como en la revuelta del Ghetto de Varsovia en 1943, hasta que fué
arrestado
y ejecutado como partisano en 1944. El diario está lleno de referencias
fantásticas sobre crueldades alemanas, todas ellas gratuitas y
barrocas, como
siempre, y especialmente, de crueldades contra niños y niñas judíos. Mc
Graw Hill, los editores de la versión inglesa del libro se vieron
forzados a
admitir que no se les permitió ni siquiera echar un vistazo al
manuscrito
original, guardado en Varsovia, y si solo a una versión expurgada por
el
gobierno comunista polaco.
Ringelblum en el Este. Ana
Frank en el Oeste. “Diarios” y “Memorias” que son triunfalmente
presentados
como pruebas por los sacerdotes que mantienen vivo el culto al Mito de
los Seis
Millones. Pruebas que son completamente inválidas como documentos
históricos.
RAVENSBRUCK,
BUCHENWALD, DORA. ETC... ETC... ETC.
Hemos hablado, con cierto
detenimiento, de los campos de Dachau y de Bergen Belsen, por el hecho
de haber
sido presentados, por americanos e ingleses, respectivamente, como
prototipos
de las antesalas del infierno que eran, según la propaganda de los
vencedores,
los campos de concentración. No obstante, no vamos a estudiar, ni
siquiera someramente,
lo que se ha dicho de todos los campos. Sería excesivamente prolijo, y
además
escaparía del ámbito de este libro, que simplemente se propone
demostrar que no
hubo una politica oficial y deliberada de Alemania con el propósito de
exterminar a los judios, y que la cifra de seis millones de muertos
supera
entre quince y veinte veces, a la realidad. Damos por supuesto que hubo
abusos
en los campos de concentracion alemanes como los hubo en los campos de
concentracion aliados, especialmente en los soviéticos, en cuyo caso,
la
palabra “abuso” es un eufemismo.
Nos limitaremos a unas
cuantas observaciones sobre lo que se ha dicho de los principales
campos de
concentración, dejando para el final, y con mucho detenimiento, el
campo de
Auschwitz, refugio final de la acosada mentira de los Seis Millones.
El SS Obersturmbannführer
Siihren fué condenado a muerte y ahorcado por haber hecho construir y
utilizar,
a partir de Marzo de 1945, una cámara de gas en el campo de
Ravensbruck,
situado en el territorio del Reich. Ya sabemos que luego se admitiria.
oficialmente, que no hubo cámaras de gas en todo el territorio aleman.
No
obstante, Sühren firmo una declaración de culpabilidad que el Tribunal
que le
juzgaba admitió a pesar de que el propio Suhren quiso retractarse
afirmando que
le habían arrancado la firma bajo tortura. A otros doce funcionarios de
Ravensbruck se les arrancaron confesiones bajo tortura, y fueron todos
ellos
ahorcados.
El Jefe de la Policía de
Weimar, Walter Schmidt, fué brutalmente interrogado por los americanos,
que le
presentaron un montón de fotografias en las que invariablemente
aparecían
impresionantes grupos de cadáveres, para demostrarle cómo se habían
ensañado
los nazis con los prisioneros del campo de Buchenwald, cerca de Weimar.
Schmidt
declaró que todas esas fotos él mismo había ordenado que se hicieran
oficialmente. “Los muertos de las fotografías eran ciudadanos de
Weimar,
incluyendo algunos presos del campo que trabajaban en Weimar, y que
habían
resultado muertos en los bombardeos aéreos de la ciudad. Como no había
posibilidad material de dar sepultura a tantos muertos, éstos fueron
llevados a
Buchenwald para ser incinerados en su crematorio, a tal efecto
instalado. Más
tarde nos enteramos de que el Arzobispo de Munich, Cardenal Faulhaber,
había
hecho unas declaraciones parecidas respecto a unos montones de
cadáveres, que
fueron encontrados por los americanos en un vagón de Dachau, y
fotografiados
como víctimas de los nazis. También estos muertos en los bombardeos
aéreos de
Munich tenían que ser incinerados en el crematorio de Dachau...” (196).
Norbert Masur, del Congreso
Mundial Judío, relata que en sus negociaciones con Himmler para el
intercambio
de presos judíos por camiones, del que más adelante habláremos, éste le
manifestó que en momento de ocupar el campo de Buchenwald, los tanques
americanos, abrieron, inopinadamente, fuego y alcanzaron el hospital
del campo.
Como el edificio era de madera, pronto se convirtió en una tea
ardiente.
Entonces se fotografiaron los cadáveres que había dentro y así se
obtuvo
material para esa propaganda que achaca a los alemanes la ejecución de
innumerables atrocidades (197).
Por cierto que Himmler, que
hubiera podido aportar un testimonio de primera calidad para elucidar
el drama
de los campos de concentración, se suicidó ( ¿o fué suicidado?) con
rara
oportunidad cuando cayó en manos de los ingleses al término de la
guerra.
Uno de los campos de que
menos se habló de “cámaras de gas” y de crematorios, pero más que
brutalidades
individuales fué el de Dora. Dubois, un sionista —no judío— americano,
manifiesta (198) que en cierta ocasión en que funcionarios del
Departamento del
Guerra de los Estados Unidos le mostraban fotos esperpénticas del campo
de
Dora, le dijeron: “Esta clase de material ha estado llegando desde
Berna desde
1942... Tenga presente que es el testimonio de judíos hablando de
judíos...
Esto no es más que una campaña de ese judío, Morgenthau, y de sus
asistentes”.
El Fiscal S.F. Pinter, del
Cuerpo jurídico del Ejército de los Estado unidos al que ya hemos
citado
anteriormente, escribió en una revista norteamericana en 1958 (199):
‘Según informa la Agencia
Associated Press, los checos han enterrado con toda solemnidad las
cenizas de
3.000 judíos rusos, franceses, yugoeslavos y polacos que fueron
asesinados por
los nazis en el campo de concentración de Flossenburg. Por las
investigaciones
que llevé a cabo personalmente, me consta que esta información es
falsa. Pues
cuando a principios del año 1946 fui a Alemania como juez militar con
el rango de
Coronel, el campo de Flossenburg aún no había sido examinado, recibí
de las
competentes autoridades militares todos los documentos oficiales del
campo, y
me llevé un camión lleno de ellos a Dachau. Puedo declarar con toda
seguridad
que durante los años de subsistencia del campo de Flossenburg allí no
perecieron ni siquiera trescientas personas, si bien sea por
ejecuciones o por
otras causas”.
Mucho se ha hablado,
recientemente, en la prensa española, y concretamente en la de
Barcelona, del
campo de Mauthausen, en Austria, donde los nazis exterminaron a varios
miles de
catalanes. Dichos catalanes eran exilados residentes en Francia, a
donde habían
ido tras la guerra civil de España. Muchos de ellos, según propia
confesión
habían colaboradó con los movimientos de resistencia franceses, no
teniendo,
pues, nada de particular que fueran internados, como elementos
potencialmente
peligrosos, en campos de concentración. Ahora nos dicen, los
supervivientes,
que hubo muchos que murieron en las cámaras de gas, y otros en los
crematorios.
Evidentemente, estos señores
se aprovechan de que España, y esto indepedienternente de sus
transitorios
regímenes políticos, es el país en él que se puede decir cualquier
cosa, a
condición de que esté en la línea democrática, en la seguridad de que
será
creída a pies juntillas por la gran mayoria. Por tal razón, ellos
insisten en
la tontería de las cámaras de gas y en el fantomático sistema de los
hornos
crematorios. Insisten, cuando oficialmente, desde el bando de los
creádores del
Fraude, desde el muy democrático Instituto de Historia Contemporanea,
se niega
resueltamente que hubieran existido cámaras de gas en todo el
territorio del
Réich, y Austria, terruño de Hitler, formaba parte del Reich hasta
1945. De
manera que, además de judíos, los alemanes también gasearon y cremaron
a rusos,
gitanos, ucranianos,.. y catalanes. De todo ello se deduce que los
cálculos
mínimos que ofrecemos en el epígrafe “Algunas consideraciones lógicas”,
deben
ser notoriamente superados. Si sólo con los Seis Millones de judíos
exterminados los alemanes renunciaron a incrementar su producción de
combustible en un 50 por ciento y además despilfarraron alegremente, en
crematorios, el combustible —o su coste— necesario para poner en
movimiento 20
divisiones blindadas a lo largo de 7.500 kilómetros, si luego añadimos
los
millones de rusos, gitanos, ucranianos... y catalanes (lo que faltaba)
resulta
que los nazis, por su manía de imitar a Fantomas, decididamente,
perdieron la
guerra. ¡Inconcebible! (200).
El 20
de julio de 1978, era
detenido en Rio de Janeiro un tal Franz
Wagner, acusado de haber sido Jefe del campo de concentración de
Sobibor en
Polonia, donde se dió muerte, según las denuncias presentadas por los
estados
de Israel, Alemania Federal, Polonia y Austria, a un millón de judíos.
Dejando
a parte la ridiculez de
que en el campo de Sobibor —que no era
de los 15 mayores— pudieran haberse exterminado nada menos que un
millón de
judíos, se da la curiosa circunstancia de que un verdugo de tal
magnitud era completamente
desconocido hasta ahora. Y más curiosas todavia parecen las
declaraciones de
Franz Wagner:
“En
Sobibor yo era carpintero, y
me dedicaba a construir casas para los
oficiales y prisioneros”. (201).
No hace
falta ser adivino para
vaticinar que, si finalmente las
autoridades brasileñas ceden a las presiones y acceden a la
extradicion, habrá
un nuevo linchamiento legal, al caso se le dará bombástica publicidad
en la
prensa mundial. y Alemania Federal pagará nuevas indemnizaciones al
Estado de
Israel. Cuando fueron linchados todos los generales, se empezó con los
coroneles. Luego hubo de extraer con fórceps del anonimato al Teniente
Coronel
Eichmann. -- Ahora se recurre a los carpinteros. A ese paso, en el año
2.000 se
descubrirá en el Paraguay a una octogenaria que fué mujer de la
limpieza en
casa de un brigada de Intendencia en el campo de Maidanek, y se
descubrirá que
es la responsable del apaleamiento, fusilamiento, gaseamiento y
posterior
incineramiento de tres millones de judios.
AUSCHWITZ - BIRKENAU
El
varias veces aludido
Instituto de Historia Contemporanea. más de la
mitad de cuyos miembros son judíos. pese a que se vio forzado a admitir
que las
cámaras de gas nunca funcionaron en el territorio del Reich. preciso
que “
las exterminaciones masivas de judíos empezaron en 1942. en algunos
lugares de
Polonia, pero, en ningún caso, en territorio aleman”.
En
ningún caso en territorio
alemán, dice el Instituto. Este Instituto
sabe hacer bien las cosas. Excepto para Juan Pueblo, que engullira
ingenuamente
cualquier cosa que le repita suficientemente la Radio, la Prensa o la
Televisión al servicio de los poderes politicos establecidos, resulta
evidente
que la historia de las cámaras de gas es insostenible. En cuanto a los
crematorios, todos los testimonios de primera mano han afirmado que se
utilizaban para incinerar los cadáveres de los numerosos fallecidos a
causa de
las epidemias, la inanicion y los bombardeos. Entonces, los
resistencialistas
de Munich sitúan las “cámaras de gas” en Auschwitz, en la actual
Polonia
boichevizada, donde las autoridades locales no permiten ninguna
investigación histórica seria, y el historiador se vé obligado a creer
en el
testimonio de
las honorables autoridades comunistas polacas bajo palabra de honor.
(sic).
Esos “lugares de la Polonia ocupada” citados por el muy oficioso Instituto de Munich son: Chelmno, Belzec, Maidanek, Seibidor, Treblinka, Sttuthof y Auschwitz—Birkenau. Por lo que se refiere a los seis primeros, la existencia y funcionamiento de las “camaras de gas” no ha sido atestiguada más que por el llamado “Documento Gerstein”, del que más adelante hablaremos. y que presentó tal número de falsedades y exageraciones que el propio Tribunal de Nurenberg lo rechazó. Queda, pues, Auschwitz—Birkenau, el mayor de los campos de concentración nazis, ubicado en Polonia, y donde se han “colocado” como último refugio, las exterminaciones masivas, mediante las “cámaras de gas”, de los judíos.
Antes de seguir adelante,
queremos llamar la atención sobre una coincidencia fantástica. Los
alemanes
tenían, aproximadamente, medio centenar de campos de detenidos, aunque
sólo 30
merecieran el pomposo titulo de campo de concentración. De estos 30, y
tras
haberse asegurado inicialmente que todos poseían sus cámaras de gas,
luego, al
irse demostrando que tal aseveración era falsa, se aseguró muy
seriamente que
sólo poseian tal tipo de instalación 7 campos, situados en Polonia, es
decir,
en territorio ocupado por el Ejército Rojo. Auschwitz, concretamente,
en la
Alta Silesia, era etnicamente territorio alemán y fué reincorporado al
Reich en
1939, al hundirse Polonia. Evidentemente, era posible —al menos, era
matemáticamente posible— que los nazis instalaran cámaras de gas en 7
de sus 30
campos de concentración, y que estos 7 campos d. concentración
provistos de
cámaras de gas fueran los que cayeran en manos de los soviéticos,
mientras que
los otros 23 desprovistos de cámaras de gas —tal como se admitió
oficialmente
nueve años después— cayeran en manos de americanos e ingleses. Esto es
matemáticamente posible. Como es posible que arrojemos 30 monedas al
aire; 23
blancas y 7 negras; y que al caer sobre el tapete las 23 blancas salgan
cara y
las siete negras salgan cruz. Es el mismo caso. La posibilidad
matemática de
que esto ocurra es, exactamente, igual al cociente del factorial 23
dividido
por el factorial 30, es decir, que hay una posibilidad contra
2.035.800. (Una
contra dos millones, treinta y cinco mil ochocientas).
No cabe duda. La posiblidad
existe. Algo remota, esto parece innegable, pero existe. Tras haberse
afirmado
que en Dachau, Belsen, Buchenwald, Dora, y demás campos ocupados por
los
occidentales hubo cámaras de gas, la investigación histórica,
dirigida por
los ocupantes o por entidades contando con su placet, ha debido
admitir, bien a
regañadientes, que en tales campos no hubo —o, más exactamente, no
llegaron
a funcionar- pues alguien las construyó después del final de la guerra
— las
fatidicas cámaras de gas. Como en los paises “socialistas” la
investigación
historica no ha podido llevarse a cabo por haber opuesto una rotunda
negativa
las autoridades
Sin
ocurrirsenos, ni por asomo, poner en duda la palabra del honorable
Gomulka, nos
permitiremos recordar que, hasta ahora, nunca la palabra de honor de un
gobierno, y menos aún, de un gobierno interesado, se ha consideado
irrefutable
prueba histórica. Por consiguiente, vamos a estudiar, con cierto
detenimiento,
el caso de Auschwitz.
La
revista australiana “Perseverance” (202) publicó la siguiente gacetilla
que
reproducimos in extenso por considerarla de gran interés:
“Día
tras día siguen comentándose las supuestas atrocidades nazis y la gente
sigue
creyéndolas sin pararse a pensar si tales y tantos crímenes son lógica
y
matemáticamente posibles. Klaus Losch, se paró a pensar en que todo
esto fuera
falso y a través de todos los datos que pudo recoger, ha reconstruido
este
estudio, basándose, además, en la capacidad de trabajo de un moderno
horno
crematorio existente actualmente en la ciudad alemana en que vive,
Bocholt.
“Se
ha dicho en la mayoría de los reportajes, que sólo en Auschwitz
murieron unos
tres millones de seres humanos. Pues bien: teniendo en cuenta que el
campo de
Auschwitz operó durantes cuatro años, para conseguir llegar a la cifra
de tres
millones de asesinados, debieron ser incineradas 750.000 personas por
año, lo
que quiere decir 62.500 cada mes, o sea, 2.083 cada día. De acuerdo con
posteriores declaraciones hechas por los propios testimonios de cargo y
admitidas por el Tribunal de Frankfurt que juzgó a los guardianes del
campo de
Auschwitz, estos crímenes se efectuaban por la noche, para guardar el
secreto
(203). Por lo tanto, los 2.083 individuos debían ser asesinados y
quemados en
las doce horas nocturnas, operación que debió repetirse durante 1.460
días (los
cuatro años de servicio).
“Segun
se afirmó, los restos de las victimas fueron enterrados. El peso de la
tierra o
arena, es un 40 por ciento mayor que el del cuerpo humano; si
consideramos un
peso de 120 libras (unos 60 kg) de peso por cuerpo humano, eso
significa 168
libras de tierra, o sea que cada día se debieron quemar 124 toneladas
de carne
humana, lo que corresponde a 174 toneladas de tierra que se ha debido
remover
para enterrarlos. En esos cuatro años 254.000 toneladas de tierra
debieron ser
removidas y puestas en algún sitio. Al final de la guerra debería
existir un
muro de tierra alrededor de Auschwitz de 18 pies, es decir, de cinco
metros y
medio de altura. ¿Dónde está?.
“Se ha dicho que los cuerpos
fueron quemados, pero esto es totalmente imposible. Las siguientes
cifras se
basan en datos obtenidos en el actual crematorio de Dortmund.
Consideremos que
en la guerra usaban carbón en vez de gas, como en los modernos
crematorios de
hoy en día. La incineración de un cuerpo humano de peso mediano
necesita hoy día
30 metros cúbicos de gas, y una densidad de calor que requiere 325
kilos de
carbón. Para incinerar 2.083 cuerpos diarios son necesarios 60.490
metros
cúbicos de gas, o 677 toneladas de carbón por día; 677 toneladas de un
material
tan vital en periodo de guerra, y durante cuatro años. Es imposible que
usaran
tal cantidad considerando la crítica situación militar de aquellos días.
“Veamos otro cálculo más.
Hoy día los modernos hornos necesitan de dos horas y media para quemar
un
cuerpo. Aún pretendiendo que existieran cien instalaciones de hornos en
Auschwitz, serían necesarios 15 años
“Las cenizas de un cuerpo
pesan aproximadamente dos kilos y medio. Tres millones de cuerpos
producirían
7.500 toneladas de cenizas. Dada la escasa densidad de la ceniza, se
hubieran
producido gigantescas montañas de ceniza. ¿Dónde están? ¿Qué fué de
ellas?”
El Doctor Scheidl, alemán
aunque no nazi, y ex-internado en Auschwitz, escribe:
“Después de la guerra,
Auschwitz fué herméticamente cerrado al exterior. Nadie pudo visitarlo.
Desapareció totalmente tras el Telón de Acero. Cuando se volvió a
abrir,
dijeron que los alemanes habían volado las cámaras de gas, y al mismo
tiempo
los hórnos fueron expuestos a la vista del público. Ese hecho, por si
mismo,
demuestra la mentira. Según los planos (sin duda, falsos, pero
admitidos como
verdaderos por el Tribunal de Frankfurt) las cámaras de gas debieron
estar en
el sótano, y los hornos encima. En esto han coincidido todos los
testigos de
cargo. Ahora bien: ¿Cómo se las arreglaron los alemanes para volar el
sótano y
dejar intacta la parte superior? Esto es física y técnicamente
imposible”.
(204).
Como este es el último campo
de concentración en el cual pueden dar al fraude de los Seis Millones
una
cierta plausibilidad, los sionistas se aferran con psicopático frenesí
a las
absurdas cifras de Auschwitz. La última demostración la ha
proporcionado Simon
Wiesenthal, el autonombrado 'perro sabueso' que persigue a supuestos
responsables nazis de crimenes contra los judíos. En marzo de 1973, la
revista
alemana “Deutsche Buerger Initiative”, de Frankfurt, publicó un
panfleto,
editado por el Doctor Manfred Roeder, Fiscal del Tribunal de Hesse,
titulado
“Die Auschwitz Luege” (La Mentira de Auschwitz). El Doctor Roeder cita
una
frase del conocido abogado judío, Benedikt Kautsky, internado en
Auschwitz
durante tres años, quien manifestó:
“Estuve en los mayores
campos de concentración de Alemania, incluso en Auschwitz. Pero debo
testificar, en verdad, que en ningún campo vi, jamás, una cámara de
gas”.
(205).
El panfleto editado por
Roeder contiene las manifestaciones de un testigo ocular, Thies
Christophersen,
que estuvo un año en Auschwitz. A pesar de que el panfleto es una
serena y
ponderada refutación de la cifra de los Seis Millones en general, y de
los tres
o cuatro millones atribuidos a Auschwitz en particular, Simon
Wiesenthal tuvo
la osadía de exigir al Gobierno de Alemania Occidental que retirara de
la
circulación el folleto, como insultante a la memoria de los Seis
Millones de
judíos gaseados por los nazis. Naturalmente el
aterrorizado
Gobierno de Bonn cedió a las exigencias de Wiesentahl, sujeto, que,
incidentalmente, se pasea por medio mundo tomándose “su” justicia por
su mano
raptando y asesinando, sin que ningún gobierno se atreva a aplicarle la
ley.
Hace muchos años, cuando las
escuelas proporcionaban educación, además de enseñanza, nuestros libros
contaban la historia del mentiroso que se da cuenta de que un cierto
número de
mentiras son necesarias para “demostrar” su primera mentira. Este
simple
ejemplo forma la base de la afirmación judía de ser un pueblo
perseguido, y la
primera mentira sobre campos de exterminio ha debido, forzosamente,
tener una
secuencia de mayores y mejores mentiras. Una gran mentira tiene
infinitamente
más éxito que una mentira pequeña. El asesinato de seis judíos podría
ser
facilmente examinado y demostrarse que es falso; pero seis millones de
asesinatos son demasiados para ser fácil y rápidamente sometidos a un
examen
critico.
En el Proceso de 'cosas
dejadas de
lado'. En ningún tribunal del mundo —al menos, en ningún tribunal de un
Frankfurt contra los guardianes del campo de Auschwitz, todas las
reglas de la
jurisprudencia han sido país civilizado— un reo sera acusado de haber
cometido
un número vago e indeterminado de asesinatos. Pero en Frankfurt se
acusó a los
guardianes de haber dado muerte... “de dós y medio a cuatro millones de
personas”. Las cifras ya no significan nada... En ningún tribunal
civilizado se
presumirá culpable al acusado mientras no se haya pronunciado un
sentencia.
Cualquier periodista que presuma la culpabilidad del acusado será
castigado con
presidio por ultraje al Tribunal y el proceso será suspendido. En
Frankfurt,
todo era al revés. Allí, los periódicos y otros organos de
“desinformación”
pública desataron una campaña de falsedades e injurias contra los
acusados
antes del juicio, durante el juicio y después del juicio. Cuando un
fontanero del
campo de Auschwitz fué absuelto, se organizó una campaña de prensa
poniendo en
duda la honorabilidad de los jueces. Un cambio notable en la parodia
jurídica
de Frankfurt fué la sustitución del jurado — ¡una institución tan
democrática!
— por una serie de jueces, cuidadosamente nombrados a dedo. De este
modo se
evitaba que el sorteo designara a un jurado de mentalidad independiente
que
fuera capaz de dar un veredicto no acorde con lo que se había
prejuzgado.
Los procesos de Frankfurt
intentaron —y en muchos caso lograron— sobrepasar en pintoresquismo los
procesos de Nurenberg. Omitiremos las referencias a un montón de cosas
que se
admitieron como evidentes, tales como la quema de bebés judíos en
gigantescas
piras, el asesinato de unos judíos por un SS provisto de una
metralleta, porque
los judíos en cuestión discutían acaloradamente y no le dejaban
dormir, etc.,
etc. Un chico judío contó una escena tan horripilante, que él mismo se
puso a
llorar. Los periodistas lloraron. Los jueces lloraron. El Jurado en
pleno
lloró. Y al día siguiente el juez debió guardar cama, por sentirse
indispuesto
tras el drama que había escuchado el día anterior. Incidentalmente, el
chico
promotor de tan lacrimógena orgía de sangre, tenía 17 años, y
recordemos que los
juicios
de Frankfurt se celebraron en marzo de 1964, veinte años después del
drama.
Claro que el chico contaba una historia que a su vez le había contado
alguien.
(206). Una testigo judía que lucía unas antiparras respetables y que
declaró
que no pudo divisar las atrocidades de Auschwitz demasiado claramente
debido a
la debilidad de su vista, reconoció, 20 años después, al “acusado”
Hoffmann,
que entretanto, se había dejado crecer la barba y se hallaba a 50
metros de
distancia. (207).
No obstante, nos detendremos
a examinar un par de “pruebas” admitidas por el Tribunal que, a nuestro
juicio
merecen atención, no por su valor intrínseco, sino por reflejar el
desprecio
que determinados judíos sienten por la inteligencia de los no-judíos.
La
primera fué la declaración —admitida por el Tribunal— de que el pelo de
las
cabezas de los prisioneros de Auschwitz se utilizaba para fabricar
cuerdas para
ser usadas por los submarinos. Lo que más nos admira, personalmente, es
la
precisión de las declaraciones. No bastaba con decir que el pelo se
utilizaba
para fabricar cuerdas. Debían ser cuerdas para submarinos. Este pelo,
presumiblemente, no era suficientemente fuerte para acorazados. Nos
imaginamos
al comandante de un U-Boote, en medio del Atlántico, a la luz de la
luna,
murmurando: “Ya no es el mismo pelo ensortijado de los rabinos de antes
de la
guerra... Lós judíos de ahora usan demasiado tónico capilar y perfume y
esto
debiita las fibras de las cuerdas”. Lo que sorprende es que esas
cuerdas de
pelo no se utilizaran en las horcas, que, sin duda, debían estar
diseminadas en
el campo de Auschwitz como narcisos en un claro del bosque.
La
segunda historia es una verdadera joya. Es la historia de un soldado
de las SS, que fué hallado convicto de haber
mandado a su casa un lingote de oro hecho con las extracciones de
dientes de...
“20.000 a 100.000 judíos gaseados”... Decididamente las cifras no
significan
nada y 80.000 más o menos es una insignificancia. Supongamos cuatro
dientes de
oro por boca; ese lingote de oro ha debido hacerse al menos, con 80.000
dientes, o con 400.000 si aceptamos el presupuesto máximo de 100.000
gaseados.
Suponiendo que sólo se emplearan dos minutos por extracción —tiempo
rápido para
una mandíbula en pleno rigor mortis—, el tiempo necesario para
recuperar estos
dientes de oro seria, para usar el moderno argot técnico 2.666 horas
dentales
(mínimo) o 13.334 horas dentales (máximo). Uno está tentado de decir
que los
dentistas de Auschwitz no tenían un sindicato que les protegiera
eficazmente.
Thies
Christophersen, a quien ya hemos aludido, niega resueltamente que
existiera el
“crematorio gigante”, con una enorme chimenenea, cerca del campo de
Auschwitz.
“Cuando salí del campo, en diciembre de 1944, no ví ninguna chimenea,
ni grande
ni pequeña”. (208).
¿Existe
hoy ese misterioso edificio, con su gigantesca chimenea...? Pues no. El
autor
“concentracionario” judío, varias veces citado por nosotros,
Reitlinger, afirma
que fué completamente demolido en octubre de 1944, aún cuando
Chnstophersen
niega que existiera tal demolición. No obstante, Reitlinger no es, en
este
caso, un testigo de primera, sino de segunda mano. A él se lo dijo un
colega
judío, el dóctor Bendel, y este Bendel es el único testimonio de la
existencia
y posterior demolición del “horno gigante”. Mejor dicho, era el único
testimonio, porque cuando Reitlinger le citó en su libro, ya había
muerto.
Reconozcamos
que la situación es extrañamente típica. Cuando se llega a un punto en
el que
se precisa una evidencia, en el sentido legal del término, una prueba,
entonces... el edificio fué demolido, el documento “se extravió”, las
órdenes
fueron “verbales”. Otra cosa curiosa: el único acusado que no apareció
en el
Proceso de Frankfurt fué Richard Baer, el sucesor de Rudolf Hoess como
Comandante de Auschwitz. A pesar de hallarse en perfecto estado de
salud, murió
súbitamente er su celda de la prisión, dos días antes de empezar el
proceso,
“de manera extremadamente misteriosa” (209). Baer siempre había
mantenido su
versión de que en Auschwitz nunca existieron cámaras de gas, ni nunca
creyó que
tales cosas hubieran existido jamás en ningún campo de concentración
aleman.
Según Christophersen, en fin,
Auschwitz-Birkenau no era más que un gigantesco complejo insustrial,
donde se
fabricaba, especialmente, caucho sintético y en el que, si ciertamente
se
empleaba a los internados en trabajos forzosos, nunca tuvieron lugar
exterminios masivos de judíos ni de ningún otro grupo étnico.
Como cualquier gran complejo
industrial
Auschwitz fue organizado de manera sistemática pensando en dársele la
mayor
eficiencia posible. Las personas recién llegadas, y sin empleo, eran,
de
momento, acuarteladas en Birkenau, donde estaban instalados los campos
de
tránsito. Allí mismo estaban los campos para judíos y gitanos. Así
mismo, las
personas enfermas, muy en fermas ó moribundas eran igualmente enviadas
a
Birkenau, y si tomamos las cosas en tal sentido sí que puede afirmarse
que
Auschwitz era un ”campo de la muerte”. Con tal motivo, habían más
hornos
crematorios que en otros campos: cuatro, según Rassinier y muchísimos
más según
los diversos autores judíos, que se contradicen entre ellos hasta
límites
increíbles.
Otra contradicción se produce
en
el caso de la
única prueba documental de la existencia de las “cámaras de gas”, un
documento
triunfalmente exhibido por la Acusación en Nurenberg y posteriormente
en
Frankfurt (210). Se trata de una carta de la Administración General de
los
Campos de Concentración dirigida a la casa Topf & Sohne, de Erfurt,
en la
que se solicita el suministro, no de cámaras de gas, sino de “hornos
crematorios” y de unos llamados “baños duchas”. Estos “baños duchas”
son, según
los mantenedores del Fraude, las célebres “cámaras de gas”. Cuando los
abogados
defensores, en Nürenberg o en Frankfurt, preguntaban a los testigos de
la Acusación
en qué se basaban para llegar a tal conclusión, éstos respondían que
los
alemanes no eran tan estúpidos para formular claramente órdenes tan
comprometedoras para ellos y que “baño ducha” significa, en lenguaje de
código,
“cámara de gas”. Naturalmente no se molestaban en explicar dónde y cómo
habían
descubierto ellos la clave de tan abracadabrante código.
En cambio, pretenden haber
encontrado una orden
de cierto “alto jefe” nazi, en el sentido de que dejaran de utilizarse,
temporalmente dichas “cámaras de gas”... de dónde hay que concluir que
los
alemanes eran muy estúpidos o muy listos, según conviniera a los
razonamientos
de la Acusación. Pero es que, además, no han hallado tal orden, sino
que
simplemente se apoyan en un testimonio de segunda mano, de un tal Kurt
Becker,
un oficial de las SS, que se lo “oyó decir” a Himmler. Este Becker
salvó su
vida protegiendo a la judía húngara Baronesa Weisz.
El
gas supuestamente utilizado en las “cámaras de gas” era el Zyklon B.
El
Zyklon B era un bien conocido y ampliamente utilizado insecticida,
producido
por la “Deutsche Gesellschaft fur Schae dlingsbekaempfung” (DEGESCH).
Antes de
la guerra había sido vendido en todos los mercados del mundo como
insecticida
de primera clase. Durante la guerra lo utilizó la Wehrmacht y fué
también muy
empleado en los campos de prisioneros y de concentración y,
naturalmente, fué
empleado en Auschwitz. La constante amenaza del tifus causado por los
piojos, y
los calamitosos resultados de un alto forzoso en las medidas de
desinfección en
Belsen, hicieron que los alemanes extremaran las medidas de precaución
en
Auschwitz, donde ya en 1943 hubo una epidemia de tifus que fué de tal
magnitud
que debieron de suspenderse los trabajos en las plantas industriales de
caucho
sintético. En vista de la gran importancia del complejo industrial de
Auschwitz
para el esfuerzo de guerra alemán, no es sorprendente que el Zyklon B
fuera
usado en grandes cantidades en Auschwitz y su región circundante,
incluyendo
Birkenau, para la prevención de epidemias.
Hagamos
referencia, de paso, al hecho de que los alemanes eran los pioneros en
gases tóxicos y neurogases, mucho más baratos que el insecticida Zykion
B, y de efectos
más
prácticos para el objetivo que se supone. Al terminar la guerra, se
confirmó
que los alemanes habían descubierto los tres gases tóxicos más
poderosos de los
conocidos hasta entonces: el Tabun, el Saryn y el Somán. El llamado
Somán
produce los efectos más terribles. Al cabo de unos segundos de
aspirarlo, los
hombres quedan sometidos a un estado de colapso convulsivo al que sigue
la
muerte segura, en cuestión de unos minutos. Cuando un neurogas (Tabun o
Saryn)
pasa a través de la piel en cantidades efectivas, deja sentir sus
efectos
rápidamente y sobreviene la muerte al cabo de uno o dos minutos. Al
final de la
guerra, los alemanes estaban provistos de 7.000 toneladas sólo de
Saryn;
cantidad ésta más que suficiente para exterminar a los habitantes de
más de 30
ciudades del tamaño de Paris. (212). Es decir, que si hubieran querido
realmente los alemanes gasear a sus judios, les bastaba con
concentrarles en
una reducida zona de la estepa rusa arrojando sobre la misma una infima
parte
de los gases letales que tenían almacenados.
Es
absurdo que disponiendo de tales gases fueran a emplear un insecticida
tan
conocido en Alemania como el DDT en América y, después de la guerra, en
Europa.
Los
autores del
Fraude saben muy bien que la mejor manera de “colar” una mentira es
servirla
aderezada con fragmentos de verdad, tengan o no relación con el caso.
Además,
es imprescindible, para autentificar un fraude, lograr una “doble
interpretación” de los hechos. Esto se logró en Auschwitz mejor que en
ningún
sitio. Por ejemplo:
a) No
sería demasiado injusto el sobriquete de
“Campo de la Muerte” que se le adjudicó a Auschwitz, puesto que allí
eran
mandados, los considerados, en principio, enfermos graves, precisamente
por
disponer de las mejores facilidades médicás. Los mitómanos de los Seis
Millones
lo llamaron “Campo de la Muerte” por haber sido, según ellos, un campo
de
exterminio.
b) El
Zyklon B era utilizado para desinfectar,
pero según otros, para exterminar.
c) Las
“selecciones” de personal eran necesarias
por la naturaleza de los trabajos que se realizaban en la zona
industrial de
Auschwitz; pero se alegaba que esas “selecciones” tenían como finalidad
escoger
a los presos que se iban a gasear, y, posteriormente, a cremar.
d) Cuando
se hacía desnudar a los presos y luego
se les obligaba a entrar en los “baños ducha” era para proceder a su
despiojamiento, pero los del Fraude afirman que era para gasearles.
e) Existían
crematorios convencionales en
Auschwitz—Birkenau. Para incinerar los cadáveres de los fallecidos por
causas
naturales o inherentes a un campo de concentración normal, según unos.
Los
crematorios eran para cremar a los gaseados e, incluso, a judíos vivos,
según
otros.
f) El mal olor que se percibía en el campo era debido al proceso de hidrogenación en la fabricación del caucho sintético. No. No era eso. Era el hedor de la carne quemándose en los hornos...
En realidad, esa “doble interpretación” sólo sirve para personas muy influenciadas por la propaganda. Las segundas alternativas propuestas en los cinco primeros puntos son obvias mentiras. En todo caso, son indemostrables, y no debemos nunca olvidar que en los sistemas jurídicos de todos los paises civilizados, se aplica el principio “in dubio, pro reo”. En caso de duda, se resuelve a favor del reo. En cuanto al sexto punto, el del hedor de los cadáveres asándose, es un error de los cultivadores del Fraude. Nunca debieron haber hablado de mal olor en su historia; si se nos permite un fácil juego de palabras, eso del mal olor, “huele mal”. Es el clásico hecho excesivo. El querer demostrar demasiado. No hace falta ser un Gustave Le Bon, un Sorel, un gran especialista de la psicología de las masas para comprender que una multitud que percibe el hedor de los cuerpos quemados de sus camaradas, con los que ha estado conviviendo horas antes, cae presa del pánico, se produce la histeria colectiva y los guardianes de los miradores deben agotar su munición ametrallando a la despavorida muchedumbre. No obstante, en toda la ingente literatura concentracionaria no hemos leído un solo relato de pánico colectivo. ¿No es esto increíble? Ya no nos circunscribimos al caso particular de Auschwitz. Nos dicen los Kogon, los Reitlinger, los Uris, los Hillberg, y demás apóstoles de este tipo de literatura, que en todos los campos los alemanes, gradualmente, iban exterminando a los judíos. Es inconcebible que los parientes y amigos de los exterminados estuvieran tan “distraídos” que no se dieran cuenta de que estos habían desaparecido tras una sesión de despiojamiento. “Ante la creencia en un daño inminente, la multitud se desmanda. Se producen, entonces, actos inauditos de heroicidad y de desesperación, hasta que llega la histeria colectiva que sólo puede ser controlada y dominada por la vioÍencia serena de unos pocos”. (213). La Historia nos demuestra que esta observación es atinada. Por ejemplo, al final de la pasada guerra mundial, los croatas y los rusos anticomunistas de Vlassov que, faltando a sus promesas, los angloamericanos entregaron a los comunistas, se rebelaron, al enterarse de lo que se tramaba y, desarmados, se enfrentaron a sus guardianes. Hubo más de 15.000 suicidios; los hombres mataban a sus mujeres y luego se abrían las venas. Los pseudo—historiadores concentracionarios no citan ni un sólo caso de revuelta en los campos. ¿Tan diferentes eran los judíos de rusos, croatas y, en general, de cualquier otro grupo humano?... Habrá que creerlo así. (214).
Podría
escribirse un grueso volumen exclusivamente dedicado a narrar los
falsos
testimonios perpetrados en conexión con el tema de Auschwitz. Nos
limitaremos a
mencionar el caso Nyiszli.
El
comunista húngaro Mikios Nyiszli declaró ante el tribunal que le
escuchó muy
seriamente, y luego lo publicó en un libro espeluznante (215) que, en
su
calidad de detenido-empleado en el campo de Auschwitz, se veía obligado
a
colaborar con los alemanes en la manipulación de los crematorios y las
cámaras
de gas. Dice Nyiszli: “25.000 personas, judíos, gitanos, rusos,
ucranianos,
etc., fueron cremadas en Auschwitz desde principios de 1940 hasta
1944. Otro
marxista como Nyiszli, pero no comunista, sino socialista, el ya
aludido Paul
Rassinier, respondió en su sensacional obra “Le Mensonge d’Ulysse”
que:”...
25.000 personas diarias durante casi cinco años supondría más de
45.000.000 de
cremados, en Auschwitz sólo; y con cuatro hornos crematorios de quince
parrillas cada uno —afirmación de Nyiszli que no responde siquiera á la
versión
oficial— a tres cadáveres por parrilla, harían falta. doce años para
acabar de
cremarlos a todos”. Rassinier pagaría su fidelidad a la Aritmética con
un
proceso en difamación que contra él entabló la Asociación de
ex-deportados
franceses, donde los marxistas tienen predominio casi absoluto. El
proceso
terminó con un “no ha lugar”, lo que, dado el clima políticó de la
época,
constituyó un sorprendente éxito.
En el
curso del
proceso, Rassinier declaró que hizo esfuerzos denodados para ponerse en
contacto con el tal Nyiszli, al que parecía habérselo tragado la
tierra.
Finalmente, consiguió entrevistarse con el traductor de la obra al
francés, un
tal T. Kremer (otro judio). Rassinier no pudo llegar a obtener la
certeza de
que el tal Nyiszli existió verdaderamente. Dos años más tarde apareció
una
traducción inglesa del libro, titulada, simplemente “Auschwitz”. El
traductor
era Richard Seaver, otro Judío (216), y el editor Bruno Bettelheim, de
la misma
raza. Nyiszli —si es que llegó a existir realmente— había ya muerto por
entonces, toda vez que en el copyright del libro se especiflca que el
détentor
del mismo es una tal “N. Margaretha. Nyiszli”, viuda del autor.
Igualmente se
específica en la anteportada del libro que el autor, Miklós Nyiszli,
era doctor
por la Universidad de Breslau en 1930.
Según
Rassinier es
practicamente imposible poner de acuerdo los datos suministrados por
las
diversas ediciones (alemana, inglesa y francesa); es más, incluso es
imposible
obtener una consistencia interna dentro de una misma edición. En la
edición
francesa de 1960 sé puede leer que “sesenta hornos podían incinerar
varios
miles de cadáveres diarios”, pero unas páginas después afirma que cada
uno de
los crematorios reducía a cenizas, diariamente, 10.500 cadáveres. Es
una
cifra realmente impresionante, pero lo chocante es que sólo dos páginas
atrás
el autor se contradice al afirmar que los hornos podrían cremar a 6.500
cadáveres diario, como máximo. En una palabra, una confusión total de
datos y
cifras.
Rassinier,
que no
pudo hallar un sólo testigo que hubiera conocido al tal Nyiszli, no
pudo,
tampoco, localizar a su viuda, que se supone cobraba los derechos de
autor. Es
muy importante tener en cuenta que Miklós Nyiszl, que se supuso, en un
principio, que había declarado personalmente ante el Tribunal de
Nuremberg,
resultó luego que testificó por medio de una declaración jurada, tipo
de
testimonio que no se admite como prueba ante ningún tribunal del mundo,
sino
como simple indicio o corroboración. No ha sido posible demostrar la
existencia
del tal Nyíszli, ni tampoco que una persona de tal nombre se doctorara
en la
Universidad de Breslau en 1930, pues al ser anexionada esa ciudad por
Polonia
en 1945, los archivos de la Universidad pasaron bajo control del
Gobierno
Polaco, que no permitió que Rassinier investigara en ese sentido.
Realmente,
parece, por lo menos, sospechoso, qué si Nyiszli estaba en las listas
de
doctorados, el gobierno Polaco, principal defensor de la tesis de que
Auschwitz
fue un campo de exterminio, no permitiera esa investigación que debiera
hacer
resplandecer “su” verdad.
LOS “EINSATZGRUPPEN”
Cuando
se produjo el ataque alemán contra Rusia, en junio de 1941, el Führer
declaró
que la guerra contra el Bolchevismo no se iba a llevar de acuerdo con
las
reglas tradicionales de combate. Esta declaración anticipaba una
idéntica
política bélica soviética, que incluía el uso de partisanos, es decir,
de
fuerzas irregulares, inidentificables por ir vestidas de paisano, que
atacaban
tanto los objetivos bélicos como los no bélicos. Los códigos de
Justicia
Militar de todos los paises del mundo preven la pena de muerte para el
partisano capturado en acción. El Código alemán no podía ser una
excepción,
como no lo eran ni el inglés, ni el francés, ni el americano, ni el
soviético,
y ello por la sencilla razón de que un ejército no puede dejarse
apuñalar
impunemente por la espalda. Debieron tomarse medidas para contrarrestar
las
actividades de los partisanos y a Himmler se le confirieron “plenos
poderes
para tomar las medidas que considerara necesarias bajo su propia
responsabilidad”. Está claro que esto sólo puede significar la
aplicación de la
pena de muerte contra los partisanos y las personas que colaboraran con
ellos.
El poco agradable trabajo fue asignado a los “Einsatzgruppen” de las
S.D.,
cuyos efectivos totales eran de unas 3.000 personas. Un autor tan poco
sospechoso de “nazismo” como el judío Dawidowicz ha reconocido (217)
que la
actuación de los “Einsatzgruppen” era absolutamente necesaria, dadas
las actividades
de los partisanos, que no seguían las reglas de la guerra entre países
civilizados.
Ya
hemos mecionado en varios ocasiones que los judíos constituían, de
hecho, una
amenaza contra la retaguardia alemana en el curso de la guerra. No sólo
por el
alzamiento del ghetto de Varsovia y el atentado contra Heydrich, sino
por las
actividades de los diversos movimientos de resistencia, en las que los
judíos,
por propia confesión, eran legión. De manera que, desde esta
perspectiva, es
evidente que los “Einsatzgruppen” debieron ejecutar a muchos judíos y,
naturalmente, a muchos no-judíos. La cifra máxima de judíos partisanos
ejecutados por el Einsatzkommando es de 90.000, que nos parece
elevadísima, y
que procede de fuentes judías (218). Esa es la cifra máxima dada por
judíos,
que, como de costumbre —excepto en el total funesto de los Seis
Millones—
difieren enormemente entre, si. Montgomery Belgion, norteamericano,
supone que
los judíos que debieron perecer a manos de los Einsatzgruppen fueron
unos
15.000, aproximadamente, aún cuando afirma que el cálculo es difícil y
arriesgado (219).
No obstante, el papel de los
Einsatzgruppen como luchadores contra las guerrillas fue aprovechado
por los
partidarios del Gran Fraude para atribuirle, otra vez, una “doble
interpretación”.
Lós Einsatzgruppen debían luchar contra los guerrilleros pero, además,
debían
exterminar a todos los judíos que encontraran, guerrilleros o no.
Parece contrario al simple
sentido común que una fuerza especializada de sólo 3.000 hombres
actuando en la
inmensidad de la estepa rusa debiera dedicar una parte de su tiempo a
objetivos
no militares. Para ese menester lo lógico hubiera sido emplear tropas
regulares, o de policía, pero no unidades especiales de primer rango
cuyo
concurso era requerido a cada instante. Pero aún hay más: el modus
operandi de
los Einsatzgruppen no poseía la práctica sencillez que los genocidas de
Katyn o
de Paracuellos del Jarama inmortalizarían. Los Einsatzgruppen debían
operar,
como parece preceptivo en el esquema del Gran Fraude, según el varias
veces
aludido estilo de Fantomas. Los judíos no eran exterminados a tiros —lo
más
lógico— ni a garrotazos
No se han encontrado órdenes
escritas para exterminar a los judíos. No se han encontrado porque no
las hubo.
Los mismos soviéticós afirman que las ordenes eran siempre orales. Lo
que si se
han encontrado son documentos e informes del Einsatzgruppen informando
a Himmler
de las actividades contra los guerrilleros, así como del asesinato de
numerosos
judíos no guerrilleros. No obstante, las hojas de los informés en que
se habla
de la lucha antiguerrillera están firmadas, pero las hojas en que se
habla de
la ejecución indiscriminada de judíos no estan firmadas (221). ¿Hacen
falta más
pruebas de que tales informes han sido cuidadosamente ampliados por las
necesidades de la Causa?
Si es altamente improbable
que los Einsatzgruppen tuvieran una doble misión (la clásica doble
interpretación
de los hechos, sugerida por los autores del Gran Fraude) no lo es tanto
que las
tropas regulares de la Wehrmacht debieran desempeñarla. Pero no
consistente en
liquidar judíos civiles, sino en impedir que las poblaciones autóctoñas
liquidaran precisamente a judíos civiles. Cuando los alemanes se
internaron en
territorio soviético, la mayoría de los judíos se retiraron hacia
Moscú,
acompañando al ejército soviético. Pero es, también, desgraciadamente
cierto,
aunque no demasiado mencionado por las grandes agencias informativas,
que
muchos miles de judíos que emigraron rapidamente hacia el Este fueron
masacrados por las enfurecidas poblaciones civiles autóctonas antes de
que
llegara la Wehrmacht. Los judíos, en general —insistimos en que
hablamos en
términos generales— se habían identificado de tal modo con el regimen
soviético
desde 1917, que las poblaciones nativas tomaron su revancha contra
ellos en la
primera oportunidad que se les presentó. Lo que ayudó todavía más a
inflamar la
furia de los nativos, particularmente los polacos, fue el hecho de que
en su
retirada, los soviéticos asesinaron a numerosas personas que habían
arrestado
cuando se produjo el ataque alemán, y que no tengan tiempo ni medios
para
llevarselos y luego mandarlos a Siberia porque el avance de la
Wehrmacht era
demasiado rápido.
Raschhoffer, un alemán no
nazi, habla de que “... existen pruebas incontrovertibles de que muchos
asesinatos cometidos en las personas de los habitantes de Lwow
(Lemberg)
ocurrieron mucho antes de la llegada de las tropas alemanas a la
ciudad. La
responsabilidad de esas atrocidades recae en las autoridades
soviéticas. Sólo
en Lwow los soviéticos ejecutaron, el día que precedió a su retirada, a
unas
3.000 personas” (222).
Por consiguiente “cuando las
poblaciones autóctonas comprobaron lo que habían hecho los soviéticos,
inmediatamente culparon de ello a los judíos” (223). Los
polaco-ucranianos de
Lwow estaban convencidos de que sus convecinos judíos habían sido
parcialmente
responsables del arresto de muchos nacionalistas, ya que los judíos
colaboraron
activamente con las autoridades soviéticas y particularmente con la
N.K.V.D.
“Los cuerpos de los miles de patriotas ejecutados generaron una
tremenda
violencia de las masas contra los judíos. Un verdadero “pogrom”. Más de
cinco
mil fueron asesinados en Lwow, y hechos similares ocurrieron en muchas
otras
ciudades, tan pronto como se retiraban los soviéticos y antes de que
llegaran
los alemanes” (224).
Este es un hecho del que se
habla poco, por la buena razón de que el Sionismo no puede arrancar
indemnizaciones a los pueblos del otro lado del Telón de Acero. Por eso
los
comunistas y los sionistas están de acuerdo en cargar en la cuenta de
los
alemanes los muchos miles de muertos civiles —judíos y, sobre todo,
no-judíos—
en territorios controlados por los soviéticos.
Por tal
motivo, la
primera ocupación de la Wehrmacht al ocupar una ciudad, en Ucrania,
Polonia y
los Países Bálticos, consistía en dar fin a los pogroms.
Cuando
a algún judío
le sucede algo, o se logra demostrar, por los medios que sean, que le
sucedió algo, a él o a sus ascendientes, treinta y cinco años atrás, el
III
Reich es
hecho responsable y Alemania Federal debe pagar absurdas y enormes
reparaciones.
Uno de los más
persistentes denigradores de Alemania, sólo superado en ese sentido por
el
Sionismo, es el Gobierno Polaco. Por una mágica coincidencia, los
polacos han
descubierto que los alemanes son responsables de la muerte de SEIS
MILLONES DE
POLACOS INOCENTES (225). Cuando, para substanciar tal acusación, se ven
forzados a dar cifras, cuentan como polacos a tres millones de judíos
de
nacionalidad polaca supuestamente exterminados por los alemanes e
incluyen como
asesinados a todos los polacos que cayeron en combate. Aparentemente,
el Señor
Gomulka debe pensar que sólo los soldados polacos tenían derecho a
disparar, y
no los alemanes.
Creemos
que esto es
un caso de conciencia culpable, porque los polacos son, precisamente,
—y más
aún que los rusos— los pioneros de la persecución de los judíos en la
Edad
Moderna, y durante e incluso DESPUES de la Segunda Guerra Mundial,
mataron a
muchos. Vamos a citar, en apoyo de esta tesis, a un escritor que no
podrá ser
tildado de nazi, concretamente, al judío holandés Jakob Presser, quien
en 1969,
escribió:
“¿Cómo
podríamos
olvidar que, incluso después de la Liberación, se continuaban
asesinando judíos
en Poloxia, donde se organizaban pogroms a la luz del día, no por
criminales
profesionales, sino por devotos católicos que rogaban a Dios antes de
las
masacres?... Y no solamente asesinaban a los judíos, sino que se
complacían en
una orgía de torturas, en un verdadero aquelarre de brujas en julio de
1946, un
año después de terminada la guerra” (226).
Como es
natural, los polacos
quieren incluir esos judíos en el Fraude de
los Seis Millones, y los sionistas estan de acuerdo en ello porque al
gobierno
comunista de Varsovia no se le pueden extorsionar indemnizaciones pero
si, por
razones que más adelante trataremos, al gobierno de Bonn.
El
historiador
americano Harry Elmer Barnes, al comentar cuán paradójico fue que los
Aliados
lucharan por Polonia sobre la base del problema judío, escribió:
“Había
en Polonia, en 1933, seis veces más judíos que en Alemania, y se les
trataba
tan mal, si no peor, que a los que estaban bajo el poder de Hitler. En
1939, el
programa anti-judio de Hitler se había moderado (227), más en la
práctica que
en la legislación, mientras que los polacos continuaban tratando tan
mal como
siempre a los judíos” (228).
Precisamente
las autoridades comunistas polacas debieron reprimir brutalmente el
antisemitismo latente en el pueblo polaco con drásticas medidas, que
iban desde
los veinte años de trabajos forzados hasta el pelotón de ejecución.
HOETTL - HOESS -
EICHMANN
La
única prueba que los sionistas y sus secuaces han podido presentar para
substanciar la cifra de los Seis Millones es lo que Hoess y Hoettl,
bajo
amenaza de tortura, aseguraron haber oído decir a Eichmann en una
ocasión. Ya
hemos visto quién era Hoettl: un funcionario mediocre, agente secreto
británico, luego
comunista, que firmó una declaración jurada incriminando a Eichmann y
poniendo
en su boca lo de los Seis Millones, porque, aparte de haber sido
sometido a
tortura, había sido amenazado con ser entregado, a los comunistas
húngaros
(229).
Según su declaración, una
vez oyó a Eichmann decir que cuatro millones de judíos habían muerto en
campos
de concentración y otros dos millones en acciones de represalia. Esta
declaración jurada fue leída en los juicios de Nurenberg, pero cuando
el
defensor, Doctor Kauffmann, pidió que Hoettl se presentara en el
estrado de
los
testigos para ser interrogado por la Defensa, el Tribunal,
insolitamente,
rechazó la petición.
Cuando Eichmann fue
“juzgado” en Jerusalen, los autores de aquel linchamiento legal
rehusaron el elemental
derecho de todo acusado a ser interrogado por su defensor. De hecho,
Eichmann
negó haber hablado del asunto con Hoettl y, en todo caso, afirmó no
haber dado
nunca cifras, por la razón de que: le hubiera sido imposible
conocerlas. Ni él
ni Hoettl ni nadie podía saber cifras de muertos en campos de
concentración, ni
siquiera aproximadas, porque Alemania, a causa de los bombardeos aéreos
de los
Aliados, era un verdadero caos en los últimos meses de la
conflagración; los
prisioneros de guerra, muy a menudo mezclados con saboteadores,
prisioneros
políticos y judíos, eran transportados de un campo a otro ante el
incesante
avance de los rusos, y se hacía dificilisimo llevar un control de
defunciones
por campos, en tales circunstancias.
Así pues, en una declaración
jurada, muy posiblemente falsa, sin contrainterrogatorio por parte de
la
Defensa, se basa el Fraude de los Seis Millones. El testimonio, no lo
olvidemos, de un agente británico, luego traidor a su patria, y sujeto
a
coacción física.
El otro testimonio que
corrobora el de Hoettl, es el del ex-comandante del campo’ de
Auschwitz, Rudolf
Hoess. En vista del principio jurídico “Testis unus,. testis nullus”
(testigo
único, testigo nulo), los budas del Mito quisieron que la declaración
de
Hoettl
fuera corroborada por otro testimonio, y se procuraron el de Hoess.
Tras sufrir
torturas por parte de los sovieticos, y amenazado
por los linchadores en caso de no incriminar a sus superiores, declaró
en
Nurenberg que sólo en Auschwitz murieron dos millones y medio de
judíos.
Incluso Reitlinger, el historiador judío, acusó a Hoess de “perverso
megalómano” al mencionar tal cifra (230). Para tener una idea de cuán
poco
digno de fe es este testigo, sólo debemos tener en cuenta que cuando,
un año
después, fue entregado por los occidentales —que faltaron a la pabra
que habían
dado a ese pobre desgraciado— a los polacos, redujo la cifra de
2.500.000 a
1.130.000, es decir, a menos de la mitad. Y cuando los polacos le
condenaron a
la horca, se desdijo de todo lo que había manifestado, asegurando que
en
Auschwitz sólo fueron ejecutados unos cuantos cenenares de judíos, por
actos de
sabotaje.
Otro ejemplo de la falta de
credibilidad de los testimonios, reales o inventados, en relación con
el Mito:
La revista “Time”, en su número de 6 de junio de 1960, informó que
Eichmann
había reconocido que los nazis habían dado muerte a cinco millones de
judíos.
La revista “Newsweek”, del mismo día, aseguraba, que Eichmann había
reconocido
que los judíos inmolados habían sido seis millones. He aquí como los
grandes
medios de comunicación (y de intoxicación) disponen de un millón de
judíos.
Pero aún hay más. La frase atribuida por la revista “Lite”, a Eichmann,
era,
textualmente:
“En los
últimos días de la
guerra llamé a mis hombres a mi oficina en
Berlin y les dije: Cuando baje a la tumba estaré muy contento al saber
que
cinco millones de enemigos del Reich han muerto ya como animales.”
Dejando
aparte el hecho de que,
desde que fuera ilegalmente capturado y
raptado por un comando israelí en territorio argentino, Eichmann no
pudo
practicamente hablar con nadie más que con enemigos suyos y que tanto
las
declaraciones como las “Memorias” que se le atribuyen parecen, por lo
menos,
muy sujetas a caución, debemos observar que:
a)
Eichmann
hablaba de cinco millones, no
seis millones.
b)
Eichmann
se refería a enemigos del Reich,
no a judíos.
c)
Eichmann
hablaba con sus hombres en plan
casual, informal, no oficial.
d) En todo caso, Eichmann sólo estaba en una departamento que se ocupaba de deportaciones de judíos hacia el Este.
Por
consiguiente, Hoettl y Hoess
tampoco
podían saberlo; es más, sólo afirmaron que Eichmann lo había dicho una
vez, en
una conversación de tertulia, y tal afirmación se obtuvo, según las ya
mencionadas fuentes iglesas, bajo coacción.
Y, después de todo, ¿quién era Eichmann? En la Gestapo (Geheime
StaatsPolizei, o Policía Secreta del Estado), existía un departamento,
llamado
“B4”, que se ocupaba de las “religiones y cultos”, e incluía una
subdivisión
judía. El jefe de esta subdivisión era Karl Adolf Eichmann que llegó a
alcanzar
el grado de Teniente Coronel. Se ocupaba de todo lo relativo a
emigración e
instalación de los judíos en los territorios del Este; nunca formuló
ningún
tipo de política, limitandose a cumplir ordenes; no hay ninguna prueba
de que
tuviera nada que ver con la administración de los campos y, por tanto,
es
ridículo afirmar que fuera responsable de cualquier clase de abusos que
en
ellos se hubiera cometido. Sólo en una época tan masificada como la
actual ha
sido posible que se lograra excitar a las gentes con un hombre como
Eichmann,
que en la Alemania nazi sólo llevó a cabo funciones rutinarias y
administrativas. Como no había otro ex-miembro de la Gestapo o de las
SS a
quien raptar y montar en torno a él un “show” propagandístico cuya
finalidad
era servir de fondo a nuevas demandas de “indemnizaciones” a Alemania
Federal,
hubo que recurrir a la obscura figura de ese Teniente Coronel. Un
hombre que,
según el Fiscal del linchamiento legal de Jerusalén, poseía un poder de
vida o
muerte sobre millones de judios... y sólo era Teniente Coronel. ¿Es
esto
verosímil?
En
cuanto al Proceso de
Jerusalén, sólo puede decirse que en él se
prescindió de hipócritas formulismos legales y desde el principio se
puso de
manifiesto que tras el “show” legal Eichmann sería ejecutado. No se
permitió a
Eichrnann que convocara a deponer en favor suyo, como testimonios de la
defensa, a ningún testigo de descargo. Estuvo todo el proceso encerrado
en una
jaula de vidrio, incomunicado del resto del mundo. Sólo podía contestar
“si” o
“no” y cuando intentaba explicarse el “Juez” le cortaba la palabra.
Naturalmente, fue condenado a muerte. Antes y después del proceso
salieron en
Europa y Estados Unidos una docena y media de libros sobre Eichmann,
EL
CASO KATZENBERGER
Lectores y
televidentes occidentales han debido quedar perplejos al enterarse
—porque la
Verdad siempre acaba por filtrarse, pese a todo— de que varios acusados
alemanes que, al terminar la guerra, habían acusado de la comisión de
tremendas
atrocidades a sus superiores jerarquicos, se desdecían de su anterior
testimonio, décadas más tarde, cuando eran sometidos a nuevo juicio por
los
tribunales de Bonn, afirmando que sus anteriores testimonios habían
sido
arrancados bajo coacción o tortura. Muchos fiscales norteamericanos,
a menudo
judíos como el tristemente famoso Kempner, obtubieron toda clase de
falsos
testimonios mediante tortura psicológica, incluyendo amenazas de trato
cruel contra los familiares de los acusados, cuando no la tortura
física,
pura y
simple, como sus —entonces— Aliados soviéticos.
Citemos
el caso de
Juez Hoffmann. En la desesperada situación en que Alemania se
encontraba, debía
castigar severamente, a menudo con la última pena, lo que en otras
circunstancias no seria considerado más que como hurto o contrabando.
Hitler,
en sus “Conversaciones sobre la Guerra y la Paz” (231) explicaba esto
de forma
convincente: “Si en tiempo de paz un muchacho de dieciocho años le
arrebata el
bolso a una señora, por supuesto que no le vamos a condenar a muerte.
Pero
ahora estamos en guerra, hay alarmas aéreas, casi todas las noches, en
nuestras
grandes ciudades, debemos circular a oscuras... muchas mujeres trabajan
en fábricas
y oficinas... Son necesarios medios de disuasión muy severos, pues la
moral de
la población que contribuye al esfuerzo de guerra no puede ser
perjudicada por
las andanzas de unos gólfillos”. Aquí, como es evidente, los judíos no
iban a
ser más privilegiados que los alemanes.
Un
judío, llamado
Katzenberger fue hallado culpable de robo a mano armada, en 1942 ,y
condenado a
muerte por el Juez Oswald Rothaug. Aquí, es importante un inciso para
hacer
constar que, en 1942, había judíos, en Alemania, que gozaban de una
relativa
libertad. Libertad que, como en el caso de Katzenberger, les permitía
cometer atracos. El segundo juez Hoffman concurrió a la setencia con su
firma.
En 1946,
los linchadores legales de la escuela de Morgenthau buscaban un caso
para demostrar
que los jueces del III Reich discriminaban contra los acusados judíos.
A tal
fin, indujeron al Juez Hoffmann a que testificara ante el tribunal que
juzgaba
al Juez Rothaug, en el sentido de que la sentencia contra Katzenberger
había
sido injusta, y el juicio “légalmente inválido, inhumano y
discriminatorio”.
Hoffmann fué absuelto y Rothaug condenado a la horca.
Pero en
1973, el Gobierno de
Bonn, en su incesante búsqueda de “criminales nazis”, decidió abrir de
nuevo el
caso Kanzerberger —lo que constituye una monstruosidad jurídica— y
acusó a
Hoffmann de prevaricación en aquél caso. Pero entonces Hoffmann negó
vigorosamente todo lo que había “confesado” a los jueces americanos en
1946.
Hoffmann afirmó que el Tribunal americano le obligó a presentarse como
testigo
de cargo levantando falso testimonio contra su colega Rothaug pues, de
no
hacerlo así, él mismo seria condenado a muerte (232).
A causa
de la aplicación del
Plan Morgenthau a los testigos alemanes, su testimonio debe ser
altamente
sospechoso y no debe ser aceptado sin numerosas corroboraciones. Las
declaraciones de Hoettl y Hoess, así como las atribuidas a Eichmann
sobre la
cuestión de los judíos exterminados en el III Reich no han tenido
corroboración
alguna. Por lo que se refire al testimonio de los supervivientes
judíos, ellos
mismos han incurrido, —como hemos demostrado en numerosos casos en esta
obra—
en tantas y tan flagrantes contradicciones que tal testimonio está
preñado de
falsedades y perjurios, con unas pocas —y heroicas— excepciones.
Volviendo
al caso
Kalzenberger, por lo menos habrá servido para demostrar que no todos
los
judíos fueron internados en campos de concentración dentro del ámbito
del III
Reich. Un factor más que reduce la cifra de víctimas posibles de judíos
en
manos de los nazis. Que no todos los judios fueron internados en
Alemania era
poco conocido; que apenas lo fueron en Eslovaquia y Rumania, en cambio,
ya es
más sabido. Factores suplementarios, todos ellos, en la reducción de la
cifra
de víctimas posibles judías a consecuencia de la fantomática política
nazi de
“exterminio”.
UN REPORTE DE LA CRUZ
ROJA
Existe
un estudio de la
cuestión judía en Europa en el transcurso de la II Guerra Mundial y de
las
condiciones de vida en los campos de concentración alemanes, que es
casi única
en su género por su honradez y su objetividad. Se trata del Rapport,
en tres
volúmenes, del “Comité Internacional de la Cruz Roja Internacional”
sobre sus
actividades durante la guerra. Ese Rapport fue publicado en Ginebra en
1948.
Este informe exhaustivo, procedente de una fuente neutral
completamente,
incluye y amplía revelaciones contenidas en dos obras precedentes,
también de
la Cruz Roja, tituladas: “Documentos sobre las actividades del Comité
Internacional de la Cruz Roja a favor de los civiles detenidos en los
campos de
concentración en Alemania, 1939—1945”, e “Inter Arma Caritas: la Obra
del
Comité Internacional de la Cruz Roja durante la Segunda Guerra
Mundial”,
editadas en Ginebra, respectivamente en 1946 y 1947. El grupo de
autores,
dirigido por un francés, Frédéric Siordet, hace constar, al principio
del
Rapport, que se ha redactado inspirándose en principios de una estricta
neutralidad política, siguiendo la tradición de la Cruz Roja, y es ahí
donde se
halla su gran valor.
En Comité Internacional de la Cruz Roja consiguió hacer aplicar las convenciones militares de Ginebra, de 1929, para poder visitar a los detenidos civiles de los campos de concentración alemanes tanto de Europa Central y Occidental, como de Europa Oriental: en otras palabras, el C.I.C.R. pudo visitar tanto los campos en que luego se reconoció que nunca hubo “cámaras de gas” (Dachau, Belsen, Dora, Oranienburg, Buchenwald, etc.) como los que se afirmó que las hubo, especialmente Auschwitz. Huelga decir que el C.I.C. R. visitó regularmente los campos de concentración que, en un principio se reservaban a prisioneros de guerra, y ello tanto en Alemania y las zonas de nuestro continente ocupadas por Alemania y sus aliados, como en la Gran Bretaña. En cambio, no le fué posible actuar de igual modo en la Unión Soviética, toda vez que ese país nunca ratificó los acuerdos de la Convención de Ginebra. Los millones de prisioneros civiles y militares de la Unión Soviética, cuyas condiciones de vida eran, cual es público y notorio, las más penosas de todos, sin comparación alguna, estaban completamente desconectados del mundo exterior, no podían solicitar el amparo, ni siquiera teórico, de ningún control internacional y vivian en condiciones infrahumanas.
El
Rapport es importantísimo porque, para empezar, aclara las
circunstancias
legitimas de la detención de judíos en los campos de concentración,
como
ciudadanos de un país enemigo. Al describir las dos categoría de
civiles
internados, el Rapport califica al segundo tipo como “civiles
deportados por
razones administrativas”. La expresión alemana es más exacta que la del
texto
francés del Rapport. Los alemanes lo llamaban Schutzhaftlinge, es
decir,
detención preventiva, refiriéndose a individuos que habían sido
internados por
motivos politicos o raciales, porque su presencia era considerada como
un
peligro en potencia para el Estado o para la tropa de ocupación.
El
Rapport reconoce que los alemanes fueron, al principio, algo reticentes
en
permitir a la Cruz Roja entrevistarse con personas internadas por
razones de
seguridad del Estado (es decir, en un 98 %, judíos), pero afirma que a
partir
de Julio de 1942, el C.I.C.R. obtuvo concesiones muy importantes de los
alemanes. Se permitió al C.l.C.R. que distribuyera víveres en los
grandes
campos de concentración a partir del siguiente mes, es decir, de Agosto
de
1942. Esta concesión fué extendida a todos los campos a partir de
Febrero de
1943 (233). El C.I.CR. estableció rápidamente contacto con los
comandantes de
los respectivos campos de concentración y puso en marcha un programa de
envíos
de víveres que funcionó regularmente hasta los últimos meses de la
guerra, en
1945, y de ello dan fé las numerosas cartas de agradecimiento escritas
por
miles de judíos detenidos en esos campos.
El
Rapport del C.I.C.R. menciona que “se enviaban 9.000 paquetes diarios.
A
partir
del Otoño de 1943, y hasta Mayo de 1945, se mandaron aproximadamente
1.112.000
paquetes de vituallas, con un peso total de 4.500 toneladas (234).
Además de
los paquetes de víveres, se mandaron paquetes conteniendo productos
farmaceuticos y vestidos. “Se mandaron expediciones a Dachau,
Buchenwald,
Sangerhau sen, Sachsenhau sen, Oranienburg, Flossenburg, Landsbergam,
Lech,
Floha, Ravensbruck, Hamburg—Neuengamme, Mauthausen, Theresienstadt,
Auschwitz,
Bergen—Belsen y a otros campos situados en el centro y sur de Alemania
y en las
cercanías de Viena. Estos paquetes estaban destinados sobre todo a
judíos
belgas, holandeses, franceses, italianos, griegos, polacos, noruegos y
apátridas” (235). Estas mercancias habían sido recogidas o compradas
por
diversas organizaciones judías de beneficiencia en todo el mundo, y muy
especialmente por el “American Joint Distribution Committee”, de Nueva
York
(236). Hasta la entrada en guerra de los Estados Unidos, este Comité
fué
autorizado por el Gobierno Alemán a instalar sus oficinas en Berlin.
A
parte del citado “American Joint Distribution Committee”, fué la propia
Cruz
Roja quien compraba ingentes cantidades de víveres, sobre todo en
Rumania,
Hungría y Eslovaquia, estados, como se sabe aliados del Reich. El
C.I.C.R. se
queja, en su Rapport, de que su acción de gran envergadura de ayuda a
los
internados judíos fuera dificultada, no por los alemanes, sino por el
estrechisimo bloqueo de Europa llevado a cabo por los Aliados
occidentales
(237).
Los
delegados del C.I. C.R. pudieron visitar todos los campos de
concentración
alemanes. Es de destacar el elogio que se hace del campo de
Theresienstadt
(Terezin) en el que se hallaban exclusivamente judíos. “Este campo, en
el que
vivían unos 40.000 judíos deportados de diversos paises, era un ghetto
relativamente privilegiado” (238). Según informes recogidos por el
C.I.C.R.
este campo había sido creado a título experimental por ciertos
dirigentes del
Reich que querían dar a los judíos la posibilidad de vivir en común en
una
ciudad administrada por ellos mismos y dotada de una autonomía interna
casi completa. Los delegados pudieron visitar ese campo el 6 de Abril
de
1945,
semanas antes del fin de la guerra y doce días antes de su ocupación
por los
Aliados, y confirmaron la impresión favorable obtenida en su primera
visita”
(239).
El C.I.C.R. elogia, muy
especialmente, la actitud humantaria del régimen de la Rumania fascista
de
Antonescu, que permitió y dió toda clase de facilidades al Comité para
que
socorriera a los 183.000 hebreos rumanos. Esta ayuda duró hasta la
ocupación
del país por las tropas soviéticas, lo que significó el fin de la
misma, pues
“el C.I.C.R no consiguió jamás mandar ni un sólo paquete de víveres, ni
de
correspondencia, a la Unión Soviética ni a los paises controlados
militarmente
o políticamente por ella (240). Es típico el caso de Auschwitz. El
CI.C.R.
recibió una correspondencia voluminosa procedente de ese campo hasta la
llegada
de los soviéticos; entonces la correspondencia cesó de llegar. Una
parte de los
detenidos fué evacuada hacia el Oeste, a la zona ocupada por americanos
e
ingleses, instalándose en Oranienburg y Buchen wald, y el C.I.C.R. pudo
continuar haciéndoles llegar víveres y medicamentos no así a los que
quedaron
en Auschwitz, con los que se perdió todo contacto.
Es curioso, por otra parte,
que si los detenidos podían mandar, a través del C.I.C.R., una
voluminosa
correspondencia, y más concretamente desde el famoso “campo de la
muerte” de
Auschwitz, no se filtrara, en la misma, ningún indicio acerca de los
supuestos
asesinatos masivos alli cometidos. Evidentemente en Auschwitz, como en
todas
partes, existía una rígida censura de correspondencia con sus propios
co-nacionales, y a mayor razón con los internados políticos o por
razones
administrativas. Pero choca con el sentido común más elemental que ni
una sóla
de las misivas escritas desde Auschwitz consiguiera, por medios
indirectos,
comunicar a los Aliados la supuesta realidad de las masacres y de las
cámaras
de gas. Y raya en la imposibilidad pura y simple que los delegados de
la Cruz
Roja que se pasearon por los campos de concentración alemanes durante
el curso
de la guerra, no se apercibieron de nada. Podrá argüirse qúe si se
apercibieron
pero guardaron silencio para no agravar aún más la suerte de los
internados.
Pero este argumento no es válido, por cuanto el Rapport del Comité
Internacional de la Cruz Roja fué publicado en Ginebra, tres años
después del
fin de la guerra. Es más, teniendo en cuenta el clima político
imperante en
aquellas fechas, hubiera sido más popular para el C.I.C.R. afIrmar que
había
comprobado la existencia de cámaras de gas que guardar silencio sobre
el tema.
Y cuando fueron requeridos, los delegados del C.IC.R., a que se
pronunciaran al
respecto, manifestaron que les era imposible no oponerse a la
irresponsable
campaña con la que se pretendía acusar de genocidio al régimen nazi.
Uno de los aspectos más
importantes del Rapport a que nos estamos refiriendo es que viene mucha
luz
sobre los motivos del aumento de los decesos en los campos de
concentración
hacia el final de la guerra. Por ejemplo, se afirma que “. . . en las
condiciones caóticas en que se debatia Alemania hacia el final de la
guerra,
los tremendos bombardeos aéreos arruinaron no sólo la economía sino los
transportes en el ámbito del III Reich. Los víveres no llegaron a los
campos de
concentración y hubo cada vez más detenidos que perecían de inanición”
(241).
Alarmado por tal situación, el Gobierno Alemán informó de ello a la
Cruz Roja,
en Febrero de 1945. A principios de Marzo de 1945, Kaltenbrunner se
entrevistó
con el Presidente del C.I.C.R. De resultas de tal entrevista, la Cruz
Roja se
encargó, a través de sus propios delegados, de tal distribución de los
paquetes
de víveres en los campos y un delegado del C.I.C.R. fué autorizado a
permanecer
en cada campo. Dicho delegado tenía plena libertad de movimientos
(242). Es
decir, que en los dos últimos meses de la conflagración, cuando, según
los
apóstoles de la literatura concentracionaria, los alemanes llevaban a
cabo, con
toda su intensidad, su política de genocidio, había un delegado de la
Cruz
Roja en cada campo. Y ninguno de tales delegados se dió cuenta de nada.
Ninguno
vió una cámara de gas. Ninguno vio un crematorio que no se utilizara
para
incinerar cadáveres de apestados o de tíficos. Ninguno tuvo la
curiosidad para
escuchar los rumores sobre el gaseamientos o cremaciones colectivas de
seres
vivos. Todos estaban distraídos ¿Tódos? ¿Es esto admisible?
Pero
aún hay más. El
C.I.C.R. protestó, el 15 de Márzo de 1944 contra “la bárbara guerra
aérea de
los Aliados” (243). Esta protesta se hizo oficialmente en el interés de
los
prisioneros de guerra y de los internados administrativos (es decir, en
su gran
mayoría judíos). El 2 de Octubre de 1944 el C.I.C.R. formuló una nueva
protestas al “Foreign Office”, advirtiendo del inminente hundimiento
del
sistema de comunicación alemán y afirmando que traería como
consecuencia
inevitable el hambre para todos los que se encontraban entonces en
Alemania,
prisioneros incluidos (244).
En lo
que concierne a
la tasa de mortalidad en los campos, el Rapport precisa que se
utilizaron los
servicios de la mayor parte de los médicos judíos internados para
luchar contra
el tifus en el frente del Este, pero muchos médicos israelíes,
estuvieron en
los campos luchando contra las epidemias de tifus cuando éstas llegaron
a su
punto álgido en 1945 (245).
Por lo
que se refiere
a la alegación de que los alemanes habían camuflado las cámaras de gas
en salas
de duchas, el Rapport del comité lo desmiente tácitamente al declarar:
“Los
delegados del
Comité Internacional de la Cruz Roja visitaron no solamente los
lavabos, sino
las instalaciones de baños, las duchas y los talleres de lavado de
ropas.
Debieron intervenir a menudo para hacer reparar algunas instalaciones o
para
lograr mejoras”.(246)
Esto
nos parece
definitivo. Los delegados del C.I.C.R. visitaron los célebres
baños-ducha, y
si debieron intervenir para repararlos o lograr mejoras, es porque los
vieron
en acción. Admitamos que a algún o algunos delegados lograran
engañarles los
alemanes, haciendoles “ver” que las “cámaras de gas” eran baños—ducha.
Concedido. Pero, ¿a todos los delegados a la vez, y en todos los
campos?.
Precisamente el examen de este voluminoso Rapport en tres volumenes,
con un
total de 1.630 páginas de documentos oficiales demuestra que los
delegados del
C.I.C.R. no encontraron ningúna prueba, en los campos de concentración
de
Alemania y de los países ocupados o bajo su área de in. fluencia, de
una
política oficial, extra—oficial y deliberada de exterminio de los
judíos. En
ninguna de las 1.630 páginas se habla de cámaras de gas, ni de otros
crematorios que los convencionales, destinados a incinerar cadáveres.
El
Rapport reconoce que los judíos, como muchos otros pueblos en el curso
de la
guerra, sufrieron privaciones y que la vida en los campos de
concentración,
sobre todo en los últimos meses, fué penosa, pero el silencio total
sobre una
política deliberada de exterminio, refuta, por si sólo, la fábula de
los Seis
Millones.
El
Volumen III del
Rapport trata extensamente de la ayuda “prestada a los judíos de la
población
libre” (247). Se demuestra sin resquicio alguno a la duda razonable que
no
todos los judíos fueron internados en campos de concentración, sino que
muchos
miles de ellos, en ciertas zonas, permanecieron mezcladas con la
población civil, aún cuando estuvieron sometidos a
determinadas restricciones.
En
Eslovaquia, por
ejemplo, estuvieron casi todos libres, en un regimen parecido al de la
“libertad vigilada”. En ese país actuaba el adjunto de Eichmann, Dieter
Wisliceny (248), y los judíos que fueron enviados a campos de
concentración
sólo fueron los participantes en acciones de sabotaje y los afiliados
a los
partidos marxistas. Esta situación se prolongó hasta Agosto de 1944, en
que se
produjo un conato de sublevación contra el regimen del Padre Tisso,
aliado de
Alemania; en esa sublevación los judíos eslovacos tomaron parte casi en
masa y
entonces, salvo raras excepciones, los judíos fueron internados en
campos de
concentración (249).
Entre
los tres
millones o tres millones doscentos mil judíos que, según demostrado en
el
epígrafe “LOS DERECHOS DE LA ARITMETICA” se hallaban en Europa, en el
curso de
la guerra, en territorio controlado por Alemania, hubo no sólo muchos
que no
fueron internados y otros muchos que tomaron parte en los movimientos
de
partisanos, sino que además una parte de ellos pudo emigrar en el curso
de la
contienda, generalmente vía Hungría, Rumania y Bulgaria, hacia Turquía
Europea.
Esta emigración a partir de los territorios ocupados por los alemanes
fué
facilitada igualmente por el Reich. Es curioso el cáso de los judíos
polacos
que llegaron a Francia antes de la ocupación de este país. “Los judíos
de
Polonia que, hallándose en Francia, habían obtenido varias visados de
entrada
en los Estados Unidos, fueron considerados ciudadanos americanos por
las
autoridades alemanas de ocupación, que aceptaron ulteriormente
reconocer la validez
de unos tres mil pasaportes entregados a judíos por determinados
consulados de
países de América Latina” (250). Como futuros ciudadanos americanos,
estos
judíos fueron internados en el campo de Vittel reservado a ciudadanos
americanos cuya presencia se consideraba “non grata” en la Francia
Ocupada.
Muchos de estos ciudadanos americanos eran, también, de origen racial
judío.
La
emigración de los
judíos europeos a partir de Hungría, en especial, continuó en el curso
de la
guerra, sintrabas por parte de las autoridades alemanas. “Hasta Marzo
de 1944,
los judíos que tenían el privilegio de haber obtenido visados ingleses
para ir
a Palestina fueron autorizados a abandonar Hungría, en dirección a
Estambul”
(251).
Incluso
después de la
caída del régimen de Horthy y su substitución por el de Szallasi la
emigración
de los judíos continuó. El C.I.C.R. recibió un mensaje personal del
Presidente
Roosevelt en el que se especificaba: “El Gobierno de los Estados Unidos
reitera
expresamente que hará todo lo necesario para ocuparse de todos los
judíos que
están siendo autorizados a partir en las actuales circunstancias” (252).
Un
hecho que ilustra
claramente la profundidad del lavado de cerebro colectivo a que se ha
llegado
en nuestra triste época es que un documento de especialistas, como el
Rapport
de la Cruz Roja, sea prácticamente ignorado por el gran público,
mientras la
lacrimógena impostura del Mito de Anna Frank haya alcanzado alguna
notoriedad
mundial y hasta haya sido impuesto como libro de texto obligatorio en
varios
“lander” de la muy democrática República Federal Alemana.
El
judío americano William L. Shirer, que pasa por un historiador serio,
asegura
(253) que en el Verano de 1944, unos 300.000 judíos húngaros fueron
exterminados, en un lapso de 46 días. Esto hubiera constituido
aproximadamente
el 80 por ciento de la población judía de Hungría, cuyo total era
380.000 individuos. Pero de acuerdo con la Oficina Central de
Estadística de Budapest, en
1945, es
decir, bajo control comunista, había, entonces, en Hungría, 260.000
judíos.
Esta cifra se aproxima mucho a la de 240.000 que, según la entidad
judía Joint
Distribution Committee, de Nueva York, era el número de judíos que se
encontraban en Hungría al final de la guerra. Si tomamos como cierta la
cifra
de la Oficina Central de Estadística, sólo quedaban unos 120.000 judíos
clasificados como “no residentes” en el país. De estos 120.000, una
cifra no
inferior a 35.000 eran emigrantes que al instalarse el régimen
comunista
prefirieron pasar a Austria, y otros 25.000 continuaban, de momento,
retenidos
en Rusia, como integrantes de batallones de trabajo al servicio de los
alemanes. Estos 25.000 judíos tardarían todavía unos seis meses en
volver a
Hungría. De las anteriores cifras se deduce que faltaban, en la cuenta,
unos
60.000 judíos, si tomamos como ciertos los datos de la Oficina Central
de
Estadística, y 80.000 si hacemos casp de los datos de la “Joint”. Pero
Reitlinger cita al demógrafo judío M.E. Namenyi que afirma que unos
60.000
judíos regresaron de su deportación en Alemania (254). Reitlinger
encuentra esa
cifra algo excesiva. Tal vez lo sea, pero si tenemos en cuenta que,
según el
citado Rapport del Comité Internaçional de la Cruz Roja hubo una
emigración sustancial de judíos húngaros en en curso de la contienda,
el número
de bajas
de la Judería Húngara debe haber sido muy bajo. En efecto, si Namenyi
tiene
razón, y si partimos de la base que las cifras correctas son las de la
Oficina
Central de Estadística, las bajas de la Judería Húngara fueron
prácticamente inexistentes.
Si quien tiené tazón es el “Joint”, las bajas fueron 20.000.
Personalmente nos
inclinamos por esa segunda alternativa, que supondría una mortalidad
del 5 por
ciento aproximadamente. Ese 5 por ciento, naturalmente, se refiere a
judíos
muertos por todos los conceptos, incluyendo acciones armadas y
sabotaje. Debe
tenerse bien presente, por ejemplo, que los judíos abundaban en el
titulado
“Ejercito de Liberación” que, bajo auspicio soviético, invadió Hungría
a
finales de 1944. La cifra parece relativamente moderada, dadas las
circunstancias, y, por supuesto, no guarda relación alguna con las
cifras
dadas por publicistas e historiadores judíos mantenedores del Mito,
como
Hillberg, Poliakov, Davidowicz, Kogon et alía. Es curioso que la
Judería Húngara
esté en vanguardia de las quejas contra Alemania y los gobiernos
húngaros que
con ella se aliaron, por la sencilla razón de que, cuantitativamente,
es de las
que menos sufrió, si tenemos en cuenta que, según los datos más arriba
estudiados, sus pérdidas se cifraron entre un 0 y un 5 %,
mientras que
el total
de las bajas de la Judería Europea debe ser considerado, como ya hemos
estudiado anteriormente, entre 5 y el 9 %, como máximo.
Este énfasis sobre los
sufrimientos y las pérdidas de la Judería Húngara parece arrancar
desde el
perjuro affidavit de Hoess y ha persistido hasta hoy. En el caso de
Hungría, en
efecto, los nazis parecen haber batido sus propios récords de maligna y
gratuita crueldad y su desprecio por los valores humanos, si hacemos
caso de los
cargos de la literatura concentracionaria. Un ejemplo revelador lo
constituye
la llamada “Transacción Brand”, de la que vamos a ocuparnos brevemente.
Se afirma que el 5 de Mayo
de 1944, Eichmann propuso, a través del intermediario Joel Brand, el
intercambio
de 400.000 judíos, que se encontraban en Hungría y Eslovaquia, por
10.000
camiones. La propuesta se hizo, a través de Brand, de la Oficina de
Inmigración israelí a Palestina, al Gobierno Británico. Los
alemanes se comprometían a
utilizar dichos camiones exclusivamente en el Frente del Este.
Insistimo: se afirma. No ha
podido verificarse. Lo único cierto es que la transacción no se llevó a
efecto.
Según se ha asegurado oficialmente, los ingleses creyeron que Brand
—aunque
judío— era agente nazi, y lo arrestaron en Gaza.
A nuestro juicio, son
necesarios unos comentarios a este caso. La política alemana, desde
1933 hasta
el comienzo de la guerra, consistió en promover la emigración judía por
todos
los medios a su alcance. Ya hemos hablado del “Plan Madagascar” y,
posteriormente, una vez desatado el conflicto bélico, del plan
Himmler-Rosenberg, consistente en instalar a los judíos europeos, lo
más al
Este que las conquistas militares permitieran. No obstante, conforme la
inicial
contienda germano—polaca, con la intervención anglofrancesa, se fué
extendiendo, tanto en el espacio como en el tiempo, las circunstancias
obligaron a un cambio de política, y la emigración de los judíos
ubicados en
zonas de influencia alemana fué haciéndose cada vez más problemática.
La razón
principal para ello era que, naturalmente tales judíos representaban un
potencial que podía ser utilizado contra ellos. Añade el norteamericano
Butz
alguna otra razón, tal como el deseo alemán de crear problemas en las
relaciones anglo—árabes, tomándose, en la Wilhelmstrasse, el punto de
vista
árabe, opuesto al inglés, en lo referente a la emigración de judíos
hacia
Palestina. De manera que la política alemana en relación a este
problema fué
evolucionando en el transcurso de la guerra, hasta adoptarse la
política del
“intercambio”. Se propuso, por ejemplo, el intercambio de prisioneros
alemanes
por civiles judíos, a lo que se opusieron los anglo—americanos.
Igualmente se propuso el intercambio de civiles judíos por civiles
alemanes
internados en
los
La
única variante que ofrecía la transacción Brand consistía en un cambio
en el
quid pro quo. En vez de judíos por alemanes se proponían judíos por
camiones.
Exactamente, un camión por cuarenta judíos. Condiciones adicionales
eran que
los judíos no serian enviados a Palestina y que los camiones sólo se
utilizarían en el frente soviético. Quede bien claro que la vida de los
judíos
húngaros y eslovacos no se ponía en juego. Para los alemanes la
transacción
—caso de ser auténtica y no uno de tantos inventos de la propaganda
bélica y
post—bélica— representaba diez mil camiones y una reducción de los
efectivos de
vigilancia a cuatrocientos mil internados, es decir, unos ocho mil
soldados,
más sus servicios de intendencia, en otras palabras, una división. Para
lós
Aliados, representaba poner fin al cautiverio de cuatrocientos mil
judíos, a
cambio de un aumento del potencia alemán en el Frente del Este. No cabe
duda de
que desde el tradicional punto de vista inglés representaba una buena
proposición: “a good deal”. De la transacción Brand si que cabe decir
aquello
de “Si non é vero, é ben trovato”. Si los Aliados estaban tan
convencidos de
que los judíos bajo control alemán estaban destinados al matadero, es
inconcevible
que, ya que ellos se decían portaestandartes de la Civilización y el
Derecho,
no movieran un dedo para salvarles, máxime partiendo la iniciativa —si
la
transacción Brand no es un invento propagandístico que se volvió luego
contra
sus inventores— del campo alemán. Al fin y al cabo si la Wehrmarcht
recuperaba
una división y se equipaba con diez mil camiones, los Aliados, sobre
una masa
de 400.000 judíos podían esperar, razonablemente, tras un tiempo
prudencial de
recuperación y adiestramiento, reclutar no menos de tres divisiones más
un
importante número de personas a ser empleadas en los servicios
auxiliares.
De
la transacción Brand, caso de ser verdadera y no un invento
propagandístico
más, podemos sacar las siguientes deducciones:
a)
Tanto
los alemanes como los ingleses estaban convencidos de que una división
alemana,
valía más de tres divisiones judías acompañadas de una masa no inferior
a cien
mil personas de servicios auxiliares.
b)
Para
los ingleses —y también para los alemanes— valía más un camión que
cuarenta
judíos.
c)
O
los ingleses estaban convencidos de que sus afirmaciones de que los
judíos
continentales estaban destinados a ser gaseados eran ciertas. O bien
estaban
convencidos de que no eran más que burda propaganda. En el primero de
los casos
resulta inconcevible —además de inhumano— que la poderosa Albión, con
un
riquísimo y más influyente “lobby” israelí , no pudiera financiar una
operación para ella militarmente rentable (256). En el segundo de los
casos,
está claro que lo que interesaba a Inglaterra —y a su preponente
“lobby” israelí — era crearle dificultades a los alemanes con la
custodia y la
alimentación de una masa de internados, que, si bien podía ser
utilizada como
“manpower”, los hechos demostraban a diario que era proclive a los
sabotajes.
En todo caso, la transacción
Brand ha sido presentada al mundo como un ejemplo más del salvajismo
nazi. Sólo
a los nazis podía, según parece, ocurrirseles proponer el cambio de
seres
humanos por camiones. Y, no obstante...
Cuando al régimen marxista
de Castro se le ocurrió proponer el cambio de presos políticos
anticomunistas
por camiones norteamericanos, no recordamos haber leído un lacrimógeno
editorial de los grandes rotativos mundiales, que literalmente,
inventan la
llamada Opinión pública, desde el “New York Times” hasta “Le Monde”,
pasando
por el “Times” londinense. Es más, la propuesta se presentó,
insólitamente,
como una apertura, como la voluntad del régimen marxista de entablar
relaciones con el bloque “Capitalista”. El hipotético y no confirmado
canje de
hombres por camiones propuestos por los alemanes era una inmoralidad,
en 1944.
El mismo canje, propuesto veinte años después por Fidel Castro —canje,
esta vez
real y oficial— era algo positivo, para emplear la terminología de
nuestro
inefables “progresistas”.
Pero aún queremos llamar la
atención sobre otro tipo de canje, practicado en nuestra década de los
setenta:
el canje de hombres por dinero; concretamente por marcos alemanes. La
titulada
República Democrática Alemana (es decir, el satélite comunista alemán)
vendía
literalmente, a Alemania Occidental a presos políticos. El gobierno de
Bonn no
ténía derecho a escoger la “mercancía”; debía, buenamente, aceptar los
ex—detenidos políticos que le mandaba su colega de Pankow. El lucrativo
negocio
debió ser abandonado por que las autoridades de Pankow no mandaban a
Alemania
Occidental más que anarquistas, troskystas y delincuentes comunes,
cuando no
agentes saboteadores y espías.
Dará idea de la moralidad de
los germanófobos profesionales que tanto criticaban el (supuesto)
cambio
hombres—camiones propuesto por el Teniente Coronel Eichmann el
constatar que
cuando el Gobierno de Bonn dejó de comprar delincuentes y espías a
Pankow, los
desgraciados mini—estadistas de Bonn fueron tratados, por aquellos,
como neo—nazis.
Para terminar con este
extraño caso, una pequeña observación: Para ocuparse nada menos que de
una
operación en la que estaban involucrados diez mil camiones y
cuatrocientas mil
personas, con todos los problemas que tal canje llevaba aparejados, los
nazis
no consideraron oportuno acreditar ni siquiera a un Coronel. Bastó con
un
Teniente Coronel. El Teniente Coronel Eichmann, un obscuro y
desconocido
subordinado.
Sorprendente. ¿No?..
EL
DOCUMENTO GERSTEIN, SUMMUN DE LA IMPOSTURA
La única “prueba” de que en los campos del Este —en Polonia— , es decir, a parte de Auschwitz, Treblinka, Maidanek, Cheinino, Belzec y Sobibor, existieron “cámaras de gas” la constituyen las notas autografiadas de Kurt Gerstein, Jefe del Servicio de Desinfección de la Oficina de Higiene de las SS. Hay dos versiones de lo que sucedió con este hombre. Una de ellas pretende que, capturado por los americanos en la Selva Negra, cerca de la ciudad de Rottweil, fué sometido a interrogatorio, tras el cual redactó sus célebres notas, por cierto en inglés. La otra versión pretende que se entregó a los franceses, y que en la prisión militar de Cherche-Midi, en París, redactó sus confesiones, en alemán. Sea como fuere, hay tres series de documentos Gerstein, una en inglés con modismos americanos, y otras dos en alemán. Luego, Gerstein pareció desvanecerse. Desapareció. Se dijo que los polacos le habían ahorcado.
Los documentos Gerstein pretenden que cuarenta millones de personas fueron gaseadas en el curso de la guerra; pero enseguida en sus propias notas se corrige la cifra, dejándola en veinticinco millones. Nuevas reducciones en su tercera nota, escrita en alemán, esta vez, dejando la cifra definitiva en veinte millones y pico (sin precisar la cuantía del “pico”). La autenticidad de estas notas pareció sumamente dudosa al Tribunal Internacional de Nuremberg —a pesar de la reconocida manga ancha de tal Tribunal en la aceptación de pruebas— que las rechazó.
Las
notás de Gerstein iban acompañadas de unas facturas relativas a la
compra de
insecticida Zykion B por la administración de los campos a la firma
DEGESCH.
Este insecticida estaba destinado, según el inaprehensible Gerstein a
asfixiar
a los judíos de los campos de concentración.
A
pesar de que el documento Gerstein fué rechazado, es decir, considerado
apócrifo, hasta el inefable Tribunal de Nuremberg, continúa circulando
en sus
tres versiones, una inglesa y dos alemanas. Esas versiones difieren
considerablemente entre si. La versión alemana, fue la que sirvió de
prueba en
el
Proceso de Jerusalén contra Eichmann.
Lo
más inaudito de estos documentos es que, pese a todo, hayan sido
tomados en
serio, no ya por el Tribunal de Jerusalén, que no se preocupó poco ni
mucho de
disimular su carácter de linchamiento legal, sino por las autoridades
educativas
de la República Federal Alemana, que los ha distribuido como texto de
lectura
en las escuelas.
En verdad; el estado de Alemania Occidental, habrá llegado, en su complaciente masoquismo, a limites inalcanzables, jamás, por cualquier colectividad humana. Una cosa son las exageraciones chauvinistas a la francesa, el “national pride” inglés y los hipernacionalismos que justifican cualquier exacción en nombre del patriotismo. Y otra cosa, muy distinta es la abyecta complacencia en las propias culpas, reales o inventadas, esa sodomía espiritual, ese inmundo retorzar en la propia degradación. Creemos que ha llegado el momento de detenernos, aunque sea brevemente, a estudiar el extraño fenómeno del comportamiento oficial de la República Federal Alemana con respecto al Fraude de los Seis Millones. Es imprescindible que lo hagamos para proyectar un rayo de luz sobre una oscura parcela de la moderna historia europea
DOS ALEMANIAS IGUAL A
CERO ALEMANIAS
Reza
un conocido adagio jurídico que “a confesión de parte, exclusión de
prueba”. En
otras palabras, quien reconoce su propia culpabilidad, se condena sin
necesidad
de que se aporten pruebas. La prueba suprema la constituye la propia
confesión.
Requisito indispensable para la validez de esa confesión es que sea
libre y
espontanea, sin coacciones físicas ni morales.
Los
cultivadores y beneficiarios del Gran Fraude aducen, a veces, como
prueba de
sus aseveraciones, el hecho de que los gobiernos de Alemania Oriental
(el
comunista) y aún más el de Alemania Occidental (el “capitalista”) han
admitido
y admiten, miles de veces, la realidad del Fraude de los Seis Millones.
Pero
esto no es una confesión de parte, por no ser libre ni espontánea, como
vamos a
demostrar. Una confesión de parte, libre y espontanea, es la de
cualquiera de
los testimonios que hemos aportado, hasta ahora, en esta obra, judíos o
simpatizantes, que, en un punto o en la totalidad, se han apartado de
la línea
oficial del Fraude. Estas personas no han sido sometidas a coacción y,
en muchos
casos, han debido pagar su fidelidad a la Verdad a alto precio, con
procesos,
como Rassinier, o con la cárcel, como Christophersen —y la ha habido
y
continúa habiéndola— ha sido en el sentido de la supervivencia del
Fraude, por
razones qüe ya hemos entreabierto y de las que nos ocuparemos con
detenimiento
más adelante. En cambio, testimonios que constituyen un verdadero
ultraje al
sentido común, a la Aritmética,y a la simple decencia, o fraudes
definidos como
tales por los propios tribunales, han adquirido la categoría de dogmas
de la
Moderna Democracia y hasta han sido impuestos, en nombre de esa misma
Democracia, como textos oficiales de lectura en las escuelas alemanas.
La
auto-acusación permanente que, desde hace más de 30 años, se lanzan
sobre sí
mismos los sucesivos gobiernos de Bonn se parece demasiado a un reflejo
pavloviano, para que podamos creer en su autenticidad. Refeljo
pavloviano,
hemos dicho, y también técnica del Dr. Levin, el inventor del lavado de
cerebro
en las purgas stalinianas de 1938. Esto en cuanto a la técnica, porque
en
cuanto al motivo, es bien claro. Desde 1945 hay dos Alemanias, con dos
ejércitos de ocupación. A efectos políticos, es decir, a efectos
reales, el
hecho de que tales ejércitos ya no sean calificados de “ocupación”,
dentro del
contexto de los acuerdos del Pacto de Varsovia o de la OTAN, no
modifica en
nada la situación. De hecho, todo ejército de “ocupacion” protege al
territorio
ocupado de ser protegido por otro ejército, de otra potencia, que
quisiera
ocuparlo para protegerlo contra la anterior. Los romanos expresaban
esta
situación con el aforismo “Protego, ergo obligo”. Protejo, luego mando.
Todo
país en cuyo territorio se asienta un ejército extranjero con un
poderío
logístico súperior al del ejército del país en cuestión, es una país
sometido,
colonizado, sin soberanía. Aún cuando disponía de embajadas, de
aduaneros y de
un simulacro de ejército cuyos objetivos son fijados por la potencia
ocupante y
cuyo destino no es otro que el de ser carne de cañón del protector.
Esto
es así se sepa —que los que deciden, lo saben— o no se sepa. Se quiera,
o
nó se
quiera por el arcaico nacional—atomismo de papá.
En
Política toda potencia dividida desaparece. Dos Alemanias equivalen, a
todos
los efectos prácticos, a cero Alemanias, terminologías juridicas aparte.
Debe
irse con cuidado al interpretar el hecho de que un cierto número de
alemanes
—tal vez la mayoría, dada la magnitud de los medios propagandísticos
utilizados— parecen creer en la certeza del Fraude de los Seis
Millones. Muchos
pueden adoptar esa actitud por miedo, para no crearse problemas
políticos, e
incluso personales o profesionales. Pero está claro que el pueblo
alemán no
está mejor situado que cualquier otro para juzgar del problema,
exceptuando,
claro está, los alemanes que, de cerca o de lejos, tuvieron algo que
ver con el
mismo. No debe soslayarse el caso, que estimamos harto común, de
alemanes que
hayan visto cómo eran deportados vecinos suyos, de raza judía, y al no
verles
regresar después de la guerra hayan deducido que sus vecinos perecieron
en la
deportación. Es posible que así haya sido, pero también es posible que
hayan
sido regularmente enviados fuera de Alemania y de Europa, tal vez a
Palestina,
o que hayan sobrevivido a los campos de concentración y se hallen en
los
Estados Unidos, o en otro lugar de Alemania. El caso de familias judías
que
“echen raíces” durante mucho tiempo en algún país —cuanto menos en
alguna
ciudad— es infrecuente. La clase de “alimento espiritual” que se ha
servido al
pueblo alemán desde 1945 hasta hoy no es, ciertamente, la más adecuada
para
formarse una idea justa y adecuada de lo que sucedió, en realidad, en
los
campos de concentración.
En
cambio, el caso del gobierno de Bonn que, mediante interminables series
de
procesos contra “criminales de guerra”, un tercio de siglo después de
que los
supuestos crimenes se produjeran, violando sus propias leyes sobre la
prescripción; mediante la enseñanza de una historiá contemporanea
falseada,
imponiendo como libros de texto fraudes como el cuento de Anna Frank e
imbecilidades como el Documento Gerstein, y
mediante el
terrorismo puro, amordazando a testigos de descargo o negándoles el
visado de
entrada, como le sucediera a Rassinier en ocasión del proceso contra
los guardianes
de Auschwitz, ya no puede atribuirse a incompleta o defectuosa
información.
El
caso del Gobierno de Bonn es diferente. El hecho es que la pretensión
del
Gobierno de Bonn a ser un verdadero “Gobierno” es una dulce
superchería. Es un
hecho, un HECHO, con todo el peso que los hechos tienen en Política que
la
totalidad de la estructura política de la titulada República Federal
Alemana
fué estableciada por el Gobierno de los Estados Unidos.
No se
dejó un cabo
suelto. Incluso el oscuro burgomaestre —por un periodo fugaz— de
Colonia,
Konrad Adenauer, nombrado digitalmente “factotum” del nuevo Gobierno,
estaba
emparentado, por alianza, a través de su esposa, la judía Zinsser, con
el Alto
Comisario Americano en Alemania, McCloy, a su vez alto funcionario de
la
mastodóntica firma bancaria judeo—americana, Kuhn, Loeb & Co. El
control
sobre la República Federal Alemana fué —y continúa siendo— completo;
incluso el
control sobre los periódicos, la televisión, la radio, la banca, las
escuelas y
la propia Constitución de la “Bundesrepublik”. Como todo gobierno
títere el
establishment político “alemán” tiene el máximo interés en perpetuar y
actualizar las mentiras de los vencedores, a quienes debe su relativo
poder, y
su conducta se adapta a ese interés. Todo esto es muy simple, muy
comprensible,
y está perfecta. mente ilustrado por la sorprendente carrera del que
fué
durante casi siete años Canciller de la.República Federal y fué, y
continúa
siendo, a pesar del “fiasco” de su actuación pública, la máxima figura
en la escena
política de su (¿su?) país: Willi Brandt.
El
verdadero nombre de Willi Brandt es Ernst Karl Herbert Frahm, y, según
diversos
autores (257) su madre era judía. Frahm es el apellido de su madre,
mientras su
padre es legalmente desconocido. Desde muy joven se afilió al Partido
SocialDemócrata y, al estallar la guerra abandonó su patria, desertó y
se
refugió en Noruega. Renunció a su nacionalidad alemana y adoptó la
nacionalidad
noruega. Cuando los alemanes ocuparon Noruega huyó a la neutral Suecia
desde
donde, como enviado especial del “New York Times” empezó a enviar
crónicas
sobre los horrores de los campos de concentración alemanes. El propio
“Times”
neoyorkino reconoció que el autor de las tremebundas crónicas firmadas
“W.B.”
era Herr Willi Brandt (258). Aprovechó, además, el tiempo, el inquieto
marxista, para escribir, en inglés, un libro titulado “Alemanes y Otras
Clases
de Criminales”, cuyo título dispensa de comentario.
Al
término de la guerra, considerando sin duda que el clima político de su
patria
de nacimiento estaba más acorde con sus conveniencias, Brandt regresó a
Alemania, recuperó su nacionalidad de origen y empezó a participar en
la vida
pública de la antigua capital del Reich, de la que llegó a ser Alcalde,
durante
varios años.
Su
agregado de prensa, Hans Hirschfeld, un judío alemán que había sido
miembro de
la Oficina de Desnazificación, se vió envuelto en un asunto de
espionaje en
favor de la Unión Soviética. Su “correo” en los Estados Unidos resultó
ser el
famoso R.A. Soblen, un correligionario suyo que fué condenado a prisión
perpetua. Otro de los protegidos de Brandt fué Otto John, ex -Jefe de
los
Servicios de Seguridad de Alemania Occidental, que luego resultó ser un
traidor
y un agente soviético, cuya delación fué causa de la detención de tres
centenares de agentes occidentales que trabajaban en Alemania del Este
y en la
URSS.
Brandt llegó a Canciller de
Alemania Occidental e incluso ganó el Premio Nobel de la Paz en premio
a su
“OstPolitik”, cuyos resultados fueron el reconocimiento de Alemania
Oriental y
de las fronteras con Polonia y Checoslovaquia sin contrapartida
alguna.
Finalmente, estalló el escándalo Guilaume, secretario personal de
Brandt, y
también agente soviético de primerisimo rango. A pesar de que se sabia
quién era
Guillaume y para quién trabajaba, Brandt lo admitió en el circulo
intimo de las
personas de su confianza y lo mantuvo allí hasta que Guillaume fué
detenido.
Brandt debió dimitir el 5 de Mayo de 1974, sucediéndole otro
socialista, Helmut
Schmidt. Ciertamente una carrera política como la de Brandt a partir de
1945
sólo es posible en un país politicamente colonizado, en el cual la
traición se
ha convertido en un ingrediente normal de la vida pública, razón por la
cual no
puede sorprender a nadie que el “establishment” político de Bonn sea un
defensor a ultranza del Fraude de los Seis Millones.
No encontramos criticable
que un Gobierno castigue a sus nacionales que han cometido crímenes, y
estamos
incluso dispuestos a admitir que viole sus propias leyes de
prescripción en su
sed de justicia para castigar supuestos crimenes cometidos hace 35
años. Lo que
nos parece objetable es que este Gobierno ponga trabas a la búsqueda de
la
verdad, deniegue visados de entrada a testimonios de descargo, como le
sucedió
a Rassinier, y en cambio les pague el viaje a testigos de cargo que
luego
resultaron ser analfabetos o perjuros, a tenor de sus declaraciones.
Nos
parece
objetable que este Gobierno imponga como libros de texto la Historia de
Anna
Frank y los Documentos Gerstein, pese a haberse demostrado, por la
Justicia de
los propios vencedores, que son falsificaciones manifiestas. Y nos
parece más
que objetable que se persiga judicialmente a Chritophersen y a
Staeglich por
haber osado escribir dos libros negando la fábula de los Seis Millones,
y que
mientras el primero está en la cárcel se incendia su granja sin que la
Policía
pueda encontrar a los autores del atentado; que se expulse de sus
cátedras a
profesores que osaron poner en duda alguno de los sacrosantos dogmas
del “Holocausto”
y que, en nombre de la Democracia, se juzgue, por sucesos acaecidos
hace 35 o
40 años, a ancianos ex-miembros de las SS, partiendo del principio de
que son
culpables y que les toca a ellos demostrar su inocencia.
Una tal actitud no la ha mantenido nunca ningún estado soberano. Sólo lo han hecho maharajás indios o reyezuelos hotentotes en el tiempo de la colonización inglesa, cuando desde Londres se ordenaba que se tomaran medidas contra súbditos molestos. Pretender, pues, que “Alemania ha reconocido la realidad del Holocausto” es una trivial estupidez. Por la sencilla razón de que Alemania, politicamente, no existe. Alemania Occidental, o, mas exactamente, su Gobierno, podrá reconocer lo que quiera —lo que le mande el Sionismo—, podrá pagar las reparaciones que quiera —de las que luego hablaremos—, y podrá erigirse en custodio de los derechos de los alemanes. El HECHO es, repetimos, que ial llamada BundesRepublik no representa ni el 40 por ciento, en extensión de lo que fue el III Reich, descuartizado entre Polonia, Rusia, Checoeslovaquia, con dos zonas de ocupación —una americana y otra soviética— y con su capital partida en dos y en medio de territorio comunista. La BundesRepublik no representa más que los intereses de los Estados Unidos — o de quien manda en los Estados Unidos— de la misma manera que la República Democrática Alemana no representa más que los intereses de Moscu —o de quien mande en Moscú—. Dos Alemanias, equivalen, en Política, a cero Alemanias. Y las manifestaciones de sus profesionales de la Política reconociendo esto o aquello en el nombre del pueblo alemán tienen el mismo valor que las que pudiera hacer el Virrey de la India en tiempos de la dominacion inglesa.
AUSENCIA TOTAL DE
PRUEBAS DOCUMENTALES
Así
como la Propaganda se
basa en la sistemática repetición de un tema o slogan hasta
introducirlos,
según frase de Le Bon, como una verdadera violación mental, en el
cerebro de
los individuos masificados, la Investigación Histórica no puede basarse
más que
en pruebas documentales. Paul Rassinier, detenido por la Gestapo por
haber
participado en acciones de la Resistencia Francesa e internado en Dora
y en
Buchenwald —donde contrajo el tifus— estudió todo lo que sobre los
'Campos de la
Muerte' se publicó, demostrando su total falsedad. En un mitin público
y
contradictorio celebrado en la Sala Pleyel, de Paris, demostró que
mentía el
orador, el judío y comunista David Rousset, quien afirmó que había
estado en
Buchenwald y había visto una cámara de gas en acción. Rassinier
demostró luego,
en su libro “La Mentira de Ulyses”, que el relato de Rousset sobre
Buchenwald,
era una superchería (259). Más adelante, la célebre declaración del
Instituto
de Historia Contemporanea de Munich, pondría fin al debate. Rassinier
interpeló también al abate Renard que afirmaba lo mismo respecto a
Buchenwald y
Dachau. Es curioso porque este sacerdote ultra-izquierdista es el único
personaje no judío que afirma haber visto “cámaras de gas”. No
obstante, ante
el acoso de Rassinier, Renard debió reconocer que lo manifestado en su
libro
(260) se basaba en “lo que otras personas le habían ,dicho...” Cuando
Rassinier
le pidió la identidad de tales personas, el buen abate manifestó no
acordarse.
También
interpeló Rassinier
a la hebrea francesa Denise Dufournier, miembro del Partido Comunista,
que
había estado en el campo de concentración de Ravensbruck, escapando,
según
ella, milagrosamente, a la muerte.
Rassinier
disecionó el libro de la Dufournier, relato esperpéntico sin la sombra
de
una sola
prueba (261). Según la ex -detenida judía Charlotte Bormann, los
rumores sobre
la existencia de una supuesta “cámara de gas” los hacían correr las
detenidas
miembros del Partido Comunista. Tales rumores eran “invenciones puras y
simples” (262). Charlotte Bormann seria expulsada del Partido Comunista
e
incurriría en las iras de sus correligionarios; además, no se le
permitiría
prestar testimonio en el proceso de Rastadt contra los guardianes del
Campo de
Ravensbruck, la mayoría de los cuales fueron condenados a muerte por
las
autoridades francesas bajo los cargos de haber gaseado a internados
judíos.
(263).
Rassinier
desafió también a los autores hebreos Phiip Friedman y Eugene Kogon a
que
demostraran las imputaciones contenidas en sus libros (264) según las
cuales
los nazis habían gaseado a dos millones de judíos en Auschwitz
(Friedman) o a
tres millones y medio (Kogon). El sólo hecho de que de uno a otro autor
haya
una diferencia del 75 por ciento ya debiera suscitar serias dudas sobre
la
credibilidad de ambos, testigos presenciales de los hechos, según
aseguran muy
seriamente en sus obras.
Cuando
Rassinier les interrogó públicamente, a través.de una carta abierta
publicada
por varios periódicos franceses, resultó que ni Friedman ni Kogon
habían visto
jamás, con sus propios ojos, ninguna “cámara de gas”; y ni Friedman ni
Kogon
podían presentar un sólo testigo ocular que jurara que había visto una
“cámara
de gas”. Kogon aseguró, no obstante, que una ex— detenida, Janda Weiss,
le
había dicho que, en una ocasión había visto una de tales “cámaras”,
por
habérsela enseñado los alemanes. Cuando Rassinier solicitó interrogar a
la tal
Janda Weiss resultó que ya había muerto, y cuando insistiendo, trató
de
investigar sobre su vida y las circunstancias de su internamiento,
nadie supo
darle razón de ella. Este “nadie” incluye a Kogon. lo cual no deja de
ser
sospechoso.
No creemos sea necesario
insistir sobre la ausencia absoluta de testigos de cargo jurídicamente
válidos
en este asunto de las supuestas “cámaras de gas”. Nadie las ha visto
con sus
propios ojos. Algunos afirman que alguien les aseguró haberlas visto,
pero ese
“alguien”, invariablemente, ha muerto; es más. en muchas ocasiones ni
siquiera
se ha podido probar que hubiera existido. No hace falta ser un experto
en
Criminología para afirmar que, en la práctica. es literalmente
imposible que un
crimen repetido varios millones de veces, mediante un barroco y
complicado
sistema que incluye gaseamiento e incineración, haya podido ser
realizado sin
que aparezcan siquiera dos testigos válidos que den una idéntica
versión de la
identidad de las victimas y del “modus operandi”. Y por testigos
válidos
entendemos a personas que no hayan sido torturadas o amenazadas de ser
entregadas, con toda su familia, a los soviéticos.
Y no
sólo no ha
aparecido ni un sólo testigo sino que todas las investigaciones que se
han
podido hacer sobre el terreno han demostrado que nunca han habido
“cámaras de
gas” ni en Bergen-Belsen, ni en Buchenwald, ni en Dachaurni en
Flossenburg, ni
en Dora, ni en Ravensbruck ni en Mautthausen ni en ningún lugar
controlado por
los occidentales. El linchamiento legal de los guardianes del campo de
Auschwitz demostró asimismo la ausencia de pruebas sobre las supuestas
“cámaras
de gas” de ese campo, corroborando el anterior “déculottage” de los
curiosos
testigos Friedman y Kogon por Rassinier. La única prueba que queda es,
insistimos en ello, la palabra de honor del Gobierno comunista polaco,
es
decir, de un gobierno satélite de la URSS, principal interesada, con el
Sionismo, en la perpetuación del Fraude de los Seis Millones. No
queremos
repetirnos, y nos limitaremos a decir que lo que afirmamos sobre la
titulada
BundesRepublik y sobre la República “Democrática” Alemana lo aplicamos
igualmente, aquí, a la actual Polonia. La palabra de honor de un
gobierno sobre
un hecho que le concierne directamente no puede ser tomada en serio en
nuestra
época, de predominio absoluto de la Política. Sólo podría empezar a
tomarse en
consideración a partir del momento en que el gobierno polaco permitiera
una
investigación seria, libre e incontrolada llevada a cabo por
historiadores de
todo el mundo. Y si las autoridades de Varsovia están tan seguras de la
certeza
de lo que dicen, no puede por menos de sorprender que tal tipo de
investigaciones hayan sido, hasta la fecha, sistemáticamente prohibidas.
De
momento no hay más
que la palabra de honor de los gobernantes de Varsovia, de que en
Auschwitz hubo “cámaras de gas”. A ello puede oponer, cualquier nazi
(todavía) no
legalmente linchado su própia palabra de honor de que no las hubo. Es
la
palabra de uno contra la de otro, y la necesidad de la demostración
continúa en
pie. Nosotros no nos preocupamos mucho de algo tan gaseoso (con perdón
de la
expresión, aquí y ahora) como las palabras de honor en un tema como
este. Hemos
demostrado la imposiblidad del Fraude de los Seis Millones, en general,
y de
los dos, o cuatro, millones atribuidos a Auschwitz, en particular.
Hemos
demostrado que varios de los testigos de cargo mintieron de forma
flagrante.
Hemos demostrado que la Acusación Pública —en éste caso más que nunca—
usó y
abusó de la coacción moral y física y que el principal testigo —el
director del
campo— se suicidó (¿o fué suicidado?) en la víspera del “Juicio”. Y no
queremos insultar el sentido común del lector recordándole que es
imposible
que los alemanes, antes de la llegada de los rusos, dinamitaran las
“cámaras de
gas”, que se hallaban en los sótanos del campo, y que la voladura
destruyera
las supuestas cámaras pero no los crematorios, que se hallaban justo
encima de
aquéllas. Realmente, para obstinarse en creer en la palabra de honor de
los
señores Gomulka y compañía hace falta una admirable buena fé, solamente
hallable en la tierna almita de una criatura de cinco años.
Si la
investigación
histórica ha demostrado que los documentos presentados por la Acusación
son, o
bien toscas falsificaciones, o bien adolecen del descalificante defecto
de dar
por demostrado aquello que se trata, precisamente, de demostrar, no
queda más
remedio que analizar los documentos de los propios alemanes, relativos
al caso.
Esta es, al fin y al cabo, la única manera, históricamente seria, de
abordar el
problema.
Veamos.
Se nos pide
que creamos que los nazis no dejaron nada escrito referente a su
política de
exterminación de los judíos. Se nos pide que creamos que todo se genero
a base
de órdenes orales. Y que cuando Himmler, Goebbels o Kaltenbrunner
hablaban de
“Solución Final”, se referian a “exterminio”.
Es un
HECHO bien
establecido que no se ha encontrado ninguna orden escrita referente a
ningún
exterminio, total o parcial, de los judíos ni de ningún otro grupo
étnico. Es
decir, la evidencia de un programa de exterminio no se encuentra en el
material
histórico —documentos oficiales— que constituye, precisamente, la base
para
escribir Historia. Este es un hecho relativamente esotérico, conocido
sólo por
unos pocos. Y, no obstante, el Doctor Kubovy, Director del Centro
Mundial de
Documentación Judía Contemporanea de Tel-Aviv, reconoció en el órgarno
oficial
del Sionismo francés (265) que no existe ni una sóla orden de
exterminio,
escrita, de Hitler, de Himmler, de Heydrich, de Goebbels, ni de ningún
jerarca
nazi.
Estamos
dispuestos a
admitir que seria bastante sencillo utilizar eufemismos, en un pequeño
número
de documentos de alto nivel, dirigidos a jerarcas de elevado rango, y
en temas
que se refirieran a política general, pero la ausencia total de
evidencia
escrita relativa al programa de exterminio va mucho más allá de tales
documentos, y no es posible imaginar que un programa de exterminio
pudiera
haber sido llevado a cabo sin dejar traza alguna en el papel. Las
operaciones
en gran escala necesariamente generan papel por razones puramente
técnicas; los
ingenieros, constructores, ejecutivos y otros técnicos necesitan
documentos
para llevar a cabo su trabajo. Quienquiera que haya desarrollado un
trabajo de
dirección, por modesto que sea, sabrá que esto es cierto. Para ilustrar
esta
aseveración consideremos el método especifico mediante el cual los
exterminios
—según se asegura— fueron perpetrados en campos como el de Auschwitz.
Primero,
las victimas eran gaseada. Luego, para hacer desaparecer el cuerpo del
delito,
los cadáveres eran incinerados en crematorios especiales que habían
sido
construidos expresamente con este propósito, de manera que tanto los
crematorios como las cámaras de gas estuvieran integradas en el mismo
edificio.
Un
tal complejo de asesinato industrial hubiera debido generar una
evidencia
escrita, por la simple razón de que ella hubiera sido necesaria para
llevarlo a
la práctica. Y no hay —ya lo hemos visto— ni un sólo documento escrito
que
atestigüe la existencia de las “cámaras de gas”, a no ser que se
considere
“evidencia” unas cuantas façturas de la casa Degesch, a nombre de la
administración de los campos, por la venta de un determinado número de
barriles
de Zykion B, un conocido insecticida desinfectante. Los defensores del
Fraude
explican esa
ausencia de documentos en base a la supuesta politica del secreto, un
secreto
que debió ser compartido —ya lo hemos dicho antes— por decenas de
millares de
personas, lo cual es imposible. Pero, además, preguntamos: ¿Por qué no
se
extendió esta politica del secreto a los hornos crematorios? ¿Por qué
hay
tantisima evidencia documental sobre los crematorios, y nada en
absoluto sobre
las “cámaras de gas”?
Los
campos de concentración alemanes, como todas las comunidades modernas
de una
cierta envergadura, disponían de crematorios convencionales para
incinerar los
cuerpos de los que allí morían. No obstante, el Fraude asegura que esos
crematorios fueron cosntruídos para cumplir las funciones de un
programa de
exterminación, y que estaban integrados con las cámaras de gas. Si los
alemanes
fueron tan cuidadosos en no dejar ni un sólo documento sobre sus
cámaras de gas
¿por qué escribieron con tanta prolijidad acerca de los crematorios,
asociados,
según se nos quiere hacer creer, con aquéllas?
La respuesta es simple. Los crematorios no tenían nada que ver con las “cámaras de gas”, que, sencillamente, nunca existieron. Aquéllos tenían, como única función, incinerar los cuerpos de los muertos a causa de enfermedades, de los “raids” aéreos de la aviación Aliada, y, lógicamente, por causas naturales. Ninguna otra respuesta puede deducirse de la investigación histórica.
LA
ACTITUD DE LA IGLESIA
El
Sumo Pontífice , Pío XII, Papa reinante durante los años de la
contienda, no
hizo una sóla declaración en contra de la supuesta exterminación de los
judíos
por los Nazis. Esto es un HECHO.
Muchos
de los supuestos “campos de la muerte” se hallaban en Baviera y en
Austria, y
el más famoso de todos, Auschwitz, en Polonia. Estos son territorios
profundamente católicos. En Polonia, concretamente, la influencia del
Clero es
muy grande, hasta el punto de que 34 años de “Ateísmo Científico” no
han
bastado para erradicarla totalmente. En un país como Polonia es
imposible que
se lleve a cabo un genocidio a escala “industrial” sin que los curas
rurales se
enteren. Bien sabido es que el Vaticano es uno de los estados más bien
informados --si no el más informado— del Mundo. La razón estriba en la
ubicuidad
del medio y bajo clero, más aún que la influencia del alto. Los
ministros de la
Iglesia viven, prácticamente, en medio de sus feligreses
Aun razonando por “reductio
ad absurdum”, es decir, suponiendo que el Vaticano, efectivamente,
estuviera
“distraído”, hay evidencia documental de que intentóse sacarle de su
“distracción”. En efecto, Wyron Taylo, representante oficial del
Presidente
Roosevelt, en una visita que hizo al Vaticano el 26 de Septiembre de
1942,
informó al Cardenal Naglione, Secretario de Estado del Vaticano, que
la
Oficina Judía para Palestina, cuyas oficinas se encontraban en Ginebra,
aseguraba que los judíos de Hungría, Eslovaquia y Polonia estaban
siendo
deportados a un campo de concentración, llamado Belik, así como a otro
campo
instalado en las cercanías de Lwow. El objetivo de estas deportaciones
era
darles muerte. Myron Taylor preguntó si el Santo Padre pensaba condenar
esa
salvajada y si, aparte la condena —que se daba por descontada— pensaba
tomar
medidas prácticas para salvar la vida de los inocentes judíos
perseguidos. La
respuesta del Cardenal Maglione al recoger el memorandum que le acababa
de leer
Taylor fué, literalmente: “I do not believe that we have any
information which
confirms these grave tidings. Right?” (No creo que tengamos ninguna
información
que confirme estas graves noticias. ¿De acuerdo?) (266).
Esto es, en lenguaje
diplomático, una negativa sin matizaciones. No obstante, el Vaticano
dió una
respuesta oficial, el 10 de octubre: “Informes sobre severas medidas
adoptadas
contra no—arios han llegado también a la Santa Sede, pero hasta el
presente no
ha sido posible verificar su idoneidad”. Las fuentes en que se basaban
tales
informes eran las mismas que habían servido para redactar la nota
entregada por
Myron Taylor: el embajador polaco y las organizaciones judías y
sionistas. Es
de suponer que en los 14 días que tardó en elaborar su respuesta, el
Vaticano
recurrió, además, a sus tradicionales fuentes de información, es
decir, al clero
local de los países en que, según el informe de Taylor, se llevaba a
cabo el
genocidiio, Hungría, Eslovaquia y Polonia, por cierto tres paises
eminentemente católicos y uno de ellos. Eslovaquia, con un Jefe de
Estado, el
Doctor Josef Tiso, que era un Obispo.
Es cierto que el Vaticano
llevó a cabo numerosas gestiones para aliviar la suerte de los judíos,
muy
especialmente los de religión católica, relativamente numerosos en
Italia y
Croacia (267). Y que en el mensaje de Nochebuena de 1942, S.S. Pío XII condenó “los
malos tratos infligidos a cientos de miles de personas en razón de su
pertenencia a determinados grupos raciales”. (268). Hagamos notar que
el Papa
se refería, en su condena, a “malos tratos”; hablaba de “cientos de
miles de
personas”, no de siete millones (los seis millones supuestamente
gaseados más
los supervivientes) y finalmente se refería a “grupos raciales”, en
plural;
ello hace suponer que además de los judíos aludía a los gitanos, que
también
eran deportados por razones de seguridad militar y social.
Es cierto también que al
Vaticano llegaban regularmente ciertos informes, firmados por Pirro
Scavizzi,
un sacerdote que se ocupaba de la asistencia espiritual de los heridos
en los
hospitales italianos instalados en el frente ruso. Scavizzi hablaba
constantemente de matanzas de judíos en Ucrania y Polonia. Llegó a
acusar al
Nuncio Papal en Berlin, Orsenigo, de complicidad culpable con los
alemanes. En
otro de sus mensajes, con una increíble falta de imaginación, informaba
de que
los alemanes habían instalado en Lemberg una fábrica para el
aprovechamiento de
cadáveres de judíos; se aprovechaba la grasa para hacer jabón y el pelo
para
hacer cuerdas. Es un hecho que nunca se hizo el menor caso de los
informes de
Scavizzi en el Vaticano, aunque, prudentemente, se pidieron informes
sobre
hechos por él denunciados, al Nuncio Orsenigo, que tras severa
investigación no
pudo confirmarlos. (269).
Es igualmente cierto que
determinados altos dignatarios de la Iglesia no llevaban, ciertamente,
a los
nazis en el corazón. Podemos citar, a este respecto, a Monseñor Burzio,
el
representante Papal en Eslovaquia y, sobre todo, a Monseñor Giuseppe Di
Meglio,
secretario del Nuncio en Berlin, Monseñor Orsenigo. Estos eran los más
importantes y representativos. También Angelo Roncalli, Nuncio Papal en
Grecia
y Turquía y, posteriormente, Papa Juan XXIII fué. según se afirmó, un
ferviente
anti—nazi. En cierta ocasión pidió a Von Papen, Embajador del Reich en
Turquía,
que mejorar el tratamiento que se daba a los polacos y aprovechó para
referirse
a los judíos perseguidos.
Esta conversacion, que tuvo
lugar el 8 de Julio de 1943, ha sido abundantemente citada por los
budas del
Fraude, con una interpretación “sui generis” de la palabra italiana
“sopprimere” que no significa necesariamente suprimir, en el sentido de
matar,
sino simplemente perseguir, oprimir. La palabra “sopprimere”, en el
sentido de
matar, sólo la utilizan personas de lenguaje muy castigado, y cuesta
mucho
imaginar al obeso y prudente Roncalli —luego Juan XXIII- hablando de
suprimir
judíos. Hay dos docenas de palabras en el idioma italiano para expresar
la idea
de un asesinato sin necesidad de recurrir al “argot” de los barrios
bajos de
Roma.
Es cierto, pues, que algunos
altos jerarcas eclesiásticos simpatizaban muy poco con los nazis. Como
también
es cierto que otros simpatizaban mucho, empezando por bastantes obispos
alemanes, e incluyendo al Nuncio en Berlín, Cesare Orsenigo, que
públicamente
expresó su satisfacción por la victoria alemana sobre Francia, en 1940.
Es
verdad que hubo un visceral anti—alemán, como Scavizzi, pero también
los hubo
pro-alemanes, como Monseñor Mailol de Luppé, francés; enrolado en las
SS, y el
Cardenal Arzobispo de Paris, Primado de Francia, Monseñor Suhard.
Pero
las actitudes individuales no importan, en el tema de que nos ocupamos.
Lo que
importa es la actitud oficial de la Iglesia, definida por el Pontífice
reinante
en el transcurso de la II Guera Mundial. Una actitud totalmente lógica
con la
misión de la Iglesia, que consiste en procurar el bien de las almas y
practicar
la Caridad. Es lógico que un estado soberano tome medidas contra una
comunidad
halógena, cuya peligrosidad interna se ha demostrado a la saciedad en
el curso
de la Historia, y es inevitable que la adopción de tales medidas
comporte
abusos lamentables, en determinados casos. Pero también es lógico que
la
Iglesia Católica —universal por definición— se ocupe de las víctimas y
procure
aliviar su suerte, sin entrar en la conveniencia o la necesidad de la
persecución (o del internamiento, o de la deportación, o como quiera
llamársele). Así lo hizo el Vaticano, por cuyo conducto, además, y con
pasaportes y salvoconductos expedidos por la Santa Sede, se salvaron
numerosos
judíos, destinados a los campos de concentración. (270). También lo
hizo cuando
se trató de condenar, muy vivamente, los bombardeos aéreos contra
poblaciones
civiles en 1943, tras los raids de la aviación Aliada contra Roma y
Hamburgo.
La
Iglesia NO admitió jamás la
leyenda de los
Seis Millones de judíos exterminados, ni admitió jamás la existencia de
un plan
deliberado y programado de asesinato de judíos.
Vamos
a tomar en consideración, a feectos puramente polémicos, una objección
que se
hace, muy frecuentemente, a la aseveración del silencio de la Iglesia
Católica
en relación al Fraude de los Seis Millones. Se asegura que ese silencio
tenía
un motivo: el miedo. El Vaticano tenía miedo de las medidas que
pudieran tomar
los Nazis si desde la Santa Sede se denunciaba explícitamente la
política de
exterminio de los judíos llevada a cabo por los Nazis.
Dejemos
aparte lo que de insultante pueda tener tal suposición para los
católicos
militantes. Al fin y al cabo —se argüirá— el triple perjurio de Pedro,
antes de
que cantara el gallo, fué eso: un triple perjurio, seguido de una
amarga
penitencia, culminada en el martirio. Ahora se pretende que el sucesor
de Pedro
cometió no tres perjurios en un mal momento, sino millones de perjurios
en el
curso de seis años. Realmente, es insultante tal suposición, pero vamos
a tomarla
en serio, repetimos, a efectos puramente polémicos.
La Iglesia demostró repetidas
veces, que no
temía a los Nazis cuando consideraba que debía enfrentarse a ellos. En
1937,
siendo Papa reinante Pío XI, se leyó , en alemán, en todas las iglesias
del Reich,
la encíclica papal “Mit Brennender Sorge”, que constituyó un severo
ataque
contra algunos puntos del programa NacionalSocialista y, sobre todo,
contra la
pretensión estatal de encargarse exclusivamente de la educación de la
juventud,
lo que se consideraba lesivo para instituciones confesionales, tales
como la
Acción Católica (271). Este ataque fué uno
de los más virulentos, más en el tono que en el fondo, que ha dirigido
la
Iglesia contra estado soberano alguno, desde los tiempos de la Edad
Media, en
que los Pontífices fulminaban excomuniones contra reyes y emperadores.
Debe
tenerse, además, en cuenta, que “Mit Brennender Sorge” fué escrito bajo
la
supervisión del Cardenal Pacelli —futuro Papa Pío XII—, entonces
Secretario de
Estado del Vaticano, y que había sido Nuncio Papal en Alemania por
espacio de
diez años.
El Estado Nacional Socialista
tomó nota de la
reconvención pero no adoptó ninguna medida contra la Iglesia, la cual
continuó
cobrando sus subvenciones —convenidas en el Concordato firmado en 1933,
poco
después de subir Hitler al poder— y manteniendo sus instituciones
privadas,
libres de impuestos.
Tampoco tomó ninguna medida
el
Gobierno Alemán
cuando, en plena guerra, los obispos católicos alemanes, en su
Convención Anual
en Fulda, en Diciembre de 1942, mandaron una declaración al Gobierno
protestando por las dificultades impuestas al libre ejercicio del culto
católico en ciertos países ocupados, tales como Holanda, Bálgica y
Francia. El
“Voelkischer Beobachter” y otros periódicos del Partido Nacional
Socuialista
replicaron negando el contenido de la declaración de los obispos
alemanes y
citando en su apoyo manifestaciones favorables del Cardenal Suhard, de
París.
La querella se fué apaciguando, pero llegó a alcanzar un tono muy
subido, que
fué puntualmente aprovechado por la propaganda Aijada. Tampoco se
tomaron
medidas contra los obispos alemanes en conjunto. (272)
En
Enero de 1943, el Conde Konrad Von Preysing, Obispo de Berlin, hizo una
declaración pública, leída en todos los púlpitos del Reich, condenando
las
teorías raciales nazis. Y en Agosto de aquél mismo año los obispos
católicos
leyeron a sus feligreses una pastoral en la que se censuraban algunos
aspectos
de la educación Nazi de la juventud, que se consideraban hostiles a los
valores
católicos.
Creemos
que los cuatro ejemplos que hemos mencionado bastan para de. mostrar
que la
Iglesia Católica Alemana no se hallaba reducida a un aterrorizado
silencio. Y
si no lo estaba la Iglesia Alemana, aún menos lo debía estar la Santa
Sede, o
la de los países neutrales, que no dijeron una palabra, entonces, sobre
el
“Holocausto”.
El
Miedo tampoco puede explicar por qué el Papa Pío XII omitió condenar el
supuesto genocidio perpetrado por los Nazis, después de la derrota
militar de
éstos. El 2 de Junio de 1945, S. .S. Pío XII dirigió un discurso al
Colegio
Cardenalicio, en el que en numerosos pasajes, atacó acervamente a los
vencidos
Nazis. No obstante, la única cosa en el discurso que pudiera ser
interpretada
como una referencia a exterminios fué una alusión a las “aplicaciones
de las
teorías nacional-socialistas”, que a veces llegaron tan lejos como el
uso de
los más exquisitos métodos científicos para torturar o eliminar a
gentes que
eran, a menudo, inocentes”. Pero si se continúa leyendo el discurso
papal se ve
claramente que Pío XII, como muchas otras personas en aquella época,
pensaba,
cuando hablaba, en las catastróficas escenas halladas en los campos de
concentración alemanes al final de la guerra. Las únicas víctimas que
Su
Santidad mencionó específicamente en su discurso fueron nueve
sacerdotes
católicos internados en Dachau por razones políticas, y que perecieron
por
motivos de los que ya hemos hablado abundantemente: inanición, tifus y
bombardeos de la aviación Aijada. A pesar de todo, no hay nada, en todo
el
discurso, a propósito de ningún deliberado exterminio de un grupo
racial,
religioso o nacional.
Si es
evidente que ni la Iglesia
Católica como
institución, ni el Vaticano como entidad de derecho público se vieron
obligadas, por miedo, a guardar silencio durante la guerra, si resulta
claro
que éste último fué vulnerable, hasta cierto punto, a determinado tipo
de
presiones. Por ejemplo, un escritor judío ha pretendido que el
diplomático
británico Osborne, propuso, implicitamente, la aceptación de la tesis
papal de
que Roma fuera declarada “ciudad abierta” a cambio de una declaración
de
simpatía hacia los judíos perseguidos, hecha por el Santo Padre.
Efectivamente, Roma fué declarada “ciudad abierta” después de una
declaración
oficial del Vaticano en la que se deploraba la persecución, por motivos
raciales, de cientos de miles de personas.(273).
No
queremos cerrar este epígrafe sobre la Iglesia y el Mito sin mencionar
algunos
párrafos significativos de la publicación oficiosa vaticana “Actes et
Documents”, ya citada, en los que se asegu’ra que “los dirigentes de la
Judería
Romana no sabían nada de ningún problema de exterminio y temían la
posible
deportación a causa de los rigores del invierno y de la frágil salud de
algunos
de los que serian deportados... “ (274). “Muchas cartas recibidas en
1943 y
1944 en el Vaticano, procedentes de Auschwitz y otros campos, que
forman hoy un
amplio dossier en los archivos, no hacen mención alguna a las
atrocidades ni
de exterminios, aún teniendo en cuenta la censura, el tono de las
cartas es
normal... “(275). Una carta del Padre Paul—Marie Benoit, francés,
fechada en
Julio de 1943, aseguraba que “la moral entre los deportados franceses
de origen
judío es, generalmente, buena, y todos confían en el futuro” (276). El
Padre
Benoit se pasó la guerra ocupándose de la ayuda a los judíos, de manera
que
difícilmente puede ser considerado un testigo sospechoso.
En
resumen, dejando aparte unas cuantas declaraciones platónicas sobre las
personas perseguidas en razón de su origen étnico y un discurso
pronunciado
ante el Colegio Cardenalicio unas semanas después de acabada la guerra,
en
plena campaña propagandística, y en el que se hablaba de “cientos de
miles” (no
de seis millones) de “perseguidos” (no de muertos), la actitud de la
Iglesia
ante el problema nazi—judío fué la normal en una institución cuyos
fines son
espirituales y cuya vertiente material se manifiesta en la Caridad.
Sólo en la
caridad; no en la Mentira. Y la Mentira, aunque se refiera a seis
millones de fantasmas
y se repita sesenta millones de veces, no por ello alcanza la categoría
filosófica de la Verdad y continúa siendo eso: la Mentira.
“BIENAVENTURADOS LOS
QUE PADECEN PERSECUCION POR LA JUSTICIA...”
Con
una sola excepción —el abate Renard que luego debió retractarse
espectacularmente tras el acoso dialéctico de Rassinier— todos los
sumos
sacerdotes que velan permanentemente el Idolo del Fraude son individuos
de
extracción racial judía. Otros, no judíos, se apiñan en el coro de
beatos que
repiten, cual loros bien amaestrados, las verdades oficiales del
conformismo
bien—pensante y alimenticio. Lo menos que puede decirse es que unos y
otros
—sacerdotes y comparsas, judíos y no-judíos— no han perdido. nada con
su
adhesión al Gran Fraude. Otros, han ganado mucho; desde el papá de Anna
Frank
hasta su correligionario que le escribió el “best seller”, pasando por
el judío
de Tel-Aviv o de Melbourne, “únicos supervivientes de dos familias
víctimas del
Holocausto”.
Ahora
vamos a referirnos a
los que, por dar testimonio de la Verdad, por haber tenido él coraje de
enfrentarse al Gran Fraude, se han visto denunciados por el dedo
acusador de
sus hipócritas sacerdotes y han padecido —en frase de Cristo—
“persecución por
la Justicia”. Ya hemos aludido a Rassinier, constantemente sometido a
procesos,
expulsado, por presión de los comunistas, de la Asamblea Nacional,
difamado en
nombre de la “libertad de expresión”; Del Profesor Stielau, expulsado
de su
cátedra por decir que el libro de Anna Frank era una mentira; De más de
dos
docenas de catedráticos y profesores condenados al “pacto del hambre”
por osar
desenmascarar, aunque sólo fuera parcialmente, al Gran Fraude. Del
Profesor
Duprat, víctima de un mortal atentado al ser colocada una bomba en su
coche por
un judaico “Commando del Recuerdo”, que reivindicó el atentado. (277).
No
vamos a hablar más de ellos, ni tampoco de los desgraciados nazis
sometidos a
tortura y firmando cualquier fantástica declaración jurada, como el
“documento
Gerstein” o la confesión de Wisliceny.
Vamos
a referirnos, ahora, a judíos que han tenido la gallardía de
enfrentarse a la
inmunda marea de mentiras y dar testimonio de la verdad.
Josef
G. Burg, nació en Czernovitz (Rumania), estuvo internado en un campo de
concentración alemán, al final de la guerra se fué a Palestina, vivió
un año en
Israel y es, hoy día, un encuadernador de libros en Munich.
Ha
escrito tres libros, sobre el Nacional—Socialismo y los judíos. “Schuld
und
Schicksal” —el más conocido— “Suedenboecke” y “NS—Verbrechen: Prozesse”.
“Schuld
und Schicksal” (Culpa y Destino) llevaba un subtitulo bien
significativo: “Los
judíos de Europa entre los verdugos y los hipócritas”; en él describe
el
cautiverio de su familia. Es compresible que no sea precisamente
favorable al
III Reich, pero tiene el suficiente coraje, moral y fisico, para
intentar ser
honrado. En una ocasión, su testimonio, solicitado por el Fiscal que
suponía,
por obvias razónes raciales, seria contrario a los acusados, sirvió
para salvar
de la horca a quince ex—guardianes.
Insiste
Burg en que la famosa “Endloesung” (o “Solución Final”) significaba la
emigración, voluntaria o forzosa, de los judíos de Europa, y no la
“total
liquidación de los judíos” (278). También analiza la fantástica cifra
de los
seis millones y afirma que “aún tomando como ciertas las cifras de los
más
desenfrenados cultivadores de esa Mentira, el número total de judíos
que, bajo
el control del régimen de Hitler fueron muertos, perdieron la vida en
acciones
bélicas, o murieron por causas naturales, no pudo exceder de
3.323.000”. (279).
He aquí un judío, un intelectual honrado, que, aún partiendo de la
muy
discutible certeza de las cifras de los peores cultivadores de la
Mentira,
reduce el Fraude de los Seis Millones casi a la mitad. Y añade Burg: “Y
los tres
millones de muertos incluyen a los que murieron por causas naturales,
perecieron en los raids aereos de los Aliados, fueron ejecutados como
elementos
subversivos o partisanos (280), siendo la cifra de partisanos judíos
superior
al millón y medio. Y recuerda Burg que el Derecho Internacional
considera a los
partisanos como asesinos armados que, tras su captura son reos de
ejecución.
Burg
comenta que “mientras los sionistas arman un gran alboroto sobre los
seis
millones de asesinados, y cobran, por ellos, fuertes sumas a titulo de
indemnizaciones, Israel tiene, al menos, un millón de esos muertos,
bien vivos,
colaborando en la construcción del nuevo estado”. (281).
Afirma,
además Burg que: “... Hoy nadie cree en esa cifra de los Seis Millones.
Ni los
acusadores judíos, ni los acusadores alemanes, ni la opinión mundial,
al menos
el sector bien informado de la misma”. (282). Esa cifra no es más que
“una
leyenda que no sirve para otra cosa que para envenenar relaciones
pacificas”.
(283). Y termina asegurando que “... los sionistas han obstaculizado
toda
investigación seria porque les consta que ella dernoliría la estafa de
los Seis
Millones.., lo cual no les interesa porque de los seis millones pueden
obtenerse más indemnizaciones que de, digamos, seicientos mil”. (284).
Burg
pagó su independencia de criterio y su honestidad intelectual con el
ostracismo
y la difamación, armas en las que el Sionismo es maestro. Fué expulsado
de la
Sociedad de Cultura Judía de Munich. Librerías que ofrecían sus libros
a la
venta fueron boicoteadas hasta que dejaron de ofrecerlos. Revistas que
los
anunciaban debieron retirar los anuncios, so pena de que numerosos
anunciantes
judíos, o de firmas bajo control judío, retiraran los suyos y
arruinaran a las
revistas en cuestión. En una ocasión en que llevaba unas flores a la
tumba de
su esposa, fué apaleado por unos gamberros de su raza, y una revista
judía
manifestó: ‘¡Ese fulano se ha merecido esa paliza, y cien palizas!”
Oswald
Rufeisen, un judío de Galitzia, practicante de la religión mosaica,
tenia
aspecto de ario, y ofreció sus servicios a los ocupantes alemanes, los
cuales
le nombraron Jefe de Policía de una ciudad (probablemente, Chust, en
Rutenia
Transcarpática), donde había un campo de tránsito para judíos, desde
donde se
les distribuía a los diversos campos de concentración. Su propósito era
ayudar
a escaparse a tantos correligionarios suyos como le fuera posible. Hizo
evadir
a centenares de ellos, hasta que un judío le reconoció como tal judío y
le
denunció a los alemanes, a los que solicitó una recompensa. De acuerdo
con las
leyes de la Guerra, los alemanes condenaron a muerte a Rufeisen, por
espía.
Rufeisen logró, no obstante, huir, y halló asilo en un convento de
Rusia
Blanca, de donde salió para actuar como un partisano. Al acabar la
guerrá,
Rufeisen, convertido al Catolicismo, ingresó en la Orden del Carmelo
como Padre
Daniel Rufeisen. Como tal, se fué a Israel y solicitó la nacionalidad
israelí , que le fué denegada, precisamente por haberse convertido al
Catolicismo. ¡El “democrático” Estado de Israel declaró que Rufeisen
ya no
era un judío!.
Rufeisen
regresó a
Europa y, en Alemania, basándose exclusivamente en fuentes oficiales
sionistas,
llegó a la conclusión de que en la contienda, y por todos los
conceptos,
no
habían podido perecer más de tres millones de judíos. Rufeisen daba por
sentado
que los tres millones de habitantes en el Estado de Israel no procedían
de
Europa e ignoraba el tremendo aumento demográfico de la Judería
Americana en la
década 1938—1948. Aún prescindiendo de tan decisivos datos, cortaba en
dos la
pretensión oficial sionista.
Ya
hemos hablado de
Aldo Dami, medio judío y casado con una judía, ex—cautivo de los campos
de
concentración nazis que, en su obra “Le Dernier des Gibelins” concluye
que el
número total de víctimas posibles judías fué de 500.000, aunque cree
que tal
total —repetimos, posible— no se alcanzó, y que la cifra debió ser de
unos
400.000 como máximo, y ello por todos conceptos. Dami, además, excluye
absolutamente la tesis de un genocidio oficial y programado desde las
altas
esferas nazis; sólo admite ocasionales abusos individuales, muchas
veces
sancionados por el Mando cuando éste se enteraba. El libro de Dami fué
objeto
de un verdadero boycot; tanto sus editores como los libreros que lo
ponían en
sus escaparates eran amenazados con la ruina. La crítica levantó contra
él el
muro del silencio.
Posiblemente,
el más
conocido de los judíos convertidos al Cristianismo sea el Doctor
Benjamin H.
Freedman, quien declaró (285) que la cifra de Seis Millones de judíos
exterminados por los Nazis era una verdadera estafa, y que a esa cifra
había
que quitarle, por lo menos, un cero y luego dividirla por dos. Es
curioso, pero
la cifra que resulta, es decir, 300.000, es la facilitada por la Cruz
Roja, como
victimas en los campos de concentración, de todas las nacionalidades y
no tan
solo judíos. Personalmente, opinamos que en dichos campos debieron
morir de
150.000 a 200.000 judíos, y que una cifra similar, como máximo, murió
en
acciones bélicas, a manos de los “Einsatzgruppen”, o de muerte natural.
El
Doctor Freedman,
igual que Burg, Dami o el Padre Rufeisen, debió soportar una verdadera
persecución por haber defendido la Verdad, osando atacar el Idolo del
Fraude.
Lo mismo le sucedió al anciano rabino Goldstein, quien, por haber
puesto de
manifiesto algunas exageraciones de los sionistas y afirmado que era
imposible
que los Nazis hubieran exterminado a Seis Millones, fué depuesto de su
cargo y
luego resultó víctima de un atentado por parte de un agente sionista.
¿COMO FUE POSIBLE?
¿Cómo fué, en efecto,
posible, que los orfebres del Idolo no consiguieran darle, al menos,
una
apariencia más verosímil? Que la técnica del lavado de cerebro consiste
en
convertir la Mentira en Verdad a base de repetir ad nauseam sobados
sofismas,
es bien sabido. Que la calidad del sofisma no influye para nada en su
aceptabilidad por la gran masa de lectores de periódicos y revistillas
lo sabe
cualquier técnico en Publicidad. Cuando se trata de lanzar un producto
al
mercado (un dentifrico, una motocicleta, un presidente de la República,
un
anticonceptivo o un mito histórico de proporciones escandalosas) se
plantea la
cuestión desde todos los ángulos posibles, solicitando a la potencial
clientela
al apelar a sus instintos, buscando sus puntos vulnerables, con una
técnica de
captación parecida a la de las peripatéticas de Montmartre al abordar a
los
noctámbulos.
Como
hay público para
todo, también la técnica publicitaria del lavado de cerebro adopta
diversos
ángulos de tiro para sus baterías. Para lanzar el Fraude histórico de
los Seis
Millones, un par de docenas de escritores de calidad literaria diversa
ha
puesto en circulación varias obras (algunas de ellas con pretensiones
de
documento) y también unas cuantas piezas teatrales. Han aparecido
incluso los
“comics”, o “bandes dessinés” de tanto éxito en Francia y hasta han
habido
individuos con ínfulas de filósofos que han parido mamotretos
supuestamente
científicos. Pero el “plato de resistencia” lo han cocinado, los
periodistas. Judíos
y no—judíos. Aquéllos, abanderados de la Causa, y éstos fieles
gregarios. Era
natural que así fuera, porque al fin y al cabo la mejor manera de
llegar al
hombre de la calle es a través del periódico. Cada vez más, el
periódico es
leido de pié en la cola del autobús, o tambaleándose en el “metro”,
haciendo
equilibrios para poder leer por encima del hombro del vecino, o en el
tren de
cercanías que nos lleva a nuestro puesto de trabajo. Se leen los
titulares y
alguna noticia a toda velocidad. Por supuesto, no se analiza, lo que se
lee
influyendo en ello la general idolatría por la letra impresa. Asi se
crea
la
llamada “Opinión Pública”, que no es otra cosa que la opinión de los
grupos de
presión que controlán los periódicos, actuando los periodistas de
correas de
transmisión.
En
parte porque el
nivel mental del hombre disuelto en la Masa es inferior al de una
criatura de
doce años y no es indispensable matar pulgas a cáñonazos, y en parte
porque, de
todos modos, el nivel intelectual de los periodistas no da para gran
cosa más,
ha sido posible llegar a lanzar un Fraude tan grotescamente hortera.
Aquí un
inciso. Acabamos de aludir al nivel intelectual de los periodistas, y
queremos
hacer una excepción. Esa excepción evidentemente se refiere a los
periodistas españoles,
indudablemente en la vanguardia no sólo de la inteligencia sinó de la
probidad
e integridad profesional. Durante cuarenta años de negra dictadura han
estado
utilizando un lenguaje clave que sólo la densa estupidez de algunos,
entre los
que nos contamos, no logró descifrar. Así, por ejemplo, cuando, con
cualquier
futil pretexto, expresaban en términos fervientes su “inquebrantable
adhesión”
al difunto Generalísimo o a los “principios sublimes y eternos del
Glorioso
Movimiento Nacional”, era evidente que debía leerse entre lineas y
comprender
que lo que ellos querían decir, y sabiamente decían en lenguaje
metafórico, era
que estaban hartos de dictadura y que los aludidos principios eran una
cretinez.
Dejamos,
pues, deliberadamente a parte a las falanges (con perdón) integrantes
de la
macedónica prensa hispánica, y nos limitamos a mencionar que, en el
resto del
Planeta, esos caballeros son —salvo rarísimas excepciones— la expresión
perfecta de una selección a la inversa. Los periodistas son
—recalcamos, menos
en España— los fracasados de todas las profesiones académicas. Las
tituladas
“escuelas de periodismo” no son más que el refugium peccatorum del
desecho
estudiantil, el chaleco salvavidas de los más ineptos miembros del
pelotón
de los torpes.
Esa cortedad
intelectual es complementada por una recia inmoralidad. No queremos
emitir un
juicio de valor. Nos limitaremos a reproducir las palabras del gran
periodista
John Swinton, que fué durante varios años redactor gerente del “New
York
Times”. Cuando se jubiló, sus colegas americanos, le dedicaron un
banquete. He
aquí unos fragmentos de su discurso al responder al brindis propuesto
por un
comensal en honor de la prensa independiente:
“No
existe la prensa independiente; si acaso podría existir en una pequeña
ciudad
rural. Vosotros lo sabeis y yo lo sé. No hay entre todos vosotros uno
sólo que
ose escribir su honrada opinión, y si lo hicierais, sabeis de
sobras que vuestro escrito no sería
nunca
impreso."
“Me
pagan 150 dólares semanales por no publicar mi opinión en el periódico
en que
trabajo. Otros, entre vosotros, reciben salarios similares por un
trabajo igual
al mío.., y si uno sólo de entre vosotros fuera lo bastante loco para
escribir
lo que piensa, para decir la verdad, se encontraría de inmediato en
medio de la
calle buscando un empleo."
“El
oficio de periodista en Nueva York, y yo creo que en todas partes,
consiste en
destruir la verdad, en mentir abiertamente, en pervertir, en envilecer,
en
reptar a los pies de Mammon, y en vender a su raza y a su patria por su
pan
cotidiano."
“Vosotros
lo sabeis. Yo lo sé. Por eso digo que es una locura beber a la salud de
una
prensa independiente."
“Somos
unas simples herramientas. Somos los lacayos de unos hombres ricos que
están
tras los bastidores. Somos unos polichinelas. Ellos mueven los hilos y
nosotros
bailamos. Nuestros pobres talentos, nuestras posibiidades y nuestras
vidas son
propiedad de otros hombres. Somos unos prostitutos intelectuales.”
(286).
Esos
prostitutos
intelectuales son los que lanzaron al pasto del público el Mito de los
Seis
Millones. En interés de la verdad histórica hay que estar agradecidos a
que
hayan sido precisamente ellos pues su pobre bagaje intelectual les ha
llevado a
cometer tales exageraciones y a incurrir en tan groseras
contradicciones que a
veces han obtenido efectos contrarios a los buscados.
Nos
limitaremos a
citar dos ejemplos. Uno de exageraciones, tipificado por el periodista
judeo—americano, aunque de origen alemán, y metido a escritor Robert
Neumann. Y
otros de contradicciones.
Este
Neumann, no
sabiendo ya que retorcida atrocidad inventar, consiguió —imaginamos que
en
pleno delirium tremens— parir este abominable engendro: según él, en
Auschwitz,
la manera de ejecutar a los judíos era la siguiente: dos guardianes
nazis iban
a buscar a la futura víctima a su barracón. Con la cabeza rapada y
vistiendo el
conocido pijama a rayas verticales, se integraba al fúnebre cortejo,
formado
por los guardianes y una orquestina que, interpretando canciones
populares
infantiles alemanas se dirigía a la “brausebad” (en alemán
“baño—ducha”, y en
clave, como sabemos “cámara de gas”). Allí era gaseado y luego llevado
al
crematorio. Entonces la orquestina se dirigía de nuevo al barracón y se
elegía
otro judío destinado al gaseamiento musical. (287).
Creemos
que huelgan
comentarios.
Vayamos
ahora con el
ejemplo de contradicciones.
El
Invierno de 1947
fué particularmente crudo en Europa. De hecho, el más frío en los
precedentes
cincuenta años. Reproducimos un párrafo de la revista “Mundo” (288).
alusivo a
este respecto:
“Antes
de que los
observadores meteorológicos indicasen que el descenso general de
temperatura
era el más grave que ha sufrido Europa desde hace cincuenta años,
noticias
aisladas habían llevado al conocimiento del público que los alemanes se
estaban
muriendo de frío y de hambre. En algunas zonas de Alemania la situación
era
particularmente grave. Las vías de comunicación, interceptadas por los
temporales impidieron el reparto de las pequeñas cantidades de
combustible y
alimentos destinadas a la población civil. Bastó con un descenso
relativamente
pequeño del termómetro para que comenzasen a aparecer cadáveres en las
calles
de Berlín, de Hamburgo, de Frankfurt. En Hamburgo murieron de frío unas
cuarenta personas entre el 1 y el 10 de Enero. En Frankfurt hubo que
hospitalizar, por congelación a casi un centenar. En Berlín ocurría
algo
semejante. Se registraron varios asaltos de la población civil a los
depósitos
ferroviarios de carbón y hubo de intervenir la fuerza pública. Muchos
alemanes
carecen hoy de viviendas. Viven en barracas construidas apresudaramente
y a
esto hay que añadir que comen muy mal y que carecen de carbón y de leña
para
calentarse. El día 19 de Enero, en un artículo que aparece en el
periódico
“Tages Spiegel”, autorizado por los norteamericanos, se decia ya que
ante los
hornos crematorios se amontonaban centenares de cadaveres, por falta de
sitio y
tiempo para incinerarlos. Las últimas estadísticas correspondientes a
Berlin
anunciaron cifras espeluznantes: entre el 15 y el 30 de Enero
fallecieron 55
personas, y hubo de ser hospitalizadas, por congelación o
inañición, nada
menos que 20.000”
Queremos
hacer
algunas observaciones a esa cita, que a nuestro juicio es definitiva:
a) Casi
dos años después de acabada la guerra,
bastaba un pequeño descenso de temperatura para que la gente se muriera
de frío
en Alemania, dada la escasez de leña y carbón para calentarse. Parece
lógico
que, en plena guerra, dos años antes, la situación fuera peor todavía y
en los
campos de concentración los reclusos también murieran de inanición y de
frío, y
no necesariamente mediante gaseamiento o a la parrilla.
b) Cuando
se llegó a una situación limite, en
Berlin se registraron varios asaltos a los depósitos ferroviarios de
carbón,
así como a los depósitos de víveres. Según Charles Lindbergh (289) los
soldados
americanos tenían prohibido entregar sus sobrantes de alimentos a la
población
civil, ante la cual dichas sobras se quemaban. En cambio, los judíos,
en una
situación limite todavía, seguían dócilmente a sus guardianes, tras la
orquestina, hasta la cámara de gas. Pero, según el ya citado Koestler
—judío y
comunista por más señas— los troskystas de su raza se défecaban cuando
los llevaban a rastas ante el paredón de fusilamiento sus carceleros
stalinistas.
Como se verá, la incoherencia es total.
c) El
“Tages Spiegel” autorizado (!) por los
norteamericanos. (Por cierto, ¿no huele esto a censura?), afirmaba que
ante los
crematorios de los antiguos campos de concentración nazis se
amontonaban centenares
de cadáveres por falta de tiempo material para incinerarlos. Es decir,
que los
famosos hornos crematorios de los campos de concentración no daban
abasto para
quemar los cuerpos de los que se morían de frío. Y ¿cuántas personas
morían de
frío, según el periódico alemán autorizado por los americanos? En
Hamburgo, la
segunda ciudad alemana, 40 personas en diez días. En Frankfurt, se
citan
cetenares de casos de hospitalizaciones por congelación, pero ningún
muerto. Y
en Berlin, la primera ciudad alemana, 55 personas murieron de frio e
inanición
en quince días. Y, no obstante, no lejos de Berlin estaban los campos
de
concentración de Ravensbruck y Sachsenhausen. No lejos de Hamburgo
estaba el de
Neuengamme. Los célebres hornos crematorios alemanes no llegaban a dar
abasto
para incinerar a cuatro cadáveres diarios. No daban abasto porque,
según el
“tages Spiegel” los cadáveres se amontonaban ante los crematorios por
falta de
tiempo y sitio para incinerarlos. Pero, en cambio, se nos asegura que
esos
hornos crematorios, que no tenían capacidad para incinerar cuatro
cadáveres
diarios, podian incinerar a miles durante la guerra.
Los
periódistas, que se
supone son unos entes preocupados siempre en desmitificar lo
establecido. y en
servir la Verdad al publico, sea ésta o no agradable, no fueron capaces
de
denunciar un tan flagrante contrasentido. Una contradicción interna de
tal
magnitud. para utilizar la jerga marxista. como la de esos miticos
hornos
crematorios capaces, según los cultivadores del Fraude de quemar cuatro
mil
cadáveres diarios durante la guerra. e incapaces de quemar cuatro
cadaveres al
dia dos
años
después, en tiempo de paz. Como fueron igualmente incapaces de hacer un
paralelismo entre lo que se asegura sucedió en los campos de
concentración
alemanes y el bombardeo de la ciudad hospital de Dresde. Y, no
obstante, el
paralelismo es tan evidente que parece mentira no se le haya ocurrido a
ningún
plumífero.
Dejemós
aparte que los
propios Aliados, desde Chuxcill en sus “Memorias” hasta el comodoro del
Aire
inglés. J.M. Spaight (290) reconocen que ellos fueron los precursores
de los
bombardeos aéreos contra la población civil, para provocar la
desmoralización
del adversario aunque las zonas bombardeádas carecieran del más mínimo
interés militar tal que pudiera suceder en los bombardeos Aliados de la
cuenca
industrial de Ruhr o en los bombardeos alemanes de la zona de fábricas
de
armamentos de Coventry o de las instalaciones portuarias de Londres.
Olvidémonos de todo esto y ciñamonos al paralelismo entre el caso de
Dresde y
el del Fraude, al que vamos a suponer verdad, a efectos puramente
polémicos,
por unos instantes.
Podríamos
decir que lo mismo
da llevar a las victimas a los hornos, que llevar los hornos a las
victimas.
Según los cultivadores del Fraude, el Alto Mando Alemán determinó matar
a un
cierto número de hombres, mujeres y niños, con la única condición de
que fuesen
judíos. El Alto Mando Aliado determinó matar a un cierto número de
hombres,
mujeres y niños, con la única condición de que fuesen alemanes. Se
buscó para
ello un medio idóneo, y para evitar riesgos se les alojó en campos de
concentración, donde se les iría quemando, previo gaseamientó. Los
Aliados
eligieron el mismo sistema, quemarlos, y también con el fin de
evitar
riesgos eligieron la ciudad de Dresde, donde no había ni artilleria. ni
aviones, donde habían enormes cruces rojas pintadas en las azoteas de
las
casas, y en la que el Oberkornmando de la Wehrmacht había prohibido el
tránsito
de sus tropas precisamente para evitar pretextos (291). El sistema de
quemar a
las victimas fué también el mismo. Se dieron las órdenes oportunas
-órdenes
verbales, en el caso alemán, arrancando desde Hitler, y llegando hasta
el Cabo
Jefe de parrillas Muller, de Auschwitz- y sistemáticamente se iban
quemando judios cada día, a promedios ridículos comparados con el
sistema
Aliado. Ese
sistema (el Aliado) estaba rigurosamente estructurado y las órdenes de
incinerar por vía aérea a las victimas alemanas se conservan en
documentos
oficiales, nunca han sido negados, y están a la disposición del
público. En una
sola noche, en Dresde, la Royal Air Force arrojó 600.000 bombas
incendarias,
5.000 bombas explosivas y miles de bidones de fósforo para activar la
horrorosa
pira. Es decir, los Aliados le indicaban a Hitler el sistema más idoneo
para
quemar judíos. Concentrarlos en un solo campo, por ejemplo en Auschwitz
y
bombardearlo con napalm y fósforo. Pero en cambio, el Führer que ya se
nos ha
dicho miles de veces que estaba loco, utilizaba el rudimentario sistema
de irlos
quemando uno a uno. Aún más, Hitler podía haber utilizado el sistema de
rehenes, tan clásico en las guerras. Igual que el Mariscal Montgomery,
ferviente anglicano por cierto, le dijo al Almirante Friedemburg que
intentaba
negociar la rendición de Alemania:
“Rendición
incondicional o exterminio en masa. De lo contrario los bombarderos
ingleses
convertirán a una ciudad alemana en un montón de cenizas, de modo que
ningún
niño alemán quedará con vida”, también Hitler hubiera podido decir que
por cada
ciudad bombadeada en la cual no hubieran objetivos miitanres ni defensa
antiaérea, se realizaría, por la Luftwaffe, un bombardeo similar,
utilizando
fuerzas parecidas a las utilizadas por los Aliados, sobre los campos de
concentración llenos de judios o prisioneros de guerra. Pero no. Tal
idea no se
le ocurrió a Hitler, el loco.
Hasta un periodista puede comprender que matar alemanes en Dresde o matar judíos en Auschwitz requiere una misma sistematización. Y hasta un periodista comprendería también la diferencia entre los dos casos. Que de lo de Auschwitz no ha quedado ni una sola prueba, a no ser que estemos dispuestos a aceptar como tal la palabra de honor del Honorable Gomulka. mientras que los de Dresde. desde Churchill hacia abajo, todos lo han reconocido y las órdenes cursadas existen, habiendo escrito sobre ello un libro demoledor un periodista judío honorisima excepción que confirma la regla de su profesión - David Irving, quien afirma que allí murieron entre 250.000 y 400.000 personas, ancianos, mujeres y niños, y casi medio millón más quedaron desfiguradas, achicharradas para el resto de sus vidas, a menos que fueran muriendo en los días inmediatos al horroroso bombardeo.
Hasta
un periodista,
en fin, comprendería que una decisión como la de matar seis millones
de judios
no podia salir de Hitler ni de ninguna personalidad responsable del
Gobierno
Alemán, pues poseyendo. los neurogases jamás se ordenó una acción como
la de
Dresde. Cien bombarderos bastaban a Hitler para ordenar bombardear una
ciudad
similar a Dresde y causar cinco veces más bajas, en lugar de 3.000 (mil
en cada
oleada) utilizados por los ingleses en un bombardeo que causó más
muertes que
las dos bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki juntas.
Es el
colmo del
absurdo pensar que Hitler gasease judios en forma individual si
colectivamente
podía matar con 400 toneladas de gas, utilizando
Hitler disponía de diez mil toneladas de gases, capaces de matar a cien milIones de personas y ni siquiera las tiró sobre los campos de concentración que iba abandonando. ¿Es esto coherente? ¿Es esto lógico? Dos simples aviones con neurogases, tres como máximo, hubiesen bastado para eliminar a toda la población penal del campo de Auschwitz antes de la llegada de los rusos, o, mejor, el mismo día en que éstos llegaran. Bastaba una simple orden de Hitler. Esa orden no se dió. Pero si la dió Churchill para Dresde, o Truman para Hiroshima.
Lo
que nos parece más demencial de todo este incoherente asunto es el
modus
operandi atribuido a los Nazis por los cultivadores del Fraude. En
efecto. He
aquí cómo procedían los alemanes en su supuesta cacería de hebreos a lo
largo y
ancho de
la Europa por ellos ocupada:
1)
Localización de los judios, en cada
ciudad. Detención de los mismos. Apertura de fichas o expedientes
individuales.
Concentración en un campo de tránsito local, para que se precisaban
camiones,
instalaciones provistas de agua y facilidades sanitarias por
rudimentarias que
se quieran suponer. Más guardianes, administrativos, chóferes,
mecánicos,
fontaneros, etc.
2)
Expedición de los judíos, cuando su
número lo justificara, por tren (aunque fuera en trenes de mercancías),
o por
camión. En el primer caso, hay que tener en cuenta que la comunidad
judía de Burdeos,
pongamos por caso, necesitaba para llegar a su destino final, en un
campo de
Alemania Central u Occidental, no menos de tres trenes: Burdeos—París;
París—Estrasburgo, y luego otro tren en trayecto alemán como mínimo.
Para ir a
Auschwitz necesitaba como mínimo dos nuevos cambios de tren.
3)
Dotación de un cuerpo alemán de
guardianes, ferroviarios, mecánicos, cocineros, enfermeros (¡Perdón,
señor
periodista!, estamos dispuestos a admitir a efectos polémicos, que los
enfermeros no eran para los judíos. Pero si hacían falta para los
alemanes
acompañantes. ¿O no?).
4)
Dotación de servicios auxiliares y de
control alemanes en las tres o cuatro etapas —como mínimo del viaje.
5)
A su llegada a Sobibor, o a Auschwitz,
corte de pelo, despiojamiento y suministro de traje a rayas, con la
estrella
de David bordada en el pecho y en la espalda.
6)
Gaseamiento
individual o en grupo. En el primer
caso, amenizado por una orquestina que interpreta canciones populares e
infantiles teutonas. Las victimas, tranquilamente, se dirigen por su
propio pié
y sin ofrecer resistencia, a tomar la ducha. Por que se les ha dicho
que se
trata de una ducha. Y ellos, a pesar de que no ven regresar a los
‘duchados” no
sospechan nada. ¡Son tan confiados, los judíos! Los nazis se llevan a
sus compañeros
de cautividad, “a tomar una ducha”, y nunca vuelven de tal ducha. En
cambio,
ven aparecer (según nos informa la literatura concentracionaria)
camiones
llenos de dientes de oro, y de cuerdas hechas con pelo humano y no
sospechan
nada. Porque si sospecharan habría que llevarles a la “ducha” a
rastras, por
mucho que los nazis amenizaran el acto con una orquestina (!). Para
lograr el
gaseamíento, los alemanes se olvidan de los neurogases que poseen en
cantidades
industriales y, originalmente, deciden emplear el Zykion B, un
insecticida.
7)
Una vez gaseados
los judíos, son introducidos en un crematorio hasta ser convertidos en
cenizas.
Como se
comprenderá
los puntos 6 y 7 son completamente incoherentes con los cinco primeros,
que son
comprensibles y lógicos. Porque para llegar a ese resultado bastaba con
ejecutar a los judíos sobre el terreno, en Burdeos, en Belgrado, en
Oslo, o en
Byalistok, de un tiro o de un martillazo en la región occipital,
ahorrándose
tiempo, hombres y gastos los verdugos nazis. Y creer que no hicieron
tal por
guardar el secreto nos parece insultante para el sentido común de un
periodista. ¿Cómo va a guardar él secreto de algo en que están
involucrados
varios millones de personas? Porque ya no se trata de sólo seis
millones de personas.
Sino de sus compañeros de cautividad. Y de sus carceleros. Y de sus
verdugos. Y
de las poblaciones civiles que han debido forzosamente ver a esa
inmensa masa
de judíos deportados a través de Europa.
Sencillamente
imposible.
¿ CUI PRODEST...?
Un
viejo aforismo
jurídico, que hemos heredado de los romanos, asegura “Is fecit cuí
prodest”,
refiriéndose al probable autor de un delito. Esto es, quien ha cometido
un
determinado delito suele ser aquel que de la comisión del mismo saca
algún
provecho. Pues bien: ¿A quién aprovecha esta monstruosa estafa de los
Seis
Millones?
La
explotación
deliberada de la leyenda del Holocausto, para obtener de la misma
ventajas
políticas y financieras ha puesto de acuerdo a la Unión Soviética y a
Israel.
Cuando decimos Israel, evidentemente, no nós referimos tan sólo al
Estado
impuesto en Palestina por votación de las Naciones Unidas poco después
de
acabada la Segunda Guerra Mundial. Por Israel nos referimos al
Sionismo, grupo
de presión internacional, que se irroga la representación de todos los
judíos,
estén dé acuerdo, todos ellos, individualmente, o no lo estén.
Inmediatamente
después de acabadala última contienda mundial empezó, como hemos visto,
la
campaña de denigración sistemática de Alemania, aunque el apogeo de esa
campaña
se inició a partir de 1950, con una verdadera avalancha de libros y
películas
falaces sobre el supuesto exterminio, todo ello bajo la égida
de dos organizaciones cuyas actividades se hallan
sincronizadas de manera tan notable que todo lleva a creer que actúan
de manera
concertada. La primera de estas organizaciones es el “Comité de
Invertigación
de Crímenes y Criminales de Guerra”, domiciliada en Varsovia, y bajo
los
auspicios de comunistas polacos, de raza judía. La segunda es el
“Centro
Mundial de Documentación Judía contemporánea”, de Tel-Aviv y París, y
aparece
bajo el patrocinio de judíos de nacionalidad israelí y francesa.
Sus publicaciones
aparecen, siempre, en los momentos favorables del clima político y
tienen un
doble objetivo: para la Unión Soviética, mantener vivo el miedo al
Nazismo lo
que debilita y divide a sus adversarios y distraer la atención sobre
sus
propias actividades. Para Israel, el Fraude tiene consideraciones más
bien
materiales, sin olvidar tampoco las políticas. Cuando a un mundo
desinformado y
embrutecido se le repite millones de veces la palabra “Auschwitz”, será
muy
difícil conmoverle con las palabras “Deir Yassin” o “Kybia”, y aún
cuando algo
transpire de lo que sucedió en esas ciudades árabes de Palestina (293)
quedará
ahogado por el clamoreo de las vestales del Idolo intocable de los Seis
Millones. Por otra parte, para el estado implantado en Palestina, se
trata de
justificar, mediante un número proporcional de cadáveres las sumas
enormes
entregadas cada año a Israel por el Estado de la República Federal
Alemana, a
título de reparación de guerra. Esta indemnización, o reparación de
guerra, o
daños e intereses, o como quiera denominársele, no tiene ninguna base
moral ni
legal, toda vez que el Estado de Israel no existía en el momento en que
tuvieron lugar los pretendidos asesinatos masivos de judíos en Europa.
Pretender,
como se ha hecho, que el Estado de Israel es el heredero de los derecho
de los
judíos alemanes, polacos, rusos, franceses, húngaros, eslovacos,
bálticos, etc..., es afirmar que el judío, esté donde esté, haya nacido
donde haya
nacido,
es, por encima de todo, un judío. Podría defenderse, en la hipótesis de
que el
Holocausto fuera cierto, y no una superchería como es en realidad, que
las dos
Alemania —y no solamente la Federal— pagaran indemnizaciones a los
estados de
los que los pretendidos gaseados eran originarios, es decir, a Francia,
Polonia, Hungría, Italia, etc..., pero nunca a un estado que ni
siquiera
existía cuando el supuesto genocidio tuvo lugar. Decir que un judío es,
antes
que nada, un judío, con independencia del color del pasaporte, lo dijo
hace un
siglo el padre del Sionismo Moderno, Theodor Herzl (294), con el que,
en este
aspecto, estamos totalmente de acuerdo, y no porque nos parezca lógico
ni
justo, sino porque es un hecho. Pero entonces, como dice el proverbio
anglosajón “no podemos comernos el pastel dos veces”. O un judío
francés es,
antes que nada, y por encima de todo, un francés, o es antes judío y
sólo en
segundo lugar, supletoriamente, francés. En tal caso, no es lógico que
goce de
los derechos de un francés, y si sólo de simple residente en Francia.
De este
sencillo supuesto partió Hitler. Y es curioso que quien le dé la razón
sea no
sólo el citado Herzl, sino uno de los mayores enemigos —de Hitler-. y
contemporáneo suyo: el rabino Stephen Wise (a) Weis, cuando afirmó que
él era
“americano desde hacía sesenta años, y judío desde hacia sesenta
siglos”.
La
pretensión del Estado de Israel a ser el heredero de los derecho de los
judíos
aunque hayan nacido fuera de Palestina, es, pues, indefendible desde el
punto
de vista legal, mientras que desde el punto de vista mora! sólo podría
defenderse si se acepta la tesis hitieriana de que el judío es,
primordialmente
judío, esté donde esté. Y decimos “podría” porque debiera partirse del
supuesto
de que el Holocausto pertenece a la realidad y no al reino de las
utopías.
El
Fraude debe ser mantenido incólume a toda costa, ya que el presupuesto
del
estado de Israel es regularmente deficitario, y solamente puede ser
nuevamente
puesto en pie gracias a las indemnizaciones alemanas y a las
subvenciones de
unas cuantas grandes bancas judías. No obstante, el peso de la
manutención del
estado de Israel recae en el titulado estado de la República Federal
Alemana,
quien, hasta 1975, había pagado al gobierno de Tel -Aviv, la cifra de
52.400.000.000 marcos, estando previstos hasta 1980 otros
27.600.000.000
marcos. En total, pues, 80.000 millones de marcos, es decir unos dos
billones y
medio de pesetas (de 1978) (295). Además, Israel ha recibido, en
mecancías
solamente, el
equivalente de 750 millones de dólares, a saber, sesenta unidades
navales,
cinco centrales térmicas construidas por Alemania Federal en Israel,
modernización del sistema ferroviario y del puerto de Haifa,
contribución a la
canalización del desierto del Negev, equipo para la explotación de una
mina de
cobre, tractores, maquinaria, herramientas y 190 millones de dólares en
petróleo. (296).
Alemania
Federal paga, además, reparaciones a titulo individual. Una revista
americana
de gran tirada (297) cita algunos casos extraordinarios: tal hombre de
negocios
judío, que afirmaba haber sido torturado por los alemanes, y que ha
recibido,
hasta hoy, 32.500 dólares a titulo de indemnización y que recibe,
además, una
“compensación” mensual de 220 dólares; tal viuda de un dentista judío,
que
emigró de Alemania en 1939 se instaló en Africa del Sur, donde murió en
su cama
cinco años más tarde, viuda que recibió una “indemnización” de 25.000
dólares
y debe recibir aún una “compensación” suplementaria de 7.000 dólares;
tal
rabino instalado en el Brasil, que recibe una pensión mensual de 500
dólares;
tal judío de Sydney (Australia) a quien conocemos personalmente, y que
recibió
una indemnización de 10.000 dólares en 1968. Motivo: su padre emigró de
Alemania en 1937 y debió vender su fábrica de jabón.
Las
más inverosímiles demandas de indemnizaciones, siempre que procedan de
judíos,
tienen, invariablemente, buen fin. Por ejemplo: un judío que intentó
enrolarse
en el ejército, en 1936, fué rechazado por motivos raciales. Los
alemanes no
querían judíos en su ejército. Ese judío, ahora sexagenario, reside en
Israel,
y, aparte de una pensión como ex-internado en Auschwitz (¡otro
superviviente!),
cobra una “compensación” de 187 dólares mensuales del Gobierno de Bonn.
Este
caso nos ha parecido curiosisimo. ¿A titulo de que percibe una
“compensación”
ese judío? ¿Para compensarle de no haberle permitido los nazis ingresar
en la
Wehrmacht y ser un buen soldado, en cuyo caso pudiera haber sucedido
que un
disparo suyo alcanzara a uno de los escasos judíos que estaban en
primera
línea? ¿O tal vez para compensarle de que no le hubiera permitido ser
un mal
soldado, tal vez un saboteador? Sería, ciertamente, instructivo, saber
por que se
queja —y para calmarse percibe una pensión, al cabo de más de cuarenta
años—
este israelí . ¿O tal vez hay que llamarle alemán? ¿O judeo—alemán? ¿O
alemán
de religión judía?
Claro
que —como la perfección, ya se sabe, no es de este mundo— a veces
suceden
accidentes. Por ejemplo, el profesor Hans Deutsch, un abogado judío,
obtuvo
ochenta y. cinco millones de marcos, en concepto de indemnizaciones,
del
Gobierno de Bonn, para varios clientes correlegionarios suyos. Luego,
sintiéndose cada vez más seguro de si mismo, reclamó treinta y cinco
millones
de marcos que era el valor que él atribuía a la colección de objetos
artisticos
Havatny, que, según él, había sido robada por los Nazis. A causa de una
serie
de contradicciones entre los testigos del cargo, pudo probarse que los
Nazis no
eran quienes habían robado esa colección, y el Profesor Deutsch fué
condenado a
dieciocho meses de cárcel. Por tonto. No por estafador. Porque si
hubiera sido
listo, y en vez de tomar sus deseos por realidades, no hubiera dado por
supuesto
que los ladrones eran necesariamente Nazis y hubiera investigado,
habría
descubierto que el “expolio” de las obras de arte, en Europa, era un
bien
montado negocio de correlegionarios suyos, puesto en marcha a partir
del
final
de la guerra.
Las
“reparaciones” de Alemania Federal a Israel deben terminar, totalmente,
en
1980. Decimos “totalmente” porque el término “reparaciones” cubre
diversos
conceptos, tales como “indemnizaciones”, “retroacciones”, “acuerdo
Ahora
bien, para substanciar la perpetuación del chantaje al Gobierno de
Bonn, es
preciso, dada la total ausencia de pruebas que evidencien la realidad
del
Fraude, crear una atmósfera emocional que justifique, a los ojos de las
masas
ignorantes, las nuevas punciones, necesarias a la supervivencia del
Estado de
Israel y a los intereses políticos de la Unión Soviética.
Esa
atmósfera a que nos referimos ya la crearon, en su día, los llamados
“mass
media” —Prensa, Radio, Cine, y best—sellers folletinescos de gran
tirda,
estilo Ana Frank—, pero el tema, como todo, se ha ido gastando. La
gente cada
vez lee menos libros, las mentiras habituales de la Prensa la van
desprestigiando cada día más, hasta el punto de que las únicas
secciones que se
leen con interés, por la mayoría, son las deportivas, y la Radio ha ido
perdiendo
terreno en beneficio de la Televisión. Este es el nuevo “ídolo” del
hogar y a
él han dirigido su atención los poderes fácticos que moldean la llamada
opinión
pública de acuerdo con sus intereses. Prácticamente todas las cadenas
de
Televisión, tanto occidentales como orientales, están dirigidas por
judíos que,
en Occidente al menos, son, además, sionistas, y los programas siempre
están
orientados de modo que todo lo relacionado con los judíos en general y
los
sionistas en particular aparezca desde el ángulo más favorable posible.
Ahora
bien, los engendros sobre el Gran Fraude eran, hasta ahora,
relativamente
escasos. Pero ante la necesidad de “relanzar”, de reactivar el clima
para
hacerlo propenso a la perpetuación del chantaje, era necesario acudir a
la
pequeña pantalla, para martillear retinas, oídos, y cerebros del hombre
disuelto en la masa, violando su intimidad y la de su familia, mediante
un
lavado de cerebro que aniquila la capacidad de raciocinio de los más.
En
Abril de 1978 apareció, en la Televisión Americana, y en todas sus
cadenas, una
serie titulada “Holocausto”, auspiciada por la “Jewish Anti Defamation
League”
(Liga Anti Difamatoria Judía), entidad de todo poderosa influencia en
los
Estados Unidos, y cuya misión práctica consiste en suprimir o atenuar
cualquier
noticia no favorable a los intereses judíos en los grandes medios de
comunicación.
“Holocausto”
es, según se asegura en la presentación del “show”, una historia real.
La
historia de la familia de un doctor judío en Alemania, antes de la
guerra.
Luego, hay otra familia, alemana, de raza aria, la cual es ayudada por
la
familia judía. Más tarde, el hijo de la familia alemana se convierte en
un
bestial oficial SS, siempre presionado por una esposa ambigua. Los
“pobres
judíos” son enviados a un campo de concentración y sus vidas estan en
las manos
del oficial alemán cuya familia fué ayudada antaño, por el doctor
judío,
etcétera, etcétera, etcétera. Se asegura que este film no puede ser
visionado
sin la compañia de unos cuantos pañuelos. “Holocausto” es la película
serie,
más cara de toda la historia de la Televisión, y la promoción y
propaganda
que se le ha hecho a través de todos los medios de difusión ha sido
igualmente
la más aparatosa que se recuerda.
Todas
las personas relacionadas con el laborioso parto de este film son
judías. El
libro ha sido escrito por Gerald Green (Greenberg), Herbert Brodkin y
Robert
Berger (Golberger). Se trata de una extravagancia de nueve horas y
media, en
cuatro series de unas dos horas y media cada una, amazacotada dentro
de
doscientos millones de cabezas, para instalarles un sentimiento de
culpabilidad, pues para algo se dice en la introducción de “Holocausto”
que “lo
que sucedió en Alemania pudo haber igualmente pasado en cualquier otro
lugar de
América o de Europa”.
Los
derechos de esta cinta han sido adquiridos por las principales cadenas
de
Televisión de Europa, con la Televisión de la República Federal Alemana
en
primer lugar.
Como
hemos dicho se ha pretendido que “Holocausto” era una historia “real”.
Como
tantas cosas que se dicen relacionadas con el tema del Fraude, ello es
falso.
En la revista “Thunderbolt” en 1978 apareció una reproducción de un
contrato
concluido entre “Bantam Books” y el autor de Holocausto, en el que se
reconoce
explícitamente que ese libro es una NOVELA, cuyo autor es G. Creen y
está
basada en la historia de dos familias FICTICIAS. Incidentalmente, nos
enteramos
que Berger y Brodkin no son más que los adaptadores de la novela a la
TV,y de
que el director es M. Chomsky. Finalmente, el editor de la novela es S.
Apfelbaum. Todos estos indivíduos son judíos.
De
una cosa estamos seguros. Cuando ‘Holocausto” llegue a Europa, y se
imponga, a
través de todas las cadenas de Televisión, públicas y privadas, a las
gentes,
se preparará otro “show” televisivo, o se descubrirán, muy
oportunamente, en
una buhardilla, las “memorias” de un niño paralítico, perseguido por
los nazis.
Entonces se hará una edición especial de un par de millones de
ejemplares, la
Prensa, la Radio y la Televisión actuarán de caja de resonancia. se
volverá a
hablar ad nauseam del Gran Fraude, e Israel volverá a obtener
substanciales
reparaciones de la República Federal. Y vuelta a empezar.
En
la presente obra nos hemos limitado a la demolición del Fraude, el
mayor y más
vergonzoso de la historia de la Humanidad. No hemos querido ocuparnos
de una
comparación de la conducta general de Alemania. en la pasada guerra,
con la de
los Aliados, tanto soviéticos como Occidentales. Ello lo deja. mos para
otra
ocasión. Nos limitaremos a exponer que al final de la contienda y
durante
treinta y tres años, se ha ido ejecutando a miles de vencidos e
imponiendo
diversas penas a cientos de miles, sin que ni uno solo de los
vencedores haya
sido acusado de crímenes de guerra. Esto sólo ya demostraria, si fuera
necesario, la absurdez del maniqueísmo instaurado, con pretensiones de
Justicia, cuando se callaron los cañones empezó a hablar la Venganza,
hipócritamente disfrazada de Moral. Esto sólo ha sido posible porque
los medios
de comunicación, tanto en las democracias occidentales como en las
pópulares se
hallan en manos, ya de sionistas, ya de individuos sirviendo a
intereses
sionistas, directa o indirectamente; dichos medios de comunicación
constituyen
la máquina de mentir más perfecta que se ha inventado, mucho más
perfecta de lo
que individuos dotados de criterio independiente imaginan:
También
sin ser objetivo, el contenido de esta obra implica una relación con
Palestina.
La ‘justificación” que los judíos —se presenten o no como sionistas—,
dan para
la expulsión de los árabes de Tierra santa se apoya en la leyenda de
los Seis
Millones en gran parte. Naturalmente, el argumento es tan débil que no
merece
ni la denominación de tal; Palestina no fué invadida por Seis Millones
de
judíos muertos, ni por un sólo judío muerto, sino por dos o tres
millones de
judíos vivos. Y, en todo caso, no parece susto, ni razonable, ni
equitativo, ni
digno de un cerebro normal, hacer que los árabes paguen por lo que se
afirma
que los alemanes hicieron a los judíos en Europa. Se ha dicho que
Israel es un
refugio para los perseguidos. Esto es falso. Nadie persigue ahora a los
judíos.
Y, por otra parte, no se ha admitido en Israel a todos los que tuvieron
dificultades con los Nazis. Ya hemos visto el caso de Rita Eitani, y el
del
Padre Rufeisen. En Israel son admitidos a residir como nacionales sólo
judios
de raza, que no hayan adoptado otra religión, e independientemente de
que hayan
o no hayan tenido problemas con los Nazis.
El
Fraude de los Seis Millones, pues, sirve para perpetuar el chantaje a
Alemania
Federal, que subvenciona el inviable y artificial estado israelí . Tam
bién
sirve de caución moral a Israel, con la falacia del “estado-refugio”.
Paralelamente, sirve, como hemos visto, los intereses de la Unión
Soviética, al
presentarse al pueblo alemán como un atajo de salvajes, capaces de
perpetrar un
genocidio sin par en la historia del mundo.
CONCLUSION
Creemos
haber demostrado, en las páginas precedentes, los siguientes puntos:
1)
Los Nazis querían que los judíos emigraran; de Alemania, primero. De
toda
Europa después. Pero no querian liquidarlos físicamente. De haberlo
querido,
más de quinientos mil judíos no estarían actualmente en Israel cobrando
indemnizaciones de Alemania Federal. Si algo les sobró a los Nazis para
exterminar a los judíos fué tiempo. Seis años desde que empezó la
guerra y doce
desde que tomaron el poder, muy democráticamente por cierto.
2)
Es un hecho histórico que los Nazis intentaron solucionar el problema
judío a
base de facilitar su emigración ordenada a otros paises. Las grandes
“democracias”, que mantenían inexplorados y vacíos inmensos territorios
no
dieron ciertamente facilidades. El poderoso movimiento sionista no
presionó
tampoco para activar una emigración ordenada, tal como deseaba Hitler.
A tal
movimiento político incluso le convenía que algunos cientos de miles de
correlegionarios suyos pasaran penalidades en Europa. Penalidades que
luego se
cobrarían al ciento por uno, política o económicamente, y ayudarían a
mantener
la cohesión del Judaísmo. Hitler ofreció una solución del problema
judío en el
discurso ante el Reichstag el 6 de Octubre de 1939, después de la
campaña de
Polonia. A parte de proponer la paz, el punto 3º de su discurso versó
sobre “Un
intento de ordenar y solucionar el problema judío”. Su propuesta no
halló el
menor eco en los gobiernos de las democracias occidentales.
3)
Ni un sólo judío fué
gaseado en Alemania y
Austria, y cada vez hay más pruebas de que tampoco ocurrió en
Auschwitz. Está
demostrado que las pretendidas pruebas presentadas sobre los supuestos
gaseamientos en Auschwitz son burdas mentiras, culminadas con el
milagro
atribuido a los Nazis, capaces de dinamitar las cámaras de gas, para
hacer
desaparecer las huellas de su crimen, sin que los crematorios, que se
hallaban
en el piso de encima, según las autoridades polacas, sufrieran daño
alguno.
Hubo
ciertamente crematorios para incinerar a los que habían muerto por
diversas
causas, incluyendo los genocidas raids aéreos de la aviación Aliada.
4)
La mayor parte de los
judíos que perecieron
en pogroms lo fué a manos de las poblaciones civiles antes de la
llegada de la
Wehrmacht, la cual estaba interesada en el la mano de obra o “manpower”
que podían
representar
los judíos en la industria y la agricultura.
5)
La mayor parte de los
judíos que perecieron
a manos de los alemanes eran elementos subversivos, espías o
partisanos. En
muchas ocasiones, también, los judíos eran víctimas de las represalias
contra
las actividades dé los citados partisanos. Las ejecuciones de rehenes,
con todo
lo lamentables que puedan ser, están previstas en todos los códigos
militares
del mundo, y su justificación radica en la existencia de los propios
partisanos. Son éstos los que rompen la barrera entre combatientes y
no—combatientes al no llevar uniforme y refugiarse en el anonimato de
la
población civil. Lo que pueda sucederle a éste será responsabilidad de
los
partisanos, que actúan fuera de las leyes de la guerra, y no del
ejército
regular.
También
perecieron muchos judíos, en los campos de concentración, ejecutados
por actos
de sabotaje (298). La ejecución de saboteadores en tiempo de guerra
está
igualmente prevista en los códigos militares, y no sólo en el alemán.
6) Si
fuera cierto que los Nazis ejecutaron, de
hecho, a Seis Millones de judíos, el Judaísmo solicitaría subsidios y
más
subsidios para fomentar las investigaciones sobre el Genocidio, e
Israel
pondría
sus archivos a disposición de los historiadores. Ni el Judaísmo ni el
estado de
Israel lo han hecho así. Muy al contrario, a todo aquel que ha
intentado
estudiar el problema seriamente lo han boicoteado, moral o
materialmente. Esto
constituye, a nuestro juicio, una prueba moral de que la cifra de los
Seis
Millónes es una estafa.
7)
No
hay ni una sóla prueba material de la comisión de un Genocidio
deliberado. Hemos demostrado que la
cifra de
Seis Millones de gaseados es demográfica y materialmente imposible, así
como
técnicamente irrealizable. El modus operandi descríto por los autores
del Mito
es farragoso, innecesaria y ridículamente complicado y de un costoso
prohibitivo
en tiempo de guerra.
Los
testimonio
aducidos (Hoettl, Hoess, Eichmann, Gerstein) son inválidos: a) por
haber sido,
según es público y notorio, obtenidos bajo coacción. b) por no haber
sido
posible someterlos a contrainterrogatorio de la defensa, lo cual los
descalifica automáticamente.
8)
Son
los acusadores los que tienen la obligación de presentar la prueba de
que los
Nazis gasearon a Seis Millones de judíos, y no los acusados Nazis. El
fardo de
la prueba recae, en todos los países civilizados, en el acusador, y no
en el
acusado. Demostrar una verdadera culpabilidad es mucho más fácil que
demostrar
una verdadera inocencia. ¿Cómo va a poder demostrar, el hombre más
honrado del
mundo, que nunca robó nada a nadie? Es el acusador quien tiene que
demostrar sus
cargos. Por tal motivo, los juicios contra antiguos SS, guardianes de
campos de
concentración, a los que se declara a priori miembros de organizaciones
criminales y deben demostrar su inocencia sobre hechos que se suponen
acaecidos
hace treinta y cinco años, no son más que linchamientos legales.
9)
La demostración
obvia de que la cifra de Seis Millones no tiene ningún fundamento nos
la da el
hecho de que los propios historiadores, escritores, publicistas y
políticos
judíos, sionista o no, presentan discrepancias verdaderamente ridículas
en sus
cálculos. Tras hacer firmar al desgraciado Gerstein (suponiendo que
existiera)
que los Nazis asesinaron a 45 millones de judíos, y luego, dos meses
más tarde,
reducir la cifra a 25 millones, para dejarla en “20 millones y pico”
(sic) se
descendió gradualmente a once millones, luego a ocho millones y
finalmente se
estabilizó la cuenta en la cifra de Seis Millones. Esta cifra perduró
casi
veinticinco años, en realidad aún perdura, pero coexiste con nuevas
cifras.
Por ejemplo, el Fiscal del Proceso Eichmann citó la cifra de 5.700.000,
pero el
Juez en sus conclusiones rehusó complicarse la vida con cifras y habló
de
“varios millones de inocentes judios”. (299) William Shirer el buda de
los
historiadores judíos, asegura que los Nazis asesinaron a cuatro
millones de
judíos (300). Josef G. Burg deja la cifra en 3.323.000 y aún se cubre
con la
frase de que “a tal cifra se llega tomando como ciertas las cifras de
los más
desenfrenados cultivadores de esa Mentira” (el supuesto Genocidio). El
Padre
Daniel Rufeisen corrige ligeramente las cifras de Burg y cifra el
número total
de judíos muertos en el transcurso de la contienda —por todos
conceptos,
incluyendo las causas naturales— en unos tres millones, como máximo.
Aldo Dami
—medio judío y casado con una judía— da la cifra de medio millón,
también como
máximo. Y el doctor Listojewski, un judío californiano, tras estudiar
durante
dos años el problema, afirma que el número máximo de judíos que
perecieron
durante el periodo hitleriano osciló entre 350.000 y 500.000 y remacha
“Si
nosotros, los judios, aseveramos que fueron Seis Millones, es una gran
mentira
(301). Finalmente, el judío americano, Doctor Freedman, como ya hemos
visto,
cree que la cifra de bajas judías no excedió de las 300.000 mientras
niega en
redondo la Mitología del Holocausto.
10)
El
mutismo de la Cruz Roja Internacional y del Estado Vaticano como
institución,
tanto durante la guerra como al final de la misma, sobre el plan
genocida
oficial u oficioso ideado y puesto en práctica por los Nazis para
exterminar a
los judíos, demuestra que tal plan no existió.
11)
En
número aproximado de bajas sufridas realmente por los judíos se sitúa,
en
nuestra opinión, entre 250.000 y 400.000. Esas cifras representan, para
nosotros, el mínimo y el máximo. La razón de tan importante diferencia
estriba
en la absoluta falta de credibilidad de los testimonios emanados de
fuentes
rusas o polacas, y también del hecho de que a veces los judíos son
catalogados
como tales en las estadísticas, y a veces como rusos, polacos, etc,. No
obstante, y remitiéndonos a lo que manifestamos en el epígrafe
“¿CUANTOS
MURIERON EN REALIDAD?” creemos que la cifra debe situarse alrededor de
los
300.000. Damos por supuesto que un tercio de las personas muertas en
campos de
concentración eran judías (no debemos olvidar que los prisioneros de
guerra
rusos se contaban por millones), y si, según la Cruz Roja Internacioñal
murieron en los campo de concentración unas 395.000 personas podemos
desglosar
las bajas de la siguiente manera, en lo que concierne a los judíos:
unos
130.000 en los campos de concentración, a causa de infecciones, mala
alimentación al final de la guerra, causas naturales, bombardeos
aéreos, y,
eventualmente, malos tratos de algunos guardianes, entodo caso,
individuales y
a espaldas del mando. Debe, además, insistirse en que las condiciones
de vida
de los internados empeoraron cuando los alemanes entregaron la
administración
interna de los campos a los “kapos”, es decir a los propios internados.
Unos noventa
mil en acciones bélicas a manos de los “Einsatzgruppen” (esta cifra es
la
máxima que se ha admitido por los propios judíos que pretenden ser
historiadores). Y podemos cifrar el resto de los muertos judíos (a
causa de su
participación en los movimientos de resistencia occidentales; en el
alzamiento
armado del ghetto de Varsovia, de los bombarderos aéreos Aliados, por
actos de
sabotaje, subversión y espionaje y por causas naturales) en una cifra
intermedia entre 50.000 y 100.000 personas. Es decir, en total, más o
menos las
que murieron en una noche en el bombardeo terrorista de la
ciudad—hospital de
Dresde, perpetrado por la aviación aliada, drama del que nunca se
ocupan
nuestros grandes medios de “información”.
12)
La
finalidad del Fraude tiene una doble vertiente: por un lado, impedir
una
auténtica unidad del bloque Occidental, lo cual sólo puede redundar en
beneficio de la URSS. Por otro, obtener fondos, mediante la operación
de
chantaje y difamación más monstruosa del toda la historia del mundo,
para el
estado de Israel.
EPILOGO
SOBRE
EL LIBRO
“HOLOCAUSTO”
Desde
la terminación de este libro hasta el momento de su aparición, el tema
de los
Seis Millones de judíos exterminados por los Nazis ha cobrado renovada
virulencia con la exhibición de la película televisiva “Holocausto”,
que ha
aparecido en varios países de Europa Occidental y en América, y que,
según
parece, debe aparecer en breve, igualmente, en la TV Española. Dicha
serie
televisiva —cuatro capítulos de dos horas y media cada uno— está basada
en un
libro escrito por un judío apellidado Green, y pretende estar basado en
hechos
reales. Pero no hace falta ser un Sherlock Holmes de la Literatura para
descubrir en ese mediocre mamotreto un buen centenar de flagrantes
contradicciones, que convierten la obra en una verdadera e Involuntaria
antología de la falsificación histórica.
Según
el autor de “Holocausto”, todos somos asesinos. Ya no se trata de los
Nazis. Ya
no se trata de los alemanes. Se trata de, prácticamente, todos los Gentiles
(los no judios), es
decir, de toda la Humanidad, menos el Pueblo Elegido de Jehová. “Todos
somos
culpables...”, dice, hipócritamente, la introducción de la versión televisiva
americana. Ese “somos” vale su peso en oro. Se da a entender a un
público
crédulo e idiotizado que el autor de “Holocausto” es un Gentil que
reconoce
amargamente sus culpas. Y no sólo el plumífero que lo redactó, sino el
director
cinematográfico que lo trasladó a la pantalla. Pero tanto uno como el
otro son
judíos. Brodkin, el que lo filmó, es el mismo director que pariera
“Roots”
(“Raices”) en que también se “reconoce” que los blancos, y la Raza
Blanca en
general, son unos salvajes que medran gracias a la Esclavitud, cuando
fue
precisamente la Raza Blanca la que la abolió. Igual que en “Raices”,
también en
“Holocausto” aparece la historia de una familia; la familia de un
doctor judío
que ejerce en Alemania. Esa familia, naturalmente, es amable y
compasiva. A
pesar de ser una familia relativamente numerosa, parecen vivir muy
bien, de
donde cabría suponer que se ganan bien la vida, pues el único que
trabaja es el
padre, el doctor. Un hijo es artista, con escaso éxito, debido sin duda
a la
sensibilidad del ambiente alemán que le rodea, y el otro un futbolista
de
talento aunque, por motivos oscuros, e inexplicados en el libro, no
ejerce como
profesional.
Lógicamente, quien debe
mantener a esa ejemplar familia es el papá doctor; la mantiene harto
bien, lo repetimos, pues hasta posee un piano de cola, detalle éste que se
pormenoriza
al menos media docena de veces a lo largo del libro, con el fin —salta
a la
vista— de demostrar: (a) que además de amable y compasiva, la familia
es
cultivada y rica. (b) que los alemanes no judíos son unos pobretones,
cuando la
simple posesión de un piano (de cola) es restregada tantas veces por
las
narices del sufrido lector, como signo externo de riqueza. Pues bien,
ese papá
doctor que, de acuerdo con la lógica narrativa, debe ganarse muy bien
la vida,
suele olvidarse de cobrar sus honorarios a sus pacientes. ¡Admirable!
Junto
a esa familia ejemplar aparece otra familia alemana, de extracción no
judía, la
cual, antes de la guerra, ha sido ayudada por la familia del buen
doctor judío.
Más tarde, el hijo de esa familia alemana se convierte en un bestial
oficial de
las SS, motivado por su ambiciosa esposa. Los pobres judíos, familiares
del
doctor, son enviados a un campo de concentracion y sus vidas están a
merced del
oficial SS cuya familia fue ayudada tan generosamente por la del
doctor.
¡Casualidades de la vida! Indudablemente, si la versión televisiva es
digna de
la novela, habrá que visualizarla provisto de media docena de pañuelos.
Hemos
dicho que “Holocausto” no es un ataque a Alemania, ni siquiera a los
Nazis,
sino un ataque a toda la Raza Blanca. Si la moda imperante, que ama los
eufemismos, prefiere describirlo de otra manera, estamos dispuestos a
admitir
que no es un ataque a la Raza Blanca (las razas, como se sabe, no
existen) sino
a “los individuos de pigmentación clara y rasgos caucasianos”. Cuando
se
presentó la serie de televisión ante las pantallas americanas ya se
tuvo buen
cuidado en precisar que “las escenas descritas en Holocausto sucedieron
en
Alemania, pero pudieron haber sucedido en cualquier otro lugar
civilizado,
pudieron haber sucedio aquí, EN AMERICA”. De esta insólita frase
parecería
deducirse que para perpetrar las escenas descritas en Holocausto es
condición
sine qua non ser “civilizado”; en otras palabras, la persecución de los
judíos
sólo puede elevarse a cabo cuando se posee un cierto grado de
civilización,
toda vez que a los no civlizados, es decir, a los salvajes, por no se
sabe qué
oscuras afinidades, los judíos les caen muy bien. Pero mejor será no
internarse
por los senderos de la Lógica, pues esa rama de la Filosofía está reñida con
los autores de ese libro fantástico.
En “Holocausto”, en efecto, hay para todos. Para los polacos no hay más que alusiones malévolas, incluyendo su antisemitismo, que les llevaba a participar en las persecuciones antijudías (páginas 80 a 84, 188, 352, 356, 357, 379). Los ucranianos no salen mejor parados: “De todas formas, a los ucranianos los judíos les importaban una mierda” (pág. 208). Y los rusos: “Los guerrilleros judíos, en Rusia, siempre se encontraban en movimiento, con el fin de mantenerse fuera del alcance, tanto de los alemanes como de los guerrilleros cristianos (sic) que eran capaces de matar a cualquier guerrillero judío extraviado sin la menor vacilación” (página 250). En la página 353 hay para los lituanos. Y en todo el libro, para los húngaros, los checos, los eslovacos, los letones (que deberían ser, todos, de la SS), los estonios y, por supuesto, los alemanes.
Si
dejamos el terreno étnico y nos adentramos en el religioso, el panorama
no
varía, pues hay —y mucho— contra los católicos. Así, por ejemplo, en la
página
142 se afirma: “Cuando se descubrió la matanza (por los Nazis) de las
personas
inservibles, el Vaticano presentó enérgicas protestas a Berlín. Los
religiosos
anglicanos hicieron oir también sus voces. Mongólicos, cretinos,
idiotas e
inválidos son también criaturas de Dios, según hizó constar el clero.
Por
consiguiente los alemanes decidieron arrinconar el proyecto
eutanasia... Pero
cuando se gaseó al pueblo judío por millones, el honorable clero no
formuló
protesta alguna. Ni una palabra siquiera. “Como hemos visto en éste
párrafo,
hay para los católicos, y, de refilón, para los “religiosos
anglicanos”. Pero
en la página 143 se remacha: “Casi todas las iglesias, católicas y
protestantes, han optado por apoyar a los nazis o mostrarse
discretamente
neutrales”, Sólo, a título de excepción -y haciendo constar que se
trata de una
excepción, es decir, de la confirmación de la regla— se cita a un
sacerdote que
se opuso a los nazis en razón de su política racial y fue enviado a
Dachau.
Los
ingleses no salen mejor parados: “La B.B.C. no ha dicho ni una sóla
palabra
sobre la suerte corrida por los judíos en Polonia, cuando en cambio sí
ha
mencionado el fusilamiento de algunos guerrilleros polacos” (página
319). Una
pregunta parece imponerse al lector menos advertido: ¿No será que la
B.B.C. no
dijo nada porque no tenía nada que decir? ¿Es posible que le pasara por
alto a
la emisora oflcial del Gobierno Británico el pretendido gaseamiento de
millones
de judíos y no el de unos centenares de guerrilleros polacos? ¿Es
lógico que la
B.B.C. —que dependía del Gabinete de Guerra Inglés— desperdiciara un
arma
propagandística tan importante como era el airear el genocidio de
millones de
judíos en Polonia?
“Holocausto”
es un libelo contra más de media Humanidad; Porque, a parte los judíos
—y no
todos, como veremos más adelante— los restantes grupos étnicos
mencionados con
presentados como asesinos y dementes. Los judíos son las inocentes
víctimas de
una Humanidad desquiciada, y no sólo
de unos extraviados: “Somos lo que siempre fuimos: víctimas”, (pag.
139). Y
¿porque son victimas? El agudo literato Green nos lo explica a los
simples
mortales: “Si ansían de forma tan desesperada matamos, seguramente es
porque
valemos la pena, porque somos valiosos, importantes para el mundo”
(página 255). Más adelante (página 359) el
Autor se repite, en una
exhibicion narcisista que deja boquiabierto al lector ingenuo: “SI
tenían unas
ansias tan terribles de destruirnos seguramente es porque somos gente de valía, gente
importante. lncluso es posible que tengamos
algo
que enseñarle al mundo”.
Hemos
dicho que la diatriba contra la Humanidad sólo excluye a los judíos, y
no a
todos. En efecto: en la página 72 se admite que los terribles “kapos”
del
universo concentracionaiio eran, en gran parte... judíos. “Los nazis
sabían
cuanto les beneficiaba el enfrentar a los judíos entre sí. Eso
explica el sadismo de los kapos”. (Página 127). “El jefe de
Policía del Ghetto de Varsovia, un judío llamado Karp, quien se había
convertido
al Catolicismo para ganarse el favor de la SS” (página 187). Es
curioso, pero,
según “Holocausto”, el clero católico que —como hemos visto— tenía
manía a los
judíos, consideraba que era más importante la religión de los tales
judíos que
su pertenencia étnica. La SS —gran simpatizante con el Catolicismo—
consideraba
el agua bautismal como antídoto suficiente contra el peligro judío.
Esto es
nuevo. El señor Green ha contribuido, en la página 187 de la versión
española
de su genial obra literaria, a esclarecer un punto histórico dudoso.
El mundo es malo. Muy malo.
Por eso “quiza ya no quedara escondite alguno; que se hubiera ya
sellado el
destino de los judíos, rechazados por doquier, inseguros por todas
partes”
(página 121). ¡Pobres judíos, inmersos en una guerra en cuya
provocación ellos
no han tenido nada que ver! Una guerra dirigida por degenerados,
tarados,
canallas. Porque si los jerarcas nazis son descritos como tales, los
Aliados no
salen mejor parados de la embestida valerosa de la pluma del señor
Green. Junto
a Goering, “con su toga romana, perfumado, con las uñas de los pies
pintadas y
las mejillas con rouge. Rosenberg, con una amante judía. Heydrich,
medio judío
el mismo. Goebbels, escándalo tras escándalo. Himmler, algo turbio por
parte de
su mujer. Streicher y Kaltenbrunner, delincuentes comunes, aparece
Roosevelt,
sifilítico, y Churchill, borracho (página 264).
El
libelo de “Holocausto” patentiza, una vez más, el desprecio que los
sionistas
parecen sentir por las facultades mentales de los Goyim (palabra
cariñosa con
que nos designa el Talmud a los no judíos y que significa “sementera de
animal” o 'impuros': palabreja que, por cierto, aparece con frecuencia en el
libro).
Así, pór ejemplo, en la página 362 se dice: “Aquí (se refiere a
Auschwitz) acabamos
con doce mil judíos diarios cuando todo está funcionando”... Y esto de
los doce
mil diarios se repite en las páginas 363, 385 y 420. Pues bien: desde
Mayo de
1943 (cuando se afirma que empiezan las ejecuciones masivas en el Este
de
Europa) hasta febrero de 1945 (cuando los rusos llegaron a Auschwitz)
transcurrieron 660 días, que, a doce mil diarios, como se machaca en el
libro,
representarían 7.920.000, es decir, más ya de los seis millones del
Mito
clásico, y mucho más que toda la población judía en Europa entonces...
Y, eso,
¡sólo en Auschwitz!... por cuanto en Sobidor, por ejemplo, se nos
cuenta en la
página 393, que gaseaban a otros dos mil diarios, lo que representa la
cifra
coquetona y suplementaria de 1.320.000 .Si a ello añadimos el millón
largo que,
según los cronistas judíos más modestos fue gaseado en Treblinka, los
383.000
(también cifras mínimas) de Buchenwald, el cuarto de millón a que —tras
sucesivas rebajas dignas de un puesto feria— se ha llegado para Dachau,
más los
300.000 de Theresienstadt, mencionados en “Holocausto”, y considerando
igualmente los sacrificados en Belsen, Mauthausen, Maidanek, Teplice,
Dora,
Flosenburg, etc, etc, vemos que la cifra de doce millones de judíos
asesinados
por los nazis se alcanza fácilmente. Y no contamos los muertos en la
lucha
armada en el Ghetto de Varsovia, ni los judíos muertos en acciones de
los
guerrilleros, ni tampoco los que fueron alcanzados por los bombardeos
de
poblaciones civiles por los Aliados.
Decididamente,
el Mito jaleado en “Holocausto” es incompatible con la Aritmética.
Antes de la
guerra había en Europa apenas cinco millones de judíos, aún cuando
Hitler sólo
pudo tener acceso a dos millones. Dos y medio como máximo. Pero en una
moderna
actualizaclón del milagro evangélico de los cinco panes y los doce
peces, de
cinco millones los alemanes mataron a doce millones, y todavía sobraron
seiscientos mil para instalarse en Palestina, más los supervivientes
que se
fueron a otros países y los treinta mil que había en 1948 en Alemania.
¡Admirable!
Se asegura, por otra parte,
que el abastecimiento del matadero humano de Auschwitz lo
proporcionaban los
ghettos orientales, y sobre todo el de Varsovia. “El plan era que los ghettos
proporcionaran 6.000 judíos diarios (página 323) aunque en la página
337 se
asegura: “En la estación se estaban reuniendo los habituales 7.000”.
¿Si
mandaban a seis,, o siete mil, cómo se las arreglaban para gasear a
doce mil, y
sólo en Auschwitz, o catorce mil, si contamos Sobidor, y nos olvidamos
de
Treblinka y demás “mataderos” humanos de la región? Y para colmo, esta
perla:
“A su llegada a Auschwitz, mis padres se libraron de una visita inmediata a las cámaras de gas... La selección se hacía la hacía en la misma estación un oficial de la SS... Quienes parecían imposibilitados para trabajar eran enviados inmediatamente a la muerte,.. A mis padres, que gozaban de buena salud se les condujo a barracones separados. A papá lo destinaron a la enfermería del campo” (página 357). La pregunta se impone de imnediato: Si pensaban matarlos ¿para qué la enfermería? ¿Para los SS con agujetas, exhaustos de tanto abrir y cerrar la llave del gas, acaso? Si a los que llegaban enfermos supuestamente los gaseaban, ¿Por qué a los que enfermaban allí les mandaban a la enfermería? Esto es un misterio. Uno de los muchos que pululan por ese libro impar.
Pero
donde el misterio, el milagro y la magia se dan la mano es en la
explicación
que el señor Green da sobre la planificación del genocidio. Ya hemos
visto, en
las páginas precedentes, que la versión oficial pretende que toda la
gigantesca
operación se concibió, se preparó y se puso en práctica de PALABRA, y,
además,
mediante el uso de circunloquios, perífrasis y eufemismos. Esto era,
naturalmente, para guardar el secreto. Así se consiguió guardar el
secreto
mejor guardado de la Historia, pues, de no haber sido así, los
servicios de
Propaganda de los numerosos países Aliados se hubieran apresurado a
airearlo,
pues ya es sabido que en las guerras modernas se presenta siempre al
adversario
como el villano de la película. Este secreto debieron guardarlo desde
el Führer
hasta el último soldadito raso de la SS, o de la Wehrmacht, encargado
de abrir
la espita del gas Zyklon B, el letal insecticida desinfectante. Oscar Wilde decía
que un
secreto entre tres equivalía a un anuncio en el periódico, pero es que
el
secreto —más aún, el lenguaje secreto, la jerga cifrada empleada por
los nazis—
debieron conocerlo, como mínimo, treinta mil personas. Aunque, al menos
para
nosotros, donde el milagro resulta más sobrecogedor, es en Ravensbruck.
Ravensbruck
era un campo de internamiento de mujeres. Según los más moderados
exégetas de
la literatura concentracionaiia habían, allí, 200.000 mujeres. Aún
cuando
hubiera una sóla guardiana o funcionaria para cada doscientas
internadas
judías, la cuenta es sencilla: eran precisas mil. ¡Mil mujeres
guardando un secreto
durante seis años! ¡Jesucristo bendito! Creemos que, al igual que en
Dachau, en
Belsen y; por supuesto en Auschwitz, se han puesto placas
conmemorativas de los
judíos exterminados en el segundo genocidio de la Historia Moderna—el primero
fue el
de los piel rojas y otras tribus de nativos norteamericanos en América del Norte— en Ravensbruck debiera ponerse
otra
placa con un texto que podría ser el siguiente.:
“En
este lugar, mil abnegadas mujeres guardaron, durante seis años, el
secreto de
la tortura y el sacrificio de centenares de miles de judías. No
dijeron nada
—durante seis años— ni a sus familiares, nl a sus amigas o allegadas.
No se lo
djjeron a nadie, ni lo mencionaron entre ellas mismas, salvo en
lenguaje
cifrado. ¡Loor a la discreción, de la mujer alemana! Labor omnla
vincit’.
“Holocausto’
es un libro milagroso. Pues no sólo se relatan milagros aritméticos,
milagros
filosóficos ¡Ravensbruck!— y milagros de mala uva (los ciudadanos
polacos
aplaudiendo a los tiradores de elite de la SS cada vez que cazaban a un
judío
agazapado en los tejados del ghetto de Varsovia y caía a la calle,
página 379)
sino que en la última parte de la obra —Finis coronat opus— se expone
magistralmente el milagro bélico de los resistentes judíos. En efecto,
en el
Ghetto de Varsovia, afirma el señor Green, cuatrocientos judíos de ambos
sexos y
de todas las edades se enfrentaron, e hicieron retroceder varias veces,
durante
casi un mes, a... SIETE MIL WAFFEN SS. Los judíos disponían de palos,
cuchillos, armas cortas compradas a soldados alemanes que se dejaban
sobornar
(y que cuando llegaban al cuartel suponemos le decían al sargento
Muller que se
habían olvidado el fusil en el cine) y “cockteles Molotof” de
fabricación
casera. La resistencia polaca, nos dice el señor Green a los absortos
lectores
de su obra, tenía armamento en cantidad, pero no se fiaba de los
moradores del
ghetto y sólo una vez les dió seis fusiles... sin municiones. Siete mil
contra
cuatrocientos, es decir, diecisiete contra uno. Pero hay más. Los
diecisiete,
eran soldados de élite, y el judio que se les enfrentaba era, a menudo,
una
mujer, un anciano o un niño. Pero sigue habiendo más. El judío, —o
judía— que
se enfrentaba a diecisiete adversarios de elite, estaba subalimentado
desde
hacía tres años; al menos eso nos dice el señor Green en su libro. Y
aún sigue
habiendo más: los diecisiete Waffen SS contaban con el apoyo de los
tanques, la
artillería y la aviación.
¿No
es milagroso todo esto?
A la
vista del citado milagro sólo nos queda que lamentar que los judíos no
terminan
la guerra mundial en un mes, pues una sencilla regla de tres nos
demuestra que
si cuatrocientos subalimentados individuos pueden hacer frente a siete
mil
soldados de élite, los cinco millones de judíos europeos pueden acabar
rápidamente
con la Wehrmacht, sin necesidad de la inútil ayuda del Tío Sam, ni de
John BulI, ni de los “poilus’, ni de los “popofs’, y aún les sobraría tiempo
para
trasladarse al Japón —en barcos que se comprarían a capitales de la
marina
mercante que se dejarían sobornar— y derrotar a los nipones. ¡Lástima
que no se
les hubiera ocurrido antes!
“Holocausto’
es, con todo, un libro muy bien hecho, en su género. Es decir, en el
género del
libro-mazazo, destinado a lavar el cerebro de las masas. En este
sentido está,
lo confesamos, plenamente logrado su objetivo. La técnica del lavado de
cerebro, o técnica publicitaria, se basa en la repetición obsesiva de
un
slogan, una frase, a ser posible paradójica, pero de fácil captación
para
todos. Esa frase se incrustará en el cerebro del Hombre-Masa,
subproducto
deshumanizado de la moderna sociedad, ser de “ideas” simples y
“necesidades’
complicadas. Estas “necesidades’ le han sido vendidas por la Producción
y
aquellas “ideas’ por el Consumo. El consumismo necesita individuos que
no
analicen; individuos fáciles, que no hagan preguntas. Individuos que
piensen —o
se imaginen pensar— lo que les ha sido introducido, a presión, en sus
cerebros.
¿Qué puede hacer un libro, que se limita a señalar flagrantes
exageraciones,
cuando no puras contraverdades, ante la inundación de libros de grandes
tiradas, jaleados por Prensa, Radio y Televisión de todo el mundo? ¿Qué
puede
hacer nadie ante este desbordamiento aplastante de mentiras, repelidas
ad
nauseam millones y millones de veces por los mass media y los políticos
venales
encumbrados por ella? Muy poco, a parte dar testimonio de la Verdad
que, aunque
a muy pocos importe en esta sombría época, siempre será eso: la Verdad.
La
Verdad que no sabe de más “Holocaustos” que los comprobados por la
Historia e
ignora los inventados por una propaganda interesada.
En lnteres de esa Verdad, por imperativo moral, y en interés de toda la Humanidad, incluyendo los judíos no comprometidos con el Sionismo, posibles victimas inocentes de una reacción visceral ante tantas provocaciones como se vienen sucediendo en los últimos siete lustros, hemos escrito las paginas que acabar de leer, lector amigo. El “Holocausto” puede tener mil caras, desde las exageraciones ditirámbicas de Steiner en su “Treblinka” hasta la falsa moderación del señor Green. Pero la Verdad sólo puede tener una.
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(2) Elizabeth
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O’Grady: “Beast
of the Apocalypse”; Michael F. Connors: “The Development
of Germanophobia”, etc...)
(3) Georges
Bonnet: “Miracle de la France”.
(4)- O.Garrison Willards: “The
true story of
the Lusitania”.
(5) Jewish Chronicle,
“diario judío” (9 - 11 - 28)
(6)
Kurt
Tucholsky: “Deutchsland, Deutchsland, über alles”.
(7) George
Pitter—Wilson: " The Globe”, Londres, Abril de 1918.
(8)Maxirnilian Harden: “Die
Zukunft”, Berlin,
17 de Octubre de 1914.
(9) Maximilian
Harden: “Die Zukunft” Berlin, 4 Marzo 1919.
(10) David
Lloy—George, declaración ante la Cámara
de los Comunes. Citado por Arthur Rogers en “El Misterio del Estado de
Israel”,
pag. 42.
(11) Max
Ruppin: “Die Juden dey Gegenwart”.
(12) Jakob
Wassermann: “Beruf, Konfession und Verbrechen”.
(13)
Max
Ruppin: Ibid. Id. Op. Cit.
(14). Véase
“The Jewish Problem as dealt with by the Popes”, publicado por la
Britons
Publishing Society, 1953.
(15) La revista TIME de
12 de Febrero de 1965 menciona el caso de
Rita
Eitani, una judía que llegó a Palestina en 1947, estuvo en un kibbutz,
sirvio
en el ejército isrealí, educó a su hijo y a su hija como judíos, y aún
cuando
no fuera creyente, celebró las principales fiestas del Judaísmo en su
casa...
Pero no era suficientemente judía para el Ministro del Interior de
Israel. A
pesar de que el padre de la Señora Eitani fué un judío polaco su madre
era una
protestante alemana, y según la Halacha (la Ley judía) sólo es judío
aquel cuya
madre es judía, o un convertido a la Fe. a condición de que su padre
sea judio.
De manera que la Señora Eitani no pudo permanecer en Israel (N. del A).
(16) La
revista norteamericana “White Power” (Vol. VII, no 5) cita el caso de
un joven
judío de 17 años que violó a una muchacha inglesa de 21 años. La joven
había
estado trabajando en un kibbutz cerca del Mar Muerto cuando fué
atacada. La
acusación contra el joven judio, sin embargo, se derrumbó después de
que dicho
joven citó dos preceptos del Talmud para justificar su acción: “Un
judío puede
violar a una no-judia, pero no casarse con ella”. (Cad. Shas, 2:2). “Un
judío
puede hacer a una no-judía lo que quiera. Puede tratarla como un pedazo
de
carne”. (Nadarine, 206; Shulshan Aruch, Choszen Hanniszpat 348). El
juez, al
absolver al joven violador observó que no estaba dispuesto a ejecutar
una
decisión que puediera afectar adversamente los fundamentos morales y
religiosos del Estado israeli. (N. del A.)
(17)
“Voelkischer
Beobachter”: 2.IV- 1933.
(18) Según
el “Portland Journal”, de 13-2-1933.
(19) Robert
Edward Edmondsson: “I Testify”.
(20) El
apellido de Morgenthau era particularmente detestado en Alemania. El
padre de Henry Morgenthau, Jr., fué Embajador de los Estados Unidos en
Turquía
en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, y de una declaración
jurada suya
salió la tesis, oficializada en el Tratado de Versalles y plasmada en
el
infamante Artículo 231, de la culpabilidad exclusiva de Alemania en el
desencadenamiento de aquella guerra. Según Morgenthau Sr., el 5 de
Julio de
1914 se reunieron en Postdam tres docenas de banqueros, industriales,
políticos
y militares alemanes con el Kaiser, para ultimar los preparativos de la
guerra
inminente. No obstante, esa reunión nunca tuvo lugar, por la sencilla
razón de
que las personas que se pretendió tomaron parte en ella, se encontraban
en
otros lugares en esa fecha. A pesar de haberse probado hasta la
saciedad que el
libelo de Morgenthau era una farsa absóluta, la comisión Lansing lo
presentó
triunfalmente en Versalles como “prueba” de la culpabilidad unilateral
de
Alemania. Tratan exhaustivamente ese tema, entre otros, los escritores
norteamericanos Harry Elmer Barnes, en “Blasting the Historical
Blackout” y
Charles Callan Tansili, en “Back Door to War”, y el inglés Francis
Neilson, en
“How Diplomats Make War”.— (N. del A.).
(21) Der
Gelbe Fieck: Die Ausrotung von 500.000
deutschen Juden, por Leon Feuchtwanger, 1936.
(22) Hans Beimier: “Four
Weeks in the hands of Hitler’s Hell-Hounds: The nazi murder camp of
Dachau”
(Cuatro semanas en poder de los perros infernales de Hitler: el Campo
de
asesinatos nazi de Dachau). Nueva York, Oct.
(23) El regimen comunista de
Alemania Oriental concede anualmente un ‘Premio
Hans Beimler” por servicios rendidos a la Causa Comunista (N del A)
(24) Gerald
Reitlinger: “The SS: Alibi of a Nation”, pág 253.
(25) Vease
“150 Genios opinan sobre los judíos”.
Recopilación Antológica
(26) Chaim
Weizzmann: “Great Britain”, Palestine and the Jews”.
(27) Ludwig
Lewisohn: “Israel.”.
(28) Stephen
Wise: “New York Herald Tribune”, 2-III-1920.
(34)
Theodor Herzi: ‘A Jewish State”.
(35)
Gerald Reitlinger: “The Final Solutiori”, pág. 20.
(36)
En ocasión del acuerdo Sykes—Picot según reconoció el propio Primer
(37)
Gerald Reitlinger: Ibid. Id. Op. cit.
(38) Subrayado por el Autor.
(39) “Le
Porc Epic”, 3-12-1938.
(40) “Payés
de Paris”, 3-2.1939.
(41) Henry
Coston: “Les Financiers qui ménent le Monde”.
(42) J.
A. Leriche in “Charivari”, Paris, Agosto 1963.
(43) “Jewish
Chronicle”, Londres, 8-IX-1939.
(44) “Jewish
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(45) “Central-Blaad
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(46) “Toronto
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(47) “Jewish
Chronicle”, Londres, 8-V-1 942.
(48) “Jewish
Chronicle”, 8-V-1 942.
(49) Padre
del futuro Presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald
(50)
Embajador
de los Estados Unidos en Francia, medio judío (N. del A.).
(51) John V. Forrestal: “The
Forrestal Diaries”, págs. 121-122.
(52) “South African Observer”,
Agosto, 1977.
(53) “News
Rewiew”, 21 -VII- 1938.
(54) Idéntica actitud
adoptaría la Gran Prensa en ocasión de los
asesinatos de los líderes nacionalistas ucranianos Petliura y
Konovaletz. Ni un
sólo periódico mencionó que los asesinos, Schwartzbart y Wallach, eran
judíos.
Petliura y Konovaletz eran pro-alemanes. (N. del A.).
(55)
J.
Bochaca: “La Historia de los Vencidos” y, especialmente, “El Enigma
Capitalista” y “La Finanza y el Poder”. Ediciones Bau. (N. del A.).
(56)
“New
York Heraid Tribune”, 14-VI-1938.
(57) “La
Pilori”, Paris, 2-IX-1938.
(58)
Molotoff, aunque de raza eslava, estaba casado con la judía
Karp, cuyo hermano era un adinerado fabricante de armamento residente
en
Bridgeport, Connecticut, Estados Unidos, (N. del A.).
(59)
Paul Rassnier: “Les Responsables de la II
Guerre Mondiale”, pág. 2Q3.
(61) Declaración hecha
el 22-VI-1945. Citado por Austin J. App,
Presidente Honorario de la Universidad de Philadelphia, in “Morgenthau
Era
Letters”, Boniface Press, 1966.
(62) Algunos de estos,
como el General Patton y el delegado británico
en la U. N. R. R. A., General Morgan, pagaron su oposición al Plan
Morgenthau
con el ostracismo y la muerte política... o física. (N. del A.).
(63) Citado
por Louis Marschalsko in “World Conquerors”, p. 104.
(64) Th.
Nathan Kauffman: “Germany must perish”, p.104.
(65) Maurice
Leon Dodd: “How many world wars?”, New York, 1941.
(66) Charles
G. Haertmann: “There must be no Germany after war”.
(67) Einzig
Palil: “Can we win the peace?”, Londres, 1942.
(68) Ivor
Duncan: “Die Quelle des Pan-Germanismus”.
(69)
Douglas
Miller: articulo aparecido en el “New
York Times, 5-XI-1941.
(70) Históricamente, fué el judaico Ministro del Interior de la III República Francesa, Mandel (Rothschild), quien ordenó el fusilamiento sumarísimo de los paracaidistas alemanes, desde Febrero hasta Mayo de 1940. (N. del A.).
(71)
Fue precisamente un comando judío, mandado
por un tal Peretz Gold, el más destacado.
(72) La
cifra “oficial”, que en un principio
fue de siete millones y medio para rebajarse a seis millones, ha
sufrido una
nueva rebaja de un 5 por ciento en el Proceso contra Eichmann, en
Jerusalen,
pues el Fiscal judío presentó la cifra de 5.700.000. (N. del A.).
(73)
Es curioso, pero nadie parece sorprenderse del hecho de que sólo se
exijan
reparaciones por los supuestos judíos exterminados al Estado de la
Alemania
Federal y no a la titulada República Democrática Alemana, controlada
por los
comunistas. Un hecho tan sencillo y a la vez tan sorprendente parece
haber
escapado a todo el mundo (!). (N. del A.).
(74) Austín
J.. App: “Morgenthau Era Letters”.—
Charles Lindbergh: “The Wartime Journais of Charles A. Lindbergh”.
(75)
A los “Nisei” (americanos de orígen racial japonés, que sobrevivieron a
los
campos de concentración de Roosevelt se les indemnizó con una cifra
equivalente
al diez por ciento del importe de sus haberes que les fueron incautados
a
finales de 1941. Es decir, que tras casi cuatro años de internamiento,
el tío
Sam (¿o el tío Sem?) magnánimo, les devolvía un dólar por cada diez que
les
había quitado. Y si consideramos la erosión del dinero en aquellos años
de
guerra, más cerca estaremos de la verdad si decimos que la
indemnización fué de
un dolar por cada quince.
(76) “The
New York Times”, 11 de Enero de 1945, reproduciendo datos
(77)
“Baseler
Nachrichten” 13-IV-1946.
(78)
‘Aufbau”,
periódico yiddisch de Nueva York. Articulos del demógrafo
israelí Brunb Blau,
13-VIII-1948.
(79) “World
Almanach” (Almanaque Mundial), 1942. p. 594.
(80) Tales
judíos residían en Inglaterra, Gibraltar, Portugal, España, Suecia, Suiza, Turquía Europea e
Irlanda (N. del A.).
(81) G,
Reitlinger, “Die Endiosung”, p. 34.
(82)
“Collier’s
Magazine”, 9-VI-1945
(83)
Chicago, 30—X—1946.
(84) David
Bergelson in “Ainikeit”, revista yiddish en Moscú,
5—Xl1—1942.
(85) “Unity
in Dispersion”, p.
377. Publicación oficial del Congreso Mundial
(86) Gerald
Reitlinger: “Die Endiosung”.
(87) Ibid.
Id. Op. Cit. p. 93.
(88)
Ibid.
Id. Op. Cit. p. 36
(89) Bruno
Blau, obtuvo sus datos de la “American
Jewish Conference”, cuyas fuentes de información sobre la población
judía
parecen dignas de crédito (N. del A.)
(90) “Wold
Almanac”, 1947. Cifra facilitada al
referido Almanaque Mundial por el “Comité Judeo-Americano y por la
Oficina
Estadística de las Sinagogas de América.
(91) Ejemplar
del 22—II—1948. El propietario de
este diario es el judío y sionista, Arthur Sulzberger.
(92) El Presidente
Franklin Delano Rooselvert,
pertenecía a la séptima genración del hebreo Claes Martenszen van
Rooselvert,
expulsado de España en 1620 y refugiado en Holanda, de donde emigró, en
1650 o
1651 a las colonias inglesas del Norte de América, según
invertigaciones fueron
continuadas por el publicista judío Abraham Slomovitz quien publicó en
el
“Jewish Chronicle” que los antepasados judíos de Rooselvert residían en
España
y se apellidaban Rosacampo. Robert E. Edmondsson, que estudió el árbol
genealógico de los Roosenvert—Rosacampo—Martenszen—Roosvelt dice que,
desde su
llegada a América tal familia apenas se mezció con elementos
anglosajones
puros, abundando sus alianzas matrimoniales con Jacobs, Samuels,
Abrahams y
Delanos. La propia esposa de Rooselvert era judía y fervorosa sionista.
El New
York Times del 4 de Marzo de 1935 recogió unas manifestaciones de
Rooselvert en
las que se reconocía su origen judío. (N. del A.)
(93) A.R. Butz: “The
Hoax of the Twentieh
Century”, pag. 60.
(94) Raul
Hilberg: “The destruction of European Jews”, p. 246.
(95)
Dexter White, Sub—Secretario del Tesoro y “alter ego” de Morgenthau era
un
agente soviético, que se suicidó antes de caer en manos de la justicia.
También
fueron convictos agentes soviéticos Alger Hiss, consejeron especial de
Rooselvert y su hermano Donald, funcionario del Departamento de Estado.
Los
tres eran judíos. (N.del A.)
(96)
Judío, sionista y miembro del “Brains Trust”. (N. del A.)
(97)
Igualmente
judío aunque no miembro del “Brains Trust”. (N. del A.)
(98)
Según
Louis Marschalsko, al menos dos terceras partes del personal que
(99) Eugene
Davidson: “The trial of the Germans”.
(100)
Leon Poliakov: “Le Troisiéme Reich et les Juifs”.
(101)
Gerald Reitlinger: “The final solution”.
(102)
Lucy. S. Davidowicz: “The War against the Jews, 1933-1945”.
(103)
Nora Levin: “The Holocaust”.
(104) Raul Hillberg: “The
Destruction of the
European Jews”.
(105)
Artículo de Eugen Dubois, sionista, en la “Chicago Tribune” del
3-2-1948.
(106)
Mencion especial merecen en tal sentido. Ilya Ehrenbourg, a quien el
mismo
Lenín llamaba “la ramera al alcance de todos”, y Yevgeni Evtouchenko,
depurados
por “trotzkistas” y ambos judíos. (N. del A.).
(107) Somos
conscientes de que “antijudío” no significa necesariamente antisemita,
pero,
dado el clima imperante, creemos necesaria esa concesión a la inercia
mental de
los más (N. del A.).
(108) Encyclopoedia
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(110) “Time”, New York,
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(111) Las estadísticas
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publicadas por el periódico judío “New Russian World”, en Nueva York,
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(112) Roland L. Morgan, “The
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(113) Wilmot Robertson: “The
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(115) “Time”, New York,
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(117) Aldo Darni:
“Le
Dernier des Gibelins”.
(118) Articulo “Histeria
Anti-Difamatoria”, 1-IV-1946, en la revista judeo neoyorquina “Menorah
Journal”.
(119) Jacob Letchinsky: “La
situation économique des Juifs depuis la Guerre Mondiale”.
(120) “Die Tat”, Zurich,
19-I-1955.
(124)
Encyclopoedia Judaica, Vol. IV, pag. 735.
(125)
Midrash Rabbah.
(126)
Arthur R. Butz: “The Hoax of the Twentieh Century”.
(127) Libro de Isaías: LX, 10,
12—16.
(128) Exodo, XII,
21 a 34.
(129)
Sir Bertrand Russell: “The Scourage of the Swastika”.
(130) Conviene aqui citar el
caso narrado por Paul Rassinier (en “La Mentira de Ulises”) del
bombardeo de
Buchenwald por la aviación Aijada (Los americanos solían bombardear de
noche y
arrojaban sus bombas en cualquier aglomeración urbana). Cuando los
aliados
ocuparon Buchenwald, abrieron las fosas donde yacían enterradas sus
propias
victimas y fotografiaron la lúgubre escena, para utilizarla como prueba
de la
brutalidad nazi (N. del A.)
(131) En la llamada “Madre
de las Democracias”, a instancias de Churchill. se impuso un
“decreto--ley”
(que naturalmente no fué votado por el Parlamento) llamado “18 B
Regulation”.
Segun tal “regulación”, cualquier ciudadano inglés simplemente
sospechoso —sin
pruebas— de sustentar reservas mentales a propósito de la conveniencia
de la
guerra contra Alemania por proteger (?) a Polonia podía ser encarcelado
indefinidamente.
La medida afectó a unas tres mil personas desde comunes ciudadanos
hasta
miembros del Parlamento (Mosley) y heroes de la I Guerra Mundial
(Almirante
Domvile). (N. del A)
(132) Es un hecho histórico bien
establecido
que los inventores del sistema moderno campos de concentración fueron
los
ingleses, en la guerra de los Boers, en el Transvaal, a principios de
siglo.
120.000 no—combatientes Boers,y 75.000 negros sospechosos de hostilidad
hacia
Inglaterra, fueron internados em campos de concentración. El
coeficiente de
mortalidad llegó al 7 % anual, y al final de las hostilidades, 20.000 y
10.000
negros —en su casi totalidad ancianos, mujeres y niños— hallaron la
muerte.
(Ameru, “The Boer War” —G.M. Trevelyan “History of England).
133)
Manvell & Frankl
(autores judíos): “Heinrích Himmler”.
(134) Ibid. Id.— Op. Cit.
(135) Léon Poliakov: “Le
Troisiéme Reich et les
juifs”.
(136) Gerald Reitlinger: “The
Final Solution”.
(137) Manveil & Frankl:
“Heinrich Himmler”.
(140)
Leon Poliakov: “Le Troisiéme Reich et les Juifs”.
(141)
Manveli & Frank! : “Heinrich Himmler”.
(142)
William Shirer: ‘Rise and Fali of the Third Reich” , pág. 1148.
(143)
Manvell & Frank!: “Heinrich Himmler”, pág, 118.
(144)
En la mayoría de casos, los acusados no tenían siquiera el derecho a
elgir
a’sus propios abogados defensores, de manera que, en determinadas
ocasiones,
defensores nombrados por el Tribunal parecían más bien fiscales que
defensores,
tal como le sucedió a Julius Streicher.
(145) Mark Lautern:
“Das Letzte Wort über Nürnberg”. pag, 68.
(146) Ello no logro,
pues no solo periodistas suecos, suizos, españoles, portugueses, argentinos,
sino también americanos, ingleses y franceses denunciaron la
monstruisidad
jurídica. Incluso políticos y militares de tanto relieve como el
Senador Taft,
candidato a la Presidencia de los EEUU y el Mariscal Montgomery,
calificaron
peyorativamente aquellos “juicios” (N. del A).
(147) El Senador
Norteamericano
Joseph McCarthy
declaró a la prensa que la condena de Pohl era una ignominia y que el
Tribunal
no logró presentar una sóla prueba contra él (N. del A.)
(148) La esposa
de Koch fué
condenada a muerte
por los tribunales de Nuremberg, bajo la acusacion de haber fabricado
lámparas
con piel de judíos. Pero el General en Jefe de las tropas de Ocupación
Americanas en Alemania, Lucius D. Clay, encontró tan absurda esa
acusación que
redujo su pena a cuatro años de carcel. Intervino entonces el Rabino
Stephen
Wise, quien organizó tan bombastica campaña de prensa que Ilse Koch fué
procesada de nuevo, por el Gobierno de Alemania Federal, al salir de
prisión, y
condenada a cadena perpetua. En 1967, se suicido, colgándose en su
celda (N.
del A.)
(149) WiIli Frischauer:
“Himmler, Evil Genius
of the Third Reich”.
(150)
Joachim Peiper, primero condenado a muerte, luego indultado por los propios
americanos
por falta de pruebas, y fmalmente condenado por un Tribunal de Alemania
Federal, por ejecución de rehenes (a pesar de que los propios
americanos le
habían hallado inocente de tal acusación) se fué a vivir a Francia de
incógnito.
Un periodista local, comunista, descubrió su paradero y lo publicó en
un
periódico. Al cabo de unas semanas la casa de Peiper era dinamitada y
él
perecía con su familia. No se ha encontrado a los culpables. (N. del A.)
(151)
“Sunday Pictorial”, 9—1—1949— El senador norteamericano Joseph McCarthy
escribió en ese semanario que los procesos de Nuremberg, si algo
demostraban,
era la inocencia de la mayoría de los acusados y la mala conciencia de
los
acusadores.
(152) Déclaración
del Juez
Van Roden, aparecida en el Washington Daily
News, el 9-1-1949,
(153) R. T. Paget:
“Manstein, bis Campaigns and his Trial”.
(154) William Shirer: “Rise
and Fali of the Thrid Reich”.
(155) Semanario “Week End”,
Londres 25 a 29 Enero 1961.
(156) Para completar el
retrato de Hoettl diremos que en 1942 fué hallado “deshonesto,
tramposo, poco
recto” en un informe que las SS hizo sobre él por un asunto de
compra-venta de
terrenos a Polonia. En 1953, ese “agente británico” fué arrestado por
la
Policia Militar Americana en Viena por haberse mezclado en el caso de
espionaje
Verber—Ponger, dos judios que trabajaban para la URSS. El 1961 firmó un
“affidavit” para ser usado en el proceso contra Eichmann.
(157) Tampoco los
principales acusados alemanes en Nuremberg otorgaron crédito alguno a
la
fábula. Goering y otros negaron resueltamente su realidad. Los demás
afirmaron
no saber nada de ejecuciones masivas de judios. Hess, Seyss—Inquart,
Von Papen,
Jodi, Von Neurtah y Doenitz también lo negaron. Sólo condicionando los
testimonios presentados a que fueran verdaderos aceptaron más o menos
como
táctica de defensa (casos Streicher y Kaltenbrunner), la tesis de los
genocidios, sin entrar en la cuantía de los seis millones (N. del A.)
(158)
Arthur R. Butz: “The Hoax of the Twentieh Century”.
(159)
Ibid. Id. Op. Cit.
(160)
“The International Tribune”, New York, 11—VI-1973.
(161) Albert Speer:
“Memorias”.
(163) Arthur R. Butz: “The
Hoax of the Twentieth Century”, pág. 24
(164) Ibid. Id.
Op.
Cit. Pág. 25.
(165)
“Evering Press”, Dublin, 21 de Diciembre de 1964.
(166)
“Nationalist News”, Dublin. Enero de 1965.
(167)
Olga Lengyel: “Five Chimneys”, Panther Books, Londres, 1959.
(168)
Olga Lengyel: Ibid. Id. Op. Cit. pp 80—81.
(169) “Europe Action”, Coburg,
20—IX—1965.
(170) Instituto
de
Historia Contemporanea: Declaración del 19-VIII-1960.
(171) “Deutsche Wochen Zeitung”,
6--V --1977.
(172) “Deutsche Wochen Zeitung”.
Ibid. Id., 7-
V—1977.
(174) “Our Sunday Visitor”,
14—VI— 1959.
(175) Nerin E Gun: “The Day
of the Americans” y Johann M Lenz: “Christ in Dachau”, aun cuando la
probable
autora de ésta última obra fuera la Baronesa Waldstein.
(176) Arthur R Butz: “The
Hoax of the Twentieth Century”.
(177) Stephen F
Pinter,
Ibid. Id. Op. Cit.
(178) Christopher Burney:
“The Dungeon Democracy”.
(179) Paul Rassnier: “La
Mentira de Ulyses”.
(180) Boletín de la
“American Association for the Advancement of Science”. (Asociación
Americana
para el Progreso de la Ciencia).
(181) Boletín de
la Cruz
Roja Internacional, 1947.
(182) Ralph W.
Mclnnis: “Managed Atrocities”.
(183) Debates de
Nuremberg, Tomo V, pág. 75.
(184) Gerald R.
Reitlinger: “The Final Solution”.
(185) Elle A. Cohen:
“Human Behaviour in the Concentration Camps”.
(186) Christopher
Burney: “The Dungeon Democracy”.
(187) David Maxwell Fyfe:
“The Belsen Trial”.
(188) Derrick Sington:
“Belsen Uncovered”.
(189) Weidenfeld
and
Nicholson, Londres.
(190) Russell Barton:
“History of the Second World War". Vol.
7. no.15.
(191) Russell
Barton: Ibid.
Id. Op. Cit.
(192) Richard Harwood: “Did
Six Millions Really Die?”
(193) “Economic
Council
Letter”, New York, 1541959.
(194)
Lo referente al caso Weyer Levin - Otto Frank está archivado en la
Oficina del
Condado de Nueva York (New York County Clerk’s Office), con el número
2241.1956, y también en el “New York Supplement, II Serie 170, y en 5,
II Serie
181. Otto Frank apeló contra la cuantía de la sentencia, alegando vicio
de
forma en la demanda. Le fue dada razón. La sentencia fue casada, y todo
terminó
en un arreglo amigable entre el padre de Anna Frank y el autor de “su”
libro,
Weyer Levin. Así obtuvo Otto Frank una rebaja en la cifra a pagar
(Harwood, op.
cit.).
(195)
Paul Rassinier: “Le drame des Juifs Européens”; pag. 42. Editions des
Sept
Couleurs. Rassinier muestra las fotocopias de ambas escrituras que no
dejan
lugar a dudas. Se trata de la escritura de dos personas diferentes (N.
del A.)
(199) S.F. Pinter: “Deutsche
Wochenschrift”, Saint Louis, 20-XI-1958.
(200)
Aunque algunos autores han pretendido dar vida a la tesis de que los
alemanes
gasearon “x millones” de miembros de otros grupos raciales, no ha
prosperado ni
ha obtenido el respaldo oficial, que el Sionismo se ha reservado en
exclusiva
para si. (N. del A.)
(201)
“Deja”. Bilbao. 3 IX. 1978.
(202) “Perseverance”,
Merredin, Australia, 1 5-V- 1977.
(203) Aún cuando
ya
lo hemos comentado, queremos resaltar de nuevo la imposibilidad
práctica de
guardar u secreto conocido por miles de personas, desde Hitler hasta el
último
guardián de un campo. (N. del A.)
(204)
Franz 1. Scheidl: “Geschichte der Verfemmung Deutschlands”.
(205)
Benedikt Kautsky: “Teuffel und Verdammte”.
(206)
“Nationalist News”, Dublin, Marzo 1964.
(207)
Ibid. Id. Op. Cit.
(208) Thies Christophersen:
“La Mentira de Auschwitz”, pág. 37.
(209)
Thies Christophersen: Ibid. Id. Op. Cit.
(210)
Juicios de Nurenberg: Documento N. 1 1450/42/B 1/H
(212)
Brian Ford: “Armas Secretas Alemanas”.
(213) Gustave Le Bon:
“Psychologie des Foules”.
(214) Y no obstante, hay
motivos para creer que los júdíos, ante la muerte, son extremadamente
humanos.
Basta con leer a Arthur Koestler en “El Cero y el Infinito”, donde nos
describe
las actitudes de sus correligionarios troskystas en el momento de ser
llevados
ante el pelotón de ejecución: llantos, pataletas, ataques de histeria,
pérdida
del control de la propia fisiología, etc. En cambio, en Auschwitz, se
iban
impertérritos a la cámara de gas. ¡ Inaudito! (215) Miklós Nyiszli:
“SS OberSturmführer Mengele”.
(216) Observemos
que
autores y editores de este tipo de literatura son siempre judíos, nunca
Gentiles. (N. del A.).
(217) Lucy S.
Dawidowicz: “The war against the Jews, 1933-1945”. (218) Lucy S.
Dawidowicz.—
Ibid. Id. Op. Cit.
(219) Montgomery
Belgion: “Victor´s Justice”.
(220) Alexander
Soljenitsyn menciona en “El Archipiélago Gulag”, el caso del soldado
alemán
Jupp Aschenbrenner, a quien los rusos forzaron bajo tortura a firmar
una
declaración en la que confesaba haber trabajado como chófer de un
“Gasmobile”.
(N. del A.)
(221) Gerald
Reitlinger: “The Final Solution”.
(222) Herman
Raschhofer: ‘Political Assassination”. Editado en Tacoma,
(223) Austin J. App:
“The Six Million Swindle”.
(224) Harry Elmer
Barnes: “Blasting the Historical Blackout”.
(225) Austin J.
App.: Ibid. Id.
Op. Cit.
(226) Jakob Presser: “The
Destruction of Dutch
Jews”, 1969.
(227) Por motivos
especiales, que ábarcan desde la buena conducta individual hasta la
conveniencia
superior del país, las leyes sobre los judíos fueron aplicadas, en
muchos
casos, con benignidad. La Señora Winifred Wagner manifestó al
periodista judío
Silberberg que “gracias a la protección de Hitler los artistas judíos y
las
esposas y maridos judíos de personas arias pudieron participar en el
Festival
de Bayreuth incluso a finales de la década de los 30.” (citado por
Revista de
Occidente, no. 16, Febrero 1977). Joe Jacobs, el manager del boxeador
Max
Schmelling, era judío y continuó ejerciendo sus funciones. Finalmente,
deben
tenerse en cuenta los llamados “arios de honor”, es decir, a
determinados
judíos que, debido a servicios especiales, se les respetaron todos sus
derechos
anteriores, entre ellos un banquero de la familia Warburg, el naviero
von
Ballín, y el semi-judio mariscal del Aire, von Milch. Es digno,
también, de
especial mención, el caso del realizador cinematográfico Max Ophuls
(Oppenheimer), judio, que había huido a Francia y fue internado en un
campo de
concentración, pero al averiguarse de quien se trataba se le déjó en
libertad
permitiéndosele emigrar a América. A mayor abundamiento de datos sobre
el tema,
nos remitimos al epígrafe “El Caso Katzenberger” del que hablaremos a
continuación. (N. del A.)
(228) Harry Elmer
Barnes: “Blasting the Historical Blackout”, p. 35. (229) “Weekend”,
Londres,
25-1-1963.
(231)
Editado por Co-Press, Munich, 1954.
(232) “Deutsche National
Zeitung”, 23—11—1973.
(233) Rapport del C.I.C.R.. —
Volúmen III, p.78.
(234) Ibid. Id.
Op. Cit. Volumen
III, p. 80.
(235) Ibid. Id.
Op. Cit. Vol
III, pág. 83.
(236) Ibid. Id.
Op. Cit. Vol 1,
pág. 644.
(239) Ibid. Id.
Op.
Cit. Vol 1 pag, 642.
(240) Ibid. Id,
Op.
Cit. Vol 1, pag, 62.
(241) Ibid. Id.
Op. Cit.
Vol. III, pag. 83.
(242) Ibid. Id. Op. Cit.
Vol. III, pag. 83—84.
(243) Inter Arma
Caritas,
pág. 88.
(244) Inter Arma
Caritas,
pág. 79.
(245) “Rapport del C.I.C.R”.
Vol. I. Pág. 204.
(246)
Ibid. Id. Op. Cit. Vol. III; p. 594.
(247)
Rapport del C.I.C.R. Vol I, cap. 3—1.
(248)
Capturado por los comunistas checos fue “interrogado” en la prisión de
Bratislava, donde, en Noviembre de 1946 firmó unas “confesiones” al
estilo
soviético, incriminandose a si mismo y a numerosos jerarcas nazis.
Estas
confesiones están, insólitamente, escritas en inglés y hablan de que la
ocupación de Polonia incrementó en tres millones la cifra de judíos
bajo
control nazi —tesis comunista tiempo ha refutada— lo que da un indicio
clarísimo de la identidad de los autores de su “confesión” (N.del A.)
(249) Rapport del
C.I.C.R.
Vol. 1, pág. 646.
(250) Rapport del
C.I.C.R.
VoL 1, pág. 645.
(251) Ibid. Id.
Op. Cit.
Vol. 1, pág 648.
(252) Ibid. Id.
Op. Cit. Vol
1, pág. 649.
(253) William L. Shirer:
“The Rise and Fall of the’Third Reich” (254) Gerald Reitlinger: “The
Final
Solution”, pág. 497
(255)
Arthur R. Butz: “The Hoax of the Twentieth Century”.
(256)
Si suponemos -en valores comparativos de tiempo de guerra— que un
camión valía
dos millones de pesetas, cada judío salía a unas 50.000 ptas.¡Una
ganga!.
(N.delA.)
(257) Entre
otros, el
francés Bordiot, el rumano Romanescu, el húngaro
Marschalsko y el
inglés Creagh—Scott. (N. del A.)
(258) “New York
Times”, 12—8—1972.
(259) David Rousset: “The
Other Kingdom”.
(260) Jean—Paul Renard,
“Chames et Lumiéres”.
(261) Denise Dufournier:
“Ravensbruck, the Women’s Camp of Death”.
(262)
Charlotte Bormann: “Die Gestapo Lasst Bitten”.
(263)
También fué expulsada del Partido Comunista su correligionaria Marga
rette
Buber, por haber osado escribir (“Under Two Dictators”) que los campos
de
concentración alemanes reunían mucho mejores condiciones que los
soviéticos. La
Buber estuvo, en tiempo de paz, internada en un campo soviético acusada
de
‘troskysmo”.
(264)
Phili, Friedman “This was Auschwitz: The Story of a Murder Camp’.
Eugene Kogon:
“The theory and practice of Heil”.
(265) “La Terre Retrouvée”,
15--XII--1966..
(266)
“Actes et documents du Saint Siége rélatifs á la Seconde Guerre
Mondiale”.
Editado por Robert A. Graham, S.J.
(267)
Aproximadamente un ocho por ciento de los judíos italianos y croatas
(268)
Robert A. Graham: Ibid. Id. Op. Cit.
(269)
Anthony E. Rhodes: “The Vatican in the Age of the Dictators”.
(270) A veces — de acuerdo
con su política de fomentar la emigración de los judíos de Europa — lo
que se
presentó como un arriesgado salvamento no fué más que la puesta en
práctica de
los designios del Reich a través del Vaticano, independientemente de la
voluntad de éste. (N. del A.)
(271)
Citemos, de paso, que la Iglesia Católica ha condenado, no en cuestiones de
detalle, como era el caso de la “Mit Brennender Sorge”, sino en su
totalidad,
TODOS los sistemas de gobierno que existen en el mundo, o han existido.
El
Liberalismo (es decir, la Democracia Parlamentaria), el Marxismo
(Socialismo y
Comunismo), la Monarquía Absoluta, el Capitalismo, etc. La Iglesia, que
tuvo
excomulgado al Rey de Italia hasta 1929, no adoptó tal medida con el
supuesto
genocida Hitler... ella que había excomulgado a Napoleón, a Bismarck,
a un par
de docenas de reyes ingleses, a Carlos V y... a los Reyes Católicos
(dos
veces). (N. del A.)
(272) Si algún
ministro de la
Iglesia tuvo
problemas con la Gestapo, fue a titulo personal y privado y en razón de
sus
actividades políticas, no de su ministerio. (N. del A.)
(273)
Samuel Waagenaa;: “The Pope’ s Jews”.
(274)
Actes et Documens du Saint—Siége rélatifs a la Seconde Guerre Mondiale,
Editado
por Robert A. Graham, de la Sociedad de Jesús, con Imprimatur de la
Secretaría
de Estado del Vaticano.
(275)
Ibid. Id. Op. Cit. Tomo IX. (276) Ibid. Id. Op. Cit. Tomo IX.
(277) “Jewish Sentinel”
(Centinela Judío), Chicago, 30—III—1978.
(278) Josef G. Burg.
Suendenboecke” (Chivos expiatorios), pág. 74.
(279) Ibid. Id.
Op.
Cit., pág. 237.
(280) Ibid. Id.
Op. Cit.,
pág. 238.
(281) Ibid. Id.
Op.
Cit., pág. 233.
(282) Ibid. Id.
Op.
Cit., pág. 220.
(283) Josef G. Burg:
“Schuld und Schicksal”, pág. 123.
(284) Josef G. Burg:
“Suendenboecke”, pág. 223.
(285) Articulo en la revista
“Common Sense”,
Union, N.J., 15-1V-- 1967.
(289)
Charles Lindbergh: “War Memories”
(290)
J.M. Spaight: “Bombing Vindicated”.
(291)David Irving: “Dresde”.
(292) Sobre este tema
de los neurogases es recomendable la lectura de “Armas Secretas
Alemanas”, de
Briand J. Ford.
(293)
Dos poblados árabes de Palestina, en las que los partisanos de la
“Haganah”
judía asesinaron a todos los habitantes desarmados, incluyendo
ancianos,
mujeres y niños. (N. del A.)
(294)
Theodor Herzl: “A Jewish State”.
(295) “Das Parlament”, Bonn,
4—XI—1972.
(296) “U.S. News and Wold.
Report”, XII— 1964.
(297) “U.S. News & Wold
Report, Enero 1965.
(298) Los propios judíos se han
enorgullecido
de su labor de sabotaje. Por ejemplo, en el campo de Dora, donde se
fabricaban
las V-2, los judíos sabotearon su puesta a punto, de manera que un buen
porcentaje de las mismas quedaron inutilizadas. En Sachsenhausen la
dirección
del campo debió solicitar, la ayuda de la Gestapo ante la magnitud de
los
sabotajes en la fabricación de motores Heinkel. (“Impossible Oubli”,
Paris,
1970).
(299)
En toda la Historia del Derecho, esta fué la primera vez que un acusado
fué
declarado culpable de un número indeterminado de crímenes. Incluso en
los
procesos contra las “brujas” en la Baja Edad Media se debía
especificar,
obligatoriamente, cantidad y calidad de los delitos imputados.
Normalmente, el
Juez del Proceso de Jerusalén debiera haber sido revocado, y el juicio
anulado
y repetido con otro juez, que se ajustara a derecho (N. del A.)
(300)
William Shirer: “Rise and Fail of the III Reich”.
(301)
Publicado en la Revista “The Broom”, de San Diego, California,el 11 de
mayo de
1952.
-- FIN --